25 DE FEBRERO
Un nuevo día amanecía en el
horizonte y como todos los anteriores,
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Sultanhani. Plaza |
nuevamente nos tocó madrugar. Hoy nos
correspondía abandonar nuestro hotel y, por tanto, la zona que hasta ese
momento había sido nuestra referencia, la Capadocia. Íbamos a abandonar nuestras
chimeneas de hadas por la luz y el colorido del mar Mediterráneo.
Siguiendo el consejo de nuestro guía
Erdem, dejamos las maletas preparadas ante la puerta de la habitación,
dispuestas para ser recogidas por el personal del hotel y colocadas en el maletero
de nuestro autobús. Después nos fuimos a desayunar. Al igual que en días
anteriores, el refrigerio fue contundente y más pensando en la larga caminata
de más de seiscientos kilómetros que nos esperaba a lo largo de todo el día.
Pasaban pocos minutos de las siete
de la mañana cuando ya estábamos ubicados en nuestros respectivos asientos
dentro del autobús, que ya serían casi los mismos para el resto de los días y
los desplazamientos que tuvimos que hacer. Las visitas que teníamos previstas
llevar a cabo este día se reducían solo a una, el museo de Mevlana, en Konya,
casi trescientos kilómetros más adelante. El tratar de pasar lo mejor posible
dentro del autobús el resto de horas del día era el reto que cada uno tenía que
asumir. Así, comenzamos la mañana saliendo de Úrgüp en dirección a Nevsehir a
través de la carretera D300. He de decir que las carreteras turcas me han
sorprendido gratamente. Antes de llegar a este inmenso país tenía mis dudas
acerca del estado y calidad de las carreteras por las que íbamos a circular.
Sin embargo, al menos por las que hemos circulado, no tienen nada que envidiar
a las españolas. Imagino que en otras zonas habrá autopistas y autovías, igual
que en cualquier otro país; sin embargo, lo que más poderosamente llamó mi atención
fue la existencia de carreteras de doble
carril por sentido, que no llegan a ser autovías ya que tienen salidas a
derecha e izquierda, semáforos que regulan los cruces y rotondas para entrar y
salir. Como dije anteriormente, recorrimos pronto los escasos veinte kilómetros
que separan Ürgüp de Nevsehir, ciudad de más de cien mil
habitantes, capital industrial y económica de la zona. Tras escuchar las
correspondientes explicaciones de nuestro guía sobre esta ciudad y su impacto
económico en las poblaciones circundantes, el silencio del apropió del autobús y
la mayor parte de sus pasajeros entró en una fase de duermevela que hizo que
las distancias parecieran más cortas. Así atravesamos diversas poblaciones,
entre las que destaca Akseray con más de cien mil habitantes también. Un
detalle curioso que observé fue la presencia de unos coches de policía en la
cuneta de la carretera que no eran tales, sino un simple decorado de madera o
chapa. La intención de los mismos no sé cuál podría ser, aunque imagino que,
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Sultanhani. Caravanserar |
bien tendrían en su interior algún radar con el que cazar a algún conductor
despistado, bien actuar como recordatorio de la presencia policial en la
carretera.
Y así llegamos, tras recorrer los
ciento cincuenta kilómetros que la sepaban de Ürgüp, hasta Sultanhani donde Erdem tenía previsto realizar una parada técnica para tomar alguna bebida,
comprar algún recuerdo, estirar las piernas o simplemente ir al servicio.
Bajamos del autobús en el Sultán Café Restoran, una mezcla de todo un poco:
cafetería, tetería, bazar, tienda de recuerdos, etc. Después de tomar nuestros
respectivos tés turcos matutinos, aquí compré un paquete de té de manzana en
polvo por veinte liras, algo más de tres euros al cambio, té que había probado
por primera vez en los días anteriores y que me sorprendió gratamente. Tras
preguntarle a Erdem, me comentó que este tipo de té lo venden en dos formatos,
como té normal aromatizado con trozos de manzana–es más caro– y té en polvo
–más barato y fácil de usar– para el que sólo necesitas un vaso con agua
caliente donde se diluye una cucharada del té. Justo enfrente del local se podía
divisar el magnífico caravansar que
existe en esta ciudad, en proceso de restauración, construcción de la que ya
habíamos visto dos ejemplos con anterioridad: el primero, un caravansar de
reciente construcción en la ciudad de Avanos
donde almorzamos –Hanedan Restaurant– tras visitar el valle de Goreme y otro
original del siglo XIII, también en la misma ciudad, donde pudimos ver la danza
de los derviches giróvagos, por su ritual de rezo girando sobre si mismos. Sin
embargo, el caravansar de
Sultanhani es el
más célebre de de la región de Capadocia. Los caravansares eran los
antiguos refugios defensivos y albergues para
peregrinos, soldados o comerciales que estuvieran en pleno
viaje, y que necesitaban cobijo seguro al final de cada jornada (de ahí que la
distancia entre uno y otro sea de más o menos un día de camino). En vista de
que la mayoría de caravansares se situaban sobre la ruta de la seda, y que debían
albergar por tanto a gran número de viajantes con sus respectivas pertenencias,
debían contar con el espacio suficiente, y así lo atestiguan los
grandes almacenes y patios de Sultanhani. Como ya dije
anteriormente, está en proceso de restauración, por lo que fue una pena no
poder visitarlo.
Subimos de nuevo al autobús, con las fuerzas renovadas y
la vejiga ligera
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Konya. Derviche giróvago |
preparados para nuestro próximo destino ciento quince
kilómetros más adelante: Konya,
ciudad donde viven casi dos millones y medio de personas y a la que llegamos en
torno a las doce de la mañana. Fuimos directamente a la antigua mezquita, hoy
convertida en museo por lo que se puede visitar calzado y sin cubrir la cabeza
las mujeres, donde reposan los restos de Muhammad Rumí, conocido como Mevlana, religioso del siglo XIII, fundador
del rito sufí y de los derviches que transmiten su legado.
El exterior del museo es una obra de arte,
gracias a su cúpula estriada de azulejos color turquesa, visible de la lejanía
ya que Konya es una ciudad bastante diáfana y llana. Es justo debajo de esta
cúpula donde se encuentra el sarcófago de Mevlana, y a su alrededor se
encuentran otras tumbas de diversos personajes.
La visita a esta mezquita-museo-mausoleo –hay que ponerse
unas fundas azules de plástico en los pies para poder acceder al interior– se compone de diversas zonas: La Tariqa, es el edificio
principal, congrega las tumbas de diversos derviches que fueron enterrados
cerca de Rumí cuando falleció, todos ellos con su gorro derviche sobre la tumba
realizado en mármol. La pena es que el sepulcro de este religioso, que es la
zona más espectacular de la visita, estaba en proceso de restauración y, por
tanto, tapada por un gran panel en el que se veía la fotografía de la tumba.
Evidentemente, no es lo mismo. En compensación sí se podía admirar casi en su
totalidad la preciosa cúpula bajo la cual se encuentra el mausoleo de este
religioso. En el mismo edificio se pueden ver algunas reliquias en vitrinas así
como ejemplares del Corán muy antiguos –
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Konya. Mausoleo de Mevlana |
según nos comentó nuestro guía, aquí se
encuentra uno de los ejemplares de este libro más pequeños del mundo y, justo
al lado, otro ejemplar del mismo libro sagrado de los islámicos considerado
entre los más grandes– y algunos poemas de Rumi. También pudimos observar una
vitrina en el centro de la nave que contenía un pequeño cofre donde se guardan,
según la tradición, algunos pelos de la barba de Mahoma. La vitrina tiene un
pequeño orificio cerca de la base desde donde se puede “oler el perfume a rosas que despedía el cuerpo de Mahoma”. Vimos a
algunos fieles que acercaban su nariz a este diminuto agujero tratando de captar ese olor. Además, las paredes están decoradas con la
técnica de caligrafía en espejo y las columnas están unidas por unas cadenas de
las que no sólo cuelgan las típicas lámparas de aceite de la arquitectura
otomana, si no también unos huevos de avestruz e, incluso, una cadena realizada
en mármol. Según pudimos saber estos objetos colgados eran ofrendas que
realizaban los aspirantes a derviche con las que demostraban sus habilidades
para determinados trabajos. También se pueden observar diversos instrumentos
musicales sacros, así como varias vestimentas de estos religiosos y preciosas
alfombras. Justo antes de salir, pudimos apreciar un amplio espacio donde los
fieles podían rezar y elevar sus plegarias. No me había fijado hasta que
salimos del maravilloso trabajo en taracea de las dos puertas de acceso a la Tariqa –realmente espectaculares– y sus
respectivos tiradores.
Una vez fuera del mausoleo, nos recibe
un amplio patio donde se podían
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Mausoleo. Puerta de acceso |
observar numerosos enterramientos de derviches,
tanto hombres como mujeres. Me resultó curiosa la forma en que diferenciaban
sus tumbas: mientras la estela del fallecido hombre mostraba en su parte
superior el gorro típico de los derviches, la estela que representaba una
seguidora de Mevlana finalizaba en una especie de circulo estrellado y
estriado. En el centro del patio pudimos ver una majestuosa fuente circular
cubierta con una elegante reja. También en uno de los extremos del patio, ya
cerca de las celdas de los derviches se puede también admirar una preciosa
fuente de mármol coronada por un frontón. Es una fuente muy simbólica con nueve
conchas que nos enseña que todos tenemos el mismo origen y que, aunque
diverjamos en algunos momentos de nuestra vida, todos tenemos el mismo destino.
Es decir, el agua mana sobre la concha superior y desde ésta va cayendo hacia
las otras hasta caer el agua de todas la conchas en la última.
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Mausoleo de Mevlana. Tumbas de derviches |
Desde este mismo patio, se accede a las
celdas de los derviches que vivían en la Tariqa,
situadas en forma de “L” a lo largo de dos de los lados del patio. En ellas se
puede observar una representación muy cuidada con muñecos de cera y vitrinas
expositoras en las que se representan las escenas más típicas de la vida diaria
de un mevlani, dispuesto todo para facilitar al visitante la comprensión y
el aprendizaje de la vida de estos religiosos.
Salimos en torno a las dos de la tarde
del recinto religioso y nos dirigimos al restaurante donde Erdem había
planificado que haríamos el almuerzo. Durante el trayecto, dos hechos me
llamaron poderosamente la atención. El primero de ellos fue la presencia de un
enorme cementerio inserto en el centro mismo de la ciudad. Tras las rejas que
lo rodeaban –curiosamente nuestros cementerios tienen tapias para evitar que se
vea lo que hay dentro– se podían ver centenares de estelas funerarias
repartidas por todo el espacio que ocupaba. Todo ello enmarcado por una gran
puerta de acceso al mismo con múltiples
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Urna que contiene algunos pelos de Mahoma |
elementos decorativos. El segundo fue
escuchar por primera vez el canto grabado del almuecín en todas y cada una de
las mezquitas que se encontraban en las cercanías de donde estábamos. Primero
comenzó una con un volumen bastante considerable y poco a poco se fueron
uniendo las demás.
Después de caminar un buen trecho
llegamos al restaurante Lokmahane situado
en la calle Mengüc. Presentaba un
aspecto limpio y agradable, mostrando a sus visitantes multitud de botes de
cristal con diversas conservas de pepinos, rábanos, melones, etc., por todas
partes, ya fuera en el pequeño patio que había, ya en el vestíbulo de entrada.
Teníamos dos mesas preparadas para el almuerzo sobre las que se veían dos platos
pequeños con entrantes –uno era de berenjena con pimientos rojos y el otro era
una especie de ensalada verde con muchos cominos y vinagre de granada, que a mí
particularmente me encantó– y una gran fuente de ensalada. A continuación nos
pusieron un cuenco con una sopa de fideos bastante especiada y muy agradable de
comer al paladar. Ni que decir tiene que toda la comida estuvo regada
abundantemente con agua ya que no había ni rastro de cerveza o vino en el
restaurante. Tras la sopa, nos pusieron una tabla sobre la que había una
especie
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Restaurat Lokmahane. Plato principal |
de pizza: pan muy fino cubierto de verduras y algunos trozos de carne
de ternera. A continuación, una amplia sartén con un nuevo revuelto de ternera
a trocitos y verduras, cubierta por varios trozos del pan fino y caliente
típico turco. Finalizamos nuestra opípara comida con un helado de pistacho que
estaba riquísimo.
Tras abandonar el restaurante, Erdem
cambió la idea inicial de volver sobre nuestros pasos al museo Mevlana donde
nos esperaba el autobús y prefirió llamar al conductor para que se desplazara a
un parking al aire libre que había frente al restaurante. Así se hizo y cuando
apareció el autobús todos subimos a él. E iniciamos el recorrido que nos
quedaba por hacer para llegar a la ciudad costera de Antalya, algo más de
trescientos km a los que sumar los ya hechos por la mañana.
Al poco de salir de Konya, la carretera
que seguía siendo de dos carriles por sentido se fue empinando poco a poco y,
apenas sin darnos cuenta, nos encontramos bordeando los Montes Tauro cordillera
con varios picos por encima de los tres mil metros de altura. A pesar de las
largas cuestas de subida, no llegamos a ver ningún carril adicional para
vehículos lentos. De pronto empezamos a ver la nieve casi en el mismo arcén de
la carretera y grandes espacios blancos que se extendían a lo largo del camino.
Así nuestra carretera fue subiendo y bajando hasta que Erdem nos indicó,
después de llevar recorridos unos ciento sesenta kilómetros que íbamos a
realizar una parada técnica para
estirar las piernas y aligerar nuestros cuerpos amén de tomar nuestro consabido
té. Paramos en un área de servicio llamada Ömer
Duruk perteneciente a la localidad de Bukacalan.
Tras pasar por los servicios, pedimos té turco y té de manzana a tres liras
cada vasito –unos sesenta céntimos de euros aproximadamente– y también unos
pastelitos de miel y pistacho que tenían muy buena pinta y mejor sabor. Una vez
finalizado el té y los pasteles, salimos a la puerta a estirar un poco más las
piernas pues aún nos quedaban aproximadamente otros ciento cincuenta kilómetros
para llegar a nuestro destino final de ese día. Y fue en la gasolinera que
había en este área de servicio donde vimos que el precio de la gasolina no era
muy diferente del que conocíamos de España: la gasolina de 95 octanos tenía ese
día y en esa gasolinera un precio de 6,48 liras turcas, que al cambio viene a
ser 1,10 euros. Si tenemos en cuenta, según nos comentó Erdem, que el sueldo
medio de un turco vienen a ser unos cuatrocientos euros, está claro que para
ellos la gasolina está demasiado cara. La explicación no es otra que la enorme
cantidad de impuestos que se cargan a este consumo.
De
nuevo en el autobús, dejando atrás los últimos coletazos de los montes
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Best Western Plus Khan Hotel. Habitación |
Tauro,
fuimos descendiendo poco a poco hasta llegar a la ciudad costera de Side tras haber recorrido unos setenta
y cinco kilómetros desde la última parada. Side fue fundada por los inmigrantes griegos,
quienes colonizaron la región en torno al año 700 a.C. Es uno de los paraísos
de la costa mediterránea del sur de Turquía, ya que, por un lado, nos saluda
con la herencia cultural de su brillante pasado –hoy son visibles restos del
Templo de Apolo, dios del vaticinio y de la música, y del de Atenea, diosa de
la guerra, de la sabiduría, de la justicia y de las artes; y también se puede
admirar un antiguo acueducto– y, por otro, con su mar sin par. ¡Ya solo nos
quedaban unos setenta kilómetros para llegar a Antalya! La carretera se volvió
más amena al poder visualizar grandes complejos turísticos y la costa turca con
paisajes encantadores. Poco a poco nos fuimos acercando a Antalya y también lo
hizo la lluvia. Antalya es otra gran
ciudad con más de ochocientos mil habitantes eminentemente turística y que aprovecha
sus encantos con gran habilidad. Al día siguiente teníamos prevista una visita
temprana los restos de la llamada Puerta de Adriano y a la zona del puerto
antiguo romano.
Llegamos al Best Western Plus Khan Hotel, complejo de cuatro estrellas ubicado
en el centro de la ciudad, a pocos pasos de los restos arqueológicos descritos
anteriormente y rodeado de numerosas tiendas de lujosos escaparates, después de
las ocho siendo ya noche cerrada. Además lloviznaba y eso dificultó un poco la
descarga de las maletas del autobús. Una vez colocadas todas en el vestíbulo de
entrada, fueron llevadas a las respectivas puertas de cada habitación por el
personal del hotel. Subimos a la habitación, nos refrescamos un poco y nos
dispusimos a bajar al comedor pues lo cerraban sin concedernos mucho tiempo.
Llegamos al comedor que a esa hora presentado pocos comensales a la mesa y
elegimos cada cual a su gusto de entre los diferentes platos que nos proponían:
ensaladas, pinchos de cordero, patatas asadas, quesos variados, dulces para el
postre, etc. Fue aquí donde pudimos
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Cerveza Bomonti |
saborear la primera cerveza de todo el día
con una marca que no había visto ni oído nunca: cerveza Bomonti. Al principio pensé que era alguna marca
italiana, por aquello del nombre, pero después, tras buscar en internet,
descubrí que en realidad era una cerveza nacional, que era la cerveza más
antigua comercializada en Turquía y que el nombre le venía del apellido de los
dos hermanos suizos que fundaron la compañía allá por el año 1894. En la
actualidad la produce la compañía Efes, aunque mantienen el nombre.
Tras la cena, y dado que seguía lloviznando, que ya era
demasiado tarde y que al día siguiente teníamos que volver a madrugar,
decidimos subirnos a la habitación que nos había correspondido. Ésta era
amplia, con una gran cama y, en líneas generales, aceptable. Teníamos hervidor
de agua y preparamos unos tés para tomarlos echados ya en la cama, viendo
–nunca mejor dicho– la televisión tuca, ya que entendíamos poco de lo que allí
se hablaba.
Así llegamos al final del largo día que nos había
llevado desde el centro de la Capadocia, cuyos áridos y lunáticos paisajes aún
llevábamos prendidos en la retina, hasta la costa sur de Turquía, atravesando
uno de los grandes centros filosóficos a nivel mundial como había sido la
visita al mausoleo de Mevlana.
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