domingo, 24 de febrero de 2019

Turquía: VIAJE EN GLOBO - CAPADOCIA (Día 3)




24 DE FEBRERO

Hoy tocaba madrugón. El día lo íbamos a comenzar subiendo en globo, actividad que se había planificado para el día anterior pero que, debido a las malas
Inflando el globo con aire caliente
condiciones atmosféricas, no se pudo llevar a cabo. Si digo la verdad, no entiendo mucho lo de las malas condiciones porque nos hizo un día maravilloso de sol y poco frío; sin embargo, es verdad que no vimos ningún globo volando en ningún momento. Así que el teléfono empezó a sonar en torno a las cuatro y media de la mañana ya que habíamos quedado en el vestíbulo del hotel a las cinco y media. De todo el grupo, Concha y Cándido no iban a subir al globo y se quedaban en el hotel, y yo que tampoco iba a subir pero que sí iba a acompañar al grupo para ver desde el suelo todo el proceso de inflar el globo y su subida a los cielos. Así pues, a la hora acordada estábamos esperando la llegada del furgón que enviaba la empresa con la que íbamos a volar para recogernos en el hotel. Una vez subidos en el vehículo, éste se dirigió hacia el interior del valle de Goreme donde nos esperaba el globo. Cuando llegamos, noche cerrada todavía, varios operarios de Air Kapadokya, empresa que se había contratado desde la organización del viaje para realizar esta actividad, estaban afanados tratando de inflar el globo. Junto a éste, había una pequeña mesa con té y pastas que todos nosotros agradecimos dado lo intempestivo de la hora. El precio a pagar era de ciento setenta euros por persona y la duración del vuelo de una hora aproximadamente. Estando el globo medio lleno de aire caliente, los operarios detectaron algún pequeño problema en la superficie del globo por lo que empezaron a desinflarlo para tratar de solucionar el cierre de alguna abertura en la parte superior del globo que estaba mal. Acto seguido comenzaron de nuevo a insuflar aire caliente al interior del globo y en muy poco rato el globo estaba dispuesto para elevarse a los cielos. 


Globos en la mañana capadocia
Los globos, como medio de transporte, operan con los principios básicos de la gravedad y transferencia de calor: si se caliente el aire del interior del globo, éste se eleva; si se enfría, éste desciende. Es decir, que para que el globo pueda volar necesitamos llenarlo de aire y después calentar ese mismo aire para que el globo se aleje del suelo. Los globos, fabricados en su mayoría con nylon impermeable, constan de tres partes: la cubierta o el globo propiamente dicho, el quemador, situado por encima de las cabezas de los pasajeros y es el encargado de mantener caliente el aire dentro del globo, y la barquilla donde viajan los pasajeros (la nuestra tenía una capacidad para veinte personas más la plaza del conductor del globo). Evidentemente el conductor del globo solo tiene capacidad para realizar el despegue y el aterrizaje del globo calentando o dejando enfriar el aire de su interior; sin embargo, no puede en ningún momento dirigir hacia una dirección determinada, siendo el viento el que realiza esta función.

Una vez superados los nervios iniciales y tras subir todos al globo, el conductor del mismo fue calentando poco a poco el aire del interior y majestuosamente el globo inicio su andadura por los cielos de la Capadocia. Mientras tanto, el conductor del furgón, Erdem y yo nos volvimos a subir al vehículo y nos desplazamos a Goreme, donde la empresa del globo tenía sus oficinas. Allí, en un ambiente más calentito, nos volvieron a ofrecer más té y pastas e incluso me facilitaron la contraseña de la wifi para que estuviera entretenido. A su vez, el conductor del furgón se afanó en preparar unas medallas para entregárselas a cada uno de los pasajeros y una pequeña caja en la que se podían observar los cuellos de algunas botellas de champán. Terminada la tarea y tras recibir aviso del lugar donde iba a aterrizar el globo, volvimos a subir al furgón y nos encaminamos al sitio acordado,  fuera de los límites del Parque de Goreme, un
Kaymakli. Dependencias
poco por encima de Çavusin. Cuando llegamos el globo ya estaba en tierra. El conductor del vehículo, cargado con sus medallas, y Erdem bajaron hasta donde se encontraba el globo mientras que yo me quede cerca del furgón, y allí estuvieron departiendo un buen rato, tomándose incluso una copa de champan que les ofrecía los operarios de la empresa. Al momento apareció otro todoterreno con un remolque del que bajaron varias personas que empezaron a terminar de desinflar el globo, doblarlo y cargar la barquilla en el remolque. Poco después volvimos a subir todos al furgón para volver al hotel y desayunar. Los comentarios de todos eran muy buenos y había sido una actividad que les había satisfecho mucho. Eran poco más de las ocho de la mañana.

Tras desayunar, nos encontramos de nuevo en la puerta del hotel para subir al autobús y dirigirnos a la ciudad subterránea de Kaymakli, una de las varias que existen en la zona. Se cree que fue excavada entre los siglos V y XI d.C., aunque no hay constancia científica que lo demuestre debido a la ausencia de pinturas en las paredes. Esta ciudad, declarada Patrimonio de la Humanidad en 1985, consta de once plantas subterráneas, una debajo de otra, aunque solo son visitables las cinco primeras. Atendiendo a las recomendaciones de nuestro guía, Cándido, Paqui, Concha y yo solamente visitamos las dos primeras mientras que el resto del grupo sí se atrevió a recorrerlas todas. El motivo era muy simple: a partir de la tercera planta los pasillos se estrechaban mucho y los
Kaymakli. Ábside y altar de la iglesia
techos no permitían caminar erguido en algunas zonas. Así que, para evitar problemas y dolores, nosotros nos quedamos disfrutando de las dos primeras plantas. La ciudad, como es fácil de intuir, es un laberinto de pasillos y estancias excavadas en la roca con la clara misión de almacenaje y de defensa de los habitantes de la zona ante posibles invasiones de otros pueblos. La principal función de los espacios excavados en la primera planta no era otra que la de servir de establo, siendo visibles en la actualidad algunas argollas para atar los animales clavadas en las paredes. Una piedra grande con forma de rueda hacía las veces de puerta.  Había incluso hasta una iglesia, sita en la segunda planta, de una sola nave con altar tras el cual había dos ábsides. Todas las plantas de la ciudad tienen puertas de acceso a las mismas que podían ser cerradas con grandes piedras circulares que encajaban perfectamente en los huecos de acceso. La visita de este laberinto de pasillos y habitáculos está perfectamente señalizada en las paredes mediante flechas azules que indican el camino de bajada hasta la quinta planta y flechas rojas que nos conducen hacia la salida.

Una vez que salimos al exterior, Erdem nos dejó un rato para que cada uno se perdiera libremente por los numerosos puestos y tiendas de venta de recuerdos.
Valle de las Tres Bellas
Nosotros compramos un imán para el frigorífico y una pulsera con cuentas de color turquesa. Compramos también unas botellas de agua y subimos al autobús que nos llevaría al Valle de las Tres Bellas, un amplio espacio en el que destacan sobremanera tres chimeneas de hadas muy juntas entre ellas, que dan nombre al mirador y que puede ser recorrido tranquilamente porque existe una pasarela de madera que facilita el paseo. No obstante, las vallas de esta pasarela estaban siendo reparadas por varios operarios y en las juntas de la baranda estaban echando una especie de pegamento que manchaba a todo aquel que se dejaba caer en la baranda. Estas chimeneas de hadas durante muchos años fueron el verdadero reclamo turístico de la zona y aparecían en todos los folletos publicitarios que se hacían; sin embargo, su popularidad ha descendido en estos últimos años. Como siempre, justo al lado del mirador, nos encontramos con numerosas tiendas de recuerdos dedicadas a captar las compras de los turistas. También aquí nos encontramos el recurrente fotógrafo que iba echando fotos por doquier a todo el que se ponía delante de las chimeneas y,al igual que en Valle de las Palomas, cuando volvíamos camino del autobús ya estaban impresas y enmarcadas, al módico precio de veinte liras, listas para ser compradas como así ocurrió con algunos de los miembros de nuestra excursión

Una vez finalizada la visita, nuestro guía nos explicó que antes de almorzar íbamos a realizar la segunda visita prevista relacionada con la artesanía turca. Esta vez visitaríamos una taller de orfebrería dedicado a la creación de joyas con metales y piedras preciosas. Estaba situado a las afueras de Avanos, en un complejo formado por un hotel (Suhan Cappadocia Hotel), cuya recepción junto con el taller de orfebrería y un restaurante de grandes dimensiones ocupaban toda la planta baja del edificio.   Entramos en el amplio local a través de varios pasillos donde recibimos una explicación muy didáctica a cargo de una señora sudamericana sobre las características principales y variedad de colores de las turquesas, incidiendo de un modo muy especial en las procedentes de Turquía. Terminada la explicación, el grupo se separó y se repartió por las
Viene la comida calentita
distintas vitrinas donde se exponían numerosas piezas de orfebrería: sortijas, pulseras, anillos, gargantillas, collares, algunos de las cuales era realmente espectacular, como espectacular era también su precio. Al igual que el día de la visita al taller de alfombras, aparecieron unos operarios que trataron de convencer a las indecisas sobre la bondad y buen precio de los productos que allí se ofertaban. Justo antes de finalizar la visita, nos sirvieron unos vasos de té turco que nos prepararon el cuerpo para la comida que en breve íbamos a degustar ya que eran casi las dos de la tarde

Desde allí, y sin salir del recinto donde estábamos nos dirigimos a otra zona donde se ubicaba el restaurante donde íbamos a comer. El local era un gran salón diáfano, pero nuestro grupo fue ubicado en otra sala más pequeña a la que se accedía bajando una escalera. Todo el grupo fue colocado en dos grandes mesas con capacidad para diez comensales cada una. Nosotros, Cándido, Paqui, Concha y yo nos sentamos con los más jóvenes, que nos animaron la comida. Pudimos pedir unas cervezas cuyo precio parecía que todos los locales de la Capadocia se habían puesto de acuerdo: veinte liras. La comida, al igual que las realizadas hasta ese momento, consistía en una serie de entrantes distribuidos en platos pequeños: crema de yogur, muhammara –una  especie de pasta hecha con pimientos rojos y nueces– ensalada de berenjenas, etc. A esto le siguió otro plato compuesto por una especie de pizza de carne troceada y verduras y, finalmente, el plato principal que llegó a las mesas montado en un carro pequeño; se suponía que la comida iba dentro de una especie de cántaro cerrado cuya boca estaba ardiendo. Tras un breve ceremonial, el jefe de los camareros dio un fuerte golpe con un largo cuchillo en el cuello del cántaro, que se rompió y la comida que contenía en su interior se extendió por una gran bandeja que estaba debajo del recipiente cerámico, comida que fue repartida diligentemente por los camareros en los platos que teníamos en la mesa. Tras comernos el postre y pasar por los servicios para aligerar la vejiga, prácticamente sin pausa subimos al autobús y nos dirigimos a visitar los últimos tres valles que estaban planificados en las actividades del día: el Valle del Amor, el Valle de los Champiñones y el Valle de Devrent, llamado también de la Imaginación.
Valle del Amor

Así, tras un breve trayecto, nos encontramos de nuevo en el interior del valle de Goreme en busca del llamado Valle del Amor (Zemi Vadassi, en turco), situado entre Çavusin y Goreme. No se puede asegurar a ciencia cierta el origen del nombre, aunque la mayor parte de los viajeros está convencida que la presencia de enormes chimeneas de hadas con ciertas reminiscencias eróticas, con formas que recuerdan la forma del miembro sexual masculino, tiene mucho que ver. A la labor de la naturaleza, en ese caso se le ha unido también la mano del hombre y la presencia de corazones en el mirador es permanente. También nos encontramos con un pequeño globo al que subir para plasmar el momento en una buena fotografía. Como dato curioso, comentar que en el momento en que llegamos, había un grupo de personas bailando en la explanada del mirador un música típica turca, al que hubo algún intento de incorporarse para aprender el baile por parte de nuestro grupo. De nuevo nos encontramos con pequeños árboles decorados con abalorios del ojo de la suerte.
Valle de los Champiñones o Pasabag

Y desde allí subimos nuevamente al autobús y recorrimos los escasos kilómetros que separaban este mirador del llamado Valle de Pasabag, también llamado Valle de  Champiñones que, como su propio nombre indica, toma este nombre por recordar las chimeneas de hadas la forma de este producto. Aquí no hay mirador; este valle es una llanura por la que puedes pasear entre las chimeneas de hadas, algunas de las cuales alcanzan una altura bastante considerable y resultan espectaculares. Es también en este valle donde mejor se ve el proceso erosivo que sigue este tipo de roca pues las chimeneas de hadas de este valle son unas de las más recientes en cuanto a su formación. La roca superior, más dura, sirve de freno de la erosión que pueda sufrir la roca inferior,
¿Dromedario en el Valle de la Imaginación?
más blanda por lo general. Paseamos con tranquilidad por todos los recovecos del valle y fotografiamos todos los rincones posibles. Finalizada la visita, otra vez al autobús para recorrer los escasos kilómetros de distancia hasta el Valle de Devrent, también llamado Valle de la Imaginación. Este valle es de dimensiones más pequeñas que los anteriores aunque aquí la naturaleza ha jugado con las rocas de un modo más creativo. Se llama Valle de la Imaginación porque es aquí donde uno puede dejar libre su mente y que esta imagine en los contornos de las rocas aquellas imágenes que le vengan en gana; así no es difícil encontrar entre las diferentes chimeneas de hadas un dromedario, una virgen con su largo manto, una pareja haciendo el amor o, por qué no, besándose.

Tras la visilla del Valle de Devrent, el autobús enfiló nuevamente camino hacia
Avanos, pues allí tendría lugar la actuación de los derviches giróvagos que
¿Una Virgen?
íbamos ver. El lugar era el
Sarihan Kenvansaray, situado a las afueras de Avanos, en la carretera que va de Kayseri a Nevsehir, a las orillas del arroyo Damsa. Fue construido a mitad del siglo XIII con piedra volcánica tallada, con muros gruesos y altos para evitar las incursiones de los ladrones. Toda la decoración exterior se concentraba en la puerta de entrada. Dentro del caravansar nos encontramos con un gran patio y una serie de habitaciones, que hoy en día se han convertido en salones sociales. Aquí se les proporcionaba a los comerciantes alojamiento y seguridad y establos para el cuidado de sus animales. Este caravansar es uno de los mejores ejemplos de este tipo de construcciones creadas por los sultanes selyúcidas a lo largo de la Ruta de la Seda para proteger las rutas comerciales y dentro de su sencillez decorativa, transmitía seguridad y, sobre todo, tranquilidad. 

Esta actividad de los derviches giróvagos era una de las que había que pagar, al igual que la del viaje en globo, ya que no entraba en el precio final que habíamos pagado por el viaje. El precio era de treinta euros por persona. Todos abonamos nuestra entrada a Erdem, aunque algunos, a la salida del espectáculo, protestaron la baja calidad del mismo teniendo en cuenta el precio
Patio del caravansar
pagado. Yo no me encontraba entre ellos. Aunque habíamos visto algún documental que otro en televisión o, incluso, habíamos presenciado una danza muy parecida a esta que llevan a cabo los derviches durante la celebración de la Feria de los Pueblos de Fuengirola, en la caseta de Egipto; aunque en casa tenemos algunos cds con este tipo de música y los hemos escuchado con cierta frecuencia, ver este ritual en directo sí merece la pena y más teniendo en cuenta el espacio escénico en el que se iba a desarrollar.
La danza de los derviches, vestidos completamente de blanco y girando como si estuvieran en trance es mucho más que un mero espectáculo visual. Los derviches son una corriente del sufismo y, por tanto, una más de las numerosas órdenes del Islam. Esta orden fue creada por Mevlana en 1312 en la ciudad de Konya donde está enterrado –mausoleo que visitaríamos al día siguiente–. En cuanto al simbolismo del ritual de la danza, el sombrero de pelo de camello (llamado sikke ) representa una lápida del ego, mientras que la falda blanca (llamada tenencia ) es la mortaja del ego. Cuando el derviche se quita su capa negra, se supone que debe renacer espiritualmente a la verdad. Así mientras gira, los brazos del derviche se abren con su mano derecha dirigida hacia el cielo, lo que representa su disposición a recibir la beneficencia de Dios. La mano izquierda del derviche está girando hacia la tierra, lo que representa su disposición a transmitir el don espiritual de Dios a los hombres. También se cree que mientras gira de derecha a izquierda alrededor de su propio corazón, el derviche abraza a toda la humanidad con amor, ya que los sufis creen que el ser humano fue creado con amor para amar.
Sarihan Kenvansaray. Danza de los Derviches Giróvagos

Dicho lo anterior, poco antes de las seis de la tarde accedimos al interior del caravansar en cuyo centro, bajo la cúpula, estaba el escenario cuadrado donde se iba a desarrollar la danza. Había un pequeño graderío en dos de los lados. Si exceptuamos media docena de personas que se habían sentado en uno de los graderíos, todos nosotros nos sentamos en el otro. Erdem nos había comentado que durante la duración del espectáculo estaba prohibido hacer fotos o grabar, cosa que podríamos hacer una vez que finalizara el ritual, ya que los derviches volverían a bailar de nuevo, aunque solo estarían presentes los tres bailarines y los tres músicos; el director espiritual del grupo ya no estaría en el escenario. Una vez sentados y con la única iluminación del escenario, ya que el resto del gran salón donde estábamos permanecía en penumbra y con un silencio tan grande que casi se oía, aparecieron en primer lugar los tres músicos que comenzaron a tocar sus instrumentos –una flauta de caña llamado ney), un instrumento de cuerda (llamado tambür) y un gran tambor redondo (llamado bendair)–; a continuación aparecieron los tres danzantes y su director espiritual que dieron gracias a Dios varias veces antes de empezar la danza. Al momento, los tres derviches se despojaron de sus capas negras y comenzaron a danzar uno tras de otro hasta estar los tres bailando a la vez sobre el escenario. Mientras tanto, el director, que no se había despojado de su capa y la conservaba sobre sus hombros, caminaba entre los derviches danzantes musitando una oración, cuyo termino indicaba a los derviches el final de su danza y se iban a uno de los lados del escenario donde permanecían muy quietos hasta el inicio de la siguiente oración donde se volvía a repetir la misma estructura.  Así hasta el final del espectáculo. Una vez concluido el mismo, como ya dije con anterioridad, el director espiritual se retiró del escenario y durante un par de minutos, los músicos volvieron a tocar sus instrumentos y los derviches de nuevo a danzar para poder ser fotografiados y grabados en vídeo. Ni que decir tiene que esta actividad supuso para muchos de nosotros un pequeño problema: la mayoría estábamos levantados desde antes de las cinco de la mañana y  habíamos tenido un largo día lleno de visitas; si a eso le añadimos un ambiente en penumbra, una música suave y muy relajante y un silencio sepulcral, todo ello junto dio lugar a que alguno que otro diera pequeñas cabezadas vencido por el sueño, hecho que luego, a la salida, originó numerosas sonrisas entre todos los presentes.

Una vez finalizado el espectáculo, salimos al patio del caravansar donde estaba previsto proyectar en una de sus paredes el origen y evolución de este tipo de establecimientos dedicados al hospedaje de comerciantes y peregrinos. También nos ofrecieron el consabido vaso de té –esta vez podíamos elegir entre té negro y té de manzana– que nos vino de perlas pues la temperatura exterior se había desplomado y hacía realmente frío. Terminada la proyección en torno a las siete y media de la tarde, enfilamos nuestros pasos hacia el hotel salvando los escasos kilómetros que nos separaban desde el caravansar. Tras una ducha relajante y cambiarnos de ropa, acordamos tomar una cerveza en el bar del hotel antes de ir al comedor para cenar. Y dicho y hecho, sobre las ocho y media estábamos Cándido, Paqui, Concha y yo delante de nuestra Efes dispuestos a dar cuenta de ella. Convendría aclarar que los precios del bar del hotel, a pesar de ser un cinco estrellas, estaban bastante más baratos que los que habíamos visto hasta el momento: solo dieciséis liras turcas por botella. Desde allí, subimos las escaleras camino del comedor donde cenamos opíparamente. Desde allí, camino de la habitación para descansar y recuperar unas cuantas horas de sueño, ya que al día siguiente abandonábamos el hotel y dejábamos la Capadocia camino de Konya, cuna de Mevlana, creador del sufismo. Por ello, antes de dormir, tuvimos que preparar las maletas, recoger todo lo que teníamos fuera de ellas pues teníamos que dejarlas al día siguiente, antes de ir a desayunar, en la puerta de la habitación a fin de que los mozos del hotel pudieran bajarlas hasta el autobús y cargarlas en su maletero. Y así, con la retina impregnada todavía de todo lo que habíamos podido ver en estos dos días por la Capadocia, el sueño llamó suavemente y nos dormimos.


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