DÍA 28 DE FEBRERO
Excepción hecha de la mañana que pasamos en Antalya y
Aspendos donde mínimamente nos llovió durante las primeras horas, el día volvía
a amanecer espectacular. La luz comenzó a filtrarse por las ventanas de la
habitación y en torno a las seis empezamos a prepararnos para un nuevo día. Los
distintos desplazamientos que teníamos previstos rondaban los quinientos
kilómetros, pero es lo que tiene este tipo de viajes si quieres visitar un país
tan enorme como es Turquía. A continuación, la rutina que poco a poco íbamos
interiorizando: maletas preparadas y puestas en la puerta de la habitación para
que el personal del hotel las bajase al autobús y bajada al comedor para
realizar un desayuno potente a fin de coger las fuerzas suficientes para poder
echar la mañana, que, al igual que en días anteriores, era variado en su
oferta.
Tras el desayuno, con las maletas ya colocadas en el
maletero del autobús, subimos al mismo dispuestos a iniciar las actividades del
día. Hoy teníamos previsto visitar el Asclepion
de Pérgamo durante la mañana y las ruinas
de Troya a lo largo de la tarde. Me sentí un poco decepcionado cuando
nuestro guía nos confirmó que no íbamos a visitar las ruinas de la antigua
ciudad griega de Pérgamo, y más aún cuando al bajar del autobús para visitar el
Asclepion, podíamos divisar los restos del teatro y de otros edificios de esa
ciudad justo enfrente, en lo alto de la colina que bordea la actual ciudad de
Bérgama. De todas formas, después de haber visitado el maravilloso teatro de
Aspendos y las fabulosas ruinas de Afrodisias en días anteriores, el concepto
de ruinas ya no sería igual. Desde un punto de vista egoísta, Aspendos y
Afrodisias deberían de visitarse al final de todas las visitas a ruinas griegas
y romanas, porque una vez que ya las has visto, cualquier otra visita
languidece ante la inmensidad de aquellas.
Asclepión. Vía Tecta |
Localizado a los pies de la acrópolis de Pergamo,
nos encontramos los restos de lo que fuera el santuario curativo más
influyente del mundo antiguo, las ruinas del Asclepion. Este recinto medicinal
estaba dedicado al dios griego Asclepio (Esculapio para los romanos),
dios de la medicina y la curación, el cual, según algunos relatos mitológicos
tenía tanta destreza con la medicina que lograba que los muertos volvieran a la
vida. Este recinto tenía todas las instalaciones necesarias para llevar a
cabo su función: baños, gimnasio, teatro y, además, una enorme biblioteca. En
esta pequeña ciudad –al fin y al cabo, la podríamos denominar así– residieron
los médicos más afamados de la antigüedad, que además impartían docencia a
todas aquellas personas que deseaban ejercer la medicina. Entre los más
conocidos destaca sobremanera Galeno, que había nacido en la cercana ciudad de
Pérgamo, que fija la época de mayor esplendor de Asclepion (siglo II d.C.).
Fuste con serpientes entrelazadas |
La entrada al recinto se hace por la llamada Vía Tecta o Vía Sagrada, una calle
columnada que daba un mayor empaque a la entrada a este hospital. Al final de la calle, nos encontramos con un amplio patio
porticado donde se encuentran los restos de los edificios más importantes: el templo de Zeus-Asclepios, circular como
el Panteón romano pero de menores dimensiones, del que apenas quedan restos;
justo al lado aparecen los restos de un edificio circular lobulado, la sala de
tratamientos o Edificio de Curación:
y el teatro, con capacidad para más
de 3.500 espectadores. Resulta interesante ver casi en el centro de este patio
porticado una columna de mármol blanco donde aparecen unas serpientes
entrelazadas a una vara, que representan el poder curativo de Asclepio, símbolo
que ha seguido ligado a lo largo de los siglos a la medicina. Sobresalía
también dentro de este recinto la biblioteca, que pudo albergar hasta 200.000
pergaminos. Son también muy interesantes de recorrer y de visitar las habitaciones del sueño –cuyos restos se
ven al fondo, frente al teatro–, las bañeras de mármol donde los enfermos
tomaban las aguas termales y los llamados túneles
de dormición donde se trataba de incorporar al paciente a la disciplina del
centro a través del sueño y del tratamiento de su subconsciente; es decir, un
centro psiquiátrico en toda regla, aunque con tratamientos acordes a una
calidad de vida excepcional: paseos, visitas a la biblioteca, baños termales,
asistencia al teatro y toda una larga relaciones de comodidades encaminadas a
lograr una plácida estancia y una pronta recuperación del paciente.
Pero como todo en esta vida, alguna pega había de
tener este placentero hospital: no se aceptaban pacientes cuya muerte los
médicos consideraban inminente o a mujeres embarazadas. El lema que regía el
Asclepion era: “La entrada de la muerte está prohibida en Asclepion como
respeto a los Dioses”. Tal fama llegó a alcanzar este centro médico que hay
constancia documental de que aquí pernoctaron personalidades tales como
Adriano, Marco Aurelio o Cleopatra. Finalizamos la visita con el regusto
amargo de ver las ruinas de Pérgamo a lo lejos y no poder visitarlas.
Poco
después y tras el correspondiente cigarro para los fumadores y paso por los
servicios, subimos al autobús y nos dirigimos al restaurante, de nombre Kardesler Restaurant, un
self-service para turistas, situado a pie de carretera a las afueras de Bérgama.
El menú fue variado y bastante contundente para el que quiso: sopa, ensalada,
pasta, garbanzos, carne, pinchos, etc.; y en cuando al postre, había un poco de
todo: dulces, fruta, macedonia, etc.; y de beber, agua o, si preferías, previo
pago de 20 liras turcas por botella, cerveza Efes.
Una vez finalizada la comida, vuelta de nuevo al autobús
para recorrer los aproximadamente 240 kilómetros que nos separaban de la ciudad
de Troya. Como es imaginable, recién comidos, un tiempo soleado, el suave
traqueteo del autobús en carretera, a los pocos minutos, íbamos, si no todos,
casi todos durmiendo lo cual facilitó sobremanera que el viaje de tarde se nos
hiciera corto. El hecho de tener la
costa a no mucha distancia y el terreno ser relativamente llano, la mayor parte
de los extensos campos que abarcaba nuestra vista eran de cultivo, con grandes
masas de bosque en la lejanía. Tras la correspondiente parada técnica y nuestro
consabido té, ya negro, ya de manzana, casi sin darnos cuenta aparecieron ante
nuestros ojos los primeros indicios de que habíamos llegado a Troya. Y claro, la imaginación, que no
tiene fronteras, me hizo volar a los primeros años de mi niñez con aquellas
lecturas reducidas de Homero sobre la Iliada; personajes como Héctor, Agamenón,
Aquiles, el rey Príamo, Paris, Patroclo y un sinfín más cobraban nueva vida y
revoloteaban a nuestro lado; el famoso caballo de Troya, tantas veces imaginado
de una y mil formas, tantas veces arrojando guerreros de su interior para la
toma de la ciudad… Fueron unos momentos realmente evocadores que hicieron
realidad el viejo sueño de pasear por estos paisajes, sueño que jamás pensé que
podría cumplir. Pero claro, una vez superada la fase idílica, nos dimos de
bruces con la cruda realidad. Troya, en la actualidad, es un conjunto de restos
de recintos amurallados donde hay que poner en funcionamiento la imaginación
para poder integrar, por un lado, lo que narran los expertos y, por otro, lo
que los ojos de un turista perciben.
Réplica del Caballo de Troya |
Nada más llegar a las ruinas y tras pasar los tornos de
acceso, lo primero que vimos fue una réplica muy sui generi del llamado Caballo
de Troya. Creo que es el mayor atractivo turístico de todo el recinto. Este
caballo de madera, de grandes dimensiones, con una escalera exterior que
permite acceder al interior del mismo, tiene unas ventanas de reducidas
dimensiones por las que las personas que acceden al interior se pueden asomar y
plasmar en una fotografía la cabeza asomada a las mencionadas ventanas. Está
situado en una plaza de dimensiones medianas que posibilita tomar fotos desde
cualquier ángulo. Una vez finalizadas las consabidas fotos, nos dirigimos hacia
el yacimiento propiamente dicho. Troya hoy en día es una serie de recintos
fortificados superpuestos unos encima de otros. Según nos indicaba Erdem, hay
“hasta diez Troyas”, pero claro, estas ruinas son muy difíciles de entender si
no eres arqueólogo. Troya –también conocida como Ilios en la antigüedad– se funda en el tercer milenio antes de Cristo
como una simple aldea de pescadores. Y resulta curioso porque hoy en día es
imposible ver el mar desde las ruinas de la ciudad. Sin embargo, debemos de
partir de la base de que el mar estaba al lado de la ciudad ocupando toda la
llanura de tierra
cultivada que hoy vemos desde el yacimiento. Sin embargo, los
sedimentos depositados en la desembocadura de los ríos que la circundan, por un
lado, y el drenaje que llevó a cabo el gobierno turco a mitad del siglo pasado
para aumentar las tierras cultivables, por otro, han hecho desaparecer la bahía
sobre la que se asentaba Troya y han alejado el mar los suficientes kilómetros
para que no sea visible desde sus muros. Según nos comentaba Erdem, Troya fue durante muchísimos
años una falacia; es decir, se llegó a pensar que nada de lo que había narrado
Homero era real. Por no ser real, se afirmaba en determinados círculos que ni
siquiera el propio Homero había existido. Y no fue hasta 1871 en que un
millonario alemán, Heinrich Schilemann,
al que le gustaba jugar a ser arqueólogo,
oyó hablar de las leyendas de la zona y comenzó a excavar. Y ahí es donde surge
todo. Este arqueólogo alemán no solo aseguró que había descubierto Troya sino
que llegó a afirmar que había encontrado el tesoro del rey Príamo. Según
nuestro guía, Schilemann estuvo excavando más de tres años sacando a la luz
únicamente restos de murallas y una vez encontrado el tesoro del rey Príamo,
cogió las coronas, collares, pulseras, sortijas, etc. de oro que había
encontrado, y desapareció de la excavación. Y así, entre explicación y
explicación, fuimos siguiendo el itinerario visitable de las ruinas y pudimos
ir viendo restos de murallas de adobe de las ciudades II y II, del palacio
real, de la puerta sur de acceso al recintoamurallado, del odeón, y algunos
restos interesantes más. Pero claro, casi toda la visita fue un acto muy
exigente de imaginación por parte de cada uno de nosotros. No obstante, el
sueño infantil seguía diciéndome que se había hecho realidad.
Troya. Zona amurallada |
Una vez finalizada la visita, en torno a las siete y
media de la tarde subimos al autobús y nos dirigimos hacia Çanakkale, ciudad de la que nos separaban aproximadamente unos
treinta kilómetros. Allí nos esperaba ansioso por recibirnos el penúltimo hotel
en el que pernoctaríamos, el Kolin Hotel,
un cinco estrellas coqueto y agradable. Çanakkale
es una ciudad asiática situada en la costa de los Dardanelos que ronda casi los
noventa mil habitantes y que está dedicada casi exclusivamente al turismo. Al
contrario que Kusadasi, que tiene un paisaje más irregular, Çanakkale se nos
presenta en una gran llanura que muere en el mar. La ciudad tiene también una
gran actividad cerámica y son numerosos los comercios que vimos por las calles
de nuestro recorrido hacia el hotel. De hecho, el significado del nombre de la
ciudad lo dice todo: çanak
(cerámica), kale (fortaleza).
Kolin Hotel. Vista desde la habitación frente a Gallipoli |
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