martes, 5 de junio de 2018

FUENTE DÉ, MONASTERIO DE SANTO TORIBIO DE LIÉBANA Y POTES

Después de pasar varios días en Madrid, en casa de Carlos y Alicia, disfrutando de los nietos, llegó el día previsto para iniciar nuestro viaje a Cantabria. Íbamos a estar una semana, del cinco al doce de junio, iniciando el recorrido en Fuente Dé y Potes y terminándolo en Bilbao. Dejamos el coche preparado y cargado con todo lo que nos íbamos a llevar para no tener que hacer ruido ya que salíamos muy temprano al día siguiente. Sobre las cinco de la mañana bajamos en silencio las escaleras, montamos el TomTom en el coche e iniciamos nuestro viaje siendo todavía noche cerrada. Bordeamos Madrid hasta tomar la A-I en dirección Burgos, carretera que seguimos hasta que poco antes de llegar a esta capital castellano-leonesa nos desviamos por la A-231 en dirección a Osorno. Donde llegamos poco después de las ocho de la mañana después de recorrer los casi 300 kilómetros que nos separaban desde nuestro punto de salida. Sobre las ocho y cuarto, nos detuvimos en el primer bar que vimos abierto para desayunar, ¡que ya iba siendo hora! Además de descansar para poder estirar las piernas un rato, pedimos unas tostadas de aceite y tomate hechas con un pan exquisito y unos cafés con leche calientes nos supieron a gloria. Nos hicimos de nuevo a la carretera una vez finalizado el desayuno.
Desde aquí, hasta Potes nos quedaban algo más de ciento veinte kilómetros por una carretera más dificultosa que la que habíamos traídos hasta el momento. Continuamos por la A-67 hasta Herrera de Pisuerga, donde nos desviamos por la P-227 en dirección a Cervera de Pisuerga, aunque con anterioridad pasamos por Moarves de Ojeda y Perazancas, con bellísimas iglesias románicas. En Cervera nos desviamos por la CL-627, carretera que, además de atravesar San Salvador de Cantamuda y su exquisita colegiata románica, nos introdujo en toda la belleza natural y salvaje del Parque Natural de Fuentes Carrionas y Fuente Cobre, dentro de la llamada Montaña Palentina. El día claro que habíamos traído desde Madrid se transformó en otro totalmente distinto, con grandes bancos de niebla que ocultaban a ratos sí, a ratos no las crestas que se elevaban majestuosas desde el fondo de los profundos valles.  Desde allí nos desviamos por la CA-184 hasta llegar a Potes poco antes de las diez y media de la mañana, ciudad que dejamos de lado para irnos directamente al TELEFÉRICO DE FUENTE DÉ, situado a poco más de veinte kilómetros. Cuando estábamos aparcando el coche en la zona habilitada para ello, las señales horarias de la radio del vehículo estaban dando las once de la mañana. Muy cerca, el busto de Pedro Escalante, impulsor de esta iniciativa turística a mediados de los años sesenta del siglo pasado. El teleférico de Fuente Dé tiene una cota inicial de 1.070 metros y en cuatro minutos te sube a una cota de 1.823 metros, salvando un desnivel de más de 750 metros, para acercarte a una de las entradas de los Picos de Europa. Las cabinas, una de subida y otra de bajada, tiene una capacidad para veinte personas más el conductor. Siguiendo los consejos de anteriores visitantes, no adquirimos las entradas por internet y nos esperamos a sacarlas directamente en la taquilla. Estos consejos alertan de que puede ser que llegues al Teleférico y te encuentres con que hay una espesa niebla en la cumbre, por lo que no merece la pena subir ya que no se vería nada. Hicimos nuestra correspondiente cola para sacar las entradas: treinta y cuatro euros las dos, eso sí, viaje de ida y vuelta. No las teníamos todas con nosotros. Arriba se veía una densa niebla que impedía ver los cables que sustentaban las cabinas en su parte final, aunque en un monitor que había junto a la entrada al recinto y que mostraba imágenes en directo de la cima del complejo, indicaba que la visión en la montaña era buena ya que solo había pequeños bancos de niebla, pero lejos de la zona de visita. Definitivamente subimos a la cabina que acababa de bajar. Fue entonces cuando descubrimos que los cristales los tiene tintados de azul, por lo que todas las fotos y vídeos salen con ese tono azulado que le resta belleza a la imagen. Una vez llegamos arriba, atravesamos todo el recinto de la tienda de recuerdos y cafetería y nos presentamos en el exterior del complejo, donde lloviznaba ligeramente y se notaba a la perfección que la temperatura había bajado unos cuantos grados. La primera impresión en la cumbre es espectacular. De pronto te topas con una serie de picos montañosos agrestes en su mayoría cubiertos de nieve y te paras a pensar y dices ¡pero, si ya estamos en junio! La temperatura a pie de Teleférico era de doce grados y en la cumbre solo de seis. Coincidimos con alguna pareja y nos ayudamos a echarnos unas fotos nosotros a ellos y ellos a nosotros. Un grupo de jóvenes se alejaba por el sendero nevado, imagino que siguiendo alguna dirección conocida. Recorrimos durante bastante rato los distintos senderos que surgían a derecha e izquierda hasta llegar, ya de vuelta, hasta el Mirador Áliva, balcón volado sobre el profundo desnivel que une el valle y la montaña. Es un lugar para poner a prueba el posible vértigo que puedas padecer, aunque, dado que en ese momento volvió a espesar la niebla, nosotros no llegamos a sufrir esa sensación pues apenas se veía el fondo del valle. Poco después decidimos bajar y esperamos tranquilamente la llegada de la cabina. Íbamos solos en el camino de vuelta pues las parejas que habían subido con nosotros ya habían bajado con anterioridad. Una vez en el aparcamiento, subimos al coche y nos dirigimos en dirección Potes, con una parada previa en el MONASTERIO DE SANTO TORIBIO DE LIÉBANA, situado a escasos veinte kilómetros del Teleférico y menos de tres de Potes. Mala suerte la nuestra pues hacia mes y medio que había finalizado el Año Santo Lebaniego. Esta celebración tiene lugar en aquellos años en que la fiesta de Santo Toribio (el 16 de abril) coincide en domingo. Con tal motivo se construyó en dicha época la Puerta del Perdón, que se abre durante el Año Jubilar. La actual iglesia inicia su construcción a mediados del siglo XIII. El templo sigue las directrices del gótico monástico de influencia cisterciense, con la claridad de líneas y de espacios y la sobriedad decorativa que caracteriza a la arquitectura de la Orden de San Bernardo. Posee una cabecera de tres ábsides poligonales y un cuerpo de tres naves de similar altura. Todas las bóvedas son de crucería y algunas llevan nervios de refuerzo. En el ábside del evangelio se conserva la estatua yacente de Santo Toribio. Tallada en madera de olmo de Burgos consta que existía en el monasterio al menos desde el año 1316. Al exterior destaca la fachada meridional en donde se encuentran las dos portadas. La más amplia es la principal, en arco apuntado rodeado de arquivoltas, y a su derecha la llamada la Puerta del Perdón. La CAPILLA DEL LIGNUM CRUCIS fue construida a principios del siglo XVIII. Según la tradición, esta reliquia corresponde al "brazo izquierdo de la Santa Cruz, que la Reyna Elena dejó en Jerusalén cuando descubrió las cruces de Cristo y los ladrones. Está serrado y puesto en modo de Cruz, quedando entero el agujero sagrado donde clavaron la mano de Cristo". Se encuentra incrustado en una cruz de plata dorada. Es la reliquia más grande conservada de la cruz de Cristo, por delante de la que se custodia en San Pedro del Vaticano. Entramos a la iglesia, de acceso gratuito, y la estuvimos observando con detenimiento, pero la Capilla del Lignum Crucis tenía la reja que la protege cerrada. La iglesia nos mostró pocos elementos decorativos, si acaso algunos de los capiteles del ábside principal, con figuras de toros y osos, que según la tradición ayudaron a Santo Toribio a construir el monasterio. Paseamos por los ábsides y disfrutamos la estatua yacente de Santo Toribio, que todavía conserva la policromía original. En ese momento, una señora entró en la iglesia y se nos acercó para explicarnos el contenido de la Capilla del Lignum Crucis, a lo que nosotros le respondimos que estaba cerrada. En ese momento, metió la mano en el bolsillo y sacó un manojo de llaves con una de las cuales abrió la reja de la capilla y nos permitió estar unos minutos en el interior, hasta que llegó uno de los religiosos que dirigen el monasterio en la actualidad amonestando a la señora por “tener todavía abierta la iglesia cuando ya era hora de cerrar”. Tratamos de justificar la acción de esta señora, aunque creo que no lo conseguimos. Lo que sí hicimos fue agradecerle efusivamente su amabilidad por facilitarnos el acceso a esa capilla. Salimos de la iglesia y estuvimos deambulando un poco por el claustro y las dependencias del monasterio, donde, bajo uno de los arcos de acceso al atrio se encuentra un admirable relieve de Jesús Otero, que representa a Beato en su scriptorium.

Ya eran más de las una y media cuando llegamos a la calle La Solana de POTES y aparcamos el coche. Llamamos al teléfono de contacto que teníamos de los ALOJAMIENTOS RURALES CASA DE LA ABUELA, donde íbamos a dormir esa noche por un precio de sesenta euros. A los pocos minutos se presentó el señor y nos condujo hasta un apartamento dotado de cocina y salón en un mismo espacio, dormitorio y cuarto de aseo. Pero lo mejor de todo era un amplio balcón de madera corrido a lo largo de toda la fachada lleno de maceteros cargados de flores y con unas vistas insuperables a los macizos montañoso del Parque de los Picos de Europa. También había una mesa pequeña y dos sillones que a lo largo de la tarde teníamos pensamiento de utilizar. Bajamos las maletas y tomamos posesión del apartamento. No nos entretuvimos mucho ya que el cuerpo nos iba pidiendo algo de comer y beber, por lo que nos encaminamos directamente al RESTAURANTE EL BODEGÓN, del que habíamos leído muy buenas referencias sobre el cocido lebaniego que servían en su comedor. A las dos y cuarto ya estábamos sentado en una mesa junto a una soleada ventana. Previamente nos habíamos tomado un par de cervezas acompañadas por unas rodajas de chorizo en la barra del restaurante, haciendo hora para que nos prepararan la mesa. El camarero que nos sirvió era cubano, según nos dijo él mismo, y las expresiones típicas de su tierra no las había olvidado aún. Entre bromas y risas, yo era “el patrón” y Concha era “la señora”. Íbamos a pedir dos cocidos lebaniegos, típicos de la zona, pero este camarero nos aconsejó mejor que pidiéramos dos sopas, una para cada uno, y un solo plato de cocido para los dos. ¡Y menos mal que le hicimos caso! Lo acompañamos todo con una botella de vino tinto de la tierra que tenía un ligerísimo toque afrutado que dejaba en el paladar un sabor agradable. Nos comimos la sopa -un cuenco enorme- y cuando nos trajeron el plato del cocido nos quedamos mirándonos Concha y yo con una ligera sonrisa en los labios. El plato era enorme: garbanzos, tocino salado y fresco, morcilla, chorizo, costilla… ¡Una delicia para la vista! Al final conseguimos comérnoslo todo acompañado de un pan de pueblo exquisito. Tras el postre, nos invitaron a unos chupitos de hierbas, que no lo ponen en vaso de chupito sino en una especia de vasos de tubo pequeños pero que, evidentemente, les cabe mucho más que a un vaso de chupito. Pedimos la cuenta y de nuevo entre risas el camarero se la trajo al “patrón” porque “la señora” no pagaba. Con el estómago lleno a más no poder y cansados de la brega que llevábamos todo el día, nos encaminamos hacia el apartamento del que nos separaban cinco minutos con la intención de descansar un rato con una buena siesta reparadora. Yo aproveché para acercarme al súper LUPA, que no se encontraba muy lejos, para comprar algo para tomarnos luego unas cervezas y unas copas de vino con alguna que otra tapa en el balcón del apartamento. También compré fiambre y pan para cenar y una botella de leche para desayunar al día siguiente.

A las cinco y media de la tarde ya estábamos preparados y listos para echarnos a la calle a recorrer las calles y monumentos de Potes. Bajamos por las estrechas y silenciosas calles que conforman el barrio de La Solana, hasta llegar a la calle Cimavilla, con viejas casas de fachadas de piedra y multitud de macetas de geranios, calas, hortensias, rosales y buganvillas, entre otras, delante de las mismas. Desde allí continuamos callejeando y cruzamos un viejo puente peatonal a cuyos pies corre el río Quiviesa en su camino, una vez fundido con el Deva, hacia el Desfiladero de la Hermida. Desde aquí nos acercamos a la bellísima calle Virgen del Camino, de una estética primorosa, coronada por unos arcos libres de piedra que trasmiten recogimiento y tranquilidad emergiendo del ruido constante del discurrir del río. Este mágico encanto queda roto por momentos con el discurrir de algún que otro coche y los carteles y letreros de los bares y restaurantes de la zona que anuncian sus exquisiteces. Cruzamos desde aquí a la Plaza de la Serna donde se ubica la ESCULTURA HOMENAJE AL MÉDICO RURAL, representado a lomos de un caballo, animal con el que durante décadas recorrió la comarca de Liébana desafiando la adversa climatología y sorteando, con gran esfuerzo, la accidentada orografía de esta tierra para atender a sus habitantes. Dirigimos nuestros pasos hacia el centro del pueblo y en uno de los laterales de la iglesia vimos el MONUMENTO A LA ALQUITARA, una fuente construida en piedra y bronce. Representa el utensilio que se utiliza en las tierras lebaniegas para la destilación de su afamado orujo. A unos pasos nos encontramos con la IGLESIA DE SAN VICENTE, construida a finales del siglo XIX para sustituir a otra del mismo nombre datada en el siglo XIV que se encuentra en frente de esta. En su interior guarda dos retablos de cierta valía procedentes del desamortizado convento de San Raimundo. A otro lado de la plaza se encuentra la IGLESIA ANTIGUA DE SAN VICENTE. Esta iglesia fue vendida para sufragar los gastos de construcción de la nueva iglesia, pasando por diferentes avatares a lo largo del tiempo, llegando incluso a ser almacén de vinos o de materiales de construcción. En la actualidad alberga la Oficina de Turismo y una sala de exposiciones. En la pequeña plaza que se abre frente a las dos iglesias, vimos dos esculturas; una, la ESTATUA DE JESÚS DE MONASTERIO, afamado músico y compositor nacido en Potes en el siglo XIX; y otra, un MONUMENTO A ENRIQUE HERREROS, famoso ilustrador, cineasta y dibujante fallecido en este pueblo. A pocos pasos de esta plaza se erige majestuosa la TORRE DEL INFANTADO, uno de los símbolos más importante de la localidad y uno de los edificios más destacados de toda Cantabria. Esta torre, donde ahora se ubican parte de las dependencias del Ayuntamiento, funciona a la vez como sala de exposiciones, aunque en su día desempeñó el papel de cárcel. Se trata de una casa-torre construida en el siglo XIV. Se puede visitar la última planta de esta torre, desde la que se tienen unas vistas impresionantes. Casi enfrente de la torre se encuentra el mayor y más nuevo de los puentes que posee la villa, el llamado PUENTE DE PIEDRA o “Puente Nuevo”. Es el único por el que actualmente circula trafico rodado. A sus pies corre bravo el río Quiviesa que se acerca a su final desembocando unos metros más abajo en el río Deva. Cruzamos el puente hasta la plaza del Capitán Palacios donde se encuentra un aparatoso quiosco de música con dos pisos de altura, estando ocupado el bajo por un restaurante. Desde aquí continuamos camino a la altura del río que en esos momentos previos a su muerte en el Deva corría bravo y ruidoso. Desde aquí contemplamos la belleza insólita del PUENTE DE SAN CAYETANO y un poco más abajo la del PUENTE DE LA CÁRCEL, por estar ubicada en sus cercanías la vivienda del alguacil de la antigua cárcel. En este punto abandonamos el paseo por el río y subimos las escaleras habilitadas para ello hasta llegar al antiguo CONVENTO DE SAN RAIMUNDO, don se encuentra ubicado en la actualidad el Ayuntamiento. Presenta una coqueta portada presidida por una estatuilla de la Virgen y numerosos escudos nobiliarios. Salimos de nuevo a la carretera que atraviesa el pueblo, no sin antes acercarnos a la CASA NATAL DE JESÚS DE MONASTERIO, sita en la calle del mismo nombre. El tiempo había mejorado notablemente a lo largo de toda la tarde, levantándose los nubarrones que cubrían parte del cielo y las manchas de niebla que se fijaban a lo lejos a las montañas, dejando sitio a tonos más azulados y a una temperatura más agradable. Decidimos sentarnos en la terraza de una cafetería viendo la hora que era, casi las ocho de la tarde. El Café Bar RADICAL 4 14 nos bridó un lugar perfecto para descansar, tranquilo para tomarnos un café con leche relajante y bellísimo dadas las vistas que teníamos desde nuestra mesa: las iglesias de San Vicente, la nueva y la vieja, la torre del Infantado, el Puente Nuevo, el Puente de San Cayetano y la unión de los ríos Quiviesa y Deva. Estuvimos bastante rato sentados disfrutando del paisaje y del paisanaje. Terminadas las consumiciones llegamos de nuevo a la Plaza del Capitán Palacios y desde allí nos dirigimos hacia la TORRE DE OREJÓN DE LA LAMA, construida entre los siglos XV y XVI, de planta cuadrada con tres pisos y rematada por pináculos. En su interior se realizan en la actualidad diferentes exposiciones y otros actos culturales. Cuando nosotros pasamos por su fachada había una Exposición sobre la Brujería. Disfrutamos de este nuevo paseo por estas callejuelas con bellísimas imágenes de casas con balconadas rebosantes de flores sobre las bravías aguas del río Quiviesa. Llegamos al apartamento sobre las nueve y cuarto de la tarde-noche, nos dimos una buena ducha, nos pusimos ropa cómoda y nos salimos al balcón a tomar unas cervezas y unas tapas de salchichón y queso. Las vistas, como ya dijimos anteriormente, eran espectaculares: todo el valle donde se asienta Potes y los Picos de Europa, majestuosos, frente a nosotros se elevaban hasta un cielo cargado de nubes que amenazaban lluvia. Y ocurrió. Mientras estábamos sentados en ese maravilloso balcón comenzó a caer una lluvia fina que mojó sin compasión los campos y casas que rodeaban el entorno. Fue un auténtico placer estar sentado en ese espléndido mirador, con una copa de vino en la mano, viendo y oyendo caer la lluvia. Me vino a la cabeza aquella canción de Triana “Cae fina la lluvia por el camino”, melodía que tarareé en silencio ante aquel espectáculo regalado de la naturaleza. Poco después cenamos, vimos un rato la televisión y nos fuimos para la cama pues al día siguiente había que madrugar.

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