sábado, 2 de marzo de 2019

Turquía: ESTAMBUL (Día 9)


2 DE MARZO

Nos despertamos temprano a pesar de que la noche anterior habíamos tenido
Estambul. Columna Serpentina
algo de ruido exterior hasta bastante tarde debido al no muy buen aislamiento de las ventanas de la habitación del hotel, ruido que desapareció con por arte de ensalmo a eso de las una de la madrugada. Como para las visitas de hoy no íbamos a tener desplazamientos largos, se nos permitió por parte de nuestro guía estar un poco más en la cama. Sin embargo, a pesar del relax, a las ocho de la mañana estábamos prácticamente todos en el comedor para desayunar.
El desayuno bufé que teníamos contratado con el hotel era menos variado y abundante que el realizado en los restantes hoteles en los que habíamos estado; sin embargo, era el único en el que teníamos a nuestra disposición zumo de naranja recién exprimido –te lo hacías tú mismo–, aceite de oliva, tomate rallado para completar las tostadas y café de cafetera servido por una simpática camarera, además de los consabido huevos fritos o tortilla, quesos variados, fiambre, etc. Finalizado el mismo, nos explicó Erdem que íbamos a cambiar el orden de las visitas planificadas por lo que las que íbamos a ver en el día de hoy corresponderían a las que estaban programadas para el día siguiente y viceversa. Es decir, a lo largo del día nos disponíamos a visitar lo mejor de lo mejor de Estambul: el Hipódromo romano, Santa Sofía, la Mezquita Azul, el palacio Topkapi, la Basílica Cisterna y el Gran Bazar, entre otros.
Estambul. Obelisco de Teodosio
Así, poco antes de las nueve estábamos todos preparados en la puerta y  en el vestíbulo de entrada del hotel para subir al autobús que nos llevaría hasta el llamado Cuerno de Oro, dada la dificultad que había para aparcar en la calle. El día estaba algo nublado pero no amenazaba lluvia y la temperatura no era del todo muy fría. Una vez en el autobús, en poco más de un cuarto de hora nos bajábamos al inicio del denominado Hipódromo romano, antiguo circo del que apenas se conservan unas piedras, pero sí el espacio que ocupaba. Fue construido aproximadamente hacia el  año 200 d.C. y engrandecido por el fundador de la ciudad Constantino el Grande. Como ya hemos dicho, de este Hipódromo apenas se conservan restos, pero a todo o largo de su extensión podemos disfrutar de obras maravillosa. La primera que nos encontramos fue el denominado Obelisco de Constantino, obra que resume muy bien el deseo del emperador Constantino de hacer de esta urbe una de las más importantes del vasto Imperio Romano. No sólo el cambio del nombre de Bizancio a Constantinopla refuerza la egolatría del emperador, quien se empeñó en decorar la capital del Imperio Romano de Oriente con las mejores obras, tanto nuevas como expoliadas de otras zonas del Imperio. Fue inaugurada en mayo de 330 en plena expansión de la ciudad y constituye uno de los monumentos más destacados del arte romano en Estambul. Tiene una altura de 35 metros. Como todas las grandes obras, la columna de Constantino no está exenta de rumores que aumentan su magnitud y adoración. En este sentido, se ha llegado a decir que contenía un fragmento de la Vera Cruz, así como reliquias de tanto valor como el hacha con el que Noé construyó su arca, la cesta con la que Jesús hizo el milagro de los panes y los peces e, incluso, parte de las cruces de los dos ladrones que fueron crucificados con Jesús en el calvario. Sin embargo, nada de esto ha llegado hasta nosotros. Un poco más adelante, nos encontramos con la llamada Columna Serpentina,
Estambul. Exterior de la Mezquita Azul
una de las piezas más antiguas de la ciudad. La Columna fue levantada como una ofrenda dedicada al dios Apolo en Delfos. Con unos ocho metros de altura, esta obra está formada por tres serpientes de bronce enroscadas entre sí, cuyas cabezas a modo de trípode sujetaban un cuenco de oro. Actualmente, sólo se conserva el cuerpo de las serpientes. A continuación pudimos ver el Obelisco de Teodosio, que parece increíble que uno de los monumentos mejor conservados de todo Estambul sea precisamente el más antiguo de ellos ya que fue construido en el año 1479 a.C. Permaneció en distintas ciudad de Egito hasta que en el año 390 d.C. Teodosio I manda transportarlo hasta Constantinopla para colocarlo en el centro del Hipódromo romano, lugar en el que siglos después continúa. El obelisco estaba originalmente elaborado en un único bloque de porfirio rojo y medía casi treinta metros, pero la imposibilidad de transportarlo de una pieza hizo que fuera cortada su base. Y finalmente, desde la lejanía pudimos ver la Fuente Alemana, de planta octogonal,  regalo del kaiser Guillermo II de Alemania a la capital del Imperio otomano. La fuente cuenta con ocho columnas de mármol y la parte interior de la bóveda está decorada con bellos mosaicos dorados con simbología de los dos emperadores.

Estambul. Mezquita Azul. Decoración del muro
Una vez que hubimos recorrido el Hipódromo romano y estando junto al Obelisco de Teodosio, nos dimos de bruces con una puerta de acceso a un patio exterior de la Mezquita Azul, patio que me sorprendió gratamente porque tenía una vegetación ornamental muy abundante así como grandes árboles que daban buena sombra. Desde allí accedimos al patio principal propiamente dicho, muy amplio, todo de mármol blanco y presidido por una fuente central; impresiona ver la larga fila de asientos y grifos que hay en un lateral del mismo para que los fieles puedan lavar sus pies; algunos vimos realizando esa labor y tenía su mérito dado el fresco relente que corría en aquellos momentos. Ese día empezábamos con el trasiego de zapatos para poder entrar a las mezquitas donde hay que acceder descalzos y las mujeres, además, con la cabeza cubierta y con ropas no muy ceñidas al cuerpo. Erdem nos había comentado el día anterior que nos echáramos un par más de calcetines además del que llevábamos puesto, pues como para poder visitar las mezquitas había que entrar descalzo, deberíamos de ponernos un segundo par de calcetines para no coger mucho frío en los pies. La entrada era gratuita y había grandes carteles en varios idiomas –en español evidentemente no estaba– recomendando la forma adecuada de acceder al interior de la mezquita: el hombre debería llevar pantalón largo y la mujer falda por debajo de la rodilla y la cabeza cubierta con un velo o pañuelo, aunque vimos a alguna que otra visitante de la mezquita cubierta con una simple gorra. Tras pasar por la ventanilla de control, ocurrió un hecho gracioso: Natalia, hija de Bernardo y Encarna, llevaba un pantalón de pitillo demasiado ceñido al cuerpo, al entender de la vigilante, por lo que ésta le facilitó una especie de falda larga para que se la pusiera encima, y de esa guisa tuvo que realizar la visita. Una vez en el interior de la mezquita, me sentí un poco decepcionado
Estambul. Agia Sofía
pues más de la mitad del recinto estaba cerrado por estar restaurándose y en el poco espacio que quedaba disponible para los visitantes teníamos que estar todos con lo que la aglomeración afeó un poco el resultado de las fotos que hicimos. No obstante, la escasa superficie visitable nos mostraba a las claras la majestuosidad del edificio: la impresionante decoración de las paredes, la excepcionalidad de la media cúpula que pudimos ver ya que la otra parte estaba cubierta por los andamios, la soberbia alfombra de color anaranjado que cubría la totalidad del suelo de la mezquita, la admirable taracea de las puertas de madera… Por todo ello, fue una pena no poder disfrutar de todo el espectáculo que nos ofrecía la mezquita en todo su esplendor. Finalizada la visita salimos por una puerta lateral que daba a un amplio espacio ajardinado que nos permitió maravillarnos al observar por primera vez frente a nosotros Santa Sofía, más conocida en Estambul por Ayia Sofía. Después de recorrer los jardines que rodeaban a la Mezquita Azul llegamos a un espacio más diáfano donde nos propuso Erdem hacernos unas fotos de todo el grupo y así lo hicimos. Para finalizar, comentar que la Mezquita Azul es la última gran obra del imperio otomano llevada a cabo en el reinado del sultán Ahmet en 1617. Se la conoce  popularmente debido a la gran cantidad de azulejos de color azul vivo y verde que decoran los mosaicos de la parte superior  y las cúpulas de la mezquita. Es la más grande y hermosa de Estambul, siendo además la única en toda Turquía que tiene seis minaretes.

Estambul. Fuente del Sultán Ahmet III
Abandonamos la visión esplendida que teníamos de las dos grandes moles que son la Mezquita Azul y Santa Sofía, una frente a otra, con más de mil años de diferencia entre una y otra, para dirigirnos por una calle lateral de ésta hacia la entrada del Palacio Topkapi donde tenían su morada los sultanes que gobernaban el imperio otomano. Sin embargo, justo antes de entrar en el recinto amurallado del mismo, pudimos ver la Fuente del Sultán Ahmet III, situada en la gran plaza que hay delante de la puerta imperial del Palacio de Topkapi, que está considerada la más bella de todo Estambul. Fue construida en 1728 en estilo rococó turcom ocupando el antiguo emplazamiento de otra fuente que había en ese mismo lugar. La fuente posee cuatro muros en cada uno de los cuales se sitúa una pila con un grifo. En la parte superior de cada lateral aparece una inscripción caligráfica muy elaborada.

Y así fue como traspasamos la puerta principal de acceso al palacio de Topkapi y nos introdujimos en la zona ajardinada que lo circunda. Este recinto ha sido testigo de las mayores glorias y las más tristes tragedias de la historia del Imperio Otomano. En la actualidad el palacio de Topkapi es un museo, pero hace menos de cien años era aún el hogar del sultán, su harén y sus numerosos sirvientes. El palacio fue construido en Estambul entre los años 1466 y 1478 por encargo del sultán Mehmet II. Tras la conquista de la ciudad de Constantinopla en el año 1453, el sultán necesitaba un nuevo hogar en el que vivir y desde el
Estambul. Palacio Topkapi. Puerta de la Acogida
que dirigir el imperio. Fue edificado sobre las antiguas ruinas de las construcciones de los emperadores bizantinos.
Topkapi significa Puerta de los Cañones en turco. El nombre del palacio viene de los grandes cañones que se encontraban a sus puertas. Al poco de caminar por los jardines a la izquierda pudimos ver la iglesia de Santa Irene mandada construir por Constantino el Grande sobre los restos de un templo dedicado a la diosa romana Venus y es considerada como la primera iglesia construida en Constantinopla. El edificio, llamado Hagia Irene, fue erigido como dedicación a la Santa Paz del Imperio; es decir, es a Bizancio lo que a la antigua Roma es el Ara Pacis. Una de las características que hacen única a Santa Irene, en comparación con el resto de iglesias de la ciudad, es el hecho de que tras la reconquista de Constantinopla por parte de los otomanos nunca fue convertida en mezquita.

El palacio, donde llegaron a residir casi cinco mil personas, consta de tres complejos principales: El Palacio Viejo, primera construcción del recinto y que sufrió numerosos incendios a lo largo de los siglos,  el Palacio Nuevo, que es el que se conoce como Topkapi realmente, y el Palacio de Yildiz, situado fuera del recinto amurallado del palacio. El edificio del Palacio Nuevo se empezó a construir por orden de Mehmet II, y es el más más lujoso de todos. Su emplazamiento domina el paisaje, y alberga edificios oficiales, pabellones de recreo, baños, talleres, cocinas, zonas residenciales, etc. Tanto la vida política del sultán como su vida privada se desarrollaban aquí. Así que, una vez que dejamos atrás la iglesia de Santa Irene, nos encaminamos hacia la llamada
Estambul. Palacio Topkapi. Quiosco Bagdad
Puerta de la Acogida con sus dos majestuosas torres que la enmarcan desde donde nuestro guía nos comentó el itinerario que debíamos seguir en el interior del recinto para quedar en esta misma puerta al cabo de una hora y cuarto. El segundo patio era de dimensiones más reducidas ya que estaba encuadrado dentro del recinto amurallado. Mientras lo atravesábamos fuimos dejando a nuestra izquierda el magnífico edificio del Diván en una de cuyas dependencias se exhibía una excelente colección de armas antiguas –este edificio los visitaríamos a la vuelta camino de la salida– y las taquillas para acceder al Harem, vacías de público porque estas dependencias estaban cerradas parcialmente debido a la restauración que se está llevando a cabo; a mano derecha, pegados a la muralla pudimos observar numerosos edificios que correspondían con las cocinas de palacio. A continuación accedimos, a través de la Puerta de la Felicidad, llamada así porque a partir de ésta comenzaban los aposentos privados del sultán, a la Sala de Audiencias o Sala del Trono y a la Biblioteca de Ahmet III. Otra curiosidad que había junto a esta puerta es el lugar donde se colocaba el estandarte sagrado del profeta, el cual, si el sultán quería declarar la guerra a otro territorio, lo único que tenía que hacer era coger el estandarte y entregárselo al jefe de sus ejércitos. Saliendo de este recinto llegamos al tercer patio donde se encontraban la mayor parte de los objetos más valiosos del palacio: la sala de trajes del sultán, el tesoro, la sala privada de reliquias y la sala de los relojes, entre otras. Y a continuación, pasamos al cuarto patio, con unas vistas excelentes al Bósforo. En este patio pudimos disfrutar de una serie de dependencias, las cuales rivalizaban entre ellas en lujo y esplendor, llamadas Quioscos, donde el sultán y sus favoritas descansaban y gozaban de la buena vida. Los más importantes eran los de Mustafá Pasa, Revan y Bagdad. Eran grandes espacios acristalados y decorados con gran magnificencia de maderas nobles, sofás y alfombras, azulejería y numerosos utensilios de la vida diaria. En este último, muy cerca de la Sala de las Circuncisiones había una
Topkapi. Puerta de la Circuncisión
preciosa fuente –sin agua– con unos relieves decorativos preciosos. Llegados a este extremo del palacio, comenzamos a volver camino de la Puerta de la Acogida, donde habíamos acordado el grupo el punto de encuentro. Una vez estuvimos todos al completo, iniciamos el camino de vuelta para poder visitar Santa Sofía antes de la hora del almuerzo. Así que encaminamos nuestros pasos hacia la entrada principal de la misma donde Erdem nos entregó la entrada a cada uno de nosotros.

Desde que yo era un jovenzuelo y vi las primeras imágenes fotográficas de Santa Sofía, poder visitarla había sido uno de mis grandes retos personales –he tenido varios de estos retos y aún me quedan por cumplir algunos–. Santa Sofía era para mí la culminación de algo perfecto: las medidas con las que se concibió, la luz que sus ventanales permitían pasar, el espacio concebido desde una perspectiva humana; todo en ella era perfecto. Así que, poder atravesar el recinto ajardinado que la rodeaba, acceder a su vestíbulo de más de sesenta metros de largo y más de diez de alto, con cinco grandes puerta de acceso al interior y entrar por la puerta principal, llamada Puerta Imperial, en el habitáculo principal fue todo un proceso de interiorización que culminó con la contemplación de su cúpula en toda su magnificencia y esplendor. En el tímpano de la citada puerta se puede contemplar la célebre Majestad de Cristo en actitud de bendecir custodiado por dos medallones, el de la derecha el arcángel San Gabriel, el de la izquierda la Virgen; debajo de toda la escena vemos al emperador León VI arrodillado ante Jesús. Pero vayamos por partes.

Estambul. Santa Sofía. Interior de la nave y el ábside
Santa Sofía fue ideada por Justiniano I el Grande, emperador del Imperio Romano de Oriente desde el año 527. Fue la mayor iglesia catedral construida en el Imperio Romano de Oriente y mantuvo su grandeza durante siglos, siendo la sede en la que eran coronados los emperadores. Transformada en mezquita tras la conquista de Constantinopla por los turcos otomanos en 1453, inició una nueva fase constructiva añadiéndosele  los cuatro minaretes, que siguen en pie hoy en día, y se remodeló el interior de la nave para albergar el mihrab y el mimbar –el púlpito de las mezquita–. Se incorporaron además unos enormes medallones con caligrafía árabe y se cubrieron de cal los antiguos mosaicos bizantinos, que no fueron redescubiertos hasta los años 30 del siglo pasado. Santa Sofía funcionó como mezquita hasta 1935 cuando el padre de la república turca, Atatürk , decide convertirla en museo, siendo desde entonces uno de las monumentos más visitados del mundo. Y a eso se debe, a ser un museo, que se pueda visitar sin necesidad de descalzarse o cubrirse la cabeza. Lo más llamativo de la arquitectura de Santa Sofía son los volúmenes exteriores. En ellos destaca la disposición de las numerosas cúpulas, que se distribuyen de forma escalonada para trasladar el peso de la bóveda principal hasta la base del muro. La enorme cúpula, de unos cincuenta y cinco metros de altura y treinta y
Estambul. Santa Sofía. Cristo Pantócrator
tres de diámetro se sustenta ligera gracias a la sucesión de medias cúpulas (exedras) visibles desde el exterior, unos gruesos muros de mampostería y una serie de ventanales que aligeran el peso de la misma. En cuanto a la decoración, las naves se llenaron de mosaicos de iconografía cristiana y los suelos se cubrieron con pavimentos policromados de mármol traídos desde  los confines del imperio. En una de las semicúpulas del ábside podemos contemplar uno de los mosaicos más bonitos de Santa Sofía: la Virgen sentada en su trono con el Niño en brazos.  Una vez dentro y pasada la primera impresión, decidimos aprovechar al máximo el escaso tiempo que disponíamos para su visita. Habíamos quedado en torno a las una y media en la plaza que había delante de la entrada de acceso. Teníamos poco más de cuarenta minutos para su máximo disfrute. Debido a las muletas de Cándido, decidimos subir al primer piso a través de la amplia rampa Paqui, Concha y yo, –me vino a la cabeza el recuerdo lejano de la Giralda de Sevilla y sus rampas, construidas, al igual que aquí, para que el sultán pudiera acceder a la primera planta montado a caballo– mientras que él se quedaría en la planta baja fotografiando todo lo que pudiera –después nos dijeron que había otra vía de acceso a la primera planta donde se combinaban las rampas y las escaleras–. Si desde el suelo la fastuosidad del edificio es excelsa, no digamos desde la primera planta desde donde se pueden observar con mayor detalle elementos decorativos, mosaicos en sus paredes y, como no, su inmensa cúpula. Sin embargo, había que ponerle algún pequeño pero: como la mayor parte de los monumentos turcos tenía una zona bastante
Estambul. Santa Sofía. Cúpula
amplia en restauración que impedía la contemplación diáfana de la cúpula en todo su esplendor. Erdem nos había comentado que, debido al bajón turístico registrado en Turquía en los últimos años debido a los problemas políticos surgidos, el gobierno había aprovechado para restaurar un gran número de monumentos. A ambos lados de la nave central nos encontramos con sendas galería que nos llevan hasta el ábside principal, estando la de la derecha curiosamente cortada por muro de mármol en el que destacaba una puerta realizada también en este material: es decir, totalmente realizada en mármol. Y justo, tras pasar este pequeño muro, a mano derecha nos encontramos con un magnífico mosaico del siglo XIII donde se nos presenta a Cristo Pantócrator acompañado pr la Virgen y San Juan Bautista, una de las escenas más bellas de Jesús de toda la historia del arte. Un poco más adelante nos dimos de bruces con la tumba de Henrico Dándolo, embajador veneciano en Constantinopla cuya existencia había descubierto viendo la película Inferno, basada en un libro de Dan Brown –en la película la tumba aparece ubicada en la planta baja de la basílica–. Finalizado este paseo por las alturas, descendimos y volvimos a pasear por por la nave central disfrutando al máximo de las lámparas. ¡Qué se puede decir de las lámparas de Santa Sofía que no se haya dicho ya! Inmensas, grandísimas, perfectas. Pasamos a continuación camino del ábside principal para ver el mihrab, que señala la dirección hacia La Meca y el mimbar, púlpito desde donde el imán da sus sermones a los fieles. Ni que decir tiene que todo lo hicimos muy deprisa porque habíamos quedado con el grupo en el exterior para ir a almorzar y no debíamos retrasarnos. Esta prisa junto con el elevado número de visitantes que había en todos los rincones de la basílica no nos dejaron fotografiar con
Estambul. Santa Sofía. Virgen con Niño
tranquilidad todo lo que nos hubiera gustado. Pero, qué le vamos a hacer, otra vez será. Por último, antes de salir al exterior de la basílica nos dirigimos hacia la Columna de los Lamentos o de los Deseos, columna de mármol cubierta por una plancha de bronce donde hay que poner el dedo pulgar de la mano en el interior de un pequeño agujero que tiene la columna y tratar de dar una vuelta completa a la mano pidiendo un deseo. Parece muy fácil pero es bastante complicado, aunque, al menos, nosotros lo intentamos. Finalmente, camino del exterior, justo por encima de la puerta de salida nos encontramos con un espejo que reflejaba un magnífico mosaico que estaba justo por encima de la puerta del vestíbulo de entrada y que, de nos ser por este espejo, gran parte de los visitantes no lo verían ya que queda a las espaldas de la persona que sale. Nos dimos la vuelta y pudimos admirar en toda su belleza. Sobre el tímpano de la puerta podemos observar este maravilloso mosaico del siglo X en el que aparecen la Virgen sentada en un trono sin respaldo con los pies descansando sobre una tarima con el Niño entre sus brazos; a la izquierda vemos a Justiniano ofreciéndole la basílica y a la derecha contemplamos a Constantino el Grande entregándole la ciudad amurallada.

Con el regusto amargo de no poder haberle dedicado a Aya Sofía, al menos, toda una mañana y haber disfrutado contemplando con mayor tranquilidad todo
Sura Restaurant. Pan inflado
lo que habíamos visto en tan poco tiempo, nos dirigimos hacia el punto de encuentro del grupo, al que vimos ya reunido. Desde allí nos encaminamos hacia la calle Tikarethane, a escasos doscientos metros desde donde estábamos, en la que se encontraba el restaurante en el que íbamos a comer, de nombre Sura, que estaba ubicado en los bajos de un hotel de cinco estrellas del mismo nombre –de hecho, los servicios y aseos del restaurante eran los mismos que los existentes en el vestíbulo en el que estaba la recepción del hotel. El precio acordado por comensal era de quince euros –resultaba curioso el hecho de que todos los restaurantes a los que fuimos en Estambul cobraban en euros y no en liras turcas–. El restaurante era coqueto y con una decoración atractiva. Nos repartimos en tres mesas y a ellas se dirigieron prestos los camareros para preguntarnos si, además del agua que entraba en el menú, queríamos alguna otra bebida. Nosotros pedimos unas cervezas Efes al mismo precio de siempre y la mesa en la que se sentaron los jóvenes pidieron una botella de vino, del que más tarde tuvieron la deferencia de ofrecerme una copa para poder degustarlo. En cada una de las mesas había numerosos platillos con entrantes y unos platos grandes
Sura Restaurant. Plato principal
en los que había pan de tipo pita; uno de esos panes era muy curioso pues estaba inflado como si fuera un globo, que se deshinchó cuando le clavamos el cuchillo para repartirlo entre los comensales. Entre los entrantes, comimos una
ensalada de verduras para compartir, crema de yogur y muhammara; de primero tomamos una especie de rulos de pan rellenos de carne picada; y como plato principal, un pincho grande de carne mezclada de cordero y ternera especiada sobre una cama de pan de pita, arroz, verduras salteadas y pimientos rojos y verdes asados.

Finalizada la comida, Erdem nos indicó que íbamos a visitar la Cisterna Basílica (en turco, Yerebatan Sarnıcı "Cisterna Sumergida"), construida en el año 552 d.C. para evitar la vulnerabilidad que significaba para la ciudad que durante un asedio se destruyera el Acueducto de Valente, y aparecida en multitud de películas relacionadas con Estambul. Nos dijo también que era la más grande de las sesenta antiguas cisternas construidas bajo la ciudad. Se encontraba a escasos cien metros de la iglesia de Santa Sofía. Fue restaurada y limpiada entre los años 1985 y 1987 preparándola para la visita turística y dotándola de una serie de pasarelas casi al nivel del agua (que se mantiene bajo) para que los visitantes puedan pasearse por la totalidad del monumento y
Estambul. Cisterna Basílica
acceder a las columnas en cuya base están esculpidas las Medusas. La cisterna es del tamaño de una catedral con una superficie de casi diez mil m2, capaz de albergar 80.000 m3 de agua El techo está soportado por un bosque de mas de trescientas columnas de mármol. La fila de acceso a la Cisterna era bastante grande, pero como nuestro guía ya llevábamos las entradas compradas, tras repartirlas, pudimos acceder al interior del monumento evitando la larga cola. Pasar de una luz solar bastante significativa a una oscuridad casi completa supone un profundo cambio. Tras bajar las largas escaleras, y con la retina ya acostumbrada a la oscuridad, la Cisterna fue adquiriendo toda su majestuosidad; la escasa iluminación de las bases de las columnas permitía la creación de un ambiente misterioso, roto por el elevado número de turistas que en esos momentos nos encontrábamos en su interior. Pero qué se le iba a hacer: muchos de los visitantes pensarían exactamente lo mismo de nosotros. Fuimos caminando por las pasarelas que estaban muy cerca del fondo de la cisterna que se encontraba prácticamente vacía de agua por lo que el olor que desprendía la humedad existente era un poco desagradable. A veces poder hacer una foto era una tarea bastante ardua debido al continuo trasiego de personas por las pasarelas. Vimos algunas de las columnas que presentaban motivos decorativos y, ¡como no!, otra columna con un pequeño orificio donde había que poner el dedo pulgar y tratar de dar la vuelta completa a la mano a la vez que se pedía un deseo. Sin embargo, lo que todos los que estábamos allí
Estambul. Cisterna Basílica. Cabeza de Medusa
abajo buscábamos eran las dos columnas cuyas bases representaban la cabeza de Medusa, diosa griega con serpientes en su cabello, que petrificaba a todo aquel que osaba mirarla fijamente. Estas dos columnas estaban situadas en una esquina y estaban apoyadas en su base sobre dos bloques tallados con la cabeza de Medusa, uno con esta diosa boca abajo y el otro con la cabeza de lado. Cuenta la tradición que estos bloques tienen esta orientación con el fin de anular los poderes de la mirada de la Gorgona, uno de los tres monstruos del mundo subterráneo. Un hecho que nos llamó la atención fue la cantidad de monedas que había alrededor de las cabezas de Medusa, imagino que cada una de ellas acompañada de un deseo.

Finalizada la visita volvimos a salir al exterior y a respirar aire fresco. Desde allí, y para finalizar las visitas planificadas para este día, Erdem nos indicó que íbamos a visitar el Gran Bazar, Capaliçarsi en turco,  que se encontraba a poco más de trescientos metros de la Basílica Cisterna. Desde allí marchamos con paso firme al paraíso de las compras, uno de los lugares imprescindibles para visitar en Estambul. Curiosamente, camino del Bazar nos encontramos con una tienda que estaban terminando de decorar con un nombre bastante extraño en la ciudad en la que nos encontrábamos: “La tienda de Finito de Córdoba” –como no estaba abierta al público aún, ignoro qué cosas podría vender este torero en esta ciudad–. Llegamos al recinto del Gran Bazar y lo primero que nos encontramos fue la puerta de acceso a la Mezquita Nuruosmaniye, que en esos momentos se encontraba cerrada al público, es uno de los templos más hermosos de todo Estambul debido a la multitud de ventanales y vidrieras que tiene lo que imprime una luz especial al interior del edificio. Y entramos al Bazar, cuya construcción se remonta al siglo XVI. Inicialmente estaba dedicado a la venta de telas pero pronto se fue rodeando de artesanos y de comerciantes de todo tipo de objetos. Se abrió un servicio de custodia de valores que permitía a los comerciantes guardar sus objetos más valiosos en cajas de seguridad a cambio de una cuota. El bazar se fue ampliando y se fueron cubriendo sus calles hasta alcanzar su configuración actual. El Gran Bazar hoy ocupa cuarenta y cinco mil m2 y está organizado en sesenta y cuatro calles, dieciséis patios y cerca de cuatro mil tiendas. Se accede a través de veintidós puertas. Sigue estando organizado por gremios, por lo tanto cada zona corresponde a la venta de un tipo particular de objetos. Los nombres de las calles corresponden al gremio que trabaja en ellas. Se puede comprar de todo, piezas de anticuario,
Estambul. Gran Bazar
joyas, alfombras, libros, cerámicas, pipas, vestidos, telas, objetos de piel o espejos. Como dije, al entrar en el Bazar el grupo se disolvió y cada uno dirigió sus pasos buscando la zona en la que vendían aquello que quería comprar. Como curiosidad es interesante saber que ningún artículo tiene marcado el precio. Por tanto, si quieres comprar algo, lo primero que debes hacer es dirigirte al comerciante y preguntar cuánto vale. Este te dirá un precio y ahí comienza lo entretenido de esta visita, comienza el regateo, la cantidad de dinero que ofrece el cliente –que siempre dirá un precio muy bajo– y la cantidad que está dispuesto a aceptar el comerciante –que siempre comenzará con un precio muy alto–. Y así, tira y afloja, hasta conseguir una cantidad que acepten los dos. Para el regateo hay que servir y sobre todo no tener prisa ninguna en comprar ya que ese mismo objeto lo verás en multitud de tiendas más. Echamos un buen rato y unas buenas risas viendo a Cándido regatear con los comerciantes, que fue el único que se atrevió a hacerlo. Después de deambular un par de horas por muchas de las calles que conforman el Gran Bazar y de encontrarnos con muchos de nuestros compañeros y amigos de viaje, tomamos el camino de vuelta al punto de encuentro. Eran casi las siete de la tarde cuando el autobús apareció para recogernos y llevarnos de vuelta al hotel. Estábamos ya muy cansados y Cándido, con su problema en el pie, más que nosotros, así que acordamos subir a la habitación para refrescarnos un poco, cambiarnos de ropa y salir a dar un paseo por los alrededores del hotel, comprar alguna bebida y algo de comida y tomarla en la habitación de uno de nosotros. Y así lo hicimos. Salimos y nos encontramos un supermercado pequeño muy cerca del hotel donde compramos pan, fiambre y alguna fruta y, dado que allí no vendían bebidas alcohólicas, nos dirigimos a otro pequeño supermercado que sí tenían y compramos unas latas de cerveza de medio litro cada una y unos refresco –al precio de diez liras la cerveza– y nos fuimos al hotel. Subimos a la habitación, pusimos la cadena de Televisión Española que se sintonizaba en el hotel y allí, descalzos, relajados y con ropa cómoda, comimos, bebimos y charlamos de todo lo acontecido a lo largo del día. Una vez que finalizamos, recogimos y cada uno se dirigió a su habitación para descansar y estar en buenas condiciones físicas para llevar a cabo todo lo previsto para el día siguiente.  

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