jueves, 28 de febrero de 2019

Turquía: DE KUSADASI A ÇANAKKALE PASANDO POR PÉRGAMO Y TROYA (Día 7)



DÍA 28 DE FEBRERO

Excepción hecha de la mañana que pasamos en Antalya y Aspendos donde mínimamente nos llovió durante las primeras horas, el día volvía a amanecer espectacular. La luz comenzó a filtrarse por las ventanas de la habitación y en torno a las seis empezamos a prepararnos para un nuevo día. Los distintos desplazamientos que teníamos previstos rondaban los quinientos kilómetros, pero es lo que tiene este tipo de viajes si quieres visitar un país tan enorme como es Turquía. A continuación, la rutina que poco a poco íbamos interiorizando: maletas preparadas y puestas en la puerta de la habitación para que el personal del hotel las bajase al autobús y bajada al comedor para realizar un desayuno potente a fin de coger las fuerzas suficientes para poder echar la mañana, que, al igual que en días anteriores, era variado en su oferta.

Tras el desayuno, con las maletas ya colocadas en el maletero del autobús, subimos al mismo dispuestos a iniciar las actividades del día. Hoy teníamos previsto visitar el Asclepion de Pérgamo durante la mañana y las ruinas de Troya a lo largo de la tarde. Me sentí un poco decepcionado cuando nuestro guía nos confirmó que no íbamos a visitar las ruinas de la antigua ciudad griega de Pérgamo, y más aún cuando al bajar del autobús para visitar el Asclepion, podíamos divisar los restos del teatro y de otros edificios de esa ciudad justo enfrente, en lo alto de la colina que bordea la actual ciudad de Bérgama. De todas formas, después de haber visitado el maravilloso teatro de Aspendos y las fabulosas ruinas de Afrodisias en días anteriores, el concepto de ruinas ya no sería igual. Desde un punto de vista egoísta, Aspendos y Afrodisias deberían de visitarse al final de todas las visitas a ruinas griegas y romanas, porque una vez que ya las has visto, cualquier otra visita languidece ante la inmensidad de aquellas.

Asclepión. Vía Tecta
Así pues, iniciamos la ruta para cubrir los escasos doscientos kilómetros que separan la ciudad de Kusadasi de Bérgama, ciudad construida sobre las antiguas ruinas de la ciudad de Pérgamo, que, según nos comentó Erdem, fue construida una y otra vez a lo largo de los siglos. Tras la correspondiente parada técnica a mitad de camino para tomar el consabido té y visitar los servicios, llegamos al aparcamiento del Asclepion en torno a las diez y media de la mañana. Como ya dije anteriormente era un caramelo amargo ver enfrente las ruinas de Pérgamo y no poder visitarlas. Una vez conformado el grupo, recorrimos a pie los escasos cien metros que nos separaban del acceso a estas ruinas.

Localizado a los pies de la acrópolis de Pergamo, nos encontramos los restos de lo que fuera el santuario curativo más influyente del mundo antiguo, las ruinas del Asclepion. Este recinto medicinal estaba dedicado al dios griego Asclepio (Esculapio para los romanos), dios de la medicina y la curación, el cual, según algunos relatos mitológicos tenía tanta destreza con la medicina que lograba que los muertos volvieran a la vida. Este recinto tenía todas las instalaciones necesarias para llevar a cabo su función: baños, gimnasio, teatro y, además, una enorme biblioteca. En esta pequeña ciudad –al fin y al cabo, la podríamos denominar así– residieron los médicos más afamados de la antigüedad, que además impartían docencia a todas aquellas personas que deseaban ejercer la medicina. Entre los más conocidos destaca sobremanera Galeno, que había nacido en la cercana ciudad de Pérgamo, que fija la época de mayor esplendor de Asclepion (siglo II d.C.).
Fuste con serpientes entrelazadas

La entrada al recinto se hace por la llamada Vía Tecta o Vía Sagrada, una calle columnada que daba un mayor empaque a la entrada a este hospital. Al final de la calle, nos encontramos con un amplio patio porticado donde se encuentran los restos de los edificios más importantes: el templo de Zeus-Asclepios, circular como el Panteón romano pero de menores dimensiones, del que apenas quedan restos; justo al lado aparecen los restos de un edificio circular lobulado, la sala de tratamientos o Edificio de Curación: y el teatro, con capacidad para más de 3.500 espectadores. Resulta interesante ver casi en el centro de este patio porticado una columna de mármol blanco donde aparecen unas serpientes entrelazadas a una vara, que representan el poder curativo de Asclepio, símbolo que ha seguido ligado a lo largo de los siglos a la medicina. Sobresalía también dentro de este recinto la biblioteca, que pudo albergar hasta 200.000 pergaminos. Son también muy interesantes de recorrer y de visitar las habitaciones del sueño –cuyos restos se ven al fondo, frente al teatro–, las bañeras de mármol donde los enfermos tomaban las aguas termales y los llamados túneles de dormición donde se trataba de incorporar al paciente a la disciplina del centro a través del sueño y del tratamiento de su subconsciente; es decir, un centro psiquiátrico en toda regla, aunque con tratamientos acordes a una calidad de vida excepcional: paseos, visitas a la biblioteca, baños termales, asistencia al teatro y toda una larga relaciones de comodidades encaminadas a lograr una plácida estancia y una pronta recuperación del paciente.
Asclepión. Vista general del teatro y de la zona porticada

Pero como todo en esta vida, alguna pega había de tener este placentero hospital: no se aceptaban pacientes cuya muerte los médicos consideraban inminente o a mujeres embarazadas. El lema que regía el Asclepion era: “La entrada de la muerte está prohibida en Asclepion como respeto a los Dioses”. Tal fama llegó a alcanzar este centro médico que hay constancia documental de que aquí pernoctaron personalidades tales como Adriano, Marco Aurelio o Cleopatra. Finalizamos la visita con el regusto amargo de ver las ruinas de Pérgamo a lo lejos y no poder visitarlas.

Poco después y tras el correspondiente cigarro para los fumadores y paso por los servicios, subimos al autobús y nos dirigimos al restaurante, de nombre Kardesler Restaurant, un self-service para turistas, situado a pie de carretera a las afueras de Bérgama. El menú fue variado y bastante contundente para el que quiso: sopa, ensalada, pasta, garbanzos, carne, pinchos, etc.; y en cuando al postre, había un poco de todo: dulces, fruta, macedonia, etc.; y de beber, agua o, si preferías, previo pago de 20 liras turcas por botella, cerveza Efes.

Una vez finalizada la comida, vuelta de nuevo al autobús para recorrer los aproximadamente 240 kilómetros que nos separaban de la ciudad de Troya. Como es imaginable, recién comidos, un tiempo soleado, el suave traqueteo del autobús en carretera, a los pocos minutos, íbamos, si no todos, casi todos durmiendo lo cual facilitó sobremanera que el viaje de tarde se nos hiciera corto. El hecho de tener la costa a no mucha distancia y el terreno ser relativamente llano, la mayor parte de los extensos campos que abarcaba nuestra vista eran de cultivo, con grandes masas de bosque en la lejanía. Tras la correspondiente parada técnica y nuestro consabido té, ya negro, ya de manzana, casi sin darnos cuenta aparecieron ante nuestros ojos los primeros indicios de que habíamos llegado a Troya. Y claro, la imaginación, que no tiene fronteras, me hizo volar a los primeros años de mi niñez con aquellas lecturas reducidas de Homero sobre la Iliada; personajes como Héctor, Agamenón,
Réplica del Caballo de Troya
Aquiles, el rey Príamo, Paris, Patroclo y un sinfín más cobraban nueva vida y revoloteaban a nuestro lado; el famoso caballo de Troya, tantas veces imaginado de una y mil formas, tantas veces arrojando guerreros de su interior para la toma de la ciudad… Fueron unos momentos realmente evocadores que hicieron realidad el viejo sueño de pasear por estos paisajes, sueño que jamás pensé que podría cumplir. Pero claro, una vez superada la fase idílica, nos dimos de bruces con la cruda realidad. Troya, en la actualidad, es un conjunto de restos de recintos amurallados donde hay que poner en funcionamiento la imaginación para poder integrar, por un lado, lo que narran los expertos y, por otro, lo que los ojos de un turista perciben.

Nada más llegar a las ruinas y tras pasar los tornos de acceso, lo primero que vimos fue una réplica muy sui generi del llamado Caballo de Troya. Creo que es el mayor atractivo turístico de todo el recinto. Este caballo de madera, de grandes dimensiones, con una escalera exterior que permite acceder al interior del mismo, tiene unas ventanas de reducidas dimensiones por las que las personas que acceden al interior se pueden asomar y plasmar en una fotografía la cabeza asomada a las mencionadas ventanas. Está situado en una plaza de dimensiones medianas que posibilita tomar fotos desde cualquier ángulo. Una vez finalizadas las consabidas fotos, nos dirigimos hacia el yacimiento propiamente dicho. Troya hoy en día es una serie de recintos fortificados superpuestos unos encima de otros. Según nos indicaba Erdem, hay “hasta diez Troyas”, pero claro, estas ruinas son muy difíciles de entender si no eres arqueólogo. Troya –también conocida como Ilios en la antigüedad– se funda en el tercer milenio antes de Cristo como una simple aldea de pescadores. Y resulta curioso porque hoy en día es imposible ver el mar desde las ruinas de la ciudad. Sin embargo, debemos de partir de la base de que el mar estaba al lado de la ciudad ocupando toda la llanura de tierra
Troya. Zona amurallada
cultivada que hoy vemos desde el yacimiento. Sin embargo, los sedimentos depositados en la desembocadura de los ríos que la circundan, por un lado, y el drenaje que llevó a cabo el gobierno turco a mitad del siglo pasado para aumentar las tierras cultivables, por otro, han hecho desaparecer la bahía sobre la que se asentaba Troya y han alejado el mar los suficientes kilómetros para que no sea visible desde sus muros.
Según nos comentaba Erdem, Troya fue durante muchísimos años una falacia; es decir, se llegó a pensar que nada de lo que había narrado Homero era real. Por no ser real, se afirmaba en determinados círculos que ni siquiera el propio Homero había existido. Y no fue hasta 1871 en que un millonario alemán, Heinrich Schilemann, al que le gustaba jugar a ser arqueólogo, oyó hablar de las leyendas de la zona y comenzó a excavar. Y ahí es donde surge todo. Este arqueólogo alemán no solo aseguró que había descubierto Troya sino que llegó a afirmar que había encontrado el tesoro del rey Príamo. Según nuestro guía, Schilemann estuvo excavando más de tres años sacando a la luz únicamente restos de murallas y una vez encontrado el tesoro del rey Príamo, cogió las coronas, collares, pulseras, sortijas, etc. de oro que había encontrado, y desapareció de la excavación. Y así, entre explicación y explicación, fuimos siguiendo el itinerario visitable de las ruinas y pudimos ir viendo restos de murallas de adobe de las ciudades II y II, del palacio real, de la puerta sur de acceso al recintoamurallado, del odeón, y algunos restos interesantes más. Pero claro, casi toda la visita fue un acto muy exigente de imaginación por parte de cada uno de nosotros. No obstante, el sueño infantil seguía diciéndome que se había hecho realidad.
Troya. Restos del Santuario

Una vez finalizada la visita, en torno a las siete y media de la tarde subimos al autobús y nos dirigimos hacia Çanakkale, ciudad de la que nos separaban aproximadamente unos treinta kilómetros. Allí nos esperaba ansioso por recibirnos el penúltimo hotel en el que pernoctaríamos, el Kolin Hotel, un cinco estrellas coqueto y agradable.  Çanakkale es una ciudad asiática situada en la costa de los Dardanelos que ronda casi los noventa mil habitantes y que está dedicada casi exclusivamente al turismo. Al contrario que Kusadasi, que tiene un paisaje más irregular, Çanakkale se nos presenta en una gran llanura que muere en el mar. La ciudad tiene también una gran actividad cerámica y son numerosos los comercios que vimos por las calles de nuestro recorrido hacia el hotel. De hecho, el significado del nombre de la ciudad lo dice todo: çanak (cerámica), kale (fortaleza).

Kolin Hotel. Vista desde la habitación frente a Gallipoli
El Kolin Hotel está situado prácticamente sobre la línea costera y desde los ventanales de la habitación nos permitió ver un bonito atardecer de cielos rojizos con la península europea de Gallípoli justo enfrente. Tras el consabido reparto de habitaciones, subida a las mismas, apertura de maletas, ducha ligera, cambio de ropa, etc., nos dirigimos al amplio comedor que disponía el hotel donde teníamos reservadas dos mesas grandes para todo el grupo; bajamos rápidos ya que la hora de cierre del mismo se acercaba inexorablemente. El menú de tipo self-service fue variado, dentro de la tónica que habíamos tenido en hoteles anteriores, lo que nos permitió dar varios viajes a las bandejas hasta saciar el hambre. El agua siguió siendo nuestra querida compañera de comidas ya que el hotel no disponía de bebidas alcohólicas. Tras finalizar la cena, estuvimos dando una vuelta por las distintas dependencias del hotel, donde nos había llamado la atención la decoración del vestíbulo de entrada a base de unas esferas de cristal que colgaban del techo, el bar y los salones sociales, prácticamente vacíos a esa hora de la noche. Finalmente decidimos subirnos a descansar y dejar preparadas las maletas pues al día siguiente de nuevo nos tocaba un largo viaje que nos llevaría hasta la misteriosa Estambul. Así que preparamos unos tés en la habitación, que era bastante amplia, con dos anchas camas  y decorada con muy buen gusto. Y así finalizamos otro día rico en experiencias y visitas. Claro, que yo todavía aún tenía clavadas en la retina Aspendos y Afrodisias y eso era difícil de borrar. 

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