domingo, 3 de marzo de 2019

Turquía: ESTAMBUL (Día 10)


 3 DE MARZO

Tercer día que amanecíamos en Estambul y como en los días anteriores el
Cafe Pierre Loti. Vistas del Cuerno de Oro
madrugón se sobrellevó perfectamente. Pasaban pocos minutos de las ocho cuando llegamos al comedor para desayunar, labor que algunos de los nuestros ya habían iniciado. Una taza de café con leche humeante servido por una amable camarera y un vaso de té negro junto con un zumo de naranja recién exprimido fueron las bebidas que acompañaron a las consabidas tostadas de aceite y tomate y algún plato de quesos variados y fiambre con alguna que otra verdura para disimular.


Finalizado el desayuno, nos preparamos todos a la espera del autobús pues tenía difícil el aparcar en las cercanías dada la estrechez de la calle. De las actividades planificadas para hoy solo conocíamos unas pocas y las restantes se irían añadiendo en función del tiempo que tuviéramos. Lo que sí estaba claro es que en este penúltimo día de viaje,  la tarde la íbamos a tener libre cada uno para hacer lo que quisiera. Por tanto, las visitas solo tendrían lugar en la
Agua caliente para el té en la cocina
mañana. Y así, para sorpresa propia, nos comunicó Erdem que íbamos a visitar el afamado Café Pierre Loti, encaramado en lo alto de una colina del barrio de Eyüp, con unas vistas maravillosas de todo el llamado Cuerno de Oro y del Estambul moderno. Pierre Loti fue un personaje misterioso de finales del siglo XIX y comienzos del XX, escritor, oficial de marina y viajero empedernido que se enamoró perdidamente de la musulmana con la que tenía que verse a escondidas por el conflicto de la religión de ambos –él era católico–, por lo que compró estos terrenos donde podía encontrarse con su amada lejos de las miradas indiscretas. Yo había leído algo de este café y consideraba que podía ser una visita interesante, pero al ver su situación en el mapa, muy apartada de todas las rutas turísticas, comprendí que no lo visitaríamos, de la ahí la sorpresa y alegría con que acogí la noticia de nuestro guía. Subimos al autobús y anduvimos callejeando por las distintas avenidas de la ciudad hasta enfilar nuestras miradas al mencionado barrio, que está considerado como el barrio musulmán más auténtico, más conservador y fiel de las costumbres islámicas; un territorio sagrado que abraza la mezquita que le da nombre. No habían dado las nueve cuando ya entrábamos en la terraza del café. A todos se nos fijó en el rostro una expresión un tanto incrédula al disfrutar de las espléndidas vistas panorámicas que se veían de la ciudad a nuestros pies. El café tiene dos grandes salones, uno de ellos con bancos corridos a lo largo de la pared, y entre ambos se encuentra la cocina, el almacén un hogar con fuertes ascuas bajo un depósito de agua revestido por una plancha de cobre que mantiene caliente el agua para servir los tés. En el salón más interior pudimos observar también unas vitrinas donde se exponían diferentes modelos de teteras y vasos y tazas para servir el té. Las paredes estaban cubiertas de fotografías de diferentes épocas relacionadas con el café. No obstante, la pieza más sorprendente y valiosa bajo mi punto de vista era una gran estufa exenta de la pared recubierta totalmente en cerámica decorada con motivos geométricos y arabescos. Los
Cementerio. Sura: Ruhuna Fatiha
precios, para la fama del café, eran relativamente baratos: un té costaba poco más de cuatro liras turcas –menos de un euro– o una botella pequeña de agua que marcaba una lira y media –unos treinta céntimos de euro–. A pesar de haber desayunado no hacía mucho, pedimos un té negro calentito, servido por diligentes camareros ataviados con traje morisco y nos sentamos en los divanes a tomárnoslo. Después salimos a la terraza superior del café y contemplados extasiados la maravillosa postal que teníamos ante nuestros ojos; más tarde, salimos del café y nos sentamos en la terraza que había sobre el mirador. Y así estuvimos de aquí para allá buscando la mejor ubicación para conseguir la mejor foto de recuerdo. Nos sorprendió también la existencia de un teleférico que ascendía prácticamente desde los pies de la mezquita hasta la terraza del café. Finalmente Erdem nos propuso elegir entre volver a subir al autobús para realizar la siguiente visita o bajar a pie la colina a través de un impresionante cementerio que se extendía  todo lo que abarcaba la vista entre cipreses, algarrobos y castaños, y que era una lección viva de historia poder contemplar desde muy cerca la evolución temporal de los enterramientos y los distintos gustos a la hora de crear las lápidas de las tumbas. Tengo que decir que yo soy un enamorado de los cementerios; me gusta visitarlos y pasearme entre sus
Estambul. Cementerio
cruces y lápidas y poder contemplar los nombres y fechas que figuran en las mismas, la decoración arbórea que los difumina y humaniza o los grandes túmulos que en algunos podemos encontrar. Elegimos con buen criterio artístico descender la colina caminando por una larga rampa que se extendía desde el café hasta la misma base de la mezquita. El silencio que reinaba en el ambiente, solamente roto por nuestros comentarios y gracias, sobrecogía. El camino serpenteaba entre las distintas lápidas ubicadas sobre diferentes niveles, lápidas antiguas o recientes en las que se repetía constantemente la expresión “ruhuna fatiha” que viene a significar algo parecido a “se ruega una oración por su alma”. No quiero ni recordar las fatigas y profundas quejas que mis rodillas pasaron bajando la rampa. Tuve que hacer varios descansos para evitar males mayores, pero, como no hay mal que cien años dure, unos veinte minutos después estábamos ya en terreno llano frente a la mezquita de Eyüp Sultán. No estaba contemplado su
Estambul. Mezquita Eyüp Sultán
visita por lo que pasamos de largo aunque yo había leído que era una de las mezquitas más populares de Estambul, n
o por su arquitectura porque no es de las más grandes ni deslumbrantes de la ciudad, sino por el fervor religioso que la envuelve. Y es que en esta mezquita se encuentra la tumba de Ayyub Al-Ansari, el portaestandarte del profeta Mahoma, muerto en el asalto islámico a Constantinopla del año 670. Curiosamente nos tropezamos con un señor que llevaba una oveja atadas las patas subida a un carro de mano. Nos explicó Erdem que este musulmán llevaba la oveja al imán de la mezquita para que éste bendijera su sacrificio. Y así, como habíamos elegido bajar la colina caminando, el autobús, mientras tanto, había dado la vuelta y ya nos esperaba frente a la mezquita para dirigirnos a nuestra próxima visita, que no era otra que la Mezquita Mehmet que iba a sustituir la visita a la Mezquita Nueva –junto al Bazar de las Especias– ya que ésta estaba cerrada por restauración. Justo antes de llegar a la mezquita nos llevamos una agradable sorpresa pues tuvimos que pasar bajo uno de los arcos del llamado acueducto de Valente, una preciosa obra de
Mezquita Eyüp Sultán. Cordero para el sacrificio
ingeniería romana que traía el agua a la ciudad desde unos bosques situados a más de veinte kilómetros.

La mezquita de Mehmet, también llamada del Príncipe, fue mandada construir por Solimán el Magnífico en 1543 en memoria de su hijo, el príncipe Mehmet, fallecido a causa de un brote de viruela a los 21 años de edad. Dicen que tal fue la amargura de Solimán ante la pérdida de su vástago que veló su cuerpo durante tres días y tres noches antes de enterrarlo. La visión externa del complejo es elegante y equilibrada. A partir de una gran cúpula central, el resto desciende en cascada de manera simétrica. El arquitecto añadió dos alminares a ambos lados de la sala de oración que ascienden hacia el cielo, en acertada contraposición al sentido descendente de las cúpulas. El acceso se efectúa a través de un patio porticado que conduce a un interior decorado con caligrafías blancas sobre fondo azul. Accedimos a la misma a través del patio donde nos sentamos en los largos bancos que había para quitarnos los zapatos y colocarnos los segundos calcetines. Prácticamente
Estambul. Mezquita de Mehmet o del Principe
estábamos solos, el silencio era envolvente, la majestuosidad de su cúpula sobrecogía la respiración, todo era simetría perfecta. La elegante decoración y las numerosas cartelas en caracteres islámicos imprimían una personalidad propia que no habíamos visto en las mezquitas anteriores; es decir, la decoración no era tan exuberante ni tan recargada, el blanco resaltaba sobre el rojo y el azul y viceversa. Una gran alfombra anaranjada con motivos decorativos azulados cubría todo el suelo. Una magnífica lámpara circular enmarcaba la cúpula casi a ras de suelo y empequeñecía aún más las demás lámparas que caían desde la cúpulas más pequeñas. Cuando salimos de nuevo al patio, nos quitamos el segundo par de calcetines y nos pusimos de nuevo los zapatos y nos dirigimos al autobús que ahora nos iba a llevar al Terminal de Ferrys donde íbamos a subir a un barco para realizar un crucero por el Bósforo.

Estambul. Terminal de Ferrys
Llegamos a la Terminal y, mientras esperábamos a subir en el barco, compramos unos simit, rosquillas de pan cubiertas con sésamo, a menos de dos liras la rosca. Estaban muy ricas y poco después, con las cervezas –que no bajaban de veinte liras turcas en ningún sitio– que nos tomamos en la cabina del barco, nos supieron a gloria. La Terminal se encuentra situada en el barrio de Eminönü, en la parte europea de la ciudad y muy cerca del puente de Gálata. El crucero consistía en tomar el barco en este lugar y atravesar prácticamente todo el estrecho del Bósforo que une el mar Negro con el mar de Mármara en un
Estambul. Mezquita Ortaköy
viaje de ida y vuelta. Desde esta Terminal de Ferrys, si girábamos la cabeza hacia tierra firme, surgía esplendida la enorme mole de la cúpula y minaretes de la mezquita de Suleymaniye. También era visible desde esta Terminal un puente colgante con el único tráfico de los vagones del metro turco, teniendo incluso una parada en medio del puente llamada Haliç. Mientras esperábamos a que el barco zarpara e iniciara el crucero, muy hábilmente unos vendedores ambulantes se pusieron al lado del mismo y comenzaron a vocear su mercancía, consistente en una cazadoras reversibles al precio de diez euros cada una. Y ocurrió que, bien picados por la curiosidad, bien atraídos por el precio, algunos miembros del grupo fuimos bajando a ver las prendas. Todo iba bien hasta que el primero compró una cazadora, hecho que animó a parte del grupo a llevarse también la suya, yo entre ellos. Poco después, Erdem nos comentó que la vuelta del crucero no la íbamos a hacer completa sino que bajaríamos en los alrededores del palacio de Beylerbeyi para visitarlo y de ese modo ahorrar tiempo para otras actividades planificadas. También nos dijo que el crucero iba a ser prácticamente para nosotros solos, aunque al final subieron un par de parejas portuguesas que no tenían cabida en otros barcos. Las explicaciones que nos iban dando por los diferentes lugares por los que pasábamos eran en español y portugués. Y así comenzó una singladura de poco más de una hora que nos sirvió sobre todo para relajarnos y tomar nuevas fuerzas. Las vistas de los magníficos edificios que se agolpaban en las orillas del estrecho tanto a un lado como a otro, nos hicieron disfrutar gratamente de la travesía y pudimos hacer
Estambul. Castillo de Rumeli Hisan
todas las fotografías que quisimos de numerosos palacios, mezquitas, como la de Ortaköy, realmente bella en sus pequeñas dimensiones, puentes colgantes, como el llamado puente del Bósforo o el de Fatih Sultán Mehmet, o incluso castillos, como el de Rumeli Hisan, todos ellos embelleciendo las orillas del estrecho. En la lejanía pudimos observar con todo lujo de detalle la llamada Torre de la Doncella, edificación debe su nombre a una antigua leyenda que cuenta que fue levantada por un emperador con el objetivo de salvar a una de sus hijas predilectas de una muerte segura. Al nacer ésta, el oráculo le vaticinó una muerte por picadura de serpiente antes de cumplir los dieciocho años. Para protegerla, levantó la Torre de la Doncella, donde la niña vivió sana y segura durante toda su infancia. El día de su 18 cumpleaños, el padre, sintiéndose a salvo de las palabras del oráculo y para celebrar la supervivencia de su hija, le regaló una gran cesta de frutas exóticas en cuyo interior viajaba un áspid que mordió a la joven al coger una de las frutas, cumpliéndose así la profecía. Poco después de cruzar el puente de Fatih Sultán Mehmet el barco comenzó a girar y a tomar el camino de vuelta y enfiló su proa, navegando por la otra orilla hacia el palacio de Beylerbeyi, situado a la altura del puente del Bósforo que casi pasa por encima del palacio.  

Palacio Beylerbeyi. Puerta de acceso al Bósforo
Para visitar el Palacio de Beylerbeyi la primera norma era calzarse unas fundas de plástico en los zapatos para evitar el deterioro de maderas y alfombras que conformaban el suelo; y la segunda, y más importante, estaba totalmente prohibido realizar fotografías o grabar en vídeo y había suficientes vigilantes en cada una de las dependencias para conseguirlo. El nombre del palacio significa Señor de Señores y es un bonito edificio situado en el lado asiático del Bósforo que fue residencia de verano de los sultanes durante el imperio otomano a lo largo de los siglos XIX y XX. Es de estilo neoclásico, elegante y suntuoso, y la decoración de las habitaciones está cuidada hasta el máximo detalle. Dado que el palacio fue concebido como palacio de verano, no se dotó de calefacción y en cambio sí tiene estanques, fuentes, piscinas y un sistema de agua corriente que combina el efecto refrescante con el agradable sonido del agua. Es un edificio de dos plantas con 26 habitaciones y 6 grandes salas, entre las que destacan los dos pabellones de baño, uno para los hombres y otro para las mujeres del harem, la Sala de recepción con una fuente que es una de las más bonitas. Está decorado con elementos traídos de todas partes del mundo, muebles franceses, alfombras de Hereke, candelabros europeos, lámparas de cristal de Bohemia, porcelana china y japonesa. Los jardines son bonitos y elegantes, adornados con magnolios una piscina y kioscos y numerosas esculturas de animales,
Estambul. Palacio Beylerbeyi
relacionadas con la caza. Admirados por la belleza del palacio, recorrimos embobados una dependencia tras otra atentos a las explicaciones que los auriculares que llevábamos colgados nos iban dando. Los colores, los jarrones, las cerámicas, las maderas nobles, los divanes… todo era una amalgama organizada mostrando toda la ostentación de un lujo posible de cara a los visitantes del palacio, con la exclusiva idea de mostrar el poder de los sultanes. A la salida del palacio, nos hicimos varias fotos de grupo en las escalinatas de acceso al interior del mismo. Desde allí nos dirigimos hacia la salida del recinto palaciego y allí esperamos la llegada de nuestro autobús que inició camino de la Colina Çamlica, para mostrarnos otras maravillosas vistas de la ciudad de Estambul. La colina está situada a la misma altura del Palacio de Beylerbeyi, pero más hacia el interior. Para llegar a ella hay que superar las fuertes pendientes que caracolean por la ladera hasta llegar a su cima repleta de familias de la zona que suben a ella para pasar un día al aire libre. Las vistas de la ciudad se centran principalmente en el barrio de Besiktas
Estambul. Colina Çamlica
y la parte moderna con sus enormes rascacielos. Dos elementos conforman el paisaje cotidiano de esta colina: uno es la imponente mezquita inaugurada en 2016, que es la mas grande de toda Asia Menor con capacidad para casi cuarenta mil fieles; el otro, la construcción de una gran torre de telecomunicaciones que permitirá eliminar de la línea del paisaje todas las feas antenas que existen en la actualidad. Volvimos sobre nuestros pasos y subimos al autobús. Nos había comentado previamente Erdem que por ser el último almuerzo que íbamos a realizar en Estambul, debíamos rascarnos un poco más el bolsillo ya que nos iba a llevar a un restaurante encantador, a la orilla del Bósforo y con un excelente servicio. El precio que íbamos a abonar era de treinta euros por comensal pero, según él, merecía la pena. Y así nos presentamos en el Park Fora Restaurant, situado en en el interior del parque Cemil Topuzlu, prácticamente sobre el agua del estrecho. Descendimos la escalinata que llevaba hasta el restaurante y lo
Restaurant Fora Park. Entrantres
primero que nos encontramos fueron unas grandes bandejas con muchos pescados variados –salmonetes, doradas, pargos, lenguados, langostinos, etc.– expuestos a la clientela del local. El maitre nos llevó hasta el fondo del local y nos ubicó en un pequeño salón en el que había dos largas mesas en las que nos colocamos. Los salones por lo que fuimos pasando hasta llegar al nuestro estaban bastante repletos de clientes que denotaban un cierto poder económico en sus ropas –principalmente ellas– y en su forma de comportarse. La paredes estaban decoradas con fotografías de personajes importantes en la vida turca, según nos comentó Erdem, pero desconocidos la práctica totalidad para nosotros. Yo imaginaba, y creo que bastantes de nosotros también, que los platos serían de dimensiones considerables pero con poco yantar en su superficie y así fue. El precio del cubierto empezó a tomar cuerpo cuando vimos el elevado número de camareros que nos atendía junto con el maitre. Nos pusieron para compartir unos cuencos llenos con unas aceitunas pequeñas, con un fuerte sabor a aceite pero que estaban muy ricas, y una fuente de ensalada con verduras frescas y variadas. Al lado de cada plato había unos bollos de pan caliente muy apetitosos. Para acompañar la comida teníamos la consabida botella de agua, aunque pedimos unas jarras de cerveza muy fresca, esta vez un poco más cara, unas treinta liras turcas, que nuestras gargantas agradecieron solemnemente.
Restaurante Fora Park. Plato principal
Finalizada la ensalada, nos cambiaron el plato y nos pusieron otro igual pero caliente sobre el que colocaron los entrantes que consistían en unos pimientos rojos, crema de yogur, verduras salteadas, anillas de calamar en salsa con rodajas de cebolla y una especie de ensalada de de judías blancas cocinadas en salsa. Nuevo cambio de plato al finalizar los entrantes y en otro plato caliente nos pusieron unos mejillones fritos acompañados de muhammara, una especie de crema espesa de pimientos rojos asados  y nueces que resultó todo un descubrimiento para mí. Y así llegamos al plato principal que no era otra cosa que una gran lubina acompañada de patata cocida, tomate y unas hojas verdes. Todo el menú estuvo exquisito y fue una experiencia realmente agradable. Poco a poco, en torno a las cuatro de la tarde, fuimos saliendo del restaurante y en la sombra de los árboles del parque esperamos tranquilamente a que llegara el autobús que nos llevaría de vuelta al hotel. Y mientras esperábamos yo me di una pequeña vuelta por el parque donde descubrí una escultura realmente bonita, o al menos
Estambul. Monumento a Piri Reis
me lo pareció a mí: el monumento a Piri Reis, marino y cartógrafo otomano del siglo XVI, obra del artista local Murat Özver.

Una vez más, el autobús llegó puntual a recogernos y llevarnos al hotel. Erdem nos había dicho que la tarde la podíamos dedicar a lo que quisiéramos: pasear, comprar, dormir, lo que nos apeteciera hacer. Llegamos al hotel y y nos subimos a la habitación pues no pasaban de las cinco de la tarde. Quedamos con Paqui y Cándido en vernos al cabo de una hora aproximadamente para dar un último paseo por los alrededores del hotel pues no podíamos alejarnos mucho por los problemas de movilidad de Cándido. A eso de las seis salimos del hotel y nos acercamos hasta la Istiklal Caddesi, traducido como Avenida de la Independencia, una de las vías comerciales más importantes de Estambul y comenzamos a pasearla en sentido ascendente hasta llegar a la Plaza Taksim. Toda esta avenida se puede recorrer utilizando un tranvía nostálgico que realiza este único trayecto, desde la estación del Funicular de Tünel hasta la Plaza Taksim. La calle es un verdadero enjambre de personas a cualquier hora del día, llegando por momento a ser dificultoso el poder caminar por la misma. No sé si habría alguna manifestación pendiente pero daba un poco de repelús más que tranquilidad encontrar en cada esquina una o varias tanquetas de la policía y
Istiklal Caddesi. Tranvía turístico
numerosos agentes armados hasta los dientes, eso sí, en actitud relajada y charlando entre ellos. Paseando pasamos por delante de una enorme galería comercial, Demirören Istiklal, que albergaba muchas marcas conocidas en España u otra llamada Cité de Pera. Toda la calle es un puro comercio con un ir y venir continuo de las gentes que la pasean en todo momento. Por fin llegamos a la Plaza y nos quedamos un poco impresionados de las dimensiones tan enormes que tiene. Ésta es una zona
repleta de bares, restaurantes y algunos de los hoteles más lujosos de la ciudad. Taksim significa en turco distribución, y la plaza recibe este nombre porque antiguamente era el punto donde se centralizaba la distribución de agua de la ciudad; por eso existe un Monumento al Aguador en esta plaza, a pesar de que lo que más destaca es el Monumento a la República, con una altura
Taksim. Monumento a la República
de once metros, representa bajo su arco a los fundadores de la república turca, siendo uno de los personajes principales que aparece representado el considerado padre de la patria turca, Atatürk. Además, en uno de sus extremos, ya casi en Istiklal Caddesi podemos ver y visitar el edificio que regular y controlaba la distribución del agua. También, en un lateral de la
plaza nos encontramos con una pequeña mezquita, todavía en construcción. Camino de vuelta al hotel, volvimos a comprar un par de simit, rosquillas de pan con sésamo al precio de tres liras. Antes de subir a las habitaciones, compramos unas latas de cerveza y refresco en el pequeño supermercado que había frente al hotel para tomárnoslas un poco más tarde con el resto de fiambre y fruta que nos había sobrado del día anterior. Más tarde, y antes de acostarnos, estuvimos recogiendo tranquilamente la habitación y preparando las maletas ya que al día siguiente teníamos que coger un avión muy temprano que nos llevaría de vuelta a Málaga. Esa noche del domingo el ruido exterior fue menor que las noches anteriores, debía de ser que al día siguiente era lunes y se trabajaba.

Hotel Pera Occidental Estambul

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