26 DE FEBRERO
Amanecía un nuevo día pero esta vez,
a diferencia de días anteriores, llovía. Nos fuimos a la cama la noche anterior
lloviendo y continuaba igual. Eso nos podría dificultar las visitas previstas
para este día. No obstante, siguiendo la rutina que
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Antalya. Mezquita Balibey |
habíamos empezado en los
días previos, nada más levantarnos dejamos recogida la habitación y preparada
la maleta en la puerta de la misma. Bajamos a desayunar al comedor donde nos
encontramos con varios integrantes del viaje que habían bajado antes que
nosotros. El problema de comer de esta manera –en comedores self-service– es
que terminas teniendo problemas con la ropa. Ves tanta comida junta que comes
más con la vista que con el estómago y terminas llenado en demasía los platos
que coges. Bueno, esto era lo que teníamos y sobre eso teníamos que construir.
Resumiendo, me hubiera gustado tener más fuerza de voluntad pero era muy
difícil, así que una vez más hicimos un desayuno copioso y abundante acompañado
del correspondiente té turco. Una vez que finalizamos nos dirigimos a la
recepción del hotel para iniciar la primera visita prevista: un paseo por la
antigua ciudad y puerto romano del que se conservaban numerosos restos
arqueológicos.
Iniciamos la ruta a pie bajo una
lluvia pertinaz pero no muy fuerte, lo que nos permitió dar el paseo
planificado con una cierta facilidad. Dirigimos nuestros pasos en primer lugar
hacia la mezquita Balibey, pequeño
pero coqueto ejemplo de la arquitectura otomana del siglo XVI. Es una
construcción maciza y con pocos ventanales al exterior, de una sola cúpula
sostinada por pechinas y con un elegante minarete. Momentos antes se nos unió
un nuevo miembro al grupo: un perro callejero al que David salvó de un posible
atropello en la calle
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Antalya. Puerta de Adriano |
por la que circulábamos, nos acompañó el resto de la
visita por la ciudad. Desde allí Erdem nos guió hasta la Puerta de Adriano, del siglo II d.C., construida en honor al
emperador del mismo nombre, defendida a cada lado por sendas torres defensivas
que formaban parte del recinto amurallado de la ciudad; es más bien un arco de
triunfo y durante muchos siglos no se utilizó como puerta de entrada o salida
de la ciudad, de ahí su buen estado de conservación. Finalizada la sesión de
fotos, enfilamos por la avenida Ataturk hacia la llamada Torre del Reloj, una de las escasas torres del viejo recinto romano
amurallado y que es uno de los símbolos de la ciudad. Desde la plaza en la que
estábamos también podíamos observar el llamado Minarete Estriado (Yivli
Minare, en turco), construido por los selyúcidas, decorado con azulejos de
color azul oscuro y turquesa –es otro de los símbolos de la ciudad–; y a la
izquierda pudimos ver la mezquita Tekeli
Mehmet Pasa, cuyo minarete se estaba restaurando. No pudimos ver algunos
monumentos importantes de la ciudad, como por ejemplo el Minarete Roto (Kesik Minare,
en turco), antigua iglesia bizantina que fue convertida
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Antalya. Bajada al Kaleiçi |
posteriormente en
mezquita, la mezquita Murat Pasa o
la llamada Sultán Alaadin, pero es
que la mañana lluviosa tampoco acompañaba a largos desplazamientos, además de
que tampoco podíamos perder mucho
tiempo si queríamos desplazarnos a Serik para ver el famoso teatro de Aspendos.
Así pues, decidimos entrar el Kaleiçi,
la ciudad antigua, el viejo puerto romano, actualmente restaurado y lleno de
locales de ambiente: hoteles, restaurantes, cafeterías, etc. Empezamos a bajar
una pendiente con una fuerte inclinación por momentos, lo que intuía que
dificultaría el caminar de Cándido y sus muletas; a todo ello, se unía lo
resbaladizo del suelo debido al agua de la lluvia. Al ser muy temprano –no
serían más de las nueve de la mañana–,los comercios y locales se
encontraban cerrados en su mayoría, lo cual restaba encanto a la
bajada; sin embargo, a pesar de todos los inconvenientes, pudimos ver rincones
realmente encantadores. Continuamos bajando y bajando hasta llegar al puerto
que al igual que lo visto hasta ese momento, se encontraba vacío y con poco
movimiento de personas. Ni que decir tiene que nuestro amigo canino nos seguía
acompañando en nuestro paseo matinal. En el puerto pudimos ver algunos barcos
dedicados a pasear turistas, un alto ascensor exterior que unía
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Antalya. Kaleiçi |
el puerto con
la parte alta de la ciudad, y una escultura en bronce de un barquito de papel,
que a mí me trajo imborrables recuerdos de juventud: “… sin nombre, sin patrón y sin bandera, navegando sin timón donde la
corriente quiera…”
Con muy buen criterio, y viendo que la
lluvia no nos permitía hacer nada sino estar bajo los toldos de los bares y
restaurantes, nuestro guía llamó al conductor del autobús para que viniera a
recogernos al puerto y así evitar desandar todo lo andado esa mañana. A todos
nos pareció una idea estupenda y celebramos que el autobús llegara donde
estábamos. Esa fue la corta visita que
realizamos a Antalya, pero ya no había tiempo para más y la lluvia no nos había
dado tregua. Subimos al autobús y tomamos la dirección a Serik, población de ochenta y dos mil habitantes y a cuarenta
kilómetros de Antalya. En ella se encuentra una de las maravillas que hemos
podido disfrutar en este magnífico viaje: su teatro romano. Sin embargo,
durante el trayecto en autobús tuvimos un ligero susto ya que el conductor tuvo
que frenar bruscamente a la llegada a un semáforo al hacerlo el automóvil que
llevábamos delante y, dado que el firme estaba resbaladizo por la lluvia caída
hasta entonces, el autobús tuvo que hacer un giro brusco al carril de la
derecha para
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Aspendos. Graderío del teatro |
evitar colisionar con el coche delantero. Todo quedó en un pequeño
susto. El resto del viaje hasta el teatro fue tranquilo y esperanzador porque
pudimos observar que la lluvia iba remitiendo poco a poco; de hecho, justo al
llegar al teatro dejó de llover. El autobús se detuvo en el aparcamiento
habilitado para ello junto al muro trasero exterior de la escena. Tras el
correspondiente reparto de entradas por parte de nuestro guía y el paso por los
tornos de acceso, entramos por una puerta lateral, junto a la que había una
tienda de recuerdos, y accedimos al auditus,
pasillo lateral de entrada a la orquesta. Es indescriptible, a pesar de haber
visto documentales en televisión y multitud de imágenes del teatro de Aspendos,
la sensación que causa su visión en directo. Es conseguir ver en realidad lo
que has observado en multitud de grabados y de reconstrucciones, porque el
teatro está prácticamente intacto: conserva la totalidad de su graderío en
perfectas condiciones, dividido en dos caveas
(la llamada inma cavea, más cercana
al escenario, y la media cavea,
situada en un espacio superior, separadas ambas por un proscenio que recorre todo el
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Aspendos. Teatro. Frons Scenae |
semicírculo del graderío en su
totalidad); cerrando el graderío, en su parte más alta, nos encontramos con una
galería porticada que lo rodea en su totalidad; el muro posterior al frente escénico
con todas sus puertas y ventanas; los diversos vomitorios que facilitaban el
acceso a las distintas zonas del teatro; etc. Y por si esto era poco, tuvimos
la grandísima suerte de poder estar solos en el teatro; es decir, excepto
nuestro grupo, no había nadie más. Todo un lujo.
Nos explicaba Erdem, nuestro guía, que
este teatro se había conservado tan bien por varios motivos: el primero y
principal, que se hallaba alejado de las principales rutas comerciales turcas;
la segunda, que a partir del siglo XIII fue convertido en un caravansar –su aspecto macizo y cerrado
completamente ofrecía seguridad a los comerciantes que viajaban por esta ruta–
y eso permitió asegura su conservación, aunque también influyó este aspecto en
la desaparición del escenario en su totalidad y su unión con el espacio
dedicado a la orquesta, para facilitar zonas de descanso de los animales de
carga; y el tercero, que tras ser abandonado como caravansar, se convirtió en palacio y estuvo habitado durante
varios siglos.
Durante la espectacular visita,
exclusiva para nuestro grupo sin haber hecho reserva alguna, Erdem buscó en su
teléfono una música apropiada para ocultar el silencio reinante a pesar de
nuestra presencia. Durante un largo rato estuvimos regocijándonos la vista y
también el oído escuchando la parte de la ópera Lakmé del francés Delibes.
A su vez, nos contaba también que dicen los expertos que
es el teatro romano mejor conservado del mundo, con una capacidad de hasta
quince mil espectadores. Fue construido durante el mandato de Marco Aurelio, en
torno al año 170 d.C. por el arquitecto griego Zenón que vivía en Aspendos, con
un diámetro de noventa y seis metros. Su graderío se apoya en la ladera de la
acrópolis. En la actualidad, se convierte todos los veranos en el privilegiado
escenario de un festival de ópera y ballet muy apreciado internacionalmente. Y
para que todo fuera más real, también había un par de legionarios romanos con
su correspondiente fotógrafo buscando cuál de nosotros se animaba a hacerse una
foto para comprarla después. Alguno picó. Y así, una vez finalizada la visita,
volvimos nuevamente en dirección a Antalya y poco a poco fue
desapareciendo el síndrome de Stendhal
ante la belleza total del teatro de Aspendos. La lluvia había desaparecido y
parecía que ya no la íbamos a sufrir más a lo largo de todo el día.
Según nos explicó Erdem el almuerzo
lo íbamos a hacer más pronto de lo que lo habíamos hecho en días anteriores
porque la intención era almorzar temprano -se hablaba de comer en torno a las
12:30, con la intención de recorrer los aproximadamente trescientos kilómetros
que nos separaban de Pamukkale y llegar a Hierápolis y el Castillo de Algodón
en torno a las cinco de la tarde y tener tiempo para poder hacer la visita
tranquilamente antes de que cerrara el recinto.
Comimos en una especie de pizzería o
kebab situado en el centro de Antalya donde nos costó llegar ya que había
varias calles cortadas por obras y hubo que dar algunas vueltas hasta conseguir
aparcar en la puerta del restaurante. El local no destacaba estéticamente en
nada aunque era aceptable la limpieza que tenía. La comida fue muy parecida a
la realizada en días anteriores: unos platillos con una especie de crema de
yogur, ensalada de berenjenas con tomate y pimientos rojos y un gran plato de
ensalada para compartir; el pan era parecido al pan de pita, muy rico porque
estaba recién hecho en el horno que tenía el restaurante. Más tarde nos
pusieron un plato que no recuerdo lo que era y finalizamos con una especie de
pincho grande acompañado de patatas y ensalada y de una salsa que podía ser
picante o no; yo pedí la salsa no picante porque no me fiaba de estropearme el
estómago para el resto del día. Finalizamos con un helado de postre. Ni que
decir tiene que toda la comida estuvo regada abundantemente con la bebida que
nos acompañaba la mayor parte de los días: un gran botella de agua fresca. Este
fue el único restaurante en el que no eché ninguna foto, cosa que ahora hecho
en falta para poder avivar los recuerdos con mayor facilidad. Una vez que
finalizó la comida, subimos al autobús y enfilamos nuestros pasos hacia la
cuidad de Pamukkale y volvíamos de nuevo a retomar el clásico circuito
turístico del que nos habíamos desviado para visitar Aspendos; es decir, lo normal es hacer un viaje que comience en
la Capadocia y continúe por Konya y Pamukkale. Sin embargo, nosotros, aunque
hicimos algunos kilómetros más, desde Konya nos dirigimos al sur, atravesamos
los montes Tauros, vimos el Mediterráneo en la ciudad de Antalya y nos
maravillamos con la visita a Aspendos.
Una vez en el autobús, cada uno
ocupó su tiempo lo mejor que pudo: echarse
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Hierápolis. Puerta sur |
una siesta para hacer la digestión,
repasar fotos, hablar con el vecino de asiento, etc. Así fueron pasando las
horas, amenizadas también con la correspondiente parada técnica para recargar
fuerzas con el consabido té y desalojar líquidos. No recuerdo dónde paramos y
aunque he preguntado a varios integrantes del grupo, nadie ha sabido decírmelo.
Como ya dije anteriormente, ese día no sé que me pudo pasar que no hice fotos
ni del local ni de la comida de mediodía ni del local de la parada técnica.
Llegamos a Pamukkale en torno a las
cinco de la tarde. Pero, en vez de dirigir el autobús hacia el hotel, fuimos
directamente a realizar las dos visitas que teníamos planeadas para esa tarde:
Pamukkale (Castillo de Algodón) y las ruinas de Hierápolis, pues el cierre del
recinto estaba previsto para las siete de la tarde. Tengo que decir que la
visión desde el autobús de la montaña blanca que es Pamukkale según nos íbamos
acercando a ella es algo salido de un sueño. Imagina que estás en un terreno de
tonos ocres que todo lo rodea y en medio de esa mancha marrón destaca una nube
blanca y esponjosa para la que no encuentras explicación. Y todo ello enmarcado
por un cielo azul espléndido iluminado por un sol radiante. Llegamos a la
puerta de acceso al recinto que permitía la visita a las ruinas de Hierápolis y
Pamukkale, pues las dos están situadas una al lado de la otra. Una vez pasado
el torno de entrada, nuestro guía nos hizo un pequeño resumen de los elementos
que íbamos a poder observar de la antigua ciudad romana mientras llegábamos a
Pamukkale.
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Hierápolis. Columnas del Gimnasio |
Hierápolis fue fundada en el siglo II a.C. por Antíoco el
Grande para aprovechar sus aguas termales como balneario y centro médico debido
a la calidad de sus aguas. Fue una ciudad próspera llegando a alcanzar los
cincuenta mil habitantes a mediados del siglo I a.C. Dos terremotos de gran
intensidad destruyen la ciudad a mitad del siglo I d.C., siendo reconstruida
siguiendo los cánones romanos, para lo que se construyen un teatro, varios
templos, un ninfeo y multitud de edificios más. Sin embargo, la ciudad, con el
paso de los siglos, va perdiendo poco a poco importancia hasta ser abandonada a
finales del siglo XIV. No es hasta finales del siglo XIX cuando la ciudad es de
nuevo descubierta dando comienzo sucesivas campañas de excavaciones. Es declarada
ciudad Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 2008. El yacimiento dispone
de varias entradas, eligiendo nuestro guía el acceso por la puerta sur donde
aparcamos nuestro autobús. Nos
adentramos en las ruinas de la ciudad y nos fuimos acercando hacia los
travertinos del “Castillo de Algodón” a través del decumano, que era la calle
principal de la ciudad con más de un kilómetro de largo; también vimos restos
de las canalizaciones de agua por toda la ciudad, del gimnasio donde los
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Hierápolis. Termas |
ciudadanos cuidaban su cuerpo, y de algunos templos y del ágora de la ciudad. A
nuestra derecha, oteados desde la lejanía, quedaron sin ver los restos más
importantes que se conservan: el templo de Apolo, del que se conservan algunas
columnas en pie; el Plutonio, cueva bajo el templo de Apolo que emanaba dióxido
de carbono y que solo podía ser visitado por los sacerdotes; el Ninfeo, fuente
monumental en forma de U; y el magnífico teatro, recientemente restaurado, con
capacidad para quince mil espectadores y que conserva gran parte del frente
escénico.
Atravesadas las ruinas de la ciudad romana nos acercamos
al pie de la colina para admirar de cerca la formación blanca de los
travertinos que se descolgaba a lo largo de la misma, fruto de la acción de las
aguas termales sobre la roca. Estas corrientes de agua arrastran consigo gran
cantidad de minerales, sobre todo caliza además
de bicarbonato de calcio, que con el paso de los años se han
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Pamukkale. Travertinos |
ido depositando y
han dado lugar a estas formaciones de piedra caliza y travertino. El agua brota
en la parte alta de la colina y baja depositando estos minerales capa a capa,
creando cascadas en forma de terrazas a lo largo de toda la ladera, incluso con
estalactitas entre ellas. Sin embargo, una vez que nos asomamos a la ladera y
la pudimos ver más de cerca, al menos yo, me sentí un poco decepcionado. Solo
corría un canalillo de agua termal a lo largo de la parte alta de la colina
sobre el que zumbaban a su alrededor multitud de turistas –como nosotros–
deseosos por meter sus pies descalzos en el agua de dicho hilo de agua. El
resto de las piscinas escalonadas estaba prácticamente seco. Más tarde, Erdem
nos comentó que, dada la sobreexplotación del acuífero y a fin de preservar la
durabilidad del mismo en el tiempo, en la actualidad cada se dirige el agua a
un par de estas piscinas dejando el resto secas, lo cual resta un poco de
belleza al espectáculo de esta montaña blanca. También, más tarde, algunos
compañeros de viaje nos dijeron que ellos habían encontrado hacia el norte un
par de piscinas con agua, con poca gente en las mismas. En fin, con la
decepción fijada en la retina, desandamos el camino y acompasando el paso a las
muletas de Cándido, fuimos hacia la entrada del yacimiento para subir de nuevo
al autobús y dirigirnos al
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Pamukkale. Canal de agua termal |
hotel.
El Spa Hotel
Colossae Thermal, un cinco estrellas realmente espectacular, estaba a unos
tres kilómetros de las ruinas de Hierápolis y de Pamukkale. Son varios
edificios de dos plantas únicamente dispuestos alrededor de una piscina
central. El vestíbulo de entrada ya nos habla a las claras de la calidad del
servicio que ofrece. Tras la correspondiente adjudicación de las habitaciones,
cada uno se dirigió a la suya para dejar las maletas y preparar los utensilios de baño, ya que antes de
cenar, íbamos a bajar al spa del hotel a disfrutar de un relajante baño. Tuvimos
que comprar el gorro de baño que era obligatorio y así pertrechados nos
dirigimos hacia la piscina. El spa del hotel consta de un par de piscinas de
agua caliente así como sauna y baño turco. Estuvimos disfrutando de las
instalaciones casi una hora, tras lo cual nos dirigimos a la habitación para
vestirnos y bajar al comedor a cenar. El comedor estaba bastante completo de
personas cenando, aunque había mesas vacías más que suficientes para todos
nosotros. La oferta culinaria fue muy parecida a la descrita en días anteriores
en otros hoteles en los que hemos ido pernoctando: ensaladas, quesos variados,
pasta, carne de cordero y de ternera, dulces, etc. Ni que decir tiene que la
única bebida que pudimos tomar fue agua, lo que me ha hecho pensar que, en
líneas generales, los hoteles del interior del país, no disponen de bebidas
alcohólicas, mientras que los que están en la costa –imagino que por tener una
mentalidad más abierta– sí ofrecen a sus clientes este tipo de bebidas. Pero,
insisto, esto es una reflexión mía que no tiene fundamento alguno. Y así,
cansados del largo trayecto realizado a lo largo de todo el día, nos fuimos
cada uno a nuestra habitación a descansar y a preparar nuestros maltrechos
cuerpos para las visitas previstas para el día siguiente.
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