martes, 3 de mayo de 2011

ZAMORA: TESORO ROMÁNICO DE PRIMERA LÍNEA

El sol comenzaba a perder fuerza ese dos de mayo cuando el caserío de la capital zamorano comenzó a divisarse ante nuestros ojos. Veníamos desde la ciudad portuguesa de Bragança y nos dirigimos directamente a la Plaza de Viriato donde se ubicaba nuestro hotel, el PALACIO DE LOS CONDES DE ALBA Y ALISTE, palacio renacentista del XV construido sobre una antigua alcazaba romana y que en la actualidad alberga el Parador Nacional de Turismo, donde íbamos a dormir esa noche. De todo el recinto, lo más destacable es el patio renacentista con una elegante galería de arcos acristalados adornada con numerosos escudos heráldicos, y la soberbia escalera de acceso a la planta superior. Además, todo el interior del inmueble está decorado tratando de rememorar ese aroma medieval rico en armaduras y tapices nobiliarios que ha desaparecido con el paso de los tiempos. La plaza permite la circulación de los vehículos siempre y cuando sea para cargar y descargar pasajeros y/o equipajes de los establecimientos hoteleros de la ciudad o para acceder a los aparcamientos privados de la zona. Por ello, dejamos momentáneamente el coche en la puerta del Parador y descargamos el equipaje que íbamos a necesitar para pasar la noche y el día siguiente. Mientras Concha se quedó sentada en un salón cercano a la recepción, yo continué camino hacia el cercano APARCAMIENTO ZAMORA, sito en la calle San Juan del Mercado, para dejar el coche por el módico precio de doce euros las veinticuatro horas. De nuevo, de vuelta al Parador, nos asignaron la habitación 111, sita en la primera planta, con entrada por una de las alas del precioso patio porticado alrededor del cual se organizaba el edificio. Subimos a la habitación por una bellísima escalera de piedra con unos excelentes motivos decorativos, en cuyo hueco brillaba la  reluciente armadura de un caballero a lomos de su caballo también protegido con sus correspondientes cotas metálicas. Los pasillos que bordeaban el patio estaban decorados con muebles y elementos de época, algunos un poco desvencijados, pero que aguantaban con cierta dignidad el paso de tiempo. Lo que sí me provocó una excitante chispa en la memoria fue ver los maravillosos jarrones de cerámica abundantes sobre las mesas y muebles, que me recordaron la misma belleza de los que decoraban los pasillos del Parador de Bailén, que por estas fechas ya había pasado a mejor vida. Pagamos un precio de 136 euros por el alojamiento en el que se encontraba incluido el desayuno. La habitación estaba pintada en un tono crema brillante, tenía unos techos altos con vigas de madera y era tan enorme que empequeñecía el sofá, las mesas y los pequeños aparadores con que estaba decorada, mobiliario que pedía a gritos, eso sí, una pronta renovación. Nos sentamos en la cama que nos dio la sensación de ser cómoda. Las vistas desde la ventana eran muy buenas. Se veía la totalidad de la plaza de Viriato, con la escultura del líder rebelde sobresaliendo por encima del abundante arbolado de la misma. Al otro extremo de la plaza, el edificio de la Diputación Provincial y la Sala de Exposiciones de la Encarnación. Nos refrescamos un poco y nos echamos a la calle a fin de apurar las horas que nos quedaban hasta regresar al Parador para dormir esa noche.  


Salimos a la plaza y giramos a nuestra derecha por la calle Ramos Carrión. Pasamos delante de la excelente fachada del ANTIGUO PALACIO PROVINCIAL de estilo neorrenacentista, construido en el último tercio del siglo XIX para ser la sede de la Diputación Provincial. Unos pasos más adelante nos llevaron a la PLAZA MAYOR zamorana. En ella se encuentra una de las muestras más hermosas del románico de la ciudad, la IGLESIA DE SAN JUAN DE PUERTA NUEVA, levantada en la segunda mitad del siglo XIII. De las fachadas que conserva, la más destacable es la sur, en cuyo centro se abre la portada flanqueada por dos esbeltas columnas y con tres robustas arquivoltas de medio punto. Sobre la puerta hay un rosetón de rueda de carro, el más bello y elegante de la ciudad. El interior presenta una sola nave y las tres capillas reformadas. Además de la techumbre mudéjar que la cubre, también es reseñable el retablo principal dedicado a San Juan Bautista que corresponde al último tercio del siglo XVI. La visión de la portada y el rosetón conquistó nuestros corazones para toda la tarde. Pero la visita debía continuar. A la derecha de esta portada se alza el grupo escultórico MERLÚ, nombre con el que se conoce a la pareja de hermanos encargados de congregar al resto de cofrades con sus toques de corneta y tambor para acudir a la asamblea anual y a la procesión del Viernes Santo. A nuestra espalda, se alza elegante el AYUNTAMIENTO VIEJO de la ciudad, construido en el siglo XVII, y que funcionó como tal hasta 1950. Es un edificio de estilo plateresco, de dos plantas con fachada porticada hecho con piedra. Enfrente, al otro extremo de la plaza, se puede contemplar la sobria y neoclásica fachada del actual AYUNTAMIENTO NUEVO, conocido como Casa de las Panaderas. Se construyó a finales del siglo XIX, aunque no comenzó a usarse como consistorio en 1950. Ya la hora apretaba, las nueve y media, y nuestros estómagos nos llamaban la atención con una asiduidad casi constante. Por ello, buscamos entre la mucha oferta de bares que había en los alrededores de esta plaza y finalmente nos decantamos por sentarnos en una mesa interior del BAR EL COLMADO, pues, aunque la temperatura era agradable, con la noche ya sobre la ciudad, hacía un cierto relente del que apetecía resguardarse. No era muy abundante la clientela en ese momento. Pedimos un par de cervezas para abrir boca que nos sirvieron acompañadas de sendas tapas de morcilla. Le dimos un breve repaso a la carta y nos decantamos por pedir una ración de cecina, que nos había recomendado el camarero, y unas tostas de salmón. Terminada la cerveza, yo pedí un par de vinos Ribera del Duero para los que nos trajeron también su tapa correspondiente. Pagamos casi veinte euros por todo. Una vez en la calle, desandamos los pasos que habíamos dado esa tarde y en breves minutos llegamos al Parador y, por ende, a nuestra habitación. Una ducha reconfortante y a la cama para descansar de un día en el que habíamos amanecido en Oporto y lo habíamos pernoctado en Zamora, después de pasar por la ciudades de Braga, Guimarães y Bragança.


Dormimos como lirones. No obstante, y dado que teníamos que aprovechar la mañana que nos quedaba, nos despertamos cuando pasaban algunos minutos de las ocho. Nos vestimos y poco después de las ocho y media ya estábamos sentados en una mesa del comedor habilitado para servir el desayuno que teníamos incluido en el precio abonado por la habitación, sito en la planta baja, muy cerca de la recepción. Solo una pareja desayunaba en silencio a esa hora en una mesa alejada. Una diligente camarera nos ofreció café con leche que aceptamos gustosos. Una vez que nos dejó las tazas en la mesa, nos levantamos y nos dirigimos al buffet que nos aguardaba en varias vitrinas y bandejas. Desayunamos de modo contundente: sendos cafés con leche, un par de zumos de naranja, tostadas de aceite y tomate, alguna rebanada más de pan con fiambre, alguna pasta de vista apetitosa y de paladar delicioso también cayó –¡para qué nos vamos a engañar!– y nueva ronda de café y zumo para mí. Finalizado el desayuno, volvimos de nuevo a la habitación, nos aseamos, recogimos la maleta –que dejaríamos en la recepción, pues nuestra idea era pasar la mañana visitando la ciudad e iniciar el regreso a Madrid a mediodía– y salimos de nuevo a disfrutar de una mañana radiante de sol y una temperatura más que agradable. 


Volvimos a pasar por la misma calle que habíamos recorrido la tarde anterior hasta llegar a la plaza Mayor. Dirigimos nuestros pasos hacia la IGLESIA DE SAN VICENTE, que en ese momento estaba abierta. Su construcción se remonta a finales del siglo XII o principios del siglo XIII. De esta estructura románica se conserva la fachada occidental con la torre y algunas ventanas saeteras. El interior, sin embargo, es en general obra del siglo XVII. Es de una sola nave con presbiterio cuadrado y capillas laterales, destacando la de Nuestra Madre de las Angustias, que alberga una excelente talla del mismo nombre, y una excepcional talla del "Cristo de la Buena Muerte" del siglo XVI, que muy amablemente nos explicó un cura ya de edad avanzada que andaba trajinando con las flores y las velas del templo. Tiene una de las torres más esbeltas y armoniosas de la ciudad rematada en un chapitel octogonal de pizarra del siglo XVIII. A la salida nos topamos con un estrecho callejón que anunciaba la presencia del TEATRO PRINCIPAL al final del mismo. Nos adentramos más por curiosidad que por otra cosa y aprovechamos la ocasión cuando regresábamos para comprar un par de tijeras de pelar que ofrecía un comercio especializado en todo tipo de útiles caseros: navajas, cuchillos, tijeras de todo tipo, etc. Vinimos a salir a la plaza de Sagasta –con la presencia de un par de edificios modernistas de un corte bastante aceptable–  para continuar por la calle Santa Clara para detenernos en la plaza de Zorrilla para admirar la bellísima fachada del conocido como PALACIO DE LOS MOMOS, construcción gótica isabelina de inicios del siglo XVI. Fue residencia de nobles zamoranos, aunque con el paso de los siglos llegó a convertirse en mesón y casa de arrieros hasta llegar a ser, actualmente, sede de la Audiencia Provincial. Del edificio original solo se conserva su esplendorosa fachada con profusa seña heráldica central, sostenida por una pareja de salvajes dispuestos sobre pequeños leoncillos, más una pareja de dragones y niños combatiendo en su parte superior. También presenta cuatro ventanas geminadas profusamente decoradas y rematadas por arcos conopiales. Frente a esta espléndida fachada se abre un pequeño espacio ajardinado presidido por la escultura en bronce LA MATERNIDAD, obra de Baltasar Lobo, escultor zamorano que tiene un museo justo al lado de la catedral. Representa a una madre recostada alzando en brazos a su hijo. También atrajo nuestra atención un bonito ejemplo de edificio modernista ubicado en una esquina de esta pequeña plaza. Continuamos nuestro paseo hasta llegar a la plaza de la Constitución, fría y sin arbolado alguno. Aquí destacan dos edificios: por un lado, la anodina construcción de la actual Subdelegación del Gobierno y, por otro, frente a la anterior, la majestuosa IGLESIA DE SANTIAGO DEL BURGO, edificada extramuros del primer recinto murado de la ciudad, en el nuevo burgo, hasta que tomó tal pujanza que fue rodeado de murallas por el segundo recinto amurallado. Tiene tres naves divididas en cuatro tramos y triple cabecera rectangular. Su disposición es basilical. La iglesia tiene tres portadas distribuidas simétricamente. La más destacable es la de la fachada sur, en cuya puerta pueden verse dos arcos gemelos cuya unión descansa en una ménsula pinjante, creando una sensación de difícil equilibrio y espectacularidad. Sobre la puerta hay un rosetón con doble celosía de piedra, formando seis hexágonos en torno a un círculo. En este punto, comenzamos a desandar el recorrido que llevábamos hecho esa mañana. Llegamos hasta la plaza de Claudio Moyano en la que, en uno de sus laterales se alza ante la fachada de la Biblioteca Pública la estatua de IGNACIO SARDÁ, escritor zamorano con numerosas obras y artículos sobre la filosofía, historia, crítica, arte y poesía. Justo al lado, en una pequeña anchura se encuentra la IGLESIA DE SAN CIPRIANO, iniciada a finales del siglo XI, pero reconstruida en los siglos posteriores. Tiene una sola nave con cabecera plana y algunas capillas añadidas. Al exterior de la cabecera lo más notable es la ventana de la capilla del Evangelio, guarnecida por arco de medio punto que descansa en columnas capiteladas. La protege una pequeña reja románica, del siglo XII. La fachada sur es de mediados del XII y su portada es muy sencilla. Concluida la visita tomamos la calle de Los Francos para llegar a nuestra siguiente visita, la maravillosa IGLESIA DE SANTA MARÍA MAGDALENA, iniciada a mediados del siglo XII y finalizada en el siglo siguiente. Tiene una sola nave de planta rectangular que se une al semicírculo del ábside por un tramo recto. La contemplación de su portada sur ya merece la pena el viaje a la capital zamorana. Completa la portada con un rosetón de lóbulos con guarnición de puntas de diamantes en la parte de arriba, y en la parte baja la puerta cuyos arcos descansan en cuatro parejas de columnas de capiteles labrados que efigian dragones, aves híbridas con cabezas humanas y animales fantásticos. Las otras portadas son más sencillas y austeras. En su parco interior, con más características góticas que románicas, quedamos muy sorprendidos por la existencia de un sepulcro de una dama desconocida cuya figura yacente aparece empotrada en el muro con dos ángeles encima portando su alma, y dos tabernáculos incrustados en los ángulos delanteros de la nave y cubiertos con bóveda de cañón. Con el regusto de la contemplación de tal belleza, salimos de nuevo a la calle para contemplar justo enfrente la elegante fachada renacentista del CONVENTO DEL CORPUS CHRISTI, fundado en el siglo XVI por la orden de las Clarisas Descalzas. Es un convento de clausura. 


Continuamos camino hasta llegar a la IGLESIA DE SAN PEDRO Y SAN ILDEFONSO, ubicada en la plaza de San Ildefonso.  Este templo fue reedificado a finales del siglo XI y se reformó en los dos siglos siguientes. Sin embargo, sus raíces románicas sufrieron un cambio radical con las reformas llevadas a cabo entre los siglos XV y XVIII que le dieron un aspecto totalmente distinto con predominio en su exterior del estilo neoclásico. Justo enfrente de la iglesia, al comienzo de la calle de los Notarios estuvimos haciéndonos unas cuantas fotos con dos muñecos casi a tamaño natural con el traje típico de la provincia que servían de reclamo a una tienda –Aperos y Viandas se llamaba– que ofrecía a los transeúntes productos de la tierra. Continuamos por esta calle que, en un momento determinado, nos mostró una excelente vista de la cúpula gallonada de la catedral que se vislumbraba al final de la misma. La calle viene a morir ante la gran explanada de la plaza de la Catedral, fría y desprovista de arbolado, cosa que no se sabe bien si agradecer porque, al menos, permite la visión total del templo, sobre todo, de su robusta torre románica y de su cúpula de gajos o lobulada. A la derecha era visible la ubicación del MUSEO DE BALTASAR LOBO, escultor zamorano del que habíamos visto esa mañana una escultura en la plaza de Zorilla. 


La CATEDRAL DE ZAMORA es el más representativo de los monumentos de la ciudad. De estilo románico, severa y armónica, es uno de los edificios más bellos construidos en el siglo XII. Su construcción comenzó en el año 1151 y veintitrés años después fue consagrada. La planta es de cruz latina con tres naves. En el crucero se alza un hermoso cimborrio, de clara influencia bizantina, decorado con una cúpula gallonada, adornada con escamas de piedra. Este es el elemento más llamativo, bello y original del templo. Solo una de las tres puertas románicas originales se conserva en la actualidad, la Puerta del Obispo, situada en la fachada Sur y que contiene una de las muestras de mayor calidad de la escultura románica. Nos dirigimos a la taquilla y compramos dos entradas por un precio total de ocho euros. Con ellas accedimos al interior del templo, con escaso número de visitantes en ese momento. Recorrimos las distintas capillas deteniéndonos en aquellas que consideramos más atractivas: la Capilla Mayor con un más que aceptable retablo neoclásico del siglo XVIII y una excelente reja del XV; el Coro con una buena sillería de comienzos del XVI; la Capilla de San Bernardo donde se rinde culto a uno de los mejores crucificados del Barroco español, el Cristo de las Injurias, de autor anónimo, que procesiona por las calles de la ciudad el Miércoles Santo; el claustro dieciochesco; y la cúpula que, si ya de por sí es una verdadera maravilla desde el exterior, contemplarla desde el interior no desmerece para nada la belleza que desprende. Una vez más, finalizada la visita, nos acercamos a deleitarnos con la exquisita Puerta del Obispo que se alza frente a la anodina fachada del PALACIO EPISCOPAL, a cuyo patio interior accedimos al estar la puerta abierta. Desde aquí nos encaminamos rumbo a los restos de la antigua fortaleza de la ciudad. Entre la catedral y el castillo se abre un agradable parque –de reciente construcción por la escasez y pequeñez de su arbolado– en el que abundan numerosas esculturas mayoritariamente del escultor zamorano por excelencia, Baltasar Lobo. Llegamos de este modo al CASTILLO que nunca tuvo carácter palaciego, sino más bien de fortaleza en la que protegerse y proteger la ciudad. Data su construcción de mediados del siglo XI, aunque de esta época quedan ya muy pocos restos. Presenta forma romboidal, destacando sobre ella tres torres, dos de ellas pentagonales y una tercera heptagonal. Destacan sobre todo la torre del homenaje y el foso. Se accede al interior a través de un puente que, en sus orígenes, era levadizo y que va a parar a una puerta de arco apuntado.  Las vistas desde este punto de la catedral y del río que discurre mansamente a los pies de la ciudad son imponentes.


Y prácticamente aquí dimos casi por finalizada la visita a Zamora. Comenzamos el camino de vuelta, no sin antes acercarnos al MIRADOR DEL TRONCOSO, una perfecta atalaya para ver en todo su esplendor el río Duero y el PUENTE DE PIEDRA, construido en el Siglo XII y reformado en varias ocasiones. Tiene dieciséis grandes bóvedas apuntadas con distintos aliviaderos a modo de arquillos sobre las pilas. Los tajamares que presenta son de planta triangular. Desde aquí nos fuimos con la correspondiente tanda de fotos hasta llegar a la recoleta y no menos encantadora plaza de Fray Diego de Deza, presidida por un busto de este religioso, donde la tranquilidad parecía haber detenido el tiempo. Nos sentamos en uno de sus bancos unos momentos para disfrutar del canto de los numerosos pájaros que en ese momento sobrevolaban nerviosos entre su arbolado. Continuamos por la calle de San Pedro para contemplar el lateral de la Iglesia de San Pedro y San Ildefonso que habíamos visto cuando íbamos camino de la catedral. Es en este muro donde se conservan los restos románicos más significativos del templo, con una portada que recuerda vagamente a la Puerta del Obispo de la catedral. Sin embargo, dos cosas nos llamaron la atención: una, la dejadez en el cuidado y conservación de esta portada y otra, la existencia de unos contrafuertes exteriores adosados al edificio contiguo encargados de sostener el muro y evitar su caída. De nuevo en la plaza Mayor nos detuvimos un último momento para contemplar la torre de la iglesia de San Juan y así fotografiar una efigie de grandes proporciones de un guerrero con armadura medieval en funciones de veleta, conocido con el nombre de PEROMATO, figura muy querida en la ciudad. Un último alto para ver el grupo escultórico existente en esta plaza dedicado al imaginero zamorano Ramón Álvarez, en el que sobre una base de granito, se alza una gran mole de piedra en la que se incrustan en bronce, el busto del escultor y una figura de un Cristo yacente. Desde aquí Concha se dirigió al cercano Parador para preparar el equipaje y sacarlo a la puerta y yo me encaminé hacia el aparcamiento donde había estado el coche resguardado desde nuestra llegada a la ciudad. Algo más de las dos de la tarde eran cuando iniciamos camino a Madrid donde esa tarde teníamos previsto reunirnos en Pozuelo de Alarcón con nuestro hijo Carlos.  

lunes, 2 de mayo de 2011

BRAGANÇA Y SU CIDADELA

Cuando planificamos inicialmente este viaje por el norte de Portugal no teníamos previsto ir a Braganza, sino que haríamos el regreso a España visitando la ciudad lusa de Chaves, después de haber visitado previamente Braga y Guimarães. Sin embargo, recopilando información sobre estas ciudades en internet nos topamos con la existencia de un edificio románico del que no habíamos oído hablar nunca: el Domus municipal de la ciudadela medieval, edificio que nos enamoró a la primera. Recopilando algunos datos más entendimos que la visita a Bragança podía resultar más interesante que la de Chaves y que además nos permitiría una llegada más pronta a Zamora, donde esa noche íbamos a pernoctar en el Parador ubicado en el Palacio de los Condes de Alba y Aliste. Pero, al igual que ocurre en la vida diaria, todo no iba a ser perfecto. No tuvimos en cuenta el estado de las carreteras de esta región de Trás-os-Montes, fronteriza con España lo que dificultó significativamente la llegada a la ciudad portuguesa y el tiempo que íbamos a disponer para su visita. 

GUIMARAES: AQUÍ NACIÓ PORTUGAL

Habíamos salido de Braga a eso de las una de la tarde y no había pasado media hora cuando llegamos a Guimarães poco antes de las una y media después de recorrer los escasos treinta kilómetros que separan ambas ciudades. Callejeamos por las avenidas de acceso al centro de la ciudad buscando un lugar para aparcar el coche, cosa a primera vista nos pareció difícil. No obstante, la suerte se alió con nosotros y conseguimos dejar el vehículo en un hueco que acababa de quedar libre al comienzo de la rúa de Camões. Nuestra idea inicial fue centrarnos en tres zonas de la ciudad: la ubicada en Largo de Toural, la de Largo de Oliveira y, finalmente, la zona del castillo y del palacio de los Duques de Braganza. Y así lo hicimos.

En primer lugar, nos dirigimos hacia Largo de Toural, una elegante plaza de grandes proporciones con una colección de edificios muy interesante, para contemplar el lienzo de muralla que se conserva y que lleva escrita la leyenda AQUÍ NASCEU PORTUGAL, pues Guimarães tiene a bien considerarse el núcleo fundacional del futuro reino portugués y como tal lo exhibe en todos sus monumentos. Casi enfrente, destacaba la fachada de la BASÍLICA DE SAO PEDRO, de fachada bastante sosa, aunque lleva con orgullo ser primera iglesia de la archidiócesis de Braga en recibir el título de basílica a mediados del siglo XVIII. Nos llamó la atención la presencia de una larga fila de taxis –eso sí, todos Mercedes–, pero que estaban pintados de forma diferente: mientras unos eran totalmente beiges, otros tenían los techos de color verde y el resto de la carrocería en color negro. Nos resultaron curiosos, pero, aunque preguntamos a un par de personas que estaban sentadas en un banco de la plaza el porqué de esta diferencia, no supieron decírnoslo. Desde aquí nos dirigimos camino del centro histórico de la ciudad. Atravesamos el llamado POSTIGO DE SAN PAIO –conocido también como Porta Nova– y continuamos por Largo de Condessa do Juncal caminando por callejas estrechas y casas bajas de dos plantas y múltiples colores en fachadas, puertas y ventanas, todo ello con un excitante sabor a antaño. Fuimos a salir frente a la CAPELA DE NOSSA SENHORA DA GUIA, una de las siete capillas construidas en el primer tercio del siglo XVIII para promover la devoción popular a la pasión de Cristo, y el afamado MUSEO ALBERTO SAMPAIO, fundado en la década de los 20 del siglo pasado, para albergar todo el patrimonio artístico y religioso de la extinta Colegiata de Nuestra Señora de la Oliveira y de otras iglesias y conventos de la ciudad. A nuestra derecha se abría una larga avenida bellamente ajardinada que finalizaba ante la lejana fachada barroca de finales del siglo XVIII de la IGREJA DE NOSSA SENHORA DA CONSOLAÇÃO E SANTOS PASSOS. No obstante, nosotros giramos a la izquierda para llegar a Largo de Oliveira, uno de los puntos neurálgicos del centro histórico de la ciudad. Al llegar, nos topamos con una plaza ocupada casi en su totalidad por veladores con mesas y sillas con numerosos clientes en esos momentos, que dificultaban significativamente el tránsito de los paseantes. En esta plaza, los dos monumentos a destacar son, por un lado, el PADRAO DO SALADO, un curioso y único monumento en Portugal por sus características. Su construcción fue ordenada en 1342 por el monarca de Portugal Dom Afonso IV para conmemorar la victoria en la batalla de las orillas del rio Salado, donde los portugueses combatieron aliados con los castellanos contra los musulmanes, sufriendo el islam su primera gran derrota. El monumento conmemorativo en sí es un alpendre con bóveda de piedra que descarga su peso sobre cuatro arcos apuntados sustentándose sobre pilastras, con labras y molduras de gusto romanizante, que alberga un cruzeiro en su interior. Y por otro, justo enfrente, la IGREJA DA NOSSA SENHORA DA OLIVEIRA, con un buen acabado gótico en su exterior, pero de un recargado barroco en su interior. Este templo tuvo su origen en otro anterior mandado levantar por la condesa Mumadona Dias a mediados del siglo X. El edificio actual integra elementos de características manuelinas, sobre todo la torre del campanario. No desmerece comparado con estos dos monumentos la imponente fachada de la DOMUS MUNICIPALIS, que fue palacio condal a finales del siglo XIV, destacando el pórtico sostenido por cinco arcos góticos, los cinco miradores y una estatua en lo alto de la fachada del edificio que representa a Guimarães. Pasamos por debajo de los arcos y vinimos a salir a una encantadora placita alargada de nombre praça de Sao Tiago, también saturada de mesas y veladores como la anterior. Presentaba un abigarrado caserío de tres plantas, donde, por encima de todo, destacaban los numerosos balcones repletos de macetas llenas de flores. Terminada la visita, desandamos lo caminado en dirección al coche, no sin antes pararnos en una pequeña tienda de productos portugueses en la rúa Egas Moniz para comprar un par de guantes bordados para el horno con el “gallo de Barcelos”, símbolo del país, bordado en una de sus caras. Casi a las tres menos cuarto de la tarde abonamos dos euros por el tiempo que había estado el coche estacionado. 


Pusimos dirección a la última parte de nuestra visita. Subimos al coche y nos dirigimos hacia el castillo. Atravesamos los jardines de La Alameda, continuamos por la avenida de Alberto Sampaio para llegar a una espaciosa plaza presidida por la estatua de la CONDESSA MUMADONA DIAS, fundadora de un monasterio donde ahora se alzaba la iglesia de Nuestra Señora de Oliveira y que daría lugar al nacimiento de la ciudad de Guimarães. Seguimos conduciendo por rúa Serpa Pinto para terminar aparcando en la inmediaciones del CONVENTO DE SANTO ANTÓNIO DOS CAPUCHOS, casi frente al camino de acceso a este recinto histórico. Desde aquí nos desplazamos hacia la explanada ante la que se abre la fachada principal del PAÇO DOS DUQUES DE BRAGANÇA, coronada por numerosas chimeneas. El recinto se encontraba cerrado al público porque estaban preparando en el patio que se abre tras el acceso al interior del edificio el escenario para algún evento, pero se permitía entrar –al menos nosotros lo hicimos– para ver el patio central y las cuatro alas del mismo. La construcción del palacio de los Duques de Bragança, inspirada en las residencias señoriales francesas, se inició a principios del siglo XV y se debe a D. Afonso de Barcelos, primer duque de Bragança e hijo natural de D. João, Mestre de Avis, futuro rey D. João I. Como la residencia de los Bragança se trasladó más tarde al Palacio de Vila Viçosa, en Alentejo, el edificio se fue degradando a lo largo de los siglos hasta transformarse en un cuartel militar en 1807. Y no fue hasta 1937, fecha en que se iniciaron las obras de restauración, recuperando el palacio toda su espectacularidad gótica de inspiración normanda. Tras esta rápida visita, nos detuvimos un momento para contemplar la imponente ESTATUA DOM AFONSO HENRIQUES, erigida en honor del primer rey de Portugal. Desde aquí nos acercamos para disfrutar del románico sencillo de la IGREJA DE SAO MIGUEL DO CASTELO, que data del siglo XIII y donde, según la tradición, habría sido bautizado Dom Afonso Henriques. De reducidas dimensiones, esta iglesia presenta una gran simplicidad decorativa pudiendo contemplarse en el suelo varias losas tumularias de guerreros del período de la fundación de la nación. Estaba cerrada con una verja que impedía el acceso a su interior, pero al menos permitía hacer fotos del mismo. Finalmente, nos encaminamos hacia el CASTELO, mandado construir a mediados del siglo X por la condesa gallega Mumadona con el fin de permitir a la población poder refugiarse de los constantes asaltos de las hordas de vikingos, venidos de los mares del norte de Europa, así como de los musulmanes provenientes de los territorios ocupados por ellos al sur. Posteriormente fue ampliado y reforzado hasta convertirse en el soberbio conjunto defensivo que vemos hoy, dominado por la torre del homenaje cuadrangular, situada entre las cuatro torres que flanquean las murallas en sus ángulos. Accedimos a su interior sin problemas ya que la puerta se encontraba abierta. Dimos un breve paseo por su camino de ronda e hicimos todas las fotos que quisimos. Cumplimentada la visita nos dirigimos hacia donde habíamos aparcado el coche y enfilamos camino a Bragança cuando pasaban algunos minutos para las cuatro de la tarde, según consta en el recibo de acceso a la autovía –por el que abonamos 5,45 euros– que nos llevaría a nuestro penúltimo destino del día.  

BRAGA: UNA CIUDAD AGRADABLE DE VISITAR

Tocaba regresar a casa. Pero el viaje de vuelta no lo íbamos a hacer directamente, sino que habíamos planificado hacer un recorrido de oeste a este por todo el norte de Portugal hasta llegar a Zamora donde pernoctaríamos en el Parador de la ciudad esa noche. Así que teníamos un largo camino por delante que llevaría nuestros pasos a las ciudades de Braga, Guimarães y Bragança para terminar el día cruzando la frontera y llegando a la capital zamorana. Por ello, era necesario madrugar y movernos con cierta rapidez. El día amaneció espléndido, con un sol radiante que hacía presagiar que íbamos a pasar, al menos durante la mañana, algo de calor. Pasaban algunos minutos de las ocho y media de la mañana, ya desayunados, cuando bajamos las maletas al vestíbulo del hotel y yo me acerqué hasta el estacionamiento privado donde estaba aparcado el coche. Una vez en la calle, cargamos las maletas e iniciamos camino de la Bracara Augusta romana de la que nos separaban unos sesenta kilómetros que recorrimos ligeros por una excelente autopista escasamente saturada de circulación. Después de callejear por la ciudad un poco siguiendo las instrucciones del navegador, poco antes de las diez de la mañana salíamos del aparcamiento, sito en la plaza de Largo Carlos Amarante, al lado de la IGREJA DE SANTA CRUZ, donde habíamos dejado el coche. Y en este punto iniciamos la visita a la ciudad. El templo se construyó por orden del fundador de la Cofradía de Santa Cruz. La construcción fue iniciada en el primer tercio del siglo XVII, pero no se terminó hasta casi mediados del siglo siguiente, hecho que justifica la existencia en el mismo tanto de elementos arquitectónicos manieristas y barrocos. El interior, de una sola nave, es abigarrado, muy del gusto portugués, sobresaliendo las bóvedas trabajadas en piedra, así como los arcos fajones recubiertos de elementos decorativos dorados, al igual que las capillas que se abren a ambos lados de la nave, dando una impresión muy recargada y asfixiante para el espectador. Concluida la visita a la iglesia, nos dirigimos al otro lado de la plaza, casi enfrente del templo, para contemplar la CASA DOS COIMBRAS, donde nos topamos con una preciosa ventana, compuesta por cuatro pequeñas ventanas, enmarcada por una cuerda de granito de una belleza increíble, que nos recordó el tan usual cordón franciscano que enmarca las construcciones de esta orden religiosa. Originalmente esta casa de estilo manuelino fue un pequeño palacio construido en el siglo XV para albergar a los eclesiásticos. Años más tarde fue comprada por João de Coímbra, que construyó una capilla, que fue derruida y reconstruida junto a la capilla de São João do Souto a comienzos del siglo XX cuando se remodeló el trazado urbano de esta zona de la ciudad.