domingo, 24 de febrero de 2019

Turquía: VALLE DE GOREME – CAPADOCIA (Día 2)



23 DE FEBRERO

Comenzamos nuestro primer día en la Capadocia tratando de adaptarnos al
Autobús
nuevo horario que nos iba a regir en los próximos diez días, teniendo en cuenta que Turquía lleva dos horas de adelanto sobre el horario español. Tras levantarnos temprano –no nos podíamos imaginar las horas a las que nos levantaríamos algún día que otro en los próximos días–, en torno a las siete y media de la mañana, nos dirigimos al comedor del hotel. Este complejo, Perissia Hotel, cinco estrellas, tiene un hall espectacular, amplio, con una decoración agradable y unas lámpara enormes que recuerdan a las existentes en las mezquitas. La habitación que nos asignaron en la tercera planta era acogedora, con dos camas anchas y con muy espacio para moverse por la misma.


El comedor, a esa hora, ya presentaba un elevado murmullo de gente que estaba desayunando. El espacio se vía espacioso y bastante completo en su oferta culinaria. Nos sentamos en una mesa y nos fuimos a ver qué había para desayunar. En cuanto a bebida, podías tomar zumo de naranja o de piña, agua, té turco –que sería nuestro compañero de fatigas en días sucesivos– y un café de máquina que yo, al menos, no me atreví a tomar. La oferta de platos calientes era buena: salchichas, tortilla, huevos, etc.; además teníamos para elegir gran variedad de quesos de cabra, de oveja, picantes, especiados, curados o frescos; también teníamos para elegir multitud de aceitunas con diferentes aliños, hecho que llamó poderosamente mi atención pues hasta ahora no había visto nunca aceitunas en un desayuno; pan, tostadas, bollos dulces para untar con mantequilla, etc.; y además, numerosas ensaladas y encurtidos, junto con una serie de hierbas verdes que yo observé que estaban comiendo en alguna mesa y que, por curiosidad, probé. No tenían sabor ni estaban aliñadas, pero las comí. Hubo momentos, con la sonrisa en la cara, en que me recordaban las hierbas que comen los gatos para limpiarse el estómago Días después, ya en
Museo al Aire Libre de Goreme
España, he sabido que esas hierbas eran eneldo. Bueno, pues tras nuestro primer desayuno ya estábamos listos para iniciar las actividades que Erdem, nuestro guía para todo el viaje, nos había preparado para ese día. De momento, nos comentó que íbamos a tener algún cambio: dado que ese día, sábado, los globos aerostáticos no iban a poder despegar por las condiciones meteorológicas existentes –a nosotros también nos vino mejor ya que el día anterior nos habíamos acostado cerca de las dos de la mañana y para los globos había que levantarse a las cinco, lo que nos permitió dormir un par de horas más– íbamos a pasar  las actividades previstas para el domingo al sábado y viceversa.

Una vez desayunados y en la puerta del hotel, subimos en el autobús que nos acompañaría a lo largo de todo el trayecto, conducido por Ösdem –creo que se escribe así–, bonachón y amable, aunque de pocas palabras ya que entendía poco el castellano. Después veríamos que tenía ligero el pie sobre el acelerador. Así, iniciamos nuestra primera excursión al Museo al Aire Libre de Goreme. Tras recorrer aproximadamente unos diez kilómetros y tras dejar atrás la localidad de Goreme que da nombre a todo el valle, paró el autobús en la puerta de entrada del Museo. Este es un recinto abierto al aire libre, como su propio nombre indica, pero que para acceder al mismo hay que abonar la correspondiente entrada.

El Museo muestra de modo diáfano el torturado paisaje que compone la mayor parte de la Capadocia, uniéndose por un lado el esplendor artístico de la naturaleza con la mano incansable del hombre para modelar los paisajes. La región, situada en el centro de Turquía entre Aksaray y Kayseri, es rica en historia pudiendo observarse restos el paso de los hititas hace más de cuatro mil años o su pertenencia al Imperio Romano. El paisaje único de Capadocia es el resultado de la acción de fuerzas naturales durante milenios. Hace 60 millones
Museo al Aire Libre de Goreme. Iglesia Oscura
de años se formó la cadena montañosa del Tauro, en Anatolia meridional, la cual creó numerosas barrancas y depresiones en Anatolia central. Hace diez millones de años, estas depresiones fueron rellenadas por el magma y otros elementos volcánicos Paulatinamente, las depresiones fueron desapareciendo, transformando la región en un altiplano. Sin embargo, el mineral que las rellenó no es muy resistente a la acción de vientos, lluvias, ríos y diferencias de temperatura, por lo que la erosión fue esculpiendo los numerosos valles haciendo magia en las rocas y creando espectaculares formaciones cónica, las llamadas “chimeneas de hadas”.

Una vez pasado el torno de acceso al recinto, Erdem nos estuvo explicando las características de este peculiar museo al aire libre, las distintas visitas a seguir y las condiciones en determinadas capillas e iglesias, sobre todo en lo relativo a la toma de fotos y vídeos. Resumiendo, no se podía fotografiar ni grabar en vídeo ninguna iglesia que tuviera frescos pintados en sus paredes, y de ello se encargaban con celeridad los numerosos vigilantes que había en cada una de estas iglesias; en el resto de las dependencias –donde no había pinturas– podíamos fotografiar lo que quisiéramos. Y así lo hicimos. Resultaba cuando menos curioso oír los nombres de las iglesias que nos iba desgranando nuestro guía –Sandalias, Serpiente, Oscura, Manzana– pero tenía fácil explicación y es que, dado que las personas que las visitaban en aquellos tiempos pasados, en su mayoría eran analfabetas, era lógico poner este tipo de nombres a las iglesias para facilitar el acceso a las mismas teniendo en cuenta alguna característica especial de los frescos que las adornaban; unas sandalias, una serpiente, un manzanal junto a la entrada, etc.  

El Museo al Aire Libre de Goreme se asemeja a un complejo monástico compuesto por decenas de monasterios cada uno con su propia iglesia, la mayoría de las cuales ofrecen ricos y variados frescos, algunos del siglo XI. Este museo fue declarado Patrimonio de la Humanidad en 1984. Paso a relatar de modo sucinto algunas de las visitas que realizamos: Las Monjas es una enorme masa de roca situada a la izquierda de la entrada con una altura de unos seis o siete pisos. Solo pudimos visitar la planta baja –comedor y cocina principalmente– ya que el acceso a las otras plantas estaba prohibido; la iglesia
Museo al Aire Libre de Goreme
de Santa Bárbara
, situada detrás de la casa-vivienda de la Manzana, con una rica decoración de animales mitológicos y símbolos geométricos; la iglesia de la Manzana, de bóveda ojival y cúpula central sostenida por cuatro columnas, con unos hermosos frescos del siglo XI; la iglesia de la Serpiente, llamada así porque en uno de los frescos aparecen San Jorge y San Teodoro matando a la serpiente; hoy otros frescos con representaciones de Jesús, el emperador Constantino y Helena; la iglesia Oscura, que estaba cerrada por encontrarse en proceso de restauración; la iglesia de Sandalias con frescos de finales del siglo XII y principios del siglo XIII con escenas de la vida de Jesús y de la Virgen; se llama así por las huellas que aparecen en un fresco de la Ascensión. Fuera del recinto, aunque su acceso estaba incluido en la entrada visitamos la iglesia Tokali, situada a unos cincuenta metros de la puerta de entrada al museo; es la más impresionante de todas por la riqueza, colorido y calidad de los frescos de los siglos X y XI principalmente que conforman sus cuatro cámaras ; los frescos más antiguos están en la cámara de entrada a la iglesia, mientras que los que llenan las paredes de la llamada Iglesia Nueva destacan poderosamente por el por la presencia permanente del color añil; en estos frescos se representan escenas de la vida y pasión de Cristo.

Antes de salir del museo y dirigirnos a la iglesia Tokali, visitamos la tienda de recuerdos del museo y después estuvimos descansando un rato del paseo mañanero, mientras llegaba el resto de la excursión, en la cafetería del museo. Allí podíamos tomar agua, café, té o unos zumos de naranja que te hacían en el momento. Yo me decanté por beber agua. Y así, tras finalizar todas las visitas nos encaminamos hacia el autobús que se encontraba en la zona especial para vehículos de este tipo que había en el aparcamiento. Recorrimos a pie los escasos cien metros que nos separaban del autobús atravesando una zona con multitud de tiendas para turistas cuyos dueños estaban ansiosos por vendernos algún recuerdo de la visita. También había en las cercanías un par de camellos dispuestos a dar un paseo en sus lomos a quien estuviese dispuesto a hacerlo.
Valle de Goreme

Subimos al autobús y Erdem nos explicó que íbamos a visitar durante la mañana unos miradores en la zona de Uchisar, para poder tener una visión global de la magnitud de los distintos valles que conforman el llamado Parque de Goreme, un triángulo con una población importante en cada uno de sus ángulos: Ürgüp, Avanos y Nevsehir. Así que nos dirigimos hacia el primero de los valles llamado Valle de Goreme. El espectáculo que se puede observar desde el mismo es majestuoso, es ver toda la fuerza interna de la tierra asomada a la superficie. La vista abarca un amplio valle, en uno de cuyos extremos se encuentra la ciudad de Goreme, en el que sobresalen multitud de las llamadas “chimeneas de hadas”. Era el primero que veíamos y nos impresionó todavía más. También hay que decir que había numerosos grupos de turistas, asiáticos sobre todo, que hacían difícil la toma de fotografías limpias, sin nadie en las mismas. También pudimos ver que había varias personas que se dedicaban a fotografiar a todos los que estábamos allí. Más tarde pudimos comprobar cuando íbamos camino del autobús que esas fotografías estaban en un portarretratos dispuestas para ser compradas por los interesados. Nos sorprendió mucho la rapidez en la impresión de las fotos y su colocación en los correspondientes marcos. Algunos de los nuestros picaron y se fueron camino del autobús con su foto de recuerdo al módico precio de quince liras turcas –unos tres euros aproximadamente–. Ni que decir tiene que en el mirador había numerosos establecimientos de venta de recuerdos y, ¡sorpresa!, una tienda que vendía cerveza, entre otras muchas bebidas, al precio de veinte liras turcas la lata de medio litro. Compramos un par de latas de Efes, la más popular de las cervezas turcas, y nos sentamos en unas sillas a tomárnoslas disfrutando a su vez del magnífico espectáculos que nos ofrecía la naturaleza. 
Valle de las Palomas

De vuelta de nuevo al autobús, nos dirigimos a visitar el Valle de las Palomas, parecido al anterior, que debe su nombre a la multitud de palomas que vuelan en los alrededores. Incluso hay una especie de huchas para recaudar dinero y así poder comprar alimento para las mismas. Está situado prácticamente junto a Uchisar y repite el modelo del valle de Goreme: tiendas de recuerdos y muchos turistas ansiosos por lograr la mejor foto. En este mirador no llamó de nuevo la atención unos arbolillos profusamente adornados con el llamado ojo de la suerte turco –un abalorio de tonos azulados que tiene forma de una gota plana donde hay un ojo al que se le atribuyen poderes para luchar contra el mal de ojo–, que también habíamos visto en el mirador anterior. Nos contaba Erdem que la costumbre de colgar estos amuletos en los árboles comenzó a mediados del siglo pasado cuando un árbol que había delante de la tienda de uno de estos vendedores se secó y el vendedor, ni corto ni perezoso, para ocultar las ramas secas decidió colgar algunos de estos ojos en las mismas; ello dio pie a que los turistas que lo contemplaron hicieran fotos del mismo y, ante el éxito obtenido, el vendedor cargó las ramas con nuevos amuletos para atraer a posibles compradores, iniciando así una costumbre que se extendió rápidamente por toda la Capadocia.

Castillo de Uchisar
Desde el mirador del Valle de las Palomas, subimos nuevamente al autobús e hicimos una breve parada para tomar unas fotos del impresionante castillo de Uchisar que es el punto más alto de la Capadocia, a cinco kilómetros de Goreme. El castillo, que no es más que un nombre figurado, es una enorme montaña cuya roca se encuentra totalmente horadada, conformando multitud de habitaciones conectadas entre sí por escaleras. Hoy en día, la mayor parte de estas habitaciones están convertidas en palomares, ya que los agricultores de la zona utilizan los excrementos de paloma como fertilizante natural para los huertos y viñedos de la zona. Así, tras las fotos correspondientes nos encaminamos de nuevo al autobús que nos iba a llevar al Hanedan Restaurant, imitación moderna de un antiguo caravansar, especie de posadas de carretera que han funcionado en Turquía desde el siglo X. Estaba en la ciudad de Avanos, en la carretera que va de Kayseri a Nevsehir. El caravansar, traducido literalmente como palacio de caravanas, proporcionaba alimento y alojamiento a los mercaderes y sus animales de carga que transportaban sus mercancías de un sitio a otro. La distancia entre un caravansar y otro era como máximo la que podía recorrer la caravana en un día para que de ese modo,
Hanedan Restaurant. Plato principal
tuvieran refugio seguro al llegar la noche. Este restaurante, construcción que nos dijo Erdem no tendría más de 20 años, imitaba a la perfección la fachada de esos antiguos caravansares y, con las reformas y adaptaciones correspondientes al trabajo hostelero que desarrolla en la actualidad, también su interior, compuesto por varios salones de distinta capacidad de comensales. Nosotros nos instalamos en tres mesas situadas en un salón de capacidad mediana y estábamos solos. Eran mesas circulares grandes donde había unos platos de cerámica realmente magníficos, todos diferentes, para poner sobre ellos los distintos platos que conformaban el menú. La bebida que nos ofrecían era agua aunque pudimos pedir unas botellas de cerveza Efes al precio de veinte liras turcas la unidad –unos cuatro euros aproximadamente–. El menú estaba compuesto por una ensalada para compartir, un plato de berenjena asada rellena de verduras y un plato principal compuesto por carne de cordero acompañada con puré de patatas y arroz cocido; el postre consistió en un helado de pistacho. El detalle curioso del restaurante estaba en los servicios donde había dos grandes azulejos en los que había dibujados en uno un gallo y en el otro una gallina, a fin de distinguir los servicios de hombres y de mujeres.

Tras la apetitosa comida que habíamos degustado, subimos de nuevo al autobús para dirigir nuestros pasos hacia la localidad de Çavusin, ciudad localizada a escasos cinco kilómetros de Goreme y que en la actualidad se encuentra casi
Çavusin
abandonada ya que son pocas las casas que se están rehabilitando con la intención de atraer el turismo a la misma. La mayor parte del pueblo se encuentra excavada en la roca, destacando una alta colina que rodea el centro de la localidad, horadada casi en su totalidad, presentando incluso algunas zonas peligro de derrumbe. Dentro de la sencillez del entorno destacan una antigua iglesia convertida hoy en mezquita, muy pequeña pero coqueta y el elevado número de palomares excavados en la roca  –pequeños rectángulos que quedan a la vista al derrumbarse la pared exterior–. Nosotros, Cándido, Paqui, Concha y yo, nos quedamos paseando por lo que se supone que es la calle principal del pueblo, donde pudimos ver otra mezquita de corte más actual pero que se encontraba cerrada al público en aquel momento. También nos topamos con varios vendedores callejeros que ofertaban casas típicas de la Capadocia talladas en la roca arenisca abundante en el entorno. Una lira pedían por cada casita tallada toscamente. No compramos ninguna más que nada porque la señora que las vendía no tenía cambio y nosotros el billete más pequeño que llevábamos era de diez liras. Durante el paseo, comenzó a llover débilmente y, dado que no llevábamos paraguas, entramos en el hueco abierto en la roca de lo que en otro tiempo fue una habitación que formaba parte de una casa. Estuvimos un rato hasta que dejó de llover y nos decidimos a desandar el camino en dirección a la plaza en la que se encontraba el autobús. Mientras nosotros paseábamos por lo llano, el resto del grupo se animó a subir a lo alto del cerro horadado y alguna foto que otra hicimos desde abajo de estos valientes escaladores.

Finalizada la visita al pueblo, subimos al autobús y nos dirigimos nuevamente hacia la ciudad de Avanos donde nuestro guía había acordado una visita a un taller de alfombras llamado Sentez Hali. Erdem nos comentó durante el corto trayecto hasta el taller que normalmente para este tipo de excursiones como la nuestra se programaban tres visitas relacionadas con la cultura y la artesanía local turca; así, se planificaba la visita a un  taller de alfombras, otra a un taller de joyas y piedras preciosas, y, por último, otra a un taller de cerámica,
Taller de alfombras
aunque esta última no la íbamos a llevar a cabo. Una vez que accedimos al interior del taller, nos encontramos con una amplia sala donde se podían contar varios telares sobre los que, en esos momentos, había una mujer trabajando sobre una alfombra. El responsable del taller que nos acompañó durante toda la visita, nos explicó con todo lujo de detalles el proceso de elaboración de una alfombra turca empezando por el tipo de nudo que utilizaban para su confección como la elección de los colores y dibujos que la conformaban. También nos dijo que la elaboración de una alfombra mediana podría tardar unos tres o cuatro meses, de ahí su elevado precio. Pasamos a continuación a otra sala donde otra mujer nos mostró el proceso para sacar los hilos de seda de los huevos de los gusanos de seda. Este proceso era la primera vez que yo lo veía e imagino que el resto del grupo estaría igual que yo. Nos mostró en primer lugar la extracción del hilo de un huevo y posteriormente la extracción mecánica de muchos hilos de otros tantos huevos y su unión en un único hilo. Fue realmente una actividad muy instructiva. Después accedimos a otra larga sala donde se exponían  una serie de alfombras elaboradas en el taller pero que, debido a la antigüedad que tenían, eran consideradas piezas de museo y estaban protegidas por las autoridades turcas. Y finalmente pasamos a una gran sala con unos largos bancos corridos adosados a la pared donde nos sentamos y nos sirvieron unos vasos con té. Y mientras lo tomábamos, comenzó el espectáculo: de pronto aparecieron varios empleados que comenzaron a extender ante nuestros ojos un número elevado de alfombras, a cual más espectacular y más bonita. Como por arte de ensalmo aparecieron también otros operarios que se acercaban a los bancos donde estábamos sentados y nos animaban a comprar alguna de aquellas maravillas que estaban ante nuestros pies. Todos los colores imaginables estallaron ante nuestros ojos, innumerables elementos geométricos, amplia variedad de diseños y tamaños. Ahora bien, aunque el trabajo realmente lo valía, los precios eran para quitar el hipo, ya que tras el regateo correspondiente, rondaban los dos mil euros, algo totalmente fuera de nuestro alcance y necesidad. Sin embargo, el hecho de comprarlas allí mismo no suponía problema alguno ya que se comprometían, dentro del precio alcanzado, a enviarlas a cualquier dirección de España. Al final vendieron varias alfombras de tamaño pequeño y mediano que empaquetaron primorosamente y no supusieron problema alguno para su transporte por parte de los compradores. Por último, pasamos a la tienda propiamente dicha del taller donde se vendía de todo un poco: tazas, camisetas, pequeños bolsos, gorros turcos y, como no, alfombras.

Espectáculo de danzas y bailes turcos
Una vez acabada la visita, subimos otra vez al autobús y nos dirigimos al hotel para descansar un poco, ducharnos y asearnos, cenar pronto y prepararnos para asistir esa noche a un espectáculo sobre el folclore turco y la danza del vientre que comenzaba en torno a las nueve de la noche. Tras una abundante y variada cena en el hotel, con numerosos platos fríos y calientes, nos reunimos en el vestíbulo de entrada con la intención de subir nuevamente al autobús y dirigirnos otra vez a la ciudad de Avanos para disfrutar de un espectáculo de danza y baile turcos. El local donde nos dirigimos no era otro que el Uranos Sarikaya Restaurant, situado a las afueras de la ciudad, que presentaba un espectáculo llamado El Show de las Noches Turcas. El restaurante cuenta con un amplio aparcamiento para coches y autobuses en la entrada y está excavado en la roca. El acceso al mismo consiste en un largo pasillo que llega a una pista circular donde se desarrolla el espectáculo. Desde esta pista circular salen cinco graderíos con una ligera inclinación para favorecer una mejor visión de la pista de baile; estos graderíos son independientes unos de otros; en ellos hay un pasillo central con escaleras y numerosas filas de mesas y bancos corrido hasta llegar a la parte más alta. En cada una de las mesas había numerosos platillos con comida: hojas de parra rellenas de arroz, queso, ensalada de berenjena, frutos secos, etc. –¡y nosotros recién cenados!–. Todo lo que quisieras comer o beber estaba incluido en el precio de la entrada al espectáculo. Ágiles camareros subían y bajaban las escaleras de cada uno de los graderíos sirviendo agua, cerveza y vino al principio, y toda clase de bebidas alcohólicas después (gin-tonic, whiskey e, incluso, raki, bebida tradicional turca parecida al anís que se toma rebajada con agua; es decir, algo parecido a lo que en España se llama palomita). Tengo que decir que al principio no comimos mucho de lo que había en la mesa, pero con el paso del tiempo poco a poco nos fuimos animando y picando de casi todos los platos. Fue aquí el único lugar de todos los que visitamos durante el viaje donde comí hojas de parra rellenas con arroz que ya había probado en varias ocasiones en España. Ni que decir tiene que el local estaba totalmente lleno de espectadores, con una gran mayoría de turcos que animaron continuamente a los bailarines con cánticos y palmas.

Por otra parte, el espectáculo, que duró más de dos horas, resultó muy colorido y entretenido en ocasiones. A lo largo de la noche, un grupo de bailarines, hombres y mujeres, nos estuvo deleitando con bailes tradicionales turcos típicos la mayoría de la Capadocia, mientras nosotros comíamos y bebíamos en nuestros asientos. Tras un pequeño descanso de los bailarines, que fue aprovechado para poner música actual y conseguir que gran parte del público bajara a la pista y estuviera bailando un rato, continuó el espectáculo con una única bailarina que ejecutó magistralmente la danza del vientre, y que en mitad de su actuación, fue eligiendo varias personas del público asistente para que trataran de imitarla en sus sensuales movimientos. Por parte de nuestro grupo el elegido fue David, que dejó el pabellón malagueño muy alto. Ni que decir tiene que en esta parte del espectáculo abundaron más las risas que cualquier otra cosa. Y así, una vez finalizada la actuación, nos dirigimos a la salida del recinto en busca de nuestro autobús. Eran más de las doce de la noche y al día siguiente había que levantarse muy, pero que muy temprano para la primera actividad programada: el vuelo en globo. Llegamos al hotel muy cansados pero satisfechos por todo lo visitado y visto a lo largo del día. El sueño no se hizo esperar y pudimos descansar unas pocas horas relajadamente.     


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