martes, 26 de febrero de 2019

Turquía: DE ANTALYA A PAMUKKALE PASANDO POR ASPENDOS E HIERÁPOLIS (Día 5)



26 DE FEBRERO

Amanecía un nuevo día pero esta vez, a diferencia de días anteriores, llovía. Nos fuimos a la cama la noche anterior lloviendo y continuaba igual. Eso nos podría dificultar las visitas previstas para este día. No obstante, siguiendo la rutina que
Antalya. Mezquita Balibey
habíamos empezado en los días previos, nada más levantarnos dejamos recogida la habitación y preparada la maleta en la puerta de la misma. Bajamos a desayunar al comedor donde nos encontramos con varios integrantes del viaje que habían bajado antes que nosotros. El problema de comer de esta manera –en comedores self-service– es que terminas teniendo problemas con la ropa. Ves tanta comida junta que comes más con la vista que con el estómago y terminas llenado en demasía los platos que coges. Bueno, esto era lo que teníamos y sobre eso teníamos que construir. Resumiendo, me hubiera gustado tener más fuerza de voluntad pero era muy difícil, así que una vez más hicimos un desayuno copioso y abundante acompañado del correspondiente té turco. Una vez que finalizamos nos dirigimos a la recepción del hotel para iniciar la primera visita prevista: un paseo por la antigua ciudad y puerto romano del que se conservaban numerosos restos arqueológicos.


Iniciamos la ruta a pie bajo una lluvia pertinaz pero no muy fuerte, lo que nos permitió dar el paseo planificado con una cierta facilidad. Dirigimos nuestros pasos en primer lugar hacia la mezquita Balibey, pequeño pero coqueto ejemplo de la arquitectura otomana del siglo XVI. Es una construcción maciza y con pocos ventanales al exterior, de una sola cúpula sostinada por pechinas y con un elegante minarete. Momentos antes se nos unió un nuevo miembro al grupo: un perro callejero al que David salvó de un posible atropello en la calle
Antalya. Puerta de Adriano
por la que circulábamos, nos acompañó el resto de la visita por la ciudad. Desde allí Erdem nos guió hasta la Puerta de Adriano, del siglo II d.C., construida en honor al emperador del mismo nombre, defendida a cada lado por sendas torres defensivas que formaban parte del recinto amurallado de la ciudad; es más bien un arco de triunfo y durante muchos siglos no se utilizó como puerta de entrada o salida de la ciudad, de ahí su buen estado de conservación. Finalizada la sesión de fotos, enfilamos por la avenida Ataturk hacia la llamada Torre del Reloj, una de las escasas torres del viejo recinto romano amurallado y que es uno de los símbolos de la ciudad. Desde la plaza en la que estábamos también podíamos observar el llamado Minarete Estriado (Yivli Minare, en turco), construido por los selyúcidas, decorado con azulejos de color azul oscuro y turquesa –es otro de los símbolos de la ciudad–; y a la izquierda pudimos ver la mezquita Tekeli Mehmet Pasa, cuyo minarete se estaba restaurando. No pudimos ver algunos monumentos importantes de la ciudad, como por ejemplo
el Minarete Roto (Kesik Minare, en turco), antigua iglesia bizantina que fue convertida
Antalya. Bajada al Kaleiçi
posteriormente en mezquita, la mezquita Murat Pasa o la llamada Sultán Alaadin, pero es que la mañana lluviosa tampoco acompañaba a largos desplazamientos, además de que tampoco podíamos perder mucho tiempo si queríamos desplazarnos a Serik para ver el famoso teatro de Aspendos. Así pues, decidimos entrar el Kaleiçi, la ciudad antigua, el viejo puerto romano, actualmente restaurado y lleno de locales de ambiente: hoteles, restaurantes, cafeterías, etc. Empezamos a bajar una pendiente con una fuerte inclinación por momentos, lo que intuía que dificultaría el caminar de Cándido y sus muletas; a todo ello, se unía lo resbaladizo del suelo debido al agua de la lluvia. Al ser muy temprano –no serían más de las nueve de la mañana
–,los comercios y locales se encontraban cerrados en su mayoría, lo cual restaba encanto a la bajada; sin embargo, a pesar de todos los inconvenientes, pudimos ver rincones realmente encantadores. Continuamos bajando y bajando hasta llegar al puerto que al igual que lo visto hasta ese momento, se encontraba vacío y con poco movimiento de personas. Ni que decir tiene que nuestro amigo canino nos seguía acompañando en nuestro paseo matinal. En el puerto pudimos ver algunos barcos dedicados a pasear turistas, un alto ascensor exterior que unía
Antalya. Kaleiçi
el puerto con la parte alta de la ciudad, y una escultura en bronce de un barquito de papel, que a mí me trajo imborrables recuerdos de juventud: “… sin nombre, sin patrón y sin bandera, navegando sin timón donde la corriente quiera…

Con muy buen criterio, y viendo que la lluvia no nos permitía hacer nada sino estar bajo los toldos de los bares y restaurantes, nuestro guía llamó al conductor del autobús para que viniera a recogernos al puerto y así evitar desandar todo lo andado esa mañana. A todos nos pareció una idea estupenda y celebramos que el autobús llegara donde estábamos. Esa fue la corta visita que realizamos a Antalya, pero ya no había tiempo para más y la lluvia no nos había dado tregua. Subimos al autobús y tomamos la dirección a Serik, población de ochenta y dos mil habitantes y a cuarenta kilómetros de Antalya. En ella se encuentra una de las maravillas que hemos podido disfrutar en este magnífico viaje: su teatro romano. Sin embargo, durante el trayecto en autobús tuvimos un ligero susto ya que el conductor tuvo que frenar bruscamente a la llegada a un semáforo al hacerlo el automóvil que llevábamos delante y, dado que el firme estaba resbaladizo por la lluvia caída hasta entonces, el autobús tuvo que hacer un giro brusco al carril de la derecha para
Aspendos. Graderío del teatro
evitar colisionar con el coche delantero. Todo quedó en un pequeño susto. El resto del viaje hasta el teatro fue tranquilo y esperanzador porque pudimos observar que la lluvia iba remitiendo poco a poco; de hecho, justo al llegar al teatro dejó de llover. El autobús se detuvo en el aparcamiento habilitado para ello junto al muro trasero exterior de la escena. Tras el correspondiente reparto de entradas por parte de nuestro guía y el paso por los tornos de acceso, entramos por una puerta lateral, junto a la que había una tienda de recuerdos, y accedimos al auditus, pasillo lateral de entrada a la orquesta. Es indescriptible, a pesar de haber visto documentales en televisión y multitud de imágenes del teatro de Aspendos, la sensación que causa su visión en directo. Es conseguir ver en realidad lo que has observado en multitud de grabados y de reconstrucciones, porque el teatro está prácticamente intacto: conserva la totalidad de su graderío en perfectas condiciones, dividido en dos caveas (la llamada inma cavea, más cercana al escenario, y la media cavea, situada en un espacio superior, separadas ambas por un proscenio que recorre todo el
Aspendos. Teatro. Frons Scenae
semicírculo del graderío en su totalidad); cerrando el graderío, en su parte más alta, nos encontramos con una galería porticada que lo rodea en su totalidad; el muro posterior al frente escénico con todas sus puertas y ventanas; los diversos vomitorios que facilitaban el acceso a las distintas zonas del teatro; etc. Y por si esto era poco, tuvimos la grandísima suerte de poder estar solos en el teatro; es decir, excepto nuestro grupo, no había nadie más. Todo un lujo.

Nos explicaba Erdem, nuestro guía, que este teatro se había conservado tan bien por varios motivos: el primero y principal, que se hallaba alejado de las principales rutas comerciales turcas; la segunda, que a partir del siglo XIII fue convertido en un caravansar –su aspecto macizo y cerrado completamente ofrecía seguridad a los comerciantes que viajaban por esta ruta– y eso permitió asegura su conservación, aunque también influyó este aspecto en la desaparición del escenario en su totalidad y su unión con el espacio dedicado a la orquesta, para facilitar zonas de descanso de los animales de carga; y el tercero, que tras ser abandonado como caravansar, se convirtió en palacio y estuvo habitado durante varios siglos.

Durante la espectacular visita, exclusiva para nuestro grupo sin haber hecho reserva alguna, Erdem buscó en su teléfono una música apropiada para ocultar el silencio reinante a pesar de nuestra presencia. Durante un largo rato estuvimos regocijándonos la vista y también el oído escuchando la parte de la ópera Lakmé del francés Delibes. A su vez, nos contaba también que dicen los expertos que es el teatro romano mejor conservado del mundo, con una capacidad de hasta quince mil espectadores. Fue construido durante el mandato de Marco Aurelio, en torno al año 170 d.C. por el arquitecto griego Zenón que vivía en Aspendos, con un diámetro de noventa y seis metros. Su graderío se apoya en la ladera de la acrópolis. En la actualidad, se convierte todos los veranos en el privilegiado escenario de un festival de ópera y ballet muy apreciado internacionalmente. Y para que todo fuera más real, también había un par de legionarios romanos con su correspondiente fotógrafo buscando cuál de nosotros se animaba a hacerse una foto para comprarla después. Alguno picó. Y así, una vez finalizada la visita, volvimos nuevamente en dirección a Antalya y poco a poco fue desapareciendo el síndrome de Stendhal ante la belleza total del teatro de Aspendos. La lluvia había desaparecido y parecía que ya no la íbamos a sufrir más a lo largo de todo el día.

Según nos explicó Erdem el almuerzo lo íbamos a hacer más pronto de lo que lo habíamos hecho en días anteriores porque la intención era almorzar temprano -se hablaba de comer en torno a las 12:30, con la intención de recorrer los aproximadamente trescientos kilómetros que nos separaban de Pamukkale y llegar a Hierápolis y el Castillo de Algodón en torno a las cinco de la tarde y tener tiempo para poder hacer la visita tranquilamente antes de que cerrara el recinto.

Comimos en una especie de pizzería o kebab situado en el centro de Antalya donde nos costó llegar ya que había varias calles cortadas por obras y hubo que dar algunas vueltas hasta conseguir aparcar en la puerta del restaurante. El local no destacaba estéticamente en nada aunque era aceptable la limpieza que tenía. La comida fue muy parecida a la realizada en días anteriores: unos platillos con una especie de crema de yogur, ensalada de berenjenas con tomate y pimientos rojos y un gran plato de ensalada para compartir; el pan era parecido al pan de pita, muy rico porque estaba recién hecho en el horno que tenía el restaurante. Más tarde nos pusieron un plato que no recuerdo lo que era y finalizamos con una especie de pincho grande acompañado de patatas y ensalada y de una salsa que podía ser picante o no; yo pedí la salsa no picante porque no me fiaba de estropearme el estómago para el resto del día. Finalizamos con un helado de postre. Ni que decir tiene que toda la comida estuvo regada abundantemente con la bebida que nos acompañaba la mayor parte de los días: un gran botella de agua fresca. Este fue el único restaurante en el que no eché ninguna foto, cosa que ahora hecho en falta para poder avivar los recuerdos con mayor facilidad. Una vez que finalizó la comida, subimos al autobús y enfilamos nuestros pasos hacia la cuidad de Pamukkale y volvíamos de nuevo a retomar el clásico circuito turístico del que nos habíamos desviado para visitar Aspendos; es decir, lo normal es hacer un viaje que comience en la Capadocia y continúe por Konya y Pamukkale. Sin embargo, nosotros, aunque hicimos algunos kilómetros más, desde Konya nos dirigimos al sur, atravesamos los montes Tauros, vimos el Mediterráneo en la ciudad de Antalya y nos maravillamos con la visita a Aspendos. 

Una vez en el autobús, cada uno ocupó su tiempo lo mejor que pudo: echarse
Hierápolis. Puerta sur
una siesta para hacer la digestión, repasar fotos, hablar con el vecino de asiento, etc. Así fueron pasando las horas, amenizadas también con la correspondiente parada técnica para recargar fuerzas con el consabido té y desalojar líquidos. No recuerdo dónde paramos y aunque he preguntado a varios integrantes del grupo, nadie ha sabido decírmelo. Como ya dije anteriormente, ese día no sé que me pudo pasar que no hice fotos ni del local ni de la comida de mediodía ni del local de la parada técnica.

Llegamos a Pamukkale en torno a las cinco de la tarde. Pero, en vez de dirigir el autobús hacia el hotel, fuimos directamente a realizar las dos visitas que teníamos planeadas para esa tarde: Pamukkale (Castillo de Algodón) y las ruinas de Hierápolis, pues el cierre del recinto estaba previsto para las siete de la tarde. Tengo que decir que la visión desde el autobús de la montaña blanca que es Pamukkale según nos íbamos acercando a ella es algo salido de un sueño. Imagina que estás en un terreno de tonos ocres que todo lo rodea y en medio de esa mancha marrón destaca una nube blanca y esponjosa para la que no encuentras explicación. Y todo ello enmarcado por un cielo azul espléndido iluminado por un sol radiante. Llegamos a la puerta de acceso al recinto que permitía la visita a las ruinas de Hierápolis y Pamukkale, pues las dos están situadas una al lado de la otra. Una vez pasado el torno de entrada, nuestro guía nos hizo un pequeño resumen de los elementos que íbamos a poder observar de la antigua ciudad romana mientras llegábamos a Pamukkale.

Hierápolis. Columnas del Gimnasio
Hierápolis fue fundada en el siglo II a.C. por Antíoco el Grande para aprovechar sus aguas termales como balneario y centro médico debido a la calidad de sus aguas. Fue una ciudad próspera llegando a alcanzar los cincuenta mil habitantes a mediados del siglo I a.C. Dos terremotos de gran intensidad destruyen la ciudad a mitad del siglo I d.C., siendo reconstruida siguiendo los cánones romanos, para lo que se construyen un teatro, varios templos, un ninfeo y multitud de edificios más. Sin embargo, la ciudad, con el paso de los siglos, va perdiendo poco a poco importancia hasta ser abandonada a finales del siglo XIV. No es hasta finales del siglo XIX cuando la ciudad es de nuevo descubierta dando comienzo sucesivas campañas de excavaciones. Es declarada ciudad Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 2008. El yacimiento dispone de varias entradas, eligiendo nuestro guía el acceso por la puerta sur donde aparcamos nuestro autobús.  Nos adentramos en las ruinas de la ciudad y nos fuimos acercando hacia los travertinos del “Castillo de Algodón” a través del decumano, que era la calle principal de la ciudad con más de un kilómetro de largo; también vimos restos de las canalizaciones de agua por toda la ciudad, del gimnasio donde los
Hierápolis. Termas
ciudadanos cuidaban su cuerpo, y de algunos templos y del ágora de la ciudad. A nuestra derecha, oteados desde la lejanía, quedaron sin ver los restos más importantes que se conservan: el templo de Apolo, del que se conservan algunas columnas en pie; el Plutonio, cueva bajo el templo de Apolo que emanaba dióxido de carbono y que solo podía ser visitado por los sacerdotes; el Ninfeo, fuente monumental en forma de U; y el magnífico teatro, recientemente restaurado, con capacidad para quince mil espectadores y que conserva gran parte del frente escénico.

Atravesadas las ruinas de la ciudad romana nos acercamos al pie de la colina para admirar de cerca la formación blanca de los travertinos que se descolgaba a lo largo de la misma, fruto de la acción de las aguas termales sobre la roca. Estas corrientes de agua arrastran consigo gran cantidad de minerales, sobre todo caliza además de bicarbonato de calcio, que con el paso de los años se han
Pamukkale. Travertinos
ido depositando y han dado lugar a estas formaciones de piedra caliza y travertino. El agua brota en la parte alta de la colina y baja depositando estos minerales capa a capa, creando cascadas en forma de terrazas a lo largo de toda la ladera, incluso con estalactitas entre ellas. Sin embargo, una vez que nos asomamos a la ladera y la pudimos ver más de cerca, al menos yo, me sentí un poco decepcionado. Solo corría un canalillo de agua termal a lo largo de la parte alta de la colina sobre el que zumbaban a su alrededor multitud de turistas –como nosotros– deseosos por meter sus pies descalzos en el agua de dicho hilo de agua. El resto de las piscinas escalonadas estaba prácticamente seco. Más tarde, Erdem nos comentó que, dada la sobreexplotación del acuífero y a fin de preservar la durabilidad del mismo en el tiempo, en la actualidad cada se dirige el agua a un par de estas piscinas dejando el resto secas, lo cual resta un poco de belleza al espectáculo de esta montaña blanca. También, más tarde, algunos compañeros de viaje nos dijeron que ellos habían encontrado hacia el norte un par de piscinas con agua, con poca gente en las mismas. En fin, con la decepción fijada en la retina, desandamos el camino y acompasando el paso a las muletas de Cándido, fuimos hacia la entrada del yacimiento para subir de nuevo al autobús y dirigirnos al
Pamukkale. Canal de agua termal
hotel.

El Spa Hotel Colossae Thermal, un cinco estrellas realmente espectacular, estaba a unos tres kilómetros de las ruinas de Hierápolis y de Pamukkale. Son varios edificios de dos plantas únicamente dispuestos alrededor de una piscina central. El vestíbulo de entrada ya nos habla a las claras de la calidad del servicio que ofrece. Tras la correspondiente adjudicación de las habitaciones, cada uno se dirigió a la suya para dejar las maletas y preparar los utensilios de baño, ya que antes de cenar, íbamos a bajar al spa del hotel a disfrutar de un relajante baño. Tuvimos que comprar el gorro de baño que era obligatorio y así pertrechados nos dirigimos hacia la piscina. El spa del hotel consta de un par de piscinas de agua caliente así como sauna y baño turco. Estuvimos disfrutando de las instalaciones casi una hora, tras lo cual nos dirigimos a la habitación para vestirnos y bajar al comedor a cenar. El comedor estaba bastante completo de personas cenando, aunque había mesas vacías más que suficientes para todos nosotros. La oferta culinaria fue muy parecida a la descrita en días anteriores en otros hoteles en los que hemos ido pernoctando: ensaladas, quesos variados, pasta, carne de cordero y de ternera, dulces, etc. Ni que decir tiene que la única bebida que pudimos tomar fue agua, lo que me ha hecho pensar que, en líneas generales, los hoteles del interior del país, no disponen de bebidas alcohólicas, mientras que los que están en la costa –imagino que por tener una mentalidad más abierta– sí ofrecen a sus clientes este tipo de bebidas. Pero, insisto, esto es una reflexión mía que no tiene fundamento alguno. Y así, cansados del largo trayecto realizado a lo largo de todo el día, nos fuimos cada uno a nuestra habitación a descansar y a preparar nuestros maltrechos cuerpos para las visitas previstas para el día siguiente.







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