jueves, 6 de octubre de 2016

BERLÍN (4): GEDENKSTATTE BERLINER MAUER, SIEGESSÄULE, PALACIO DE CHARLOTTENBURG, DEUTSCHES TECHNIKMUSEUM

Nuestro último día en la ciudad se inició igual que los anteriores. Para desayunar preparamos unos tés de los que diariamente nos ofrecía de modo gratuito el hotel junto con las pastas que habíamos comprado la tarde anterior en los almacenes KaDeWe. Finalizado el desayuno, comenzamos a preparar las maletas y recoger la totalidad de nuestras cosas pues había que dejar vacía la habitación antes de las doce de la mañana. Bajamos con las maletas y, tal como habíamos acordado la tarde anterior con el recepcionista, las dejamos en una pequeña habitación que el hotel tenía habilitada para tal fin. Ya volveríamos a la tarde para recogerlas. Salimos a la calle y saludamos a nuestros amigos los osos de la puerta como hacíamos cada día al salir y entrar del hotel. En ese momento pudimos comprobar que se nos presentaba un mal día por delante, pues estaba lloviznando ligeramente, situación que nos acompañó a lo largo de casi toda la mañana. Nos dirigimos a la estación de Spittelmarkt hasta bajarnos en  Alexander Platz –línea U2– donde hacemos transbordo a la línea U8 que nos llevaría hasta la estación de Bernauerstraße, situada en la calle del mismo nombre.

Recorrimos toda esta calle a lo largo de la cual discurría el MURO divisorio de la ciudad, que con la unificación fue demolido. Sin embargo, aún es visible en el acerado la línea por la que discurría, reforzándose aún más esta imagen con una serie de barras aceradas que discurren por la misma línea del viejo Muro. Pasamos por los restos conservados de una de las casas fronterizas de las muchas que había en la línea que marcaba la separación de la ciudad en dos partes, la oriental y la occidental. Antes de que se construyera el Muro, los residentes de las casas fronterizas tenían acceso directo e incontrolado a Berlín Occidental. Solo tenías que salir por la puerta principal, porque la acera frente a sus casas ya formaba parte de Berlín Occidental. Después de que se construyera el Muro, este método de pasar a la zona libre fue bloqueado. Las puertas de entrada fueron clavadas o tapiadas y las entradas de las casas se trasladaron a la parte trasera del edificio. Existen también unos paneles explicativos donde se puede ver la evolución que sufrió esta zona con el paso de los años. Un poco más abajo nos encontramos con la CAPILLA DE LA RECONCILIACIÓN, edificio de forma oval que está rodeado por un cerco de láminas de madera y la entrada, inundada de luz, crea un ambiente espiritual. Aún son visibles sobre el suelo los antiguos cimientos y el perfil de la iglesia demolida por los dirigentes comunistas para asegurar esta zona fronteriza separada por el Muro. Muy cerca de la capilla se encuentra una copia de la escultura de Josefina de Vasconcellos llamada Reconciliación, en la que dos niños arrodillados se abrazan fraternalmente. Continuamos nuestro paseo, siempre bajo una pertinaz llovizna que no nos abandonaba, hasta llegar al cercano  GEDENKSTATTE BERLINER MAUER (Centro de Interpretación del Muro de Berlín), documentado con grandes paneles donde se narra la historia y evolución del Muro. Este museo tiene una rampa exterior que te permite subir a una altura considerable desde donde es visible uno de los pocos tramos de Muro que conserva todos los elementos que lo conformaban: un doble muro y en medio medidas disuasorias para los que pensaban pasar de un lado a otro. También conserva una cabina de vigilancia. Había bastantes grupos escolares acompañados de sus profesores tanto en el interior del Centro de Interpretación como los alrededores

Cogimos el metro en Zinnowitzerstraße, estación de la línea U6, y nos bajamos en Leopoldplatz, donde hicimos trasbordo a la línea U9 para continuar hasta la estación de Hansaplatz, donde abandonamos el metro y salimos de nuevo a la calle. En ese momento, aunque el cielo seguía muy, pero que muy encapotado, dejó de llover por unos momentos, lo que nos permitió acercarnos sin problema a la SIEGESSÄULE o Columna de la Victoria, también conocida popularmente como “El Asno de Oro”. Fue construida entre los años 1864 y 1873. El motivo de su edificación fue la victoria de Prusia en la guerra germano-danesa. En pocos años se añadieron otras dos victorias, la de la Guerra alemana contra Austria y la Guerra contra Francia. Para conmemorar esas tres victorias se crearon los tres segmentos originales, y la columna se coronó con una escultura de bronce. Durante el Tercer Reich, la Columna se alargó con un cuarto tambor, con lo alcanzó los 67 metros de altura. La escultura de bronce que la corona representa la Victoria con una corona de laurel. Tras las correspondientes fotos, volvimos sobre nuestros pasos hasta la estación de Hansaplatz. Cogimos el metro y, tras un par de trasbordos, nos plantamos en la estación de Richard Wagner Platz, en la línea U7, adornada en sus paredes con unos magníficos mosaicos. Nada más salir de nuevo al exterior, pudimos observar la alta torre y la bonita fachada del Ayuntamiento del distrito de Charlottenburg, barrio en el que nos encontrábamos. Fuimos subiendo por la Otto-Suhr-Allee en dirección al palacio. Pasamos por delante de una gasolinera y pudimos comprobar que el litro de gasolina súper era algo más de treinta céntimos más caro que en España. Continuamos nuestra marcha bajo una fina llovizna pertinaz que amenazaba con perpetuarse todo el día y pasamos por delante del edificio de la Embajada de Kiguistán en las cercanías del palacio, con un oso delante de su fachada muy colorido y coloreado por los viandantes con el que jugueteamos un rato y nos hicimos unas fotos. A escasos metros nos encontramos con la fachada cubierta por andamios del PALACIO DE CHARLOTTENBURG, el cual, a pesar de las obras de restauración que sufría, estaba abierto al público, aunque declinamos visitarlo. Sí pasamos al patio principal de la entrada donde nos hicimos algunas fotos con el grupo escultural ecuestre en honor de Federico Guillermo I, conocido como El Gran Elector.  Justo enfrente del palacio se abría una amplia avenida arbolada, la Schloßstraße, en cuyas esquinas sobresalen dos palacetes prácticamente iguales; el situado a la izquierda alberga la SCHARF-GERSTENBERG COLLECTION dedicada al arte surrealista albergando obras de Magritte, Ernst o Dalí; y el de la derecha, conocido como MUSEO BERGGRUEN, conformado por una muy buena colección de obras de Picasso, Giacometti, Matisse, Cezanne o Paul Klee, entre otros. No los visitamos tampoco porque ya íbamos un poco escasos de tiempo. En el vial del centro de esta avenida presidía la estatua del militar y político de mediados del siglo XIX ALBRETCH. Comenzamos a bajar la ligera pendiente de la Schloßstraße y, ya casi al final, próximas a dar las una y media de la tarde, nos detuvimos en la TRATTORÍA TOSCANA. Nos sentamos en una de las mesas de la terraza del local, perfectamente protegida de la lluvia y del viento, donde pedimos un par de pintas Krombacher por las que pagamos diez euros. Repuestos en nuestro ánimo, volvimos de nuevo al metro. Entramos en la estación de Sophie-Charlotte-Platz, de la línea U2. Dado que el trayecto que teníamos por delante era largo, nos sentamos tranquilamente a relajar las piernas e ir pensando qué íbamos a comer. Hicimos una parada intermedia en la estación de Gleisdreieck para visitar el cercano DEUTSCHES TECHNIKMUSEUM, con su famoso avión posado sobre el tejado del mismo. Volvimos de nuevo al metro para bajarnos finalmente en la estación de Alexander Platz, donde se seguía celebrando la Octoberfest con la misma multitud de gente que vimos el primer día, a pesar de que eran casi las tres de la tarde. Dimos una vuelta por los diversos puestos de comida que había en la plaza y nos decantamos por comprar un  codillo con patatas asadas y chucrut para compartir, que tenía una pinta extraordinaria. Además pedimos una especie de croqueta gigante que nos supo a gloria. Abonamos quince euros por ambos platos, junto con dos euros de fianza por los cubiertos, que nos serían devueltos una vez que los retornáramos al puesto de comida. Con los platos en la mano nos dirigimos hacia unos asientos libres que había en unas mesas y bancos corridos repartidos por toda la plaza. Concha se quedó preparando y troceando el codillo mientras yo me acerqué a otro puesto donde solo se vendía cerveza. Allí pedí dos pintas por las que pagué ocho euros y con ellas me fui para la mesa donde teníamos la comida. ¡Ni que decir tiene el festín que nos dimos! A todo ello, habría que añadir que había dejado de llover y ese hecho nos permitió sentarnos al aire libre, aunque hacía un poco de fresco. 

Terminada la comida, devueltos los cubiertos y recuperada la fianza, nos dirigimos otra vez al metro para bajarnos en la estación de Spittelmarkt, la más cercana a nuestro hotel. Eran algo más de las cuatro de la tarde cuando entrábamos por la puerta para recoger nuestras maletas y dirigirnos al aeropuerto. No obstante, y dado que nuestro vuelo tenía programada su salida para las nueve de la noche, decidimos sentarnos en el bar del hotel y tomarnos algo para relajarnos y despedirnos de la ciudad. Pedí un gintonic de Tanqueray y una tónica Thomas Henry en el bar del hotel. El precio no fue muy económico que digamos: 11,50 euros, pero un día era un día. Agotada la consumición, recogimos nuestras maletas y nos encaminamos de nuevo al metro. Nos bajamos en la estación de Alexander Platz donde cogeríamos el tren que nos llevaría de vuelta al aeropuerto de Schönefeld. Allí nos informan que la línea férrea está parcialmente en obras por lo que hay que hay que coger un tren distinto y hacer trasbordo. No conseguimos entender lo que nos decía el señor que estaba en la ventanilla de venta de billetes porque, llegamos a pensar después, daba la sensación de que no sabía qué tren teníamos que coger ni dónde hacer trasbordo. De hecho, nos envió a un tren equivocado del que nos bajamos a tiempo al comprobar que no nos iba a llevar al aeropuerto. Al final, con un poco de susto en el cuerpo, conseguimos subirnos al tren correcto y llegar con tiempo más que suficiente para gestionar los billetes. Faltaban pocos minutos para la siete de la tarde. Así que, como era temprano, antes de pasar los controles policiales decidimos tomarnos un tentempié en un local que había enfrente de la terminal. Concha no quería comer nada, así que compramos un bocadillo para compartir. Entramos en el local llamado JOE’S AIRPORT y pedimos una salchicha curriwurst, un bollo de pan y una pinta de cerveza de la marca Agustiner Helles, por lo que pagamos un total de casi diez euros. Finalizada la consumición, nos adentramos en la terminal y nos dirigimos hasta la puerta de embarque donde esperamos pacientemente para subir al avión. Tuvimos un vuelo tranquilo y cuando aterrizamos en Madrid ya nos estaba esperando nuestro hijo Carlos para recogernos y dormir esa noche en su casa.


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