Salimos de Albarracín comidos y descansados
pasadas las cuatro de la tarde, dispuestos a llegar a una hora temprana a
Teruel para tener tiempo de dar una primera vuelta por el casco histórico antes
de que se hiciera de noche. Casi cuarenta kilómetros nos separaban de nuestro
destino. El tráfico durante la primera mitad fue lento, a pesar de no haber
muchos vehículos circulando en ese momento por la carretera, debido a lo
sinuoso del terreno que posibilitaba la existencia de una línea continua
perenne y permanente en el firme. Sin embargo, a medida que nos aproximábamos a
la ciudad, la carretera fue abandonando ese perfil para convertirse en una
larga recta que permitió acelerar la marcha. Y ese fue nuestro error: una
patrulla de la Guardia Civil, bien pertrechada tras una casa en ruinas, se
aseguró que nuestra llegada a Teruel tuviera un regusto amargo tras la
correspondiente multa de tráfico.
Así y todo, poco antes de las cinco de la
tarde aparcamos el coche frente a la torre de San Martín, bajo una intensa
lluvia que en ese momento azotaba la ciudad, y nos pusimos en contacto
telefónico con la propietaria del apartamento que habíamos alquilado para pasar
tres noches en la calle Amantes, 1, prácticamente haciendo esquina con la Plaza
del Torico, a setenta euros la noche. El apartamento era pequeño, pero más que
suficiente para nosotros dos: una amplia y cómoda cama, sofá, mesa de comedor, televisión,
cocina completa de utensilios por si queríamos cocinar y baño. Y lo más
importante: cochera. Curiosamente, por primera vez nuestro coche se montó en un
ascensor para poder llegar a nuestra plaza de aparcamiento. Mediante una llave
abrías el portón de la cochera en plena calle, metías el coche en el ascensor y
pulsabas el botón hasta la primera planta donde estaba nuestra plaza; para
salir había que repetir el mismo proceso. Así que, una vez descargadas las
maletas y subidas a la habitación, decidimos, tras descansar un rato, echarnos
de nuevo a la calle para dar nuestros primeros pasos por Teruel, cuando el
reloj marcaba algo más de las seis y media de la tarde. Salimos a la Plaza del
Torico, oficialmente llamada Plaza de Carlos Castell, y sin rumbo fijo tomamos
la calle Joaquín Costa y fuimos viendo tiendas, escaparates, cafeterías, bares,
todo muy animado a esa hora de la tarde. Salimos del recinto amurallado que se
conserva en esa zona a la Ronda Dámaso Torán, sorprendentemente muy atascada de
tráfico en ese momento, y bajamos en dirección a la Torre de la Bombardera,
frente a la cual vimos un Supermercado Lidl, y llegamos hasta los bajos del
Acueducto de los Arcos, grandiosa obra de ingeniería del siglo XVI y desde ahí,
nos metimos por un pequeño portillo de nuevo dentro del recinto de la antigua
ciudad murada. Esta zona estaba menos transitada de personas y más deteriorada
arquitectónicamente. Pasamos frente a la fachada del Cine Maravillas,
cosa rara en estos tiempos que corren, aún funcionando –esa noche proyectaban
“Quien a hierro mata” –, y volvimos de nuevo a
la Plaza del Torico para continuar camino por la calle Ramón y Cajal, donde
pudimos contemplar por primera vez, en uno de los callejones que desembocan en
esta, la majestuosa torre de San Pedro que veríamos con más detenimiento en los
próximos días. Y así llegamos hasta la Plaza de San Juan, de dimensiones
bastante aceptables y donde se ubican varios edificios oficiales -Diputación
Provincial, la Subdelegación del Gobierno, la Delegación de Hacienda, entre
otros- junto a otros de proyección social, como el Teatro Marín y el Casino de
Teruel, ambos enmarcados en el mismo edificio. Desde allí, desandamos lo andado
y nos dirigimos nuevamente a la calle Joaquín Acosta y en una tienda que
habíamos visto en nuestro primer paseo vespertino llamada “Martín, Martín: Un
Mundo de Aperitivos” compramos una barra de pan, algo de fiambre, unos
refrescos y unas cervezas para cenar esa noche tranquilamente en casa ya que
estábamos un poco cansados. Además, necesitábamos descansar un poco más porque el
día siguiente era lunes y la mayor parte de los monumentos a visitar en Teruel
estarían cerrados, y por ello habíamos decidido aprovechar ese lunes para
visitar los pueblos de la serranía turolense que teníamos planificados: Mora de
Rubielos, Rubielos de Mora, Puertomingalvo, Cantavieja y Mirambel. Y así lo
hicimos.
Volvimos nuevamente a Teruel, tras nuestra
excursión por las comarcas del Maestrago y Javalambre cerca de las ocho de la
tarde. Cansados, pero con nuestras retinas repletas de instantáneas maravillosas,
de pueblos “olvidados en el tiempo” con una labor de conservación del
patrimonio realmente encomiable. Esa noche no salimos y nos quedamos en el
apartamento con la intención de descansar y estar frescos al día siguiente que
es cuando teníamos previsto visitar los distintos monumentos de la ciudad.
Dormimos como dos angelitos. Nos despertamos poco antes de las ocho de la
mañana y preparamos un contundente desayuno en el apartamento. Café con leche,
tostadas y algo de fiambre nos sirvieron para coger las fuerzas suficientes
para echarnos a la calle poco antes de las diez de la mañana. Y, como hemos
dicho anteriormente, aunque ya llevábamos dos tardes y dos noches en la ciudad,
vamos a iniciar nuestro relato como si acabáramos de llegar e iniciáramos
nuestro recorrido por la archiconocida Plaza del Torico y los edificios
modernistas que la circundan. Así que recorrimos los escasos diez metros que
separaban nuestro apartamento de la plaza y nos situamos junto a la columna que
sostiene al animal. Habíamos leído y pudimos comprobar que el casco histórico
de la ciudad es pequeño y muy recogido, ya que se encuentra situado en un
altiplano a cuyos pies se encuentran situados los nuevos barrios.
La PLAZA
DEL TORICO, oficialmente denominada Plaza de Carlos Castell, alberga la famosa
figura de El Torico, que reposa sobre una gran columna en mitad de una fuente
que se llena por el agua que brota desde cuatro cabezas de toro en su pedestal.
Llama poderosamente la atención la gran diferencia de tamaño entre la fuente y estatua.
Habíamos leído que durante las fiestas de la Vaquilla del Ángel, la plaza y la
fuente se llenan de gente quedando sólo visible la columna con el Torico
arriba. Uno de los momentos más esperados de esta fiesta es cuando un par de
personas trepan hasta la figura y le colocan un pañuelo de color rojo. La plaza
también se visita bajo tierra: se puede entrar en los aljibes
medievales que abastecieron de agua la ciudad. En la plaza, hay varios
edificios de estilo modernista, algo que puede resultar sorprendente porque no
se suele relacionar la ciudad de Teruel con este arte. Pero la explicación
radica en que Pablo Monguió,
discípulo aventajado de Gaudí, estuvo trabajando en Teruel debido a que la
burguesía textil catalana asentó algunos de sus negocios en Teruel. Destaca la CASA DE TEJIDOS “EL TORICO”, construcción de 1912, de corte modernista,
obra del arquitecto Pablo Monguió.
Su tono azulado y las elaboradas forjas de los balcones firmadas por Matías Abad
destacan sobre el resto del caserío de la plaza. El edificio es una muestra del
ingenio del autor, demostrado en cada una de sus diferentes plantas y en la
coronación que hace del conjunto situándole un torreón en la esquina. Otra casa
de este mismo estilo, situada también en la plaza, es la llamada CASA “LA MADRILEÑA”, también de 1912m obra del mismo arquitecto
y que toma su nombre del
comercio que inicialmente había en su planta baja. Es un claro ejemplo de la
posibilidad de adaptar la edificación a una pequeña parcela (4,5 metros de
ancho y 30 metros de fondo) sin perder por ello la armonía de lo edificado. La
forja es de Matías Abad y podemos destacar en ella las formas curvas y la
decoración de temas florales. Respecto de la FUENTE DEL TORICO, esta es del año 1858 y en lo alto de su
columna de piedra tenemos una estrella y un pequeño toro en bronce, símbolos de
la ciudad. Según la leyenda, tras la conquista en 1171 de la fortaleza
musulmana que había en Teruel por los caballeros cristianos del rey Alfonso II,
encontraron un toro bravo al que seguía una estrella muy brillante. Sancho
Sánchez Muñoz, uno de los caballeros, había tenido un sueño en el que se le
aparecía dicha imagen, por lo que lo tomó como una señal que le marcaba el lugar
para fundar una nueva villa: Teruel. La leyenda continúa en el siglo XVII al buscar
la explicación del nombre de la ciudad en la unión de "TOR" por toro
y "UEL" por la estrella Actuel.
Desde aquí nos dirigimos a la calle Hartzembusch para girar a los pocos metros
por la calle Matías Abad pues nuestra intención era visitar la iglesia de San
Pedro, que tiene su entrada conjunta con la del Mausoleo de los Amantes.
Enfrente de esta entrada se encuentra una ESCULTURA
LOS AMANTES DE TERUEL, situada en
la zona superior de la plaza Amantes, obra del escultor turolense Manuel Escriche. La escultura
representa, en bronce, a los dos amantes abrazados, dándose apoyo mutuo.
Mide alrededor de 1,70 metros de altura y pesa 300 Kg. Tras las
correspondientes fotos a la escultura y a la torre mudejár de San Pedro,
entramos al recinto, previo pago de nuestra correspondiente entrada. El precio
que pagamos por los dos fue de 15 euros: entrada reducida con acceso al
mausoleo de los Amantes y al conjunto mudéjar de la iglesia, no así a la torre
ni al ándito ya que no teníamos ni ganas ni piernas para subir y bajar
escaleras. Tras una rápida ojeada de un audiovisual informativo que se proyecta
en una pequeña sala, nos dimos de bruces con el MAUSOLEO DE LOS AMANTES,
que es un homenaje a una de las historias de amor más conocidas de
España y de Europa. A diferencia de la historia de Romeo y Julieta, hay
evidencias de la existencia de los protagonistas de los Amantes de Teruel,
Isabel de Segura y Diego Marcilla. En el interior del edificio, encontramos los
restos de ambos, bajo los sepulcros de alabastro, obra del escultor Juan de Ávalos. No vamos a contar en
este blog esta romántica historia de amor, novelada por Juan Eugenio
Hartzenbusch, y que es fácilmente accesible a través de internet. Y desde allí
accedimos al interior de la IGLESIA DE
SAN PEDRO, ante cuya primera visión
no pudimos remediar un largo ¡oooohhhh! que nos erizó la piel. El templo
fue construido durante el siglo XIV con planta de una sola nave, ábside
poligonal y capillas laterales que rodean la Iglesia. La nave de San
Pedro es espectacular, rebosante de color y data del siglo XIV. El retablo
mayor, de madera sin policromar, narra escenas de la vida y muerte de San Pedro
y su autor es Gabriel Joly, uno de los artesanos, de origen francés, más
influentes en la escultura española del siglo XVI. El guía que nos enseñó la
iglesia nos contó una curiosa anécdota acerca de este retablo según la cual,
Joly prefirió dejar sin policromar el retablo -ya hemos dicho es majestuoso,
con unas figuras portentosas en permanente movimiento- a compartir el pago con
el artista policromador que al final siempre cobraba más que el escultor. Joly
también esculpió los retablos mayores, además del de San Pedro, el de la
catedral de Teruel y el de la catedral de Albarracín, todos ellos sin
policromar. De este mismo autor, Gabriel Joly, es también el retablo de una de
las capillas de la iglesia de San Pedro dedicada a los médicos San Cosme y San
Damián, este sí policromado y recientemente restaurado. En esta capilla fueron
encontradas en 1555 las momias de los Amantes, por lo que es conocida
popularmente como Capilla de los Amantes. Continuando con la nave de la
iglesia, la decoración pictórica de los muros interiores es de 1896, obra de Salvador
Gisbert. El ábside es del siglo XIV y tiene forma poligonal de siete lados,
cada uno de ellos ocupado por una capilla. Declarado junto a la torre de San
Pedro, patrimonio de la UNESCO en 1986, está decorado con arcos entrecruzados,
de ladrillo resaltado y cerámica vidriada de color verde y blanca, de
influencia almohade. Continuamos la visita accediendo a un pequeño claustro, un
patio de planta cuadrada realizado en ladrillo -es uno de los cuatro claustros
mudéjares que aún se conservan en Aragón- cuyos ventanales se encontraban
tapados por láminas finas de alabastro que permitían el paso de la luz. Ya en el recoleto patio al que se llega tras
pasar por el claustro, pudimos observar la cubierta de la nave sobre la que
aparecen siete torreoncillos de forma octogonal que le dan un aspecto especial
al ábside. En este mismo patio hay un pequeño bar, de nombre El Jardín,
con una coqueta terraza de mesas y sillas que, según comentó el guía, se abría
por la noche. Desde aquí, el grupo de visitantes continuó su visita hacia la
torre y el ándito, mientras que nosotros volvimos sobre nuestros pasos para
entrar de nuevo en la nave de la iglesia, poder contemplarla otra vez, ahora
solo nosotros, y fotografiarla desde todos los ángulos que quisimos. Desde allí
pasamos nuevamente a la zona del museo donde se encuentra el Mausoleo de los
Amantes, ante el cual procedimos a nuestra correspondiente sesión de fotos, con
la amable participación de una de las vigilantes de la sala. Además del
mausoleo, también llamaron nuestra atención, por un lado, un cuadro de gran
formato y de fuertes tonos añiles, situado justo a la entrada de la sala,
llamado “El amor nuevo” de Jorge Gay; y, por otro, una gran pieza
de cerámica de imitación mudéjar. Ya en la calle, volvimos de nuevo a elevar
nuestras miradas hacia la preciosa torre de San Pedro, que es anterior a la
Iglesia. Construida en el siglo XIII con una altura de 25 metros, es la torre
mudéjar más antigua de Teruel y hacía las veces de puerta, puesto de vigilancia
y campanario. Su decoración exterior se basa en ladrillo y cerámica vidriada,
mientras que en su planta baja hay un paso abovedado que permite a los
viandantes circular bajo ella. Tiene tres estancias superpuestas y su
decoración exterior es sobria y elegante. Se puede subir hasta su torre
campanario, de 74 escalones. Como ya dijimos anteriormente, nosotros no
subimos.
Desde aquí, a través de la Plaza de la
Judería, nos dirigimos hacia el TORREÓN
DE AMBELES, uno de los elementos más singulares de lo que fue el recinto
amurallado de la ciudad, ya que tiene planta estrellada. Y a pocos metros de
este, en dirección al Acueducto de los Arcos, destaca imponente la TORRE DE LA LOMBARDERA, que toma su
nombre de las "Lombardas",
denominación de las piezas de artillería con las que estaba armado. Es de
planta rectangular terminado en semioctógono por su parte exterior. Justo
enfrente de estos dos torreones de la muralla destaca el edificio modernista
con influencias neomudéjares del ARCHIVO
HISTÓRICO PROVINCIAL, también
conocido como Escuelas del
Arrabal, obra de Pablo Monguió.
Se construyó como colegio en 1912 y, tras su rehabilitación, es desde 1987 la
sede del Archivo Histórico Provincial. Un poco más abajo destaca la figura
estilizada del ACUEDUCTO DE LOS ARCOS,
iniciado en 1537; es la parte más emblemática de la traída de aguas de la
ciudad, obra de Pierres Vedel. Probablemente sea el principal acueducto
español de esta época y una de las obras de ingeniería más destacadas
del renacimiento español, ya que este acueducto no solo servía para el
abastecimiento de agua de la ciudad, sino también como viaducto para el
tránsito peatonal en su parte baja. Desde aquí, volvimos de nuevo al interior
de la antigua ciudad murada a través de un pequeño portillo abierto en la
muralla y tras avanzar por la calle Alcañiz, pasamos por delante de la IGLESIA DE SAN MIGUEL, cerrada en ese momento y con escasos
elementos decorativos en su fachada. Continuamos callejeando unos pocos metros
más hasta llegar a la Plaza de Fray Anselmo Polaco donde se encuentra la CASA DE LA COMUNIDAD, que en la actualidad funciona como MUSEO PROVINCIAL. La Casa es
un palacio renacentista construido en piedra
en 1542. La Comunidad era un organismo que agrupaba las instituciones políticas
y jurídicas de Teruel y sus aldeas. Con el paso de los siglos fue perdiendo
poder pasando a albergar la sede de la Diputación o a realizar funciones de
instituto, hasta convertirse en Museo Provincial a mediados de los ochenta, que
en la actualidad dos secciones, una de Etnografía y otra de Arqueología. Desde
allí nos encaminamos a la CATEDRAL DE
SANTA MARÍA, que desgraciadamente
estaba cerrada por obras de restauración. Otra vez será y así guardamos algo
para una posible futura visita a la ciudad. Desde 1587 esta primitiva iglesia
románica se convierte en Catedral. Su planta rectangular cuenta con tres
naves y con una girola recta. La puerta principal la tenemos en la misma
Plaza de la Catedral, portada que fue añadida en el año 1909 y es obra del
modernista Pablo Monguió. De su
exterior, lo más singular y destacable es, sin duda, su torre románico-mudéjar, fechada en 1257 y realizada en ladrillo con
cerámica policromada. La torre, junto a la techumbre fueron declaradas por la
UNESCO Patrimonio de la Humanidad en el año 1986, al igual que las otras tres
torres mudéjares de Teruel: la del Salvador, la de San Martín y
la de San Pedro. Justo a la izquierda de la fachada principal de la catedral
nos encontramos con la CASA DEL DEÁN, adosada a la Torre de la
Catedral, uno de los ejemplos más representativos de las construcciones civiles
y palacios aragoneses del siglo XVI. En el piso inferior, destaca su puerta de
entrada con un sencillo arco de medio punto. La última planta está rematada por
una galería de arcos realizados en piedra sobre los que sobresale un gran alero
de madera. Al lado de la portada principal vemos la llamada Fuente del Deán, adosada a la casa y
construida en el siglo XVI. Pasamos por dejajo del pasadizo abovedado de la
torre hasta la Plaza del Venerable Francés de Aranda, donde pudimos contemplar
otra de las portadas catedralicias, esta menos decorada, el Palacio Arzobispal
y Museo Diocesano y el Convento del Sagrado Corazón, todo ello presidido por la
ESCULTURA DEL VENERABLE FRANCÉS ARANDA,
realizada en bronce sobre pedestal de piedra por Carlos Palao en 1902. Este cartujo creó una fundación llamada La
Santa Limosna para atender a los más necesitados. A un lado está el MUSEO DIOCESANO DE ARTE SACRO, ubicado
en el Palacio Episcopal, edificio con las formas típicas de los palacios
aragoneses de los siglos XVI y XVII. Y a las espaldas de la escultura y frente
a la Catedral vemos el CONVENTO DEL
SAGRADO CORAZÓN, construcción neogótica levantada entre 1895 y 1899 por el
arquitecto Carlos Carbó Ortiz.
Atravesamos de vuelta el pasadizo de la torre de la catedral y llegamos hasta
el amarillento edificio del AYUNTAMIENTO, de mitad del siglo XIX. Está
dividido en tres plantas y destaca su fachada principal, especialmente su
pórtico de entrada formado por columnas y el balcón presidencial central, que
rompe la simetría del conjunto. Bajamos la plaza, atravesamos la calle Amantes,
donde teníamos el apartamento, y nos dirigimos a la calle Yagüe de Salas hasta
la Plaza de Cristo Rey donde destacaban la mole del Monasterio e iglesia de
Santa Clara y una escultura del obispo Polanco. La iglesia del MONASTERIO DE SANTA CLARA fue reedificada en el siglo XVII.
Tiene tres naves, de tres tramos, la central cubierta con bóveda de medio cañón
con lunetos y las laterales de arista. Muestra una portada con columnas
salomónicas y fuste liso bajo arco rebajado. Este convento cerró sus puertas en
2018 al abandonarlo las últimas cuatro monjas que vivían en el mismo. Frente a
la fachada de la iglesia se encuentra ubicada la ESCULTURA OBISPO POLANCO, esculpida en 1953 por Juan de Ávalos. Junto a él yace una
Piedad. Anselmo Polanco, obispo de Teruel, fue fusilado poco antes de terminar
la guerra por el bando republicano. En noviembre de 2009, la Plataforma de
Memoria Histórica pidió al Ayuntamiento la retirada de la estatua. Continuamos
nuestro paseo hasta llegar al CONVENTO DE SAN JOSÉ Y SANTA TERESA,
también llamado de las Carmelitas, construido a mitad del siglo XVII en estilo
barroco y con una fachada muy austera. Fue en este convento donde se
resguardaron las momias de los Amantes
de Teruel mientras la ciudad padecía una de las batallas más cruentas de la
Guerra Civil. Muy cerca del convento está el antiguo SEMINARIO CONCILIAR, con
fachada italianizante pintada en un tono azulado, típico de la arquitectura
turolense, que resalta la grandeza de la fachada. En la actualidad, el edificio acoge
una residencia de sacerdotes, una hospedería y la Casa de la Iglesia. Y al otro
extremo de la plaza se encuentra la IGLESIA
Y TORRE DE SAN MARTÍN. La iglesia,
cerrada como otras muchas, tiene poco que comentar. Ahora bien, la torre del
mismo nombre, situada a sus pies, mudéjar, está relacionada con la del
Salvador; la parte inferior fue reforzada por Pierres Vedel, en 1551, mediante
un muro-talud de sillería. Refleja características comunes con las torres de
San Pedro, El Salvador o Santa María -los huecos abocinados, la disposición del
cuerpo de campanas o la utilización de cerámica vidriada-. Sin embargo, difiere
de aquellas en su estructura interna, ya que está formada por dos torres, una embutida en otra, entre
las cuales discurre la escalera. Cuenta la leyenda que en el siglo XIV dos
artesanos mudéjares se disputaron el amor de Zoraida construyendo cada uno una
torre. Según dispuso el padre de la joven, quien hiciera la más bella se
casaría con ella. Confiado en su maestría, Omar, responsable de la de San
Martín, la desveló primero para descubrir en ese instante que estaba
ligeramente inclinada. Ante tal humillación, cuentan que subió sus 40 metros de
altura y se arrojó al vacío. Al poco tiempo, Abdalá terminó la torre de El
Salvador, una construcción de exuberante belleza que le valió casarse con
Zoraida. La contemplación de la torre en sí, ya merece la visita a la ciudad.
Desde aquí, volvimos por la calle Amantes y nos sentamos en una terraza de la
Plaza del Torico para tomar una cerveza fresquita y reconstituyente acompañada
de un triste cuenco de frutos secos, pero, como dice el refrán, menos da una
piedra. Eran casi las una y media de la tarde y ya el cuerpo iba pidiendo
alimento y descanso. Así que nos dirigimos al apartamento donde nos esperaban
unas cervezas muy frías y una comida ligera, todo ello regado por una siesta
reparadora que nos permitiera continuar el recorrido por la tarde.
Volvimos de nuevo a la calle poco antes de
las cinco de la tarde, tras una reconfortante siesta, con ganas de terminar el
recorrido que teníamos planificado para la tarde. Atravesamos otra vez la Plaza
del Torico, recorrimos la calle Ramón y Cajal hasta la Plaza Bretón donde se
encuentra la CASA BAYO, también conocida como Casa de los Retales, otro de los
ejemplos del Teruel modernista, construida en 1903, se atribuye su obra a Pablo Monguió. Lo más destacable de su
diseño son los dos miradores y la maravillosa forja de sus rejas. A pocos
metros de esta preciosa casa se encuentra la IGLESIA DE SAN ANDRÉS, cuya torre fue destruida y levantada de
nuevo, estando formada por un cuerpo inferior revestido de piedra y siendo los dos
superiores de ladrillo visto. Desde ahí, abandonamos momentáneamente las
estrechas callejuelas que habíamos recorrido hasta el momento y salimos a la
Ronda de Circunvalación, en uno de cuyas esquinas se encuentra el TORREÓN DE SAN ESTEBAN, del siglo XII, de planta circular
rematada por almenas y en su base tiene una puerta con arco y bóveda de cañón
que es el acceso al interior de la ciudad. Aún conserva algunas aspilleras.
Casi enfrente a este torreón se encuentra la moderna Estación de Autobuses,
toda ella de ladrillo. Continuamos camino del nuevo Teruel hasta ver los dos
Viaductos, el viejo y el nuevo, que allanan el camino a los nuevos barrios de
la ciudad. El VIADUCTO VIEJO O DE
FERNANDO HUE fue construido en el año 1929 para unir el casco antiguo de
Teruel con el ensanche sur de la ciudad. Inspirado en el acueducto, fue en su
momento el segundo viaducto más grande de Europa. En la actualidad es peatonal
y la circulación de vehículos se ha trasladado a otro viaducto paralelo más
amplio y moderno. Las vistas al cruzarlo merecen la pena. Está decorado con los
escudos de la ciudad, de España y de distintas regiones. El VIADUCTO NUEVO, inaugurado en 1994, tiene
una longitud
de 231 metros y ha sustituido el tráfico rodado de salida de la ciudad. A pocos
pasos, entre ambos viaductos, se encuentra la ESCULTURA “EL TORO, LA ESTRELLA, EL ÁNGEL Y EL VAQUILLERO”. Obra del escultor
turolense de Rubielos de Mora, José
Gonzalvo, está realizada en hierro y chapa y fue inaugurada en 1985 para
homenajear uno de los festejos más grandes de Teruel: las Fiestas de la
Vaquilla del Ángel. En ella, se representan los tres protagonistas de dichas
fiestas: el toro, el ángel y el vaquillero. Remata el conjunto una estrella,
símbolo de la ciudad. Desde aquí, de nuevo entramos en el casco histórico
turolense a través de la Plaza de San Juan. Continuamos por la calle Joaquín
Arnau desde donde contemplamos como se erguía majestuosa la bellísima torre
mudéjar de El Salvador y nos encaminamos hacia el Paseo del Óvalo para
contemplar la hermosa ESCALINATA
NEOMUDÉJAR, obra de José Torán, realizada entre 1920 y 1921 con el fin de
facilitar la comunicación peatonal entre la ciudad y la Estación de
Ferrocarril. Su decoración resume todo lo que hace único a Teruel. Dos
torres la abrazan, las escaleras se embellecen con cerámicas vidriadas verdes,
las farolas imitan la estética modernista, se representa el toro y la estrella
y en el centro hay un altorrelieve del beso final de los Amantes, zona en la
que la escalera se bifurca en dos laterales que desembocan en el Paseo del
Óvalo. Al lado de la escalinata, hay un ascensor público que conecta la parte
alta con la baja, permitiendo contemplar las dos perspectivas sin necesidad de
bajar y/o subir los ciento cuarenta escalones que la componen. Volviendo de
nuevo al centro nos dirigimos a la CASA
FERRÁN, de 1910, considerada como
el exponente más perfecto del modernismo turolense y una de las obras
cumbres del arquitecto Pablo Monguió,
discípulo de Gaudí. La piedra, el hierro forjado y la madera con que está
construida forman una magistral unión de asimetría y equilibrio. En ella, se
combinan el Art Noveau, la Escuela de Glasgow y la Secesión Vienesa. Y
desde aquí, como colofón a nuestra visita, fuimos a contemplar de cerca la
belleza de la torre de El Salvador y, por ende, su iglesia. De la IGLESIA DE EL SALVADOR, de arquitectura
barroca de finales del siglo XVII no queda nada original excepto la torre y no
destaca ninguno de los elementos decorativos que contiene. Sin embargo, la TORRE
es excepcional. Se considera coetánea o ligeramente posterior a la torre de San
Martín. Las principales diferencias con la de San Martín, son el uso de la
bóveda de crucería en el pasaje que discurre bajo la misma y un mayor
desarrollo de los paños ornamentales. Su interior se puede visitar siendo
posible subir hasta su campanario tras visitar varias salas con exposiciones,
dado que acoge la sede del Centro de Interpretación del Mudéjar.
Y así finalizó nuestro recorrido intenso y
completo por esta bella y humanizada ciudad. Desde aquí nos fuimos al
apartamento. Una ducha refrescante nos relajó para tomar unas cervezas y una frugal
cena mientras veíamos la televisión y preparábamos la maleta para el día
siguiente seguir ruta hacia Molina de Aragón, Anento y Zaragoza.
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