domingo, 23 de octubre de 2016

OLIVENZA, ÚLTIMA CIUDAD EN SER ESPAÑOLA

Era la segunda vez que visitábamos Olivenza. Ya lo habíamos hecho en 1996 cuando habíamos estado acompañados de Carlos y Víctor. Vinimos atraídos por la maravillosa portada manuelina de su ayuntamiento, que en aquellos momentos funcionaba como biblioteca, y por la curiosidad de saber que había sido esta localidad la última en incorporarse al reino de España en 1801, tras ser conquistada por las tropas españolas en la llamada Guerra de las Naranjas. Con anterioridad, dada su estratégica situación, fue un fuerte bastión defensivo de la frontera hispano portuguesa como atestigua su poderoso recinto amurallado. Esta visita venía mediatizada por nuestra estancia el día anterior en Cáceres, gracias al regalo que nos habían hechos nuestros amigos con motivo de mi jubilación. Pensamos que ya que estábamos por la zona, aprovecharíamos para visitar Badajoz, ciudad que no conocíamos. Y, dado que la Navidad anterior Víctor y Ana nos habían regalado una caja regalo para pasar un fin de semana en uno de los hoteles que se ofertaban en la misma, decidimos aprovechar la ocasión y volvimos de nuevo a Olivenza para rememorar otra vez esa fantástica fachada manuelina que tan buen recuerdo nos había dejado. 

Llegamos a Olivenza poco después de las cuatro de la tarde, después de recorrer los escasos treinta kilómetros que nos separaban de la vecina Elvas, cuyo centro histórico habíamos recorrido y donde habíamos almorzado. Llevábamos planificado visitar en primer lugar, antes de ir ni siquiera al hotel,  el PARQUE DE LOS PINTASILGOS –jilgueros, en portugués– debido a su situación extramuros de la ciudad y algo alejado del centro histórico. Aparcamos el coche en la calle de San Pedro y atravesamos una de las puertas del parque adornada con un bello arco metálico. Queríamos ver, sobre todo, una curiosa fuente circular que habíamos visto en numerosas fotos en internet, sobre la que vierte un enorme grifo que aparenta estar suspendido en el aire porque el chorro de salida impide ver la columna sustentadora que, a su vez, sirve de tubería de alimentación del grifo. Tras las correspondientes fotos, paseamos por los cuidados parterres y nos sentamos en un banco a la sombra para descansar brevemente de la ajetreada mañana que llevábamos. Repuestas las fuerzas nos fuimos directos al HOTEL HEREDERO, donde habíamos reservado con anterioridad. Era un hotel de carretera, amplio, moderno y con un cómodo aparcamiento al aire libre. Ello nos permitiría dejar el coche en el hotel y acercarnos paseando los escasos ochocientos metros que lo separaban del centro  histórico de la ciudad.

Una vez acomodados en la habitación que nos indicaron, nos dimos una relajante ducha y nos dispusimos de nuevo a continuar con la visita programada. Recorrimos a buen paso la distancia que nos separaba y fuimos callejeando hasta llegar a la calle Ruperto Chapí desde donde son visibles los torreones y murallas defensivas que custodiaban la ciudad en el pasado. El caserío que abunda es muy agradable a la vista ya que predominan las casas blancas de dos alturas, que contrastan fuertemente con el color marrón de la piedra de los muros. Pero la estructura defensiva no se limitaba a los muros de tres metros de ancho y doce metros de altura. Se conserva además parte de un foso con agua que impedía también el avance de las tropas enemigas hacia la ciudad. Rodeamos la zona murada hasta llegar a la PUERTA DE ALCONCHEL, que es la mejor conservada de las tres que han llegado hasta nuestros días. Presenta dos torreones macizos semicirculares, unidos por un arco central. En la parte superior de los mismos se pueden apreciar las piedras salientes que sustentaban el matacán ocasional que allí se instalaba para defensa de la propia puerta. Por ella nos introdujimos en el recinto amurallado hasta llegar a la Plaza de Santa María, presidida solemnemente por la iglesia de Santa María del Castillo y por la impresionante torre homenaje del mencionado castillo de la ciudad, que se abren a una amplia plaza rodeada de casitas blancas de dos plantas que le dan un aspecto encantador al conjunto. En uno de sus extremos, casi frente a la torre homenaje se encuentra el grupo escultórico de una pareja de danzantes del Grupo de Coros y Danzas “La Encina” con que la ciudad homenajeó a este colectivo. El actual templo de SANTA MARÍA DEL CASTILLO fue construido sobre el lugar donde estuvo la primera iglesia oliventina, del siglo XIII. El actual es una construcción de los siglos XVI y XVII, según consta en una inscripción de su torre, dividida en tres cuerpos, que se eleva majestuosa teniendo a sus pies la portada realizada con vano de medio punto. Por encima de la puerta destaca un gran rosetón abocinado. Por su parte, el CASTILLO es un hermoso ejemplar de la arquitectura militar de la época. Tiene forma trapezoidal con un patio central y tres torres cúbicas en los ángulos, además de la del Homenaje, que con 37 metros de altura destaca sobre el conjunto, siendo la más alta de las torres de fortaleza en la frontera hispanoportuguesa. Construida en mampostería reforzada por sillares en los ángulos, tiene veinticuatro saeteras que iluminan su interior. En lo más elevado de sus cuatro caras pueden aún apreciarse los restos de los primitivos matacanes de defensa de sus flancos. En su interior se encuentra el MUSEO ETNOGRÁFICO EXTREMEÑO “GONZÁLEZ SANTANA”, que no visitamos, aunque sí lo habíamos hecho cuando estuvimos por primera vez en la ciudad en 1996. Desde aquí nos dirigimos hacia la Plaza de la Constitución, magnífico espacio donde destacan sobremanera dos edificios: el ayuntamiento y la iglesia de Santa María Magdalena. A mediados del siglo XV, a la derecha de la puerta de la Gracia, apoyado sobre la muralla medieval se acuerda instalar el edificio de las Casas da Câmara (CASAS CONSISTORIALES). Su fachada se estructura en dos plantas. En la inferior destacan dos grandes vanos: la puerta principal en estilo manuelino y otra a su derecha, adovelada. En el lado izquierdo, junto a la puerta de la Gracia, la antigua puerta de acceso a la planta superior presenta el adintelado típico en mármol. Sobre la misma, una lápida, también en mármol, reproduce el escudo portugués flanqueado por la esfera armilar, símbolo de las conquistas ultramarinas, y las armas de Olivenza. En la parte superior destacan los vanos enrejados y un balcón corrido. La singular puerta manuelina se ha convertido en el símbolo identificativo de la ciudad. En ella se reproducen los elementos característicos del estilo nacional portugués, que debe su nombre al rey D. Manuel I el Afortunado: decoración profusa del intradós con exuberancia de elementos vegetales; arco polilobulado de influencia árabe; esferas armilares y remate del conjunto con la Cruz de Cristo. En el motivo central destacan las armas portuguesas, rodeando la torre y el olivo, escudo de Olivenza. En otro extremo de la plaza se ubica la IGLESIA DE SANTA MARÍA MAGDALENA, que es un magnífico ejemplar del gótico manuelino. Fue mandada levantar por Fray Enrique de Coimbra cuando este, nombrado por el obispo de Ceuta, decidió trasladar su sede a Olivenza. Sus restos descansan en la capilla mayor del lado del Evangelio. Fue sede del obispado de Ceuta entre 1512 y 1570, con cuatro obispos En sus interior destacan las columnas torsas, la azulejería historiada, seis retablos de talla dorada y tres neoclásicos en mármol. La portada es un añadido plateresco. Una vez finalizada la sesión de fotos a ambos edificios, nos encaminamos hacia la llamada PUERTA DEL CALVARIO, orientada hacia Portugal, fue la principal de las tres puertas que tenía la muralla. Está fechada en 1703 y labrada en mármol almohadillado. En su parte superior se puede apreciar el espacio para encajar las flechas al recoger el puente levadizo.

Y con esto, cerca de las ocho de la tarde dimos por finalizada la visita a Olivenza y enfilamos nuestros pasos hacia el hotel, donde pasaríamos esa noche. Nos acostamos temprano porque al día siguiente tocaba hacer el camino de vuelta hacia Bailén, aunque teníamos previstas dos paradas en el camino: Zafra y Llerena. 

 

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