viernes, 1 de marzo de 2019

Turquía: DE ÇANAKKALE A ESTABUL PASANDO POR GALLIPOLLI (Día 8)



1 DE MARZO

Península de Gallipoli. Monumento
Tuvimos que madrugar un día más, aunque menos que otros días. La norma que habíamos cogido en día anteriores de levantarnos en torno a las 5:30 de la mañana, ese día nos permitió una hora más de sueño. Bajamos al bufet del hotel e hicimos un desayuno demasiado completo, al igual que días anteriores. Eso implicaba que algún kilo que otro se nos había quedado de modo permanente y obligaba a dejar en la maleta algunas camisas que ya no podríamos usar el resto del viaje. Sin embargo, algo iba a alterar el normal acaecer del día. Ya durante el desayuno comentamos que el zumo de naranja que nos habían puesto era realmente malo, simplemente agua con colorante naranja. Pero bueno, ahí quedó todo, tal y como echamos el primer vaso, se quedó entero y sin beber en la mesa. Pero hubo de haber algo más que no estaba en buen estado o que nos sentó mal a algunos de nosotros, pocos, pero suficientes para distorsionar levemente los planes que llevábamos.

Tras el desayuno, bajamos a la recepción, donde ya estaban nuestras maletas camino de ser cargadas en el autobús. Iniciamos la mañana sin saber muy bien cómo iba a discurrir, hasta que aparecimos junto con la explicación de nuestro guía Erdem en el puerto de Çanakkale. La intención era cruzar el estrecho de los Dardanelos en dirección a la península de Galipoli. Fuimos de los primeros en llegar al puerto de embarque. Y nada más parar el autobús para esperar a que llegara el ferry que nos transbordaría a la parte europea de este inmenso país, empezaron a aparecer vendedores ambulantes ofertándonos sus mercancías que veíamos a través de las ventanas. En un principio, ninguno de nosotros hizo ademán de bajar del autobús para comprar algo, pero, a medida que la espera se alargaba y el ferry no llegaba a puerto, algunos decidieron preguntar precios y acto seguido bajar rápidamente a comprar la mercancía ofertada. Viendo que la espera se alargaba, los miedos se fueron relajando y poco a poco fuimos bajando casi todos a comprar algo, ya fueran llaveros, recuerdo de Troya, ya camisetas de la misma ciudad.

El día amanecía fresco y corría cierto viento que aumentaba la sensación de frío, aunque el cielo permanecía claro y raso. Cruzamos en menos de media hora el estrecho de los Dardanelos hacia la ciudad de Kilidübahir, desde donde iniciamos el itinerario hacia Estambul salvando una distancia de aproximadamente unos 300 km. Tanto durante la travesía como a lo largo de los primeros kilómetros recorridos por la península de Galipoli, pudimos observar numerosos monumentos recordatorios de la batalla desarrollada en esta zona durante la Primera Guerra Mundial, monumentos levantados para recordar permanentemente la barbarie humana cuando la ambición nubla la razón de vivir.

Restaurant Neyzen. Algunos de los entrantes
Después de varias horas de viaje y de alguna parada técnica extra forzada por las condiciones físicas en las que íbamos algunos de nosotros, comenzaron a aparecer ante nuestros ojos las primeras imágenes de Estambul, diáfanamente explicadas por nuestro guía Erdem. Yo nunca había estado en una ciudad de 18 millones de habitantes, según nos contó. Yo imaginaba a Estambul grande, enorme, pero no tanto. Desde veinte kilómetros antes de acercarnos al llamado “Cuerno de Oro” los rascacielos comenzaron a surgir ante nuestros ojos como las “casas de hadas” que habíamos disfrutado en la Capadocia, al principio del viaje. Erdem nos hablaba de que aquellas altas torres habían ido apareciendo paulatinamente ante el empuje de una demanda elevada de vivienda. Lo que para él el hogar donde residía era un lujo, (insistió varias veces que lo que más valoraba de su nueva vivienda, a la que se había mudado hacía más de diez años, era, sobre todo, la seguridad que le ofrecía) ahora se nos mostraban rascacielos mucho más altos y mucho más complejos que donde él vivía. Todo ello, explicaciones y mirada al entorno que aparecía ante nuestros ojos, nos hizo más ameno el largo viaje mañanero y en torno a mediodía aparcamos en autobús en el barrio de Fatih, para dirigirnos a almorzar en un restaurante llamado Neyzen, previamente apalabrado por nuestro guía.

Hoy Estambul es una ciudad, como ya hemos dicho anteriormente, poblada por 18 millones de personas, cosmopolita y viva que sigue siendo el centro cultural y comercial de Turquía a pesar de no ser la capital. Sigue siendo residencia de los patriarcas de la iglesia ortodoxa y de la iglesia armenia, que conviven con el arzobispo católico y con más de 2.500 mezquitas y 16 sinagogas lo que le da un ambiente multicultural y heterogéneo. La ciudad conserva el antiguo esplendor del pasado en sus palacetes y mezquitas que se mezcla con los suburbios industriales de los más desfavorecidos y las moles de cristal y hormigón que ha traído el progreso y el acercamiento al mundo occidental.

El restaurante Neyzen está ubicado en una zona repleta de tiendas y restaurantes, que para ser la hora que era –no más de las una de la tarde– ya presentaba un ambiente muy animado de gente yendo y viniendo, llevando y trayendo mercancías. El restaurante estaba vacío en esos momentos y nos sentamos a lo largo de dos amplias mesas sobre las que ya había varios platos. La bebida, como siempre, agua; no obstante, esta vez podíamos pedir vino o cerveza, según gustos, al razonable precio de unas 20 liras turcas como casi todo el viaje. Como ya dije, sobre la mesa, distribuidos para cada cuatro comensales, nos encontramos con cinco platos de entrantes: ensalada de pimientos rojos, unas alubias blancas con zanahoria, crema de yogur, berenjenas y un plato con muhammara, una especie de crema pastosa picante de pimientos rojos y nueces, muy típica en toda Turquía y que resultó ser un feliz descubrimiento para mí; además, había una gran fuente de ensalada para repartir. El menú se completó con una excelente lubina y un postre variado de frutas, entre otras, naranja, granada y uvas.
. Estambul. Bazar de las Especias

Finalizada la comida, volvimos sobre nuestros pasos para subirnos de nuevo en el autobús y así poder completar las visitas programadas para la tarde en nuestro primer día en Estambul. En primer lugar, enfilamos el autobús en dirección al barrio de Eminönü en busca del conocido Bazar de las Especias. Este mercado, frecuentado por turistas y locales, se encuentra situado entre la mezquitas Nueva (a la izquierda, si miramos de frente la entrada principal del Bazar) y la de Rustem Pasa, situada a la derecha de la entrada del mercado. A ninguna de las dos entramos, la primera porque estaba cerrada por obras de restauración, y la segunda, porque no estaba programada su visita.

La Mezquita Nueva se encuentra a la izquierda del Bazar de las Especias. Durante los sesenta y seis años que duró su construcción surgieron numerosos problemas y eso le proporcionó el triste record de ser la mezquita que más tiempo tardó en finalizarse de todo Estambul. Entre los problemas que afectaron a la construcción de la mezquita podemos citar la polémica de construir un templo musulmán en un barrio tradicionalmente judío; el elevado coste del proyecto; o la cercanía del mar, que requería unos conocimientos arquitectónicos muy elevados. Todo ello retrasó, sin duda, la finalización de la obra. Las obras comenzaron en el año 1597 a petición de la sultana Safiye, madre de Mehmet III y esposa de Selim II. Aunque no era muy habitual que las mujeres tuvieran tal poder en el sultanato, en esa época sí que gozaron de una importante trascendencia. El encargado del diseño fue el arquitecto Davut Aga, puesto que fue ocupado por Ahmed Aga, tras el fallecimiento del primero. El exterior de la mezquita contiene sesenta y seis bóvedas y semibóvedas en una estructura piramidal, así como dos minaretes. La bóveda principal mide treinta y seis metros de altura, y está apoyada en cuatro semibóvedas que la flanquean. Como con otras mezquitas imperiales, está precedida por un patio monumental.

Por su parte, la mezquita de Rüstem Pasa está situada a la derecha del Bazar de las Especias. Es conocida por la calidad y colorido rojizo de los azulejos de Iznik que decoran su interior con motivos florales y geométricos. No hay ninguna otra mezquita en Estambul que esté tan profusamente decorada con estos azulejos, que cubren paredes enteras así como el mihrab y el mimbar, junto a trabajos en mármol y madera con incrustaciones de madreperla. Es pequeña pero se considera una de las más exquisitas de Estambul. La mandó construir el Gran Visir Rüstem Pasa, yerno de Suleimán el Magnífico. Se construyó en una terraza elevada sobre una zona comercial conocida como mercado Tahtakale; con el propósito de que el alquiler de las tiendas financiara los gastos de construcción de la mezquita. Esta mezquita sufrió importantes daños durante el incendio de 1660 y posteriormente durante el terremoto de 1776 en el que se derrumbaron la cúpula y el minarete, aunque éstos han sido reconstruidos recientemente. La entrada está precedida por una bella explanada rodeada por arcos y en la que destaca una fuente octogonal.

Estambul. Bazar de las Especias
Y tras una breve explicación por parte de nuestro guía para ubicarnos en el lugar en que nos encontrábamos, comenzamos nuestra visita al llamado Bazar de las Especias. Podemos decir, sin ánimo de equivocarnos, que si el Gran Bazar es el universo de las compras, el Bazar Egipcio o Bazar de las Especias es un paraíso para los sentidos. Su nombre en turco Misir Çarsisi tiene un doble significado ya que la palabra  misir significa en turco tanto Egipto como cereal. Por lo tanto su origen podría provenir, bien, de las diversas especias que se traían desde la India y el sudeste asiático y entraban por Egipto, distribuyéndose luego desde Estambul a toda Europa; bien, de la época bizantina en que se comerciaba mucho con cereales. El Bazar de las Especias se aloja en un edificio que es la fiel reconstrucción del que erigió el arquitecto Kasim Aga en el siglo XVII como parte del complejo de la Yeni Camii o Mezquita Nueva. Tiene una forma de “L” y un total de casi 90 tiendas, por lo que, si bien es el segundo bazar cubierto más grande de la ciudad, su tamaño no puede compararse con el del Gran Bazar. Se recorre en relativamente poco tiempo porque la mayoría de los puestos repiten una y otra vez los mismos productos, por lo que, al principio se avanza a través de la única calle de un modo más lento, la rapidez de la visita va amentando a medida que se van viendo los diferentes puestos, que están numerados para evitar confusiones y facilitar la ubicación de los mismos. Está dedicado a la venta de dulces, frutos secos, tés, quesos, especias y productos típicos de Estambul. Todo es tentador y apetecible. El Bazar es una explosión de colores, olores y sabores. Al variadísimo colorido de las distintas especias expuestas unas al lado de las otras propiciando enormes contrastes visuales, se unía los múltiples olores de los diferentes tipos de té (negro, blanco, jazmín, etc.) y tabletas de turrón y dulces de lo más variado, rellenos en su mayoría de nueces, piñones, pistachos, etc., y los sabores más inimaginables de quesos de distinta elaboración, de una especie de chorizos y salchichones, imagino que de cordero o ternera, por aquello de la prohibición de comer cerdo y, sobre todo, de las llamadas “delicias turcas”, dulce tradicional gelatinoso, del tipo de caramelo blando o gominola.
Pueden estar hechas a partir de zumos naturales de frutas y cubiertas con una capa de harina fina, azúcar glas o azúcar en polvo, para que no se peguen unas con otras. Si a esto le añadimos que se rellenan con toda clase de frutos secos, el resultado es un dulce que no puedes dejar de comer una vez que has probado el primero.
Estambul. Bazar de las Especias

El Bazar es propiamente dicho una calle larga y cubierta por una bóveda apuntada bellamente decorada y al final se bifurca lateralmente a la izquierda y con un par de puestos de venta más a la derecha. Por eso se dice que tiene forma de “L” aunque más correcto sería decir que tiene forma de “T” con el brazo derecho de la letra mucho más corto que el izquierdo. Al final de la calle principal, nos encontramos con unas puertas que dan a una especie de plaza muy animada y donde se puede seguir comprando. En ella se respira el ambiente más oriental de Estambul. Vendedores ambulantes de comidas y bebidas como rosquillas, kebabs, buñuelos y helados; restaurantes y bares en los que degustar un plato típico; además del mercado de aves y flores que se encuentra en el exterior, hacen que puedas pasar un rato muy entretenido. E incluso algún vendedor que otro de banderas turcas nos encontramos a la salida. Nosotros compramos té negro y una caja de delicias turcas en el puesto número 21 del Bazar, local que nos había recomendado Erdem, y la verdad es que no nos pareció cara la compra realizada. Al cambio, pagamos unos 15 euros aproximadamente por cuatrocientos gramos de un magnífico té negro –con un perfecto envasado al vacío para poder transportarlo sin ningún problema– y una caja bastante completa y variada de estos dulces. Eso sí, previamente a la compra, con el pretexto de que estábamos viendo y probando, nos dimos, al menos yo, una buena mano de comer estas delicias que en trozos pequeños pasaban los comerciantes entre los que estábamos dentro del local. Todo ello acompañado de un excelente té caliente, bien negro, bien de manzana, que ha sido otro de los descubrimientos culinarios de este extraordinario viaje.

Estambul. Vendedor de mazorcas de maíz y castañas asadas
Una curiosidad que nos llamó poderosamente la atención fue la habilidad que tenían los comerciantes para adivinar nuestra procedencia. Sin llegar a abrir la boca y sin que nos hubieran oído hablar lo más mínimo, estos vendedores se dirigían a ti en español tratando atraer tu atención para tratar de venderte cualquiera de sus mercancías. Finalizadas las compras, salimos de nuevo a la plaza donde esperamos la llegada del autobús, ya que era una zona con una circulación muy concurrida y de difícil aparcamiento. Una vez que hubo llegado el autobús, subimos rápidamente para dirigirnos a continuación al barrio de Beyoglu,  donde se encontraba nuestro hotel.  El conductor enfiló el puente de Gálata y se dirigió nuevamente a la parte asiática de la ciudad. Después de callejear y subir calles empinadas un rato, nos detuvimos en una calle estrecha y de difícil aparcamiento llamada Mesrutiyet, delante del Hotel Occidental Pera Istambul, un cuatro estrellas perteneciente a la cadena española Barceló. No sé si todas las habitaciones que se repartieron al grupo eran similares, imagino que sí. Pero estaba claro que era el hotel más flojito de todos en los que habíamos pernoctado los días anteriores. Los muebles presentaban muy a las claras la factura del paso del tiempo y la habitación era pequeña, más si la comparamos con las que habíamos tenido en otros hoteles. Solo había una mesita de noche porque no había espacio material para poner la otra; las cortinas no abarcaban la totalidad de la ventana y por ello, si tapabas un vano, el otro quedaba un poco al descubierto y veías las luces de la calle. Por las consumiciones del frigorífico de la habitación esta vez no tuvimos que preocuparnos: directamente el electrodoméstico estaba vacío y desenchufado. Sí tuvimos la
Estambul. Torre Gálata y Barrio de Beyoglu
deferencia del hotel de disponer de un calentador de agua –el que había estaba averiado y al llenarlo el agua se derramó por el suelo de la habitación; no obstante, tras comunicarlo en recepción, lo cambiaron enseguida– y numerosos sobrecitos de té y café soluble. No obstante, no todo iba a ser malo en este hotel. El desayuno bufé contratado era el único de todos los hoteles en los que estuvimos  en el que teníamos a nuestra disposición zumo de naranja recién exprimido –te lo hacías tú mismo–, aceite de oliva, tomate rallado para completar las tostadas y café de cafetera servido por una simpática camarera, además de los consabido huevos fritos o tortilla, quesos variados, fiambre, etc. Una vez en la habitación asignada, nos refrescamos y descansamos un ratito porque rápidamente teníamos que bajar a recepción donde había quedado en reunirse el grupo con nuestro guía Erdem. Éste nos iba a enseñar someramente los alrededores del hotel y algunos de los locales en los que se podía entrar a tomar alguna que otra cerveza o incluso pedir una cena, ya que ni esta ni el almuerzo estaban contemplados durante los dos días que íbamos a estar en Estambul. Una vez conformado el grupo, salimos a la calle y a menos de cien metros del hotel nos encontramos con la calle Istiklal, una de las principales avenidas de Estabul, que desemboca directamente en la plaza Taksim. En aquel momento, el grupo se disolvió y cada cual fue donde quiso: unos buscaron algún local por la zona de la Torre de Gálata donde ver el partido de liga Real Madrid – Barcelona que se jugaba ¡a las once de la noche hora local!; otros se fueron en busca de tiendas en las que poder comprar algo; y nosotros cuatro –Paqui, Cándido, Concha y yo– nos quedamos paseando por la zona del hotel, ya que, aparte de estar cansado, Cándido iba ya demasiado molesto con su pie. Tomamos unas cervezas en un barecito que estaba al lado del hotel llamado Levent Büfe mientras nuestras esposas se daban una vuelta y veían alguna que otra tienda, y después nos desplazamos a un acogedor café llamado The Italian Coffée situado muy cerca del anterior donde tomamos un pequeño refrigerio, eso sí, ¡regado abundantemente con agua!, pues no había otro tipo de bebida que no fuera café o refrescos. 

Cuando acabamos, decidimos irnos camino del hotel a descansar. Íbamos tan cansados que, a pesar de que nos habían dicho en recepción que el hotel disponía de un spa gratuito para sus clientes, decidimos subirnos a nuestras respectivas habitaciones y aprovechar las horas que nos quedaban echados en la cama a fin de estar bien descansados para comenzar una nueva jornada al día siguiente.

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