viernes, 8 de junio de 2018

SANTADER, UNA PERLA EN EL NORTE

Nos levantamos como cada día cuando los rayos del sol comenzaban a entrar por la ventana del dormitorio, aunque todo fue una ilusión vana. A los pocos minutos el cielo se volvía a cubrir de nubes que, aunque no amenazaban lluvia, sí afeaban, y bastante, el amanecer. La temperatura era fresca y pintaba alguna chaqueta o rebeca. Las calles de Santillana del Mar en ese momento estaban totalmente vacías y no se escucha un ruido, a no ser que fueran los cantos de los pájaros que comenzaban a revolotear el nuevo día. Nos sentamos en la mesa de la cocina a desayunar Preparamos unos cafés con leche y la caja de sobaos que habíamos comprado el día anterior. Añadimos también un poco de pan y fiambre que había en el frigorífico. Terminado el desayuno, preparamos las maletas, dimos una vuelta por el apartamento por si se nos había quedado algo olvidado, dejamos las llaves del piso en el taquillón de la entrada y nos fuimos directos al coche. Eran algo más de las nueve y media cuando salíamos de Santillana dispuestos a recorrer los escasos treinta kilómetros que nos separaban de SANTANDER, donde llegamos sobre las diez y cuarto de la mañana sin ningún tipo de problema conducidos perfectamente por el TomTom.


Dejamos el coche mal aparcado, aunque Concha se quedó vigilándolo. Yo me acerqué al hotel para comunicar que ya habíamos llegado y para pedirle información al recepcionista sobre lugares donde aparcar el coche. Me indicó un par de ellos vigilados, pero al aire libre. Fuimos primero a uno asfaltado y con sus viales señalizados situado en la calle Alta y allí estuvimos más de un cuarto de hora buscando algún hueco y esperando a ver si alguien se iba. No conseguimos aparcar. Continuamos por esta misma calle a otro gran descampado donde volvimos a internarlo otra vez. Un nuevo fracaso y otro cuarto de hora perdido. Regresamos de nuevo a la zona del hotel y, casualidades de la vida, nos encontramos un hueco donde meter el vehículo en la esquina de la calle Narciso Cuevas. Había un pequeño problema: era zona azul y había que pagar. Estuvimos haciendo números y vimos que podía interesarnos porque íbamos a estar en la ciudad un viernes y un sábado; el horario del viernes era de diez a dos y de cuatro a ocho horas. Solo tendríamos que pagar un par de horas por la mañana y cuatro por la tarde. El horario del sábado era de diez a dos de la tarde, es decir, otras cuatro horas. El domingo, día que nos íbamos de Santander, no se pagaba aparcamiento. Viendo las tarifas de pago, tener el coche aparcado esos dos días nos costaría algo menos de siete euros. Vimos que nos interesaba. Así que nos descargamos la aplicación TELPARK, que gestiona la zona azul en Santander, nos dimos de alta y pagamos el primer tique de dos horas, que nos daba de margen hasta la tarde. El único inconveniente era que no podías pagar más de dos horas seguidas. Esto lo solucionamos con las alarmas correspondientes en el móvil y vuelta a cargar el tique de aparcamiento. Respecto al hotel, conviene aclarar que todos los hoteles que habíamos visto en el centro y que merecieran la pena reservar se nos iban del presupuesto que nos habíamos fijado, así que finalmente nos decidimos por el HOTEL SAN FERNANDO que, aunque estaba un poco alejado del casco histórico, tenía una parada de autobús urbano prácticamente en la puerta, lo que nos facilitaba bastante todos los desplazamientos por la ciudad. Si a eso le añadimos que una de las líneas que tenía parada era la LÍNEA 1 que recorría la casi totalidad de las visitas que teníamos planificadas, aquel era nuestro hotel. Reservamos dos noches por las que pagamos ciento diez euros. El hotel era coqueto en su decoración y la habitación que nos asignaron, amplia y de tonos claros, la podíamos calificar de más que aceptable. Como dato curioso, podemos comentar que, en la recepción del hotel, echado sobre un pequeño sofá de uso exclusivo suyo, había un enorme perro, afable y lento de movimientos. Esto generó pequeños problemas de miedo, sobre todo las primeras veces que Concha tuvo que pasar delante de él. Salimos a la calle y esperamos en la acera de enfrente la llegada del autobús. Abonamos 2,60 euros por dos billetes y nos bajamos en la plaza del Ayuntamiento. Allí nos dirigimos a un quiosco sito en la calle Escalantes donde compramos una tarjeta recargable por el precio de un euro y la recargamos con un total de seis euros más, que era la recarga mínima. Con la tarjeta, cada viaje en autobús urbano que realizáramos nos costaría 0,66 euros, es decir, prácticamente la mitad. Desde aquí, nos dirigimos hacia el cercano MERCADO DE LA ESPERANZA, uno de los muchos que hay repartidos por toda la ciudad. Lo visitamos y nos sumergimos en la variada colección de colores, olores y sabores que nos mostraba a los visitantes. Vimos la hora, casi las doce de la mañana, y decidimos tomar algún tentempié que nos permitiera iniciar la ruta planificada. Entramos en el BAR LOS GIRASOLES, muy recomendado por clientes y turistas en las redes sociales. De su interior se escapaba una muy interesante música que mezclaba blues, jazz y rock, lo que nos decidió definitivamente a entrar, aunque en el exterior había una amplia terraza que declinamos dado que el día continuaba fresco y apetecía poco sentarse allí. Una vez dentro, nos sentamos en una de las varias mesas existentes. Las paredes estaban forradas de madera en un tono blanco roto y mostraban una decoración un tanto sui generis. Me acerqué a la barra y pedí dos cervezas y la carta de pinchos, que no había, sino que te tenías que acercar a la barra y ver los que disponían en ese momento. El pinto que más nos llamó la atención fue el de tortilla de patatas rellena, que tenían de varias clases: una vez que la tortilla está casi hecha, la abren por la capa de arriba y la rellenan de muchas cosas: sardinas, chorizo, pimientos, etc.; después le vuelven a poner la capa de arriba y terminan de hacer la tortilla.
Había otros muchos pinchos de lomo empanado, hamburguesas pequeñas, risotto de setas, tosta de queso de cabra con anchoa, etc. Pedimos varios pinchos y yo repetí la cerveza. Con el cuerpo más entonado iniciamos la visita a la ciudad. Lo primero que vimos fue la IGLESIA DE SAN FRANCISCO DE ASÍS, situada en la misma plaza del mercado. Se construyó a mediados del siglo pasado siguiendo los parámetros neo-herrerianos de austeridad con planta de tipo basilical y tres naves, con bóveda de cañón en la central y arista en las laterales rematándose con cúpula el crucero. Enfrente de su portada se encuentra el MONUMENTO A LA QUESERA, escultura de bronce que representa a una mujer vendiendo quesos colocados sobre una columna. En otra esquina de la plaza resulta curiosa la presencia de los CINES GROUCHO, al menos por el nombre, aunque después nos enteramos de que disponen de dos salas de proyección. Desde allí nos fuimos a visitar el MUSEO DE ARTE MODERNO Y CONTEMPORÁNEO DE SANTANDER, conocido por sus siglas MAS. Cuenta con más de cien años de vida y ofrece al visitante en la actualidad la sección de Bellas Artes. Expone más de un millar entre pinturas, esculturas, grabados y otros múltiples objetos desde el siglo XVI hasta la actualidad. Estaba cerrado porque se encontraba en proceso de restauración. Al lado del museo, la BIBLIOTECA Y CASA-MUSEO DE MENÉNDEZ PELAYO, insigne escritor, filólogo, crítico literario e historiador. En su interior pueden contemplarse el comedor y sala de estar en la planta baja y, en el piso superior, el despacho de Enrique, hermano de don Marcelino, y la habitación y cama en que murió este. A la ciudad de Santander legó su rica biblioteca particular de cuarenta y cinco mil volúmenes, una valiosa y preciosa biblioteca que podemos conocer hoy. Volvimos de nuevo sobre nuestros pasos y nos dirigimos al AYUNTAMIENTO, edificio de principios del siglo XX que a lo largo de este mismo siglo se ha ido renovando y ampliando. Continuamos yendo hasta la IGLESIA DE LA ANUNCIACIÓN, también llamada de la Compañía porque perteneció a los jesuitas. Construida a comienzos del XVII, se trata del mejor ejemplo de arquitectura renacentista de escasa implantación en la región. Continuamos hacia la Plaza de Velarde, también conocida como Plaza Porticada, donde en uno de sus laterales están las ESCULTURAS DE “EL AHORRO” Y “LA BENEFICENCIA”, realizadas en bronce, representan los cuerpos desnudos de un hombre (símbolo de "El Ahorro") y de una mujer (símbolo de "La Beneficencia), obras que, en el momento de su inauguración en 1969, suscitaron gran polémica en la ciudad por tratarse de desnudos tan naturalistas. En el extremo opuesto, en el lateral en que la plaza se abre al mar, está el MONUMENTO A PEDRO VELARDE, héroe del levantamiento del 2 de mayo de 1808 contra los ejércitos de Napoleón. Poco a poco nos íbamos acercando al mar. Llegamos al edificio de CORREOS, de estilo regionalista montañés de principios del siglo XX. Fue uno de los pocos edificios que se salvó del incendio de la ciudad de 1941. Ante este edificio se encuentra un BUSTO DE ALFONSO XIII, reproducción de una obra de Mariano Benlliure y representa el homenaje de la ciudad de Santander al rey Alfonso XIII, que veraneó en Santander durante bastantes años. Desde aquí, pudimos contemplar el MONUMENTO AL MACHICHACO, barco que en 1893 estaba atracado en el puerto. Entre las muchas mercancías que transportaba figuraban varios garrafones de ácido sulfúrico en cubierta y algo más de 51 toneladas de dinamita, de cuya existencia no se había dado parte, o bien fue omitido por las autoridades portuarias. Aproximadamente a la una y media de la tarde, se tuvo noticia de que se había producido un incendio a bordo, lo que atrajo a los muelles a muchos curiosos que querían contemplarlo, ajenos al contenido que el barco guardaba en su interior. Una hora después, las dos bodegas de proa estallaron generando una onda expansiva que causó 590 muertos y 525 heridos. Muy cerca de este último se encuentra el MONUMENTO A LA RECONSTRUCCIÓN DE SANTANDER, compuesto por siete figuras en bronce a tamaño natural, más un gran grupo alegórico de mármol sobre pedestal. Poco a poco el día se había ido abriendo y, aunque el cielo no terminaba de fijar un color azul en el horizonte, la temperatura había ido subiendo poco a poco y en estos momentos ya nos encontrábamos en mangas de camisa. Desde aquí, nos dirigimos al CENTRO DE ARTE BOTÍN, que se encontraba a escasos metros. El objetivo de este Centro, proyectado por el arquitecto Renzo Piano, es crear un espacio para el arte, la cultura y la actividad formativa y generar un nuevo lugar de encuentro en Santander que acerque el centro de la ciudad a la bahía. El edificio está organizado en dos volúmenes unidos por una estructura de espacios y pasarelas que se adentran en la bahía. El edificio Oeste es el dedicado al arte, con una sala de exposiciones de 2.500m2, y el Este a cultura y educación, conteniendo un auditorio para 300 personas, 4 salas de seminarios y espacios de trabajo.
En el techo del edificio Este se abre una terraza desde la que se puede disfrutar de unas vistas únicas de Santander y la bahía. La planta baja es totalmente transparente y en el exterior se sitúa una plaza pública cubierta. Los dos volúmenes se elevan sobre columnas para no quitar las vistas de la bahía y dejar pasar la luz. Enfrente de esta novedosa construcción se sitúan los clásicos JARDINES DE PEREDA, situados en el centro de la ciudad. Están ubicados en terrenos ganados al mar y se inauguraron a principios del siglo XX. En el centro de estos jardines se alza el MONUMENTO A JOSÉ MARÍA PEREDA, en el que sobre una peña de piedra caliza se encuentra una escultura sedente del escritor hecha en bronce, el mismo material de los cinco relieves que rodean la peña y que representan escenas de algunas de sus obras. De nuevo volvimos hacia la Bahía para encontrarnos con la GRÚA DE PIEDRA, una antigua grúa que prestó servicio en el puerto desde 1900 hasta finales del siglo XX. Se utilizaba en la carga y descarga de los barcos mercantes que atracaban junto a ella. En la actualidad forma parte del paseo marítimo de la ciudad y se ha convertido en uno de los símbolos más representativos de la capital cántabra. Durante la construcción del Centro Botín se generó una gran polémica en la ciudad, porque el proyecto inicial implicaba trasladar la grúa de su lugar original.​ Finalmente y tras la presión ciudadana, el Centro Botín fue trasladado unos metros al oeste y la grúa se conservó en su lugar original. Y junto a la Grúa de Piedra, se encuentra el PALACETE DEL EMBARCADERO, antigua aduana de la ciudad y que hoy se utiliza como sala de exposiciones. Continuamos el paseo hasta llegar a la SEDE DEL BANCO SANTANDER, cuyo aspecto actual se forja a partir de 1960, año en que se lleva a cabo una reforma integral del primer inmueble y de la construcción de una réplica exacta, unida a la anterior por un arco. Aunque parezcan idénticos, hay un cuerpo menos de columnas en el ala izquierda del edificio (la más moderna) que en el ala original. Frente a este bello edificio, se alzan dos elementos que atraen la atención del turista. Uno, el MONUMENTO A CONCHA ESPINA, diseñado como una pequeña biblioteca al aire libre, con bancos corridos, estanterías y grabados en letras doradas, de los nombres de algunos de los escritores más relevantes de la Montaña. En el centro se sitúa la estatua sedente de la escritora, que llegó a ser candidata al Premio Nobel. Y dos, la mal llamada FUENTE DE LOS MEONES, donada a la ciudad a finales del siglo XIX. El nombre es fácilmente entendible viendo las figuras de los cuatro niños que están en la fuente. Pasamos por debajo del arco de la Sede del Banco Santander y nos dirigimos a la calle Bailén donde se encuentra el MUSEO DE PREHISTORIA Y ARQUEOLOGÍA DE CANTABRIA, conocido por las iniciales de su nombre, MUPAC, y situado en el Mercado del Este, donde la exposición permanente se abrió en 2013 y ocupa un moderno espacio expositivo. A escasos metros de este Museo, nos dimos de bruces con la mole del edificio donde se encuentra situado el GOBIERNO DE CANTABRIA. Es una construcción moderna donde prevalencia la presencia del cristal. También nos gustaría comentar que no nos encontramos con su presidente, Miguel Ángel Revilla. Frente a este edificio entramos en el MERCADO DEL ESTE, compuesto por una serie de establecimientos y bares distribuidos en una serie de calles. El Museo de Prehistoria está ubicado en un ala de este mismo mercado. Eran ya casi las dos y media de la tarde y el cuerpo nos iba pidiendo un descanso y algo de picar y beber. Probamos suerte en los distintos establecimientos que había dentro del Mercado, pero ninguno ofrecía algún tipo de silla cómoda en la que sentarse, solo taburetes sin respaldo. Decidimos salir del recinto y enfrente nos encontramos con otro bar que tenía buena presencia, unas sillas hechas para facilitar el descanso y una variedad de pinchos que nos agradaban por lo que decidimos quedarnos allí. Se llamaba GALLOFA Y CO. Después nos enteramos de que era una franquicia. Pasamos al interior y nos sentamos en una de las mesas del fondo. Pedimos dos cervezas y varios pinchos para compartir, un trozo de empanada de pulpo, una tosta de gulas, un bocadillo de tortilla de patatas, unos pinchitos de cerdo. Yo repetí una segunda cerveza y un vino tinto. Quedamos satisfechos tanto en lo anímico como en lo económico pues la cuenta no superó los veinte euros. Desde allí volvimos de nuevo a la Plaza del Ayuntamiento para subir a un autobús de la Línea 1 que nos llevaría de regreso al hotel. Cuando entrábamos en la habitación eran algo más de las tres y media de la tarde. Nos refrescamos un poco, nos pusimos ropa cómoda y nos echamos en la cama a dormir un rato.

A las seis volvíamos de nuevo a la calle, nos dirigimos a la parada de autobús y esperamos a que llegara. Volvimos a bajar en la Plaza del Ayuntamiento y nos encaminamos a la catedral. Aclararemos antes que esta visita la hicimos en dos veces. Esa tarde entramos a lo que podríamos llamar propiamente catedral, cuya entrada cuesta un euro por persona y tiene un bonito claustro. La tarde siguiente visitaríamos la Iglesia del Santísimo Cristo que está justo por debajo de la catedral y cuya visita, si no hay oficios religiosos, es gratuita. Así pues, subimos las escaleras de acceso a la CATEDRAL, abonamos los dos euros que costaban las entradas y nos introdujimos en su interior. Se comenzó a construir en el siglo XIII. La puerta principal se abre al claustro y no a la calle como normalmente sucede. El templo es ampliado en los siglos siguientes incorporándose nuevas capillas. En la nave norte se encuentra el sepulcro de Marcelino Menéndez Pelayo, obra de Victorio Macho. Sufrió graves destrozos con el incendio que arrasó Santander en 1941 por lo que casi hubo que rehacerla de nuevo, momento que se aprovechó para ampliar su capacidad. Por lo que respecta al interior, el incendio quemó y arrasó la totalidad de los retablos, esculturas y motivos decorativos que había; los que hoy podemos observar son de nueva factura o proceden de otras iglesias. Varias columnas del claustro atrajeron nuestra atención pues estaban muy, pero que muy desgastadas, casi en peligro de caerse. Imaginamos que los técnicos correspondientes las tendrán controladas para evitar su pérdida. Desde aquí nos fuimos en dirección a la calle San José para visitar la IGLESIA DEL SAGRADO CORAZÓN, inaugurada a finales del siglo XIX en estilo neogótico. Presenta una planta de cruz latina, con tres naves, crucero y ábside poligonal. En las escalinatas de acceso se encuentra el monumento al Sagrado Corazón. Tras la visita continuamos por la calle Daoiz y Velarde hasta llegar a la IGLESIA DE SANTA LUCÍA, construida a mitad del siglo XIX. El templo fue concebido con una sola nave, bastante ancha, con capillas laterales abiertas a la nave, crucero de brazos poco desarrollados y ábside semicircular. En el interior destaca la cabecera, el altar mayor realizado en mármol de Carrara, el cuadro de Santa Lucía y la talla de la Virgen de las Victorias. En un lateral de exterior de la iglesia se puede contemplar la ESTATUA DEL CARDENAL HERRERA ORIA, nacido en Santander. Desde aquí, vuelta para atrás. Compramos en un súper LUPA un poco de pan, cervezas frescas y fiambre y con todo ellos nos fuimos al hotel. Nos acostamos pronto porque el día había sido agotador, aunque no menos que lo que teníamos previsto para el día siguiente.

Otro día más amanece y, después de mirar tras los cristales de la habitación, parece que el cielo está más despejado que en días anteriores pues, aunque hay algunas nubes que rompen el magnífico azul que luce, el sol se ve poderoso y la temperatura predice que hoy vamos a tener una maravillosa mañana de luz y calor. Hoy vamos a visitar la zona de la Magdalena y el resto de la Bahía que no vimos ayer. A eso de las nueve y cuarto entramos en el CAFÉ LA VIÑA, local que hace esquina con las calles San Fernando y Narciso Cuevas en busca de un desayuno que nos despeje del sueño que llevamos adherido todavía. Nos sentamos en una mesa cerca de una cristalera por la que veíamos el ir y venir de la gente. El aparcamiento del coche lo teníamos controlado con la aplicación Telpark y cada dos horas ibas cargando los 1,45 euros correspondientes, Hoy, por el hecho de ser sábado, solo tendríamos que pagar entre diez y dos de la tarde. Pedimos sendos cafés con leche y dos tostadas de aceite y tomate. Nuevamente nos trajeron el pan de molde. Añadimos al pedido un zumo natural de naranja. Finalizado el desayuno, cruzamos la calle y nos fuimos directos a la parada del autobús. Hoy nos bajaríamos en una parada diferente ya que el cometido principal que teníamos previsto en la mañana era recorrer la PENÍNSULA DE LA MAGDALENA y volver caminando hasta la altura del Centro Botín aproximadamente. Subimos al autobús y pasamos nuestra tarjeta recargable por el lector y nos sentamos a la espera de llegar a la Playa del Camello donde íbamos a bajarnos. Así lo hicimos. Al momento nos encontramos con la escultura de HOMENAJE A JOSÉ DEL RÍO, poeta santanderino enamorado del mar. Unos metros más adelante se encuentra la escultura HOMENAJE A ENRIQUE GRAN, pintor abstracto santanderino de los años cincuenta del siglo pasado. Este magnífico paseo por el que caminábamos tenía como telón de fondo la bellísima PLAYA DEL CAMELLO, llamada así por la presencia de una roca en el agua que recuerda la figura de este animal. Después de este paseo inicial, nos adentramos en la península de la Magdalena, que íbamos a recorrer tranquilamente visitando sus numerosas esculturas y su espectacular palacio sito en lo alto de la colina. La primera escultura que nos encontramos fue el MONUMENTO A LAS VÍCTIMAS DEL TERRORISMO, obra de Agustín Ibarrola, impulsada por la Plataforma para la Unidad y la Libertad, en homenaje de los ciudadanos de Cantabria a las víctimas del terrorismo. Pasamos junto al MONUMENTO A FÉLIX RODRÍGUEZ DE LA FUENTE, escultura en bronce de Félix, que apoya una pierna sobre un pedestal y se muestra con unos prismáticos colgados en el cuello y un lobo al que acaricia, a sus pies. Un poco más adelante nos encontramos con la ESCULTURA “SUBMARINO BLANDO”, inaugurada en 1988 y situada frente a la isla de Moros. Y así llegamos al PALACIO DE LA MAGDALENA, situado en lo más alto de la península del mismo nombre, fue encargado construir en 1909, como regalo de bodas de la ciudad de Santander a los Reyes Alfonso XIII y Victoria Eugenia, que ya habían demostrado su cariño por la ciudad pasando temporadas estivales anteriores. En 1912 les fueron entregadas las llaves y en el verano de 1913 iniciaron sus veraneos en Santander, que durarían hasta 1930, lo que supondría para la ciudad una radical transformación en lo social, económico, urbanístico, etc. Es una obra de estilo ecléctico, que combina influencias inglesas, patentes en la disposición de las masas exteriores, abundancia de las chimeneas, forma de los ventanales, etc., con aportes de estilo francés, como la escalinata de doble tramo de la escalera principal, la asimetría de los cuerpos del edificio, etc., además de trazas tomadas de la arquitectura barroca montañesa. Consta de dos entradas, una al norte para carruajes, con pórtico y otra al sur, que es la principal, con dos torreones de planta octogonal y una escalinata de doble tramo. El edificio es de piedra de mampostería y tiene cubiertas de pizarra. Actualmente, es la sede de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo. Las vistas desde cualquiera de los miradores que rodean el palacio son espectaculares y bellísimas. Iniciamos el camino de vuelta, encontrándonos en primer lugar la ESCULTURA “EL COLOSO”, escultura en granito del pontevedrés Leiro Lois. Continuamos la bajada y nos encontramos con varios árboles que se habían secado en el pasado pero que, sobre las cepas de sus troncos yertos, habían esculpido pequeñas esculturas -una silla, una seta, un busto, una foca…-, que disimulaban la sordidez de la pérdida de un árbol. Seguimos hasta llegar al MUELLE DE LAS CARABELAS, cuyo nombre oficial es el de MUSEO DEL HOMBRE Y LA MAR. Aquí podemos encontrar una réplica de las carabelas con las que Colón inició el viaje del descubrimiento de América, además de otra balsa hecha a base de troncos que consiguió atravesar el océano Pacífico. Estas embarcaciones fueron donadas a la ciudad por un marinero cántabro que trató de emular los viajes de la antigüedad. Presidiendo la presencia de estos barcos destaca la ESCULTURA DE UNA SIRENA soplando una concha marina y mirando al mar. Avanzamos unos metros más en el descenso de la península y llegamos al PARQUE MARINO DE LA MAGDALENA, que cuenta con la presencia de leones marinos, focas y pingüinos distribuidos en varias piscinas, que hacían las delicias de los más pequeños. Ya de vuelta, por la Avenida Reina Victoria, nos sorprendió gratamente la presencia de la ESCULTURA DE JORGE SEPÚLVEDA, que con la vista fijada en la profundidad de la Playa de la Magdalena y con su micrófono en mano, seguía entonando los acordes de una de sus canciones favoritas: “Mirando al mar”. El Ayuntamiento ha tenido la delicadeza de colocar este busto en una pequeña placita dotada de su banco correspondiente que permite al nostálgico rememorar esta canción en unas condiciones perfectas. Pasamos un poco más tarde frente al enorme PALACIO DE FESTIVALES, emblemático teatro situado frente a la Bahía, con una amplia programación de actividades culturales a lo largo del año. Dejamos atrás el muelle deportivo y llegamos hasta el MONUMENTO A JOSÉ HIERRO, erigido en honor al poeta madrileño, santanderino de vocación. La obra consiste en una serie de láminas recortadas de acero que dibujan el busto del poeta formando un cubo de dos metros. Incluye una de sus composiciones dedicadas a la bahía de Santander: “Si muero, que me pongan desnudo, desnudo junto al mar./ Serán las aguas grises mi escudo y no habrá que luchar”. A pocos metros de allí, otro monumento que define la personalidad de la ciudad. Son los llamados RAQUEROS, un grupo de esculturas que están en recuerdo a unos “personajes típicos de la ciudad: eran niños marginales, huérfanos o de extracción humilde que frecuentaban los muelles  de Santander  durante el siglo XIX y principios del XX sobreviviendo de pequeños hurtos y de las monedas que los pasajeros y tripulantes de los barcos arrojaban al mar para que las sacasen buceando. Rememorar la situación de estos pequeños pone los pelos de punta. Un poco más adelante vislumbramos de nuevo la imponente masa de la Sede del Banco Santander. Unos metros antes nos fijamos en la llamada CASA DE PIEDRA, de mediados del siglo XIX. Es la única del ensanche construida enteramente en piedra, lo que da origen a su nombre. Llegados a este punto dimos por concluidas las visitas programadas para esa mañana y nos encaminamos a buscar un bar donde beber algunas cervezas y picotear algo que nos permitiera regresar al hotel para descansar unas horas. Volvimos a pasar por el Mercado del Este y nos encaminamos hacia un local en la calle Arrabal del que habíamos leído buenas críticas. El bar en sí se llamada LA ESQUINA DEL ARRABAL y, al igual que otros en los que ya habíamos estado, era un local no demasiado grande, con varias mesas en su interior. Los dos camareros se veían diligentes y sobre la barra había una gran variedad de pinchos dispuestos a ser servidos a la más mínima señal del cliente. Pinchos de morcilla de Burgos con cebolla caramelizada y pimientos de piquillo, tosta de gulas sobre cama de setas con tomates cherry, tosta sobre base de verduras con bacalao empanado y pimiento rojo, gildas, tortillas de patatas de varias clases, tamaños y grosores, latas de anchoas, etc. Pedimos un par de pintas y nos acercamos a la barra a señalarle al camarero los pinchos que queríamos que al instante estaban ya sobre la mesa. Yo repetí alguna cerveza más, aunque la comunicación con el camarero se iba complicando por momentos pues el local se iba llenando de más y mas gente. Por seis tapas y tres cervezas pagamos veintidós euros. De nuevo en la calle, nos dirigimos al Paseo de Pereda para coger allí el autobús que nos llevaría al hotel para descansar un rato. Eran las tres de la tarde cuando entrábamos en la habitación.

Última tarde que nos quedaba para concluir la visita a esta hermosa ciudad. El cielo, que por la mañana había estado de un azul maravilloso, se fue tornando más y más nublado, aunque sin amenaza de lluvia, y la temperatura fue cayendo poco a poco hasta el punto de tener que coger un anorak para el paseo de la tarde. Eran poco más de las seis de la tarde y volvimos a subir en el autobús y volvimos a bajar en la plaza del Ayuntamiento y a dirigimos otra vez en dirección a la Catedral. Nos proponíamos visitar la IGLESIA DEL SANTÍSIMO CRISTO, comenzada a finales del siglo XII, en estilo románico que posteriormente tornó a gótico. Está formada por tres naves muy bajas de cuatro tramos, separadas por pilares cruciformes con columnas adosadas y cubiertas a base de bóvedas ojivales. La mayoría de los capiteles y claves tienen decoración vegetal y algunos llevan iconografía simbólica. El pórtico norte, también del siglo XIII, presenta bóvedas de crucería y a él se abren las dos puertas, una de ellas, “Puerta del Perdón”. En su subsuelo han aparecido abundantes restos del primitivo asentamiento romano, instalaciones termales y de fortificación, de lo que actualmente se pueden contemplar parte, a través de un suelo acristalado. En esta iglesia se pueden visitar las cabezas de los Santos Mártires, San Emeterio y San Celedonio que se conservan en relicarios de plata que se sacan en procesión los días grandes de fiesta. Como ya dijimos anteriormente, la entrada es gratuita siempre y cuando no se celebren oficios religiosos en ese momento. Finalizada la visita, nos dirigimos sin rumbo fijo hasta llegar a la calle Burgos donde entramos en la CHOCOLATERÍA VALOR, situada casi en la Plaza de Juan Carlos I. Allí pedimos un café con leche, una manzanilla y una ración de churros, que nos supieron a gloria. Volvimos a la calle y paseamos sin rumbo por las calles haciendo hora para irnos al hotel, recoger las maletas y dejarlo todo preparado para el día siguiente continuar viaje a Santoña y Laredo.  

No hay comentarios:

Publicar un comentario