martes, 24 de abril de 2018

CALA EN TURQUETA, CALA MACARELLA Y CALA MACARELLETA

Nuevo día y nuevos planes. Hoy íbamos a tener un día tranquilo y relajado. Íbamos a visitar por la mañana dos de las más renombradas calas de la isla: Cala en Turqueta y Cala Macarella, que tiene otra pequeña cala añadida de nombre Cala Macarelleta. La tarde la íbamos a tener libre e íbamos a estar disfrutando de las instalaciones del hotel. Dado que tanto esa tarde como al día siguiente no íbamos a usar el coche, llamamos a la agencia de alquiler Arenal Rent a Car para comunicarle que de los seis días que habíamos apalabrado de alquiler, restaríamos uno y dejaríamos el alquiler final en cinco días, a lo cual Borja, responsable de la agencia, no puso ninguna pega. Nos comentó que ya nos habían hecho el cargo de los seis días en la cuenta bancaria pero que al día siguiente nos harían el reintegro del día no disfrutado. Como en días anteriores, nos levantamos temprano, nos aseamos y bajamos a desayunar. Volvimos a subir a la habitación, terminamos de cepillarnos los dientes y bajamos camino del coche a poco antes de las nueve de la mañana. Hoy íbamos a realizar el desplazamiento más largo de todos los días que llevábamos pues teníamos que llegar casi a Ciudadela y desde allí dirigirnos al sur para llegar a la cala. Recorreríamos un total de cincuenta kilómetros aproximadamente. Llegamos al aparcamiento habilitado al efecto poco antes de las diez, después de recorrer bastantes kilómetros por unas carreteras estrechas donde, a veces, era difícil de imaginar el paso de dos vehículos a la vez.
Dejamos el coche a la sombra de unos pinos, sin problema alguno para elegir el sitio pues el nuestro era el único coche aparcado en ese momento. Nos dirigimos camino abajo en busca de la cala por un camino asfaltado a tramos entre en un frondoso pinar que favorecía nos proporcionaba amplios espacios de sombra que se agradecía en aquella hora mañanera. El escaso kilómetro que separaba nuestro coche de la cala lo recorrimos sin ningún tipo de problema y casi sin darnos cuenta nos plantamos ante las increíbles aguas turquesas de CALA EN TURQUETA, considerada una de las mejores playas del sur de Menorca. Habíamos leído que suele ser la que primero se llena en temporada alta, aunque no era ese nuestro caso pues éramos los únicos visitantes en ese momento. Un rato después, aparecieron un par de parejas que se fueron al extremo opuesto donde estábamos nosotros. El encuadre de la cala es majestuoso con unos acantilados laterales no muy elevados que cierra al fondo la apertura al mar, todo ello rodeado de compactas zonas verdes de pinares que se apiñaban unos al lado de otros. El agua estaba más limpia de posidonia que en otras calas que ya habíamos visitado, no así la blanca arena sobre la que descansaban grandes manchas oscuras de estas algas secas ya por el sol. El silencio volvía a ser el denominador común que nos rodeaba, únicamente roto por algunos cantos de pájaros que revoloteaban entre los pinos. El mínimo oleaje que movía el agua apenas simulaba un leve sonido que se perdía en la lejanía del paisaje.
Nos fijamos que, en el lado derecho de la cala, sobre las rocas quedaban los esqueletos de varias cabañas de pescadores confundiéndose en el entorno agreste del acantilado. Concluida la visita, iniciamos el camino de retorno en dirección al coche al que llegamos alrededor de las once de la mañana. Desde allí nos encaminamos hacia la CALA MARARELLA y su hermana pequeña CALA MACARELLETA. Recorrimos los escasos doce kilómetros que nos separaban del aparcamiento de Cala en Turqueta de la zona habilitada para el mismo fin en Cala Macarella. Este último tenía mayor capacidad de vehículos, aunque en ese momento, no habría más de cinco o seis coches aparcados. Iniciamos el descenso hacia la cala que habíamos leído fijaba una distancia de mil doscientos metros aproximadamente. Sin duda alguna, este fue el peor camino que recorrimos en nuestro paso por las distintas calas. No estaba asfaltado en ninguno de sus tramos y había zonas donde los regueros de agua habían convertido el camino en una pendiente por momentos muy irregular y más pronunciada. Eso no quiere decir que fuera arduo su acceso, pero sí más dificultoso para nuestras sensibles rodillas. Llegamos a la arena de la cala y cual no sería nuestra sorpresa que nos encontramos un chiringuito abierto, la cafetería Susy. Dada la hora que era, casi las doce, y que llegábamos un poco fatigados del paseo, aprovechamos para tomar algo e ir al baño. Concha pidió una Fanta de naranja y yo un tercio de cerveza. Y aquí fue donde nos ocurrió un hecho gracioso, o al menos para nosotros lo fue. El camarero de la barra nos informó en perfecto castellano que no servían en las mesas porque el camarero de las mesas no había llegado aún. Sin problema alguno, me acerqué a la barra y pedí el refresco y la cerveza, que me llevé a la mesa una vez servidas. Estuvimos un rato sentados charlando mientras nos bebíamos las consumiciones. A la hora de pagar, me acerqué de nuevo a la barra y pregunté al camarero en correcto castellano cuánto le debía por las bebidas, a lo que este me respondió en perfecto catalán “cinc vint”, a lo que yo me hice el distraído y me quedé mirándolo sin responder nada. Imagino que el camarero reconoció la situación y con rapidez inusitada me volvió a responder “cinco con veinte”, cantidad que le aboné religiosamente. Nos despedimos amablemente y nos dirigimos hacia la blanca arena de la cala, que a diferencia de las otras que habíamos visitado anteriormente esta sí estaba más concurrida, aunque no habría más de veinte o veinticinco personas. La arena se encontraba mucho más limpia de posidonia que las otras calas y el agua era transparente y cristalina, recogida en una sordina que propiciaba un ambiente de sensaciones extrañas. No terminábamos, al menos yo, de acostumbrarnos a este tipo de percepción: ver el mar y no escuchar casi su sonido, acostumbrados como estábamos a ese rugido más o menos impetuoso de este mismo mar en las costas de Málaga. Las aguas de un fuerte color turquesa pugnaban con las manchas oscuras de posidonia que abundaban en determinadas zonas de la cala. A la derecha de la cala salía un sendero que trepaba serpenteando por el acantilado, aunque no presentaba excesiva dificultad para personas de movilidad afectada.  Este camino entre rocas y pinos, protegido por unas rústicas barandillas de madera era el que nos permitiría acceder a la CALA MACARELLETA. Nosotros no llegamos a pisarla, aunque sí la disfrutamos sobremanera desde lo alto del acantilado. Si los tonos turquesa de Cala Macarella son increíbles, los de la pequeñísima Cala Macarelleta no se pueden describir, hay que verlos para poder hacer una idea de la riqueza cromática que nos regalan las aguas marinas. Si a todo esto le sumamos las espectaculares vistas que se pueden obtener desde aquí, nada más que por eso merece la pena esta visita. Es solo dejarse llevar por la belleza que se nos muestra en toda su magnificencia. Embriagados de este aroma colorido y viendo la hora que era decidimos volver al coche que nos llevaría al hotel a una hora prudencial para almorzar.

Una vez finalizada la comida, subimos de nuevo a la habitación para descansar un rato con una buena siesta que nos duró casi un par de horas. Una vez despiertos, yo bajé al coche para recoger todas nuestras pertenencias que habíamos ido dejando con el paso de los días: folletos informativos, el TomTom, alguna que otra botella de agua vacía y alguna prenda de vestir que se había quedado olvidada en el maletero. Esta tarea era obligatoria dado que esa misma noche entregábamos las llaves del vehículo en la recepción del hotel. Poco después nos fuimos al Bar Flamingo para tomarnos un par de cervezas, que a esa hora ya contaba con una clientela numerosa. De regreso al hotel, nos paramos un momento en el súper para comprar algún regalo para Levy y Chloe, que ya se encontraban en Bailén para disfrutar de las Fiestas del Barrio. Desde allí a la habitación y desde esta al comedor, que ya contaba con nuevos huéspedes que habían llegado a lo largo de la mañana. Ya no teníamos quien nos reservara mesa, pues estos amigos gaditanos se habían marchado ya del hotel camino de sus hogares. Finalizada la cena nos dirigimos, tablet en mano, al salón donde se desarrollaban las actividades de animación que volvía a estar de bote en bote. Cogimos una mesa cerca de la pista de baile y allí nos sentamos. Concha pidió un refresco de cola y yo un chupito de hierbas menorquinas y una pomada -se notaba que estaba totalmente integrado en la cultura menorquina-. Y mientras estábamos allí, aproveché que esa noche jugaban Bayern de Múnich y Real Madrid una de las semifinales de la Champion para verlo en la tablet dándole utilidad a la conexión wifi que había pagado en el hotel. Mientras yo veía el partido, Concha aprovechó para salir a la pista de baile y disfrutar un rato. Al final, ganó el Madrid 1-2, resultado que puso el broche final a un largo pero fructífero día. A eso de las once y media salimos del salón y nos dirigimos hacia nuestra habitación para disfrutar de un merecido descanso.

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