jueves, 19 de abril de 2018

MENORCA: PREPARATIVOS DEL VIAJE

Era la primera vez que participábamos en los denominados “viajes del IMSERSO” y tuvimos la gran suerte de que nos tocara Menorca, segunda de las peticiones que habíamos hecho en su momento, asignación que nos hizo mucha ilusión pues era una isla que teníamos ganas de conocer sobre todo por su cultura talayótica. A mediados de septiembre de 2017, la agencia de viajes nos confirmó el destino obtenido. El viaje tendría lugar entre el diecinueve y el veintiséis de abril del año siguiente. Ya eran dos los puntos que nos gustaban: el destino -Menorca- y la fechas -finales de abril, que casi nos aseguraba buen tiempo-. Abonamos dos pequeñas cantidades para reservar el viaje: cincuenta y seis euros como señal de reserva a la empresa gestora del IMSERSO, y veinticuatro euros a la agencia de viajes de Bailén que nos había gestionado la reserva. El último pago, por un valor de cuatrocientos euros, teníamos que hacerlo a finales de febrero, cosa que así hicimos. Una vez que hicimos el último pago, la agencia de viajes nos facilitó todos los datos necesarios de autobuses y vuelos porque el hotel ya sabíamos cuál era, el CLUB AGUAMARINA 2. La ruta era la siguiente: un autobús nos recogía en la Estación de Autobuses de Jaén para llevarnos al aeropuerto de Granada donde cogeríamos un vuelo que nos trasladaría a Mahón y desde allí otro autobús nos recogería para llevarnos al hotel adjudicado en Arenal d’en Castell.

Una vez conocida la ubicación del hotel, el paso siguiente fue contactar con una empresa de alquiler de coches para disponer de uno durante los días que íbamos a estar en la isla. Estudiamos varias páginas web del ramo en la zona y al final nos decantamos por una empresa llamada ARENAL RENT A CAR. Elegimos un coche pequeño, de bajo consumo y nos ofrecieron un Panda, con número de matrícula 5666JFF. Acordamos alquilarlo por un periodo de seis días a 18 euros diarios todo incluido: seguro a todo riesgo sin franquicia, impuestos, kilometraje ilimitado, conductores adicionales y entrega y devolución en hotel Aguamarina. Lo recogeríamos al día siguiente de llegar, a las nueve de la mañana en la puerta del hotel. Solucionado el tema del coche, nos dimos cuenta de que teníamos un pequeño problema: el autobús que nos recogía en la Estación de Autobuses de Jaén tenía prevista su salida a las 7:10 horas de la mañana y había que estar cuarenta y cinco minutos antes para organizar maletas, asientos y todo lo concerniente a este desplazamiento. Nosotros nos teníamos que desplazar de Bailén a Jaén, pero el primer autobús que salía de Bailén lo hacía a las siete de la mañana, con lo cual, el transporte en autobús no nos servía. Buscamos la posibilidad de hacer este desplazamiento previo en taxi. Nos informamos de los precios y ninguno bajaba de los sesenta euros. Al final nos decidimos por irnos en autobús la tarde de antes, alquilar un apartamento cerca de la terminal de autobuses y estar en ella a la hora acordada. Estuvimos varios días buscando el que más se acomodara a nuestros intereses y al final nos decantamos por uno, IN HOUSE JAÉN, situado en la calle Lope de Sosa, por sesenta y cinco euros la noche, a escasos doscientos metros de la Estación de Autobuses. Esta pernocta nos permitió recordar nuestras pasadas noches jienenses cuando éramos estudiantes. Así que aprovechamos la tarde noche para pasear por el centro histórico de la ciudad: la catedral, calle Maestra, la calle Cerón, el Palacio del Condestable…, y sobre todo, entrar en los viejos bares de nuestra juventud: el desaparecido Bodegón con su gazpacho fresquito, La Manchega, con su añorado “bocadillo de caballa con Musa” (antigua marca de kétchup hoy desaparecida), Los Amigos, en eterna competencia con su vecino manchego, el desaparecido Gorrión y sus tapas de queso, y muchos más. Así que esa noche, picoteamos con nuestros recuerdos y a una hora prudencial nos volvimos al apartamento. Tomamos una infusión y poco antes de las doce nos acostamos para estar suficientemente descansados a la mañana siguiente.

Poco después de las seis y cuarto de la mañana estábamos en la terminal jienense de autobuses. Ya había un grupo numeroso de compañeros de viaje. Nos presentamos y nos saludamos esperando que apareciera la persona responsable de la organización del viaje. Esta, una muchacha joven y despistada, llegó poco después de las seis y media. Estábamos todos los inscritos en el viaje menos dos parejas que no se presentaron. Y sin ellas nos montamos en el autobús y enfilamos camino al Aeropuerto García Lorca de Granada. Nuestro vuelo, Granada-Mahón, salía a las diez y cuarto de la mañana y tenía una duración de una hora. Llegamos a la terminal granadina pasadas las nueve y cuarto, bajamos del autobús, cogimos nuestras maletas y nos dirigimos a la cola de facturación. Ahora sí había bastante más gente porque en ese vuelo íbamos a ir pasajeros de las provincias de Almería, Granada y Jaén. También pudimos comprobar que la salida de nuestro avión llevaba un retraso de casi media hora, por lo que la hora de despegue estaba prevista para las 10:40 horas. Una vez desprendidos del equipaje, nos dirigimos a la zona de cafeterías y allí nos pedimos unos cafés con leche y unas tostadas caras, frías y escasas de aceite y tomate. Una vez que estuvimos acomodados en el avión, nos dispusimos a pasar el rato lo más entretenidos posible. Poco después nos comunicaban que iniciaban la maniobra de aterrizaje. Faltaban pocos minutos para las doce cuando aterrizamos en suelo menorquín. Allí nos esperaban tres autobuses donde fuimos subiendo en función de la provincia de la que procedíamos. Los viajeros de Granada iban a unos hoteles concretos de la isla, los de Almería a otros; y los de Jaén nos íbamos a alojar en el complejo Aguamarina de Arenal d’en Castell, en el norte de la isla. Hasta allí nos llevaron y al bajar del autobús nos dimos cuenta de que algunos viajeros corrían, a pesar de su edad, hacia la recepción del hotel donde nos iban a asignar la habitación. Después nos enteramos de que el que antes llega, puede elegir en cierto modo la orientación de la habitación. Nosotros íbamos de novatos y está claro que no nos dieron unas vistas agradables a la cala. Otra vez estaremos más ágiles. Una vez adjudicada la habitación, a nosotros nos correspondió la 3057, nos dirigimos hacia ella y dejamos las maletas, nos refrescamos un poco y nos sentamos en el pequeño balcón que tenía para descansar un momento. La habitación era correcta, se veía limpia y no era muy pequeña; tenía dos camas unidas con unas colchas de un color azul fuerte adornadas con círculos de distintos colores. Sobre la cabecera había una gran fotografía, que ocupaba todo la pared, de alguna cala menorquina que no supimos identificar. También había una televisión plana. El cuarto de baño era amplio y tenía un aspecto cuidado. Tras este repaso general, bajamos al comedor. La sala era muy amplia y en ese momento había multitud de comensales repartidos por las numerosas mesas. Había que tener en cuenta que además de todos los viajeros que había llegado esa mañana, el hotel ya contaba con clientes anteriores que llevaban ya varios días. En el menú entraba agua o vino sin límite de un grifo que lo servía fresco. La cerveza la tomaríamos fuera del comedor. La oferta gastronómica era bastante aceptable: había ensaladas variadas, entremeses y encurtidos, pasta, carne, pescado y muchas frutas, pasteles y yogures y natillas industriales y caseros. También vimos, y con el paso de los días comprobamos, un cocinero permanentemente en la plancha cocinando a la plancha unos días carne y otros días pescado. Repetimos varias veces primeros y segundos platos, eso sí, sin cargarlos mucho. Y donde nos colamos un poco fue en la ingesta del postre, sobre todo, algún dulce y algunas raciones de natillas o de tocino de cielo. El comedor daba la sensación de bastante limpieza, los manteles se veían impolutos y eran cambiados continuamente y los cubiertos tenían un buen aspecto. Una vez que finalizamos la comida, nos fuimos a nuestra habitación donde nos acostamos un rato a dormir una pequeña siesta, pues llevábamos ya muchas horas en pie. No obstante, antes de subir a la habitación, nos dirigimos a la recepción del hotel a contratar la wifi para esos días. Porque todo hay que decirlo. Esto es otra parte del negocio del hotel: no hay wifi gratuita. Curiosamente, si pagas una cuota de señal wifi, solo la puedes utilizar en un móvil, tablet o PC. Si tienes dos móviles o un móvil y una tablet, tendrás que desconectar uno para conectar el otro. Visto lo visto, nosotros contratamos dos señales wifi, una para la tablet, y otra para cualquiera de los dos teléfonos que llevábamos, todo por el módico precio de catorce euros los siete días que íbamos a estar en el hotel. Además, en el recibo que te dan de haber abonado la wifi, no figura cantidad alguna, cosa extraña.

Bueno, echada la reconfortante siesta, esa tarde nos dedicamos a pasear por los alrededores del hotel, buscando bares, tiendas, comercios, etc., y a pasear por la muy bonita cala que bordea el hotel. La playa es bastante larga, casi setecientos metros, de arena fina y blanca, y un agua quieta, apenas hay oleaje, todo es mínimo. Parece que le hubieran desconectado de la corriente el motor que mueve las olas. Y esa quietud líquida hace que el silencio sea mayor. Rodeando esta cala el terreno se hace más agreste y pronunciado, estando todo cubierto de verde. El paisaje que se nos brindaba era muy agradable. ¡Y silencioso! No habíamos visto nunca un mar con esta sordina. Resultaba extraño. Respecto a la actividad comercial de la zona fuera del hotel, comprobamos que la mayor parte de las casas estaban vacías y que solo vimos abierto un bar a escasos metros de la parada del autobús interurbano y un pequeño centro comercial y un par de bares abiertos en un complejo situado a unos doscientos metros del hotel llamado “Coves Noves”. De vuelta al hotel, nos sentamos en una de las terrazas de la cafetería, donde pedimos un agua mineral y mi primera pomada, nombre dado en Menorca a la mezcla de un refresco de limón con una parte de ginebra Xoriguer elaborada en Mahón. ¡Vamos, lo que toda la vida de dios se ha llamado un gin lemon! En cafetería cobraban por esta mezcla 4,50 euros. Sin embargo, en una tienda que había en los bajos del hotel vendían botellitas de esta ginebra por 1,70 euros; la limonada con su hielo te la cobraban en la cafetería a dos euros, por lo que te ahorrabas casi un euro en cada bebida. Esta fórmula la utilizamos varias veces. Ya en la habitación, nos vestimos para bajar al comedor a cenar. Repetimos más o menos la parafernalia de mediodía y picoteamos un poco de todo acompañado de vino y agua. Nos subimos pronto a la habitación para descansar porque había sido un largo día y a la mañana siguiente teníamos previsto iniciar el recorrido por la isla visitando todo lo que teníamos planificado.

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