Tercer día
que amanecíamos en Estambul y como en los días anteriores el
madrugón se sobrellevó perfectamente.
Pasaban pocos minutos de las ocho cuando llegamos al comedor para desayunar,
labor que algunos de los nuestros ya habían iniciado. Una taza de café con
leche humeante servido por una amable camarera y un vaso de té negro junto con
un zumo de naranja recién exprimido fueron las bebidas que acompañaron a las
consabidas tostadas de aceite y tomate y algún plato de quesos variados y
fiambre con alguna que otra verdura para disimular.
Cafe Pierre Loti. Vistas del Cuerno de Oro |
Finalizado
el desayuno, nos preparamos todos a la espera del autobús pues tenía difícil el
aparcar en las cercanías dada la estrechez de la calle. De las actividades
planificadas para hoy solo conocíamos unas pocas y las restantes se irían
añadiendo en función del tiempo que tuviéramos. Lo que sí estaba claro es que
en este penúltimo día de viaje, la tarde
la íbamos a tener libre cada uno para hacer lo que quisiera. Por tanto, las
visitas solo tendrían lugar en la
mañana. Y así, para sorpresa propia, nos comunicó
Erdem que íbamos a visitar el afamado Café
Pierre Loti, encaramado en lo alto de una colina del barrio de Eyüp, con
unas vistas maravillosas de todo el llamado Cuerno de Oro y del Estambul
moderno. Pierre Loti fue un personaje misterioso de finales del siglo XIX y
comienzos del XX, escritor, oficial de marina y viajero empedernido que se
enamoró perdidamente de la musulmana con la que tenía que verse a escondidas
por el conflicto de la religión de ambos –él era católico–, por lo que compró
estos terrenos donde podía encontrarse con su amada lejos de las miradas
indiscretas. Yo había leído algo de este café y consideraba que podía ser una
visita interesante, pero al ver su situación en el mapa, muy apartada de todas
las rutas turísticas, comprendí que no lo visitaríamos, de la ahí la sorpresa y
alegría con que acogí la noticia de nuestro guía. Subimos al autobús y
anduvimos callejeando por las distintas avenidas de la ciudad hasta enfilar
nuestras miradas al mencionado barrio, que está considerado como el barrio
musulmán más auténtico, más conservador y fiel de las costumbres islámicas; un
territorio sagrado que abraza la mezquita que le da nombre. No habían dado las
nueve cuando ya entrábamos en la terraza del café. A todos se nos fijó en el
rostro una expresión un tanto incrédula al disfrutar de las espléndidas vistas
panorámicas que se veían de la ciudad a nuestros pies. El café tiene dos
grandes salones, uno de ellos con bancos corridos a lo largo de la pared, y
entre ambos se encuentra la cocina, el almacén un hogar con fuertes ascuas bajo
un depósito de agua revestido por una plancha de cobre que mantiene caliente el
agua para servir los tés. En el salón más interior pudimos observar también
unas vitrinas donde se exponían diferentes modelos de teteras y vasos y tazas
para servir el té. Las paredes estaban cubiertas de fotografías de diferentes
épocas relacionadas con el café. No obstante, la pieza más sorprendente y
valiosa bajo mi punto de vista era una gran estufa exenta de la pared
recubierta totalmente en cerámica decorada con motivos geométricos y arabescos.
Los
precios, para la fama del café, eran relativamente baratos: un té costaba
poco más de cuatro liras turcas –menos de un euro– o una botella pequeña de
agua que marcaba una lira y media –unos treinta céntimos de euro–. A pesar de
haber desayunado no hacía mucho, pedimos un té negro calentito, servido por
diligentes camareros ataviados con traje morisco y nos sentamos en los divanes
a tomárnoslo. Después salimos a la terraza superior del café y contemplados
extasiados la maravillosa postal que teníamos ante nuestros ojos; más tarde,
salimos del café y nos sentamos en la terraza que había sobre el mirador. Y así
estuvimos de aquí para allá buscando la mejor ubicación para conseguir la mejor
foto de recuerdo. Nos sorprendió también la existencia de un teleférico que
ascendía prácticamente desde los pies de la mezquita hasta la terraza del café.
Finalmente Erdem nos propuso elegir entre volver a subir al autobús para
realizar la siguiente visita o bajar a pie la colina a través de un
impresionante cementerio que se
extendía todo lo que abarcaba la vista
entre cipreses, algarrobos y castaños, y que era una lección viva de historia
poder contemplar desde muy cerca la evolución temporal de los enterramientos y
los distintos gustos a la hora de crear las lápidas de las tumbas. Tengo que
decir que yo soy un enamorado de los cementerios; me gusta visitarlos y
pasearme entre sus
cruces y lápidas y poder contemplar los nombres y fechas que
figuran en las mismas, la decoración arbórea que los difumina y humaniza o los
grandes túmulos que en algunos podemos encontrar. Elegimos con buen criterio
artístico descender la colina caminando por una larga rampa que se extendía
desde el café hasta la misma base de la mezquita. El silencio que reinaba en el
ambiente, solamente roto por nuestros comentarios y gracias, sobrecogía. El
camino serpenteaba entre las distintas lápidas ubicadas sobre diferentes
niveles, lápidas antiguas o recientes en las que se repetía constantemente la
expresión “ruhuna fatiha” que viene a
significar algo parecido a “se ruega una oración por su alma”. No quiero ni
recordar las fatigas y profundas quejas que mis rodillas pasaron bajando la
rampa. Tuve que hacer varios descansos para evitar males mayores, pero, como no
hay mal que cien años dure, unos veinte minutos después estábamos ya en terreno
llano frente a la mezquita de Eyüp
Sultán. No estaba contemplado su
visita por lo que pasamos de largo aunque
yo había leído que era una de las mezquitas más populares de Estambul, no
por su arquitectura porque no es de las más grandes ni deslumbrantes de la
ciudad, sino por el fervor religioso que la envuelve. Y es que en esta mezquita
se encuentra la tumba de Ayyub Al-Ansari,
el portaestandarte del profeta Mahoma, muerto en el asalto islámico a
Constantinopla del año 670. Curiosamente nos tropezamos con un
señor que llevaba una oveja atadas las patas subida a un carro de mano. Nos
explicó Erdem que este musulmán llevaba la oveja al imán de la mezquita para
que éste bendijera su sacrificio. Y así, como habíamos elegido bajar la colina
caminando, el autobús, mientras tanto, había dado la vuelta y ya nos esperaba
frente a la mezquita para dirigirnos a nuestra próxima visita, que no era otra
que la Mezquita Mehmet que iba a sustituir la visita a la Mezquita Nueva –junto
al Bazar de las Especias– ya que ésta estaba cerrada por restauración. Justo
antes de llegar a la mezquita nos llevamos una agradable sorpresa pues tuvimos
que pasar bajo uno de los arcos del llamado acueducto de Valente, una preciosa obra de
ingeniería romana que
traía el agua a la ciudad desde unos bosques situados a más de veinte
kilómetros.
Agua caliente para el té en la cocina |
Cementerio. Sura: Ruhuna Fatiha |
Estambul. Cementerio |
Estambul. Mezquita Eyüp Sultán |
Mezquita Eyüp Sultán. Cordero para el sacrificio |
La mezquita de Mehmet, también llamada del
Príncipe, fue mandada construir por Solimán el Magnífico en 1543 en memoria de su hijo,
el príncipe Mehmet, fallecido
a causa de un brote de viruela a los 21 años de edad. Dicen que tal fue la
amargura de Solimán ante la pérdida de su vástago que veló su cuerpo durante
tres días y tres noches antes de enterrarlo. La visión externa del complejo es
elegante y equilibrada. A partir de una gran cúpula central, el resto desciende
en cascada de manera simétrica. El arquitecto añadió dos alminares a ambos
lados de la sala de oración que ascienden hacia el cielo, en acertada
contraposición al sentido descendente de las cúpulas. El acceso se efectúa a
través de un patio porticado que conduce a un interior decorado con caligrafías
blancas sobre fondo azul. Accedimos a la misma a través del patio donde nos
sentamos en los largos bancos que había para quitarnos los zapatos y colocarnos
los segundos calcetines. Prácticamente
estábamos solos, el silencio era
envolvente, la majestuosidad de su cúpula sobrecogía la respiración, todo era
simetría perfecta. La elegante decoración y las numerosas cartelas en
caracteres islámicos imprimían una personalidad propia que no habíamos visto en
las mezquitas anteriores; es decir, la decoración no era tan exuberante ni tan
recargada, el blanco resaltaba sobre el rojo y el azul y viceversa. Una gran
alfombra anaranjada con motivos decorativos azulados cubría todo el suelo. Una
magnífica lámpara circular enmarcaba la cúpula casi a ras de suelo y
empequeñecía aún más las demás lámparas que caían desde la cúpulas más
pequeñas. Cuando salimos de nuevo al patio, nos quitamos el segundo par de
calcetines y nos pusimos de nuevo los zapatos y nos dirigimos al autobús que
ahora nos iba a llevar al Terminal de
Ferrys donde íbamos a subir a un barco para realizar un crucero por el
Bósforo.
Estambul. Mezquita de Mehmet o del Principe |
Estambul. Terminal de Ferrys |
Estambul. Mezquita Ortaköy |
Estambul. Castillo de Rumeli Hisan |
Palacio Beylerbeyi. Puerta de acceso al Bósforo |
Estambul. Palacio Beylerbeyi |
Estambul. Colina Çamlica |
Restaurant Fora Park. Entrantres |
Restaurante Fora Park. Plato principal |
Estambul. Monumento a Piri Reis |
Una vez más, el autobús llegó
puntual a recogernos y llevarnos al hotel. Erdem nos había dicho que la tarde
la podíamos dedicar a lo que quisiéramos: pasear, comprar, dormir, lo que nos
apeteciera hacer. Llegamos al hotel y y nos subimos a la habitación pues no
pasaban de las cinco de la tarde. Quedamos con Paqui y Cándido en vernos al
cabo de una hora aproximadamente para dar un último paseo por los alrededores
del hotel pues no podíamos alejarnos mucho por los problemas de movilidad de
Cándido. A eso de las seis salimos del hotel y nos acercamos hasta la Istiklal Caddesi, traducido como Avenida de la Independencia, una de las
vías comerciales más importantes de Estambul y comenzamos a pasearla en sentido
ascendente hasta llegar a la Plaza
Taksim. Toda esta avenida se puede recorrer utilizando un tranvía nostálgico
que realiza este único trayecto, desde la estación del Funicular de Tünel hasta
la Plaza Taksim. La calle es un verdadero enjambre de personas a cualquier hora
del día, llegando por momento a ser dificultoso el poder caminar por la misma.
No sé si habría alguna manifestación pendiente pero daba un poco de repelús más
que tranquilidad encontrar en cada esquina una o varias tanquetas de la policía
y
numerosos agentes armados hasta los dientes, eso sí, en actitud relajada y
charlando entre ellos. Paseando pasamos por delante de una enorme galería
comercial, Demirören Istiklal, que
albergaba muchas marcas conocidas en España u otra llamada Cité de Pera. Toda la calle es un puro comercio con un ir y venir
continuo de las gentes que la pasean en todo momento. Por fin llegamos a la
Plaza y nos quedamos un poco impresionados de las dimensiones tan enormes que
tiene. Ésta es una zona repleta de bares,
restaurantes y algunos de los hoteles más lujosos de
la ciudad. Taksim significa en turco distribución, y la plaza recibe este nombre porque antiguamente era
el punto donde se centralizaba la distribución de agua de la ciudad; por eso existe
un Monumento al Aguador en
esta plaza, a pesar de que lo que más destaca es el Monumento a la República, con una altura
de once metros, representa
bajo su arco a los fundadores de la república turca, siendo uno de los
personajes principales que aparece representado el considerado padre de la
patria turca, Atatürk. Además, en uno de sus extremos, ya casi en Istiklal
Caddesi podemos ver y visitar el edificio que regular y controlaba la
distribución del agua. También, en un lateral de la plaza nos
encontramos con una pequeña mezquita, todavía en construcción. Camino de vuelta
al hotel, volvimos a comprar un par de simit,
rosquillas de pan con sésamo al precio de tres liras. Antes de subir a las
habitaciones, compramos unas latas de cerveza y refresco en el pequeño
supermercado que había frente al hotel para tomárnoslas un poco más tarde con
el resto de fiambre y fruta que nos había sobrado del día anterior. Más tarde,
y antes de acostarnos, estuvimos recogiendo tranquilamente la habitación y
preparando las maletas ya que al día siguiente teníamos que coger un avión muy
temprano que nos llevaría de vuelta a Málaga. Esa noche del domingo el ruido
exterior fue menor que las noches anteriores, debía de ser que al día siguiente
era lunes y se trabajaba.
Istiklal Caddesi. Tranvía turístico |
Taksim. Monumento a la República |
Hotel Pera Occidental Estambul |
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