miércoles, 25 de abril de 2018

ARENAL D'EN CASTELL Y VIAJE DE REGRESO

Penúltimo día que pasábamos en la isla. Hoy íbamos a tener un día relajado para pasear por los alrededores del hotel y poco más. Ya habíamos entregado el coche y no disponíamos de medio de transporte, a no ser que quisiéramos tomar algún autobús público. Esa mañana aproveché y, dado que me había despertado temprano, a eso de las siete salí a caminar un rato por las calles de la urbanización donde se encuentra el hotel. Así cogí el Paseo des Passerell y continué por la calle Punta Grossa hasta el final, donde ya no había nada urbanizado. Disfruté de las vistas de los agrestes acantilados de la zona y de un amanecer brumoso que me recordó mucho el atardecer que habíamos visto días antes en la Cova d’en Xeroi. No había un alma por las calles. Todo era calma y tranquilidad. A eso de las ocho y media regresé al hotel y subí a la habitación. Concha ya se había levantado y estaba esperándome para bajar a desayunar. Había ya numerosos comensales a esa hora en el comedor, aunque no estaba completo. De nuevo a nuestra rutina: café con leche, zumo de naranja, tostadas de aceite y tomate, fiambre y algún yogur. Cuando terminamos subimos de nuevo a la habitación para terminar el aseo personal de cada uno. Sobre las diez estábamos ya en el vestíbulo de entrada del hotel donde se agolpaban ya numerosos huéspedes para apuntarse a las excursiones programadas.
Salimos a la calle con una temperatura magnífica, aunque algo más fresca que días anteriores. Nos dirigimos hacia el inicio de la pasarela de madera que recorría de derecha a izquierda todo el arenal de la cala para evitar que los usuarios de esta pudieran afectar con sus pisadas la flora autóctona existente en su entorno. La cala, con forma de herradura y más de setecientos metros, presenta una gran belleza. El agua es limpia y transparente dejando ver en toda su extensión el fondo marino.  Caminamos por esta pasarela hasta el final en la terraza del Bar La Paella donde las construcciones casi a nivel del mar impiden su continuación. Desde aquí continuamos el paseo por la Vía de Ronda, calle con una pendiente de cierto nivel. Callejeamos entre sus casas blancas, siempre con el marco de fondo de los acantilados cerrando la cala. Bordeamos la urbanización White Sands Beach Club que cuenta con una piscina elevada sobre el nivel del terreno. Volvimos sobre nuestros pasos camino del hotel. Concha subió a la habitación a ponerse el bikini por si, en un momento determinado, optaba por darse un baño. Yo me fui a la cafetería del hotel y me pedí una cerveza que degusté con tranquilidad, leyendo el periódico y otras noticias de las redes en la tablet. Media hora más tarde llegó Concha a la cafetería y allí continuamos un rato más haciendo hora para ir al comedor. Me comentó que, aunque el agua estaba tranquila y no muy fría, la sensación térmica había descendido algo más que cuando salimos por la mañana y no se había bañado. Desde aquí nos fuimos a la habitación a vestirnos para bajar a almorzar. Vuelta de nuevo a la rutina: después de comer, una siesta reparadora era lo mejor que podíamos hacer.

Ya por la tarde, pasamos por el pequeño súper del hotel donde compramos varias botellitas de ginebra Xoriguer para llevárnosla en el viaje de vuelta como recuerdo, junto con un imán para el frigorífico con las figuras de unos talaiots y unas taulas que nos recordaban las existentes en Talatí de Dalt. Desde allí nos acercamos al supermercado del centro comercial Coves Noves para comprar algunos productos típicos menorquines: pequeñas cuñas de varias clases de queso y un trozo de sobrasada. No quisimos comprar ninguna ensaimada porque nos parecía ridículo ir cargando la dichosa caja en que la ponen. A las malas, si en el último momento nos entraba la prisa por comprar alguna, siempre podríamos hacerlo en el aeropuerto. El resto de la tarde noche no tuvo nada especial y nos marchados a la cama poco antes de las doce de la noche. 

Hoy veintiséis de abril volvíamos a casa. Las instrucciones del hotel eran simples: teníamos que dejar vacías las habitaciones antes de las doce de la mañana. No madrugamos como otros días y nos relajamos despiertos en la cama. El tiempo había empeorado bastante, el cielo amenazaba incluso lluvia y hacía un viento bastante desagradable. Las previsiones para los próximos días tampoco eran demasiado halagüeñas, lo que nos hizo pensar la enorme suerte que habíamos tenido con la climatología los días anteriores en los que prácticamente habíamos vestido de verano: pantalón corto y camiseta. A pesar de los malos augurios, bajamos a desayunar antes de la nueve y media. Después volvimos a subir a la habitación y, tras la rutina del aseo personal, nos dedicamos a recoger la habitación y llenar las maletas con la ropa, zapatos y compras que habíamos realizado. A eso de las once y media bajamos a recepción y entregamos las llaves de la habitación, a la vez que dejábamos las maletas en una habitación que el hotel tenía habilitada para tal fin. En el vestíbulo coincidimos con otra pareja que habíamos conocido en la estación de autobuses de Jaén, Esteban y Mari Flor, él jubilado y ella enfermera aún en activo. Entablamos conversación y salimos a dar un último paseo por los alrededores de la zona. Llegamos hasta la Cafetería Pizzería La Bella Nápoli donde nos tomamos unas cervezas mientras charlábamos sobre temas variados: hijos, nietos, viajes que ellos había hecho, los realizados por nosotros, recomendaciones para balnearios en Galicia, etc. La hora de ir a almorzar se nos echó encima y nos acercamos al hotel tras abonar las consumiciones. Nos sentamos los cuatro en una mesa y continuamos la charla a la vez que íbamos yendo a los expositores de comida para cargar nuestros platos. Cuando terminamos de comer, nos dirigimos nuevamente a la recepción del hotel pues los autobuses que nos iban a llevar al aeropuerto ya estaban aparcados en la puerta del hotel esperando que guardáramos nuestras maletas en la bodega del autobús y subiéramos a bordo. Cumplimentado este trámite, nos dirigimos hacia el aeropuerto de Mahón, cargamos con nuestras maletas hasta los mostradores de facturación y después nos encaminamos a pasar el control de seguridad. Mientras esperábamos que se abriera la puerta de embarque nos paseamos por la zona de tiendas donde compramos una botella de ginebra Xoriguer además de otra más que habíamos comprado en el súper de Coves Noves. También nos tomamos unos cafés con estos amigos de Jaén. Nuestro vuelo con destino Granada tenía prevista su salida a las en un principio a las cinco y cuarto, aunque finalmente despegó a las seis menos cuarto. La duración del vuelo era de una hora. El vuelo fue corto y aterrizamos en el aeropuerto de Granada en torno a las siete de la tarde, donde nos esperaba un autobús que era el responsable de llevarnos a la estación de autobuses de Jaén. Tenía prevista la salida hacia Jaén a las siete y cuarto, aunque no lo hizo hasta pasadas las siete y media. Se nos presentaba un problema a varias parejas de las que íbamos. Sabíamos que el último autobús que salía de Jaén en dirección a La Carolina pasando por Bailén lo hacía a las nueve de la noche. Por tanto, esa era la hora tope que teníamos para llegar a la capital del Santo Reino. Por escasos minutos conseguimos el reto. Antes de ir a comprar los billetes para este segundo autobús, le dijimos al conductor que nos esperara, petición que amablemente atendió. Cansados y sudorosos nos subimos al autobús del que cuarenta y cinco minutos después bajamos en la estación de autobuses de Bailén donde nos estaba esperando nuestro hijo Víctor para llevarnos a casa.

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