martes, 26 de febrero de 2019

Turquía: DE ÜRGÜP A ANTALYA PASANDO POR KONYA (día 4)



25 DE FEBRERO

Un nuevo día amanecía en el horizonte y como todos los anteriores,
Sultanhani. Plaza
nuevamente nos tocó madrugar. Hoy nos correspondía abandonar nuestro hotel y, por tanto, la zona que hasta ese momento había sido nuestra referencia, la Capadocia. Íbamos a abandonar nuestras chimeneas de hadas por la luz y el colorido del mar Mediterráneo.

Siguiendo el consejo de nuestro guía Erdem, dejamos las maletas preparadas ante la puerta de la habitación, dispuestas para ser recogidas por el personal del hotel y colocadas en el maletero de nuestro autobús. Después nos fuimos a desayunar. Al igual que en días anteriores, el refrigerio fue contundente y más pensando en la larga caminata de más de seiscientos kilómetros que nos esperaba a lo largo de todo el día.


Pasaban pocos minutos de las siete de la mañana cuando ya estábamos ubicados en nuestros respectivos asientos dentro del autobús, que ya serían casi los mismos para el resto de los días y los desplazamientos que tuvimos que hacer. Las visitas que teníamos previstas llevar a cabo este día se reducían solo a una, el museo de Mevlana, en Konya, casi trescientos kilómetros más adelante. El tratar de pasar lo mejor posible dentro del autobús el resto de horas del día era el reto que cada uno tenía que asumir. Así, comenzamos la mañana saliendo de Úrgüp en dirección a Nevsehir a través de la carretera D300. He de decir que las carreteras turcas me han sorprendido gratamente. Antes de llegar a este inmenso país tenía mis dudas acerca del estado y calidad de las carreteras por las que íbamos a circular. Sin embargo, al menos por las que hemos circulado, no tienen nada que envidiar a las españolas. Imagino que en otras zonas habrá autopistas y autovías, igual que en cualquier otro país; sin embargo, lo que más poderosamente llamó mi atención fue la existencia de carreteras de doble carril por sentido, que no llegan a ser autovías ya que tienen salidas a derecha e izquierda, semáforos que regulan los cruces y rotondas para entrar y salir. Como dije anteriormente, recorrimos pronto los escasos veinte kilómetros que separan Ürgüp de  Nevsehir, ciudad de más de cien mil habitantes, capital industrial y económica de la zona. Tras escuchar las correspondientes explicaciones de nuestro guía sobre esta ciudad y su impacto económico en las poblaciones circundantes, el silencio del apropió del autobús y la mayor parte de sus pasajeros entró en una fase de duermevela que hizo que las distancias parecieran más cortas. Así atravesamos diversas poblaciones, entre las que destaca Akseray con más de cien mil habitantes también. Un detalle curioso que observé fue la presencia de unos coches de policía en la cuneta de la carretera que no eran tales, sino un simple decorado de madera o chapa. La intención de los mismos no sé cuál podría ser, aunque imagino que,
Sultanhani. Caravanserar
bien tendrían en su interior algún radar con el que cazar a algún conductor despistado, bien actuar como recordatorio de la presencia policial en la carretera.

Y así llegamos, tras recorrer los ciento cincuenta kilómetros que la sepaban de Ürgüp, hasta Sultanhani donde Erdem tenía previsto realizar una parada técnica para tomar alguna bebida, comprar algún recuerdo, estirar las piernas o simplemente ir al servicio. Bajamos del autobús en el Sultán Café Restoran, una mezcla de todo un poco: cafetería, tetería, bazar, tienda de recuerdos, etc. Después de tomar nuestros respectivos tés turcos matutinos, aquí compré un paquete de té de manzana en polvo por veinte liras, algo más de tres euros al cambio, té que había probado por primera vez en los días anteriores y que me sorprendió gratamente. Tras preguntarle a Erdem, me comentó que este tipo de té lo venden en dos formatos, como té normal aromatizado con trozos de manzana–es más caro– y té en polvo –más barato y fácil de usar– para el que sólo necesitas un vaso con agua caliente donde se diluye una cucharada del té. Justo enfrente del local se podía divisar el magnífico caravansar que existe en esta ciudad, en proceso de restauración, construcción de la que ya habíamos visto dos ejemplos con anterioridad: el primero, un caravansar de reciente construcción en la ciudad de Avanos donde almorzamos –Hanedan Restaurant– tras visitar el valle de Goreme y otro original del siglo XIII, también en la misma ciudad, donde pudimos ver la danza de los derviches giróvagos, por su ritual de rezo girando sobre si mismos. Sin embargo, el caravansar de Sultanhani es el más célebre de de la región de Capadocia. Los caravansares eran los antiguos refugios defensivos y albergues para peregrinos, soldados o comerciales que estuvieran en pleno viaje, y que necesitaban cobijo seguro al final de cada jornada (de ahí que la distancia entre uno y otro sea de más o menos un día de camino). En vista de que la mayoría de caravansares se situaban sobre la ruta de la seda, y que debían albergar por tanto a gran número de viajantes con sus respectivas pertenencias, debían contar con el espacio suficiente, y así lo atestiguan los grandes almacenes y patios de Sultanhani. Como ya dije anteriormente, está en proceso de restauración, por lo que fue una pena no poder visitarlo.

Subimos de nuevo al autobús, con las fuerzas renovadas y la vejiga ligera
Konya. Derviche giróvago
preparados para nuestro próximo destino ciento quince kilómetros más adelante: Konya, ciudad donde viven casi dos millones y medio de personas y a la que llegamos en torno a las doce de la mañana. Fuimos directamente a la antigua mezquita, hoy convertida en museo por lo que se puede visitar calzado y sin cubrir la cabeza las mujeres, donde reposan los restos de Muhammad Rumí, conocido como Mevlana, religioso del siglo XIII, fundador del rito sufí y de los derviches que transmiten su legado.

El exterior del museo es una obra de arte, gracias a su cúpula estriada de azulejos color turquesa, visible de la lejanía ya que Konya es una ciudad bastante diáfana y llana. Es justo debajo de esta cúpula donde se encuentra el sarcófago de Mevlana, y a su alrededor se encuentran otras tumbas de diversos personajes.
La visita a esta mezquita-museo-mausoleo –hay que ponerse unas fundas azules de plástico en los pies para poder acceder al interior–  se compone de diversas zonas: La Tariqa, es el edificio principal, congrega las tumbas de diversos derviches que fueron enterrados cerca de Rumí cuando falleció, todos ellos con su gorro derviche sobre la tumba realizado en mármol. La pena es que el sepulcro de este religioso, que es la zona más espectacular de la visita, estaba en proceso de restauración y, por tanto, tapada por un gran panel en el que se veía la fotografía de la tumba. Evidentemente, no es lo mismo. En compensación sí se podía admirar casi en su totalidad la preciosa cúpula bajo la cual se encuentra el mausoleo de este religioso. En el mismo edificio se pueden ver algunas reliquias en vitrinas así como ejemplares del Corán muy antiguos –
Konya. Mausoleo de Mevlana
según nos comentó nuestro guía, aquí se encuentra uno de los ejemplares de este libro más pequeños del mundo y, justo al lado, otro ejemplar del mismo libro sagrado de los islámicos considerado entre los más grandes– y algunos poemas de Rumi. También pudimos observar una vitrina en el centro de la nave que contenía un pequeño cofre donde se guardan, según la tradición, algunos pelos de la barba de Mahoma. La vitrina tiene un pequeño orificio cerca de la base desde donde se puede “oler el perfume a rosas que despedía el cuerpo de Mahoma”. Vimos a algunos fieles que acercaban su nariz a este diminuto agujero tratando de captar ese olor.  Además, las paredes están decoradas con la técnica de caligrafía en espejo y las columnas están unidas por unas cadenas de las que no sólo cuelgan las típicas lámparas de aceite de la arquitectura otomana, si no también unos huevos de avestruz e, incluso, una cadena realizada en mármol. Según pudimos saber estos objetos colgados eran ofrendas que realizaban los aspirantes a derviche con las que demostraban sus habilidades para determinados trabajos. También se pueden observar diversos instrumentos musicales sacros, así como varias vestimentas de estos religiosos y preciosas alfombras. Justo antes de salir, pudimos apreciar un amplio espacio donde los fieles podían rezar y elevar sus plegarias. No me había fijado hasta que salimos del maravilloso trabajo en taracea de las dos puertas de acceso a la Tariqa –realmente espectaculares– y sus respectivos tiradores.

Una vez fuera del mausoleo, nos recibe un amplio patio donde se podían
Mausoleo. Puerta de acceso
observar numerosos enterramientos de derviches, tanto hombres como mujeres. Me resultó curiosa la forma en que diferenciaban sus tumbas: mientras la estela del fallecido hombre mostraba en su parte superior el gorro típico de los derviches, la estela que representaba una seguidora de Mevlana finalizaba en una especie de circulo estrellado y estriado. En el centro del patio pudimos ver una majestuosa fuente circular cubierta con una elegante reja. También en uno de los extremos del patio, ya cerca de las celdas de los derviches se puede también admirar una preciosa fuente de mármol coronada por un frontón. Es una fuente muy simbólica con nueve conchas que nos enseña que todos tenemos el mismo origen y que, aunque diverjamos en algunos momentos de nuestra vida, todos tenemos el mismo destino. Es decir, el agua mana sobre la concha superior y desde ésta va cayendo hacia las otras hasta caer el agua de todas la conchas en la última.

Mausoleo de Mevlana. Tumbas de derviches
Desde este mismo patio, se accede a las celdas de los derviches que vivían en la Tariqa, situadas en forma de “L” a lo largo de dos de los lados del patio. En ellas se puede observar una representación muy cuidada con muñecos de cera y vitrinas expositoras en las que se representan las escenas más típicas de la vida diaria de un mevlani, dispuesto todo  para facilitar al visitante la comprensión y el aprendizaje de la vida de estos religiosos.

Salimos en torno a las dos de la tarde del recinto religioso y nos dirigimos al restaurante donde Erdem había planificado que haríamos el almuerzo. Durante el trayecto, dos hechos me llamaron poderosamente la atención. El primero de ellos fue la presencia de un enorme cementerio inserto en el centro mismo de la ciudad. Tras las rejas que lo rodeaban –curiosamente nuestros cementerios tienen tapias para evitar que se vea lo que hay dentro– se podían ver centenares de estelas funerarias repartidas por todo el espacio que ocupaba. Todo ello enmarcado por una gran puerta de acceso al mismo con múltiples
Urna que contiene algunos pelos de Mahoma
elementos decorativos. El segundo fue escuchar por primera vez el canto grabado del almuecín en todas y cada una de las mezquitas que se encontraban en las cercanías de donde estábamos. Primero comenzó una con un volumen bastante considerable y poco a poco se fueron uniendo las demás.

Después de caminar un buen trecho llegamos al restaurante Lokmahane situado en la calle Mengüc. Presentaba un aspecto limpio y agradable, mostrando a sus visitantes multitud de botes de cristal con diversas conservas de pepinos, rábanos, melones, etc., por todas partes, ya fuera en el pequeño patio que había, ya en el vestíbulo de entrada. Teníamos dos mesas preparadas para el almuerzo sobre las que se veían dos platos pequeños con entrantes –uno era de berenjena con pimientos rojos y el otro era una especie de ensalada verde con muchos cominos y vinagre de granada, que a mí particularmente me encantó– y una gran fuente de ensalada. A continuación nos pusieron un cuenco con una sopa de fideos bastante especiada y muy agradable de comer al paladar. Ni que decir tiene que toda la comida estuvo regada abundantemente con agua ya que no había ni rastro de cerveza o vino en el restaurante. Tras la sopa, nos pusieron una tabla sobre la que había una especie
Restaurat Lokmahane. Plato principal
de pizza: pan muy fino cubierto de verduras y algunos trozos de carne de ternera. A continuación, una amplia sartén con un nuevo revuelto de ternera a trocitos y verduras, cubierta por varios trozos del pan fino y caliente típico turco. Finalizamos nuestra opípara comida con un helado de pistacho que estaba riquísimo.

Tras abandonar el restaurante, Erdem cambió la idea inicial de volver sobre nuestros pasos al museo Mevlana donde nos esperaba el autobús y prefirió llamar al conductor para que se desplazara a un parking al aire libre que había frente al restaurante. Así se hizo y cuando apareció el autobús todos subimos a él. E iniciamos el recorrido que nos quedaba por hacer para llegar a la ciudad costera de Antalya, algo más de trescientos km a los que sumar los ya hechos por la mañana.  

Al poco de salir de Konya, la carretera que seguía siendo de dos carriles por sentido se fue empinando poco a poco y, apenas sin darnos cuenta, nos encontramos bordeando los Montes Tauro cordillera con varios picos por encima de los tres mil metros de altura. A pesar de las largas cuestas de subida, no llegamos a ver ningún carril adicional para vehículos lentos. De pronto empezamos a ver la nieve casi en el mismo arcén de la carretera y grandes espacios blancos que se extendían a lo largo del camino. Así nuestra carretera fue subiendo y bajando hasta que Erdem nos indicó, después de llevar recorridos unos ciento sesenta kilómetros que íbamos a realizar una parada técnica para estirar las piernas y aligerar nuestros cuerpos amén de tomar nuestro consabido té. Paramos en un área de servicio llamada Ömer Duruk perteneciente a la localidad de Bukacalan. Tras pasar por los servicios, pedimos té turco y té de manzana a tres liras cada vasito –unos sesenta céntimos de euros aproximadamente– y también unos pastelitos de miel y pistacho que tenían muy buena pinta y mejor sabor. Una vez finalizado el té y los pasteles, salimos a la puerta a estirar un poco más las piernas pues aún nos quedaban aproximadamente otros ciento cincuenta kilómetros para llegar a nuestro destino final de ese día. Y fue en la gasolinera que había en este área de servicio donde vimos que el precio de la gasolina no era muy diferente del que conocíamos de España: la gasolina de 95 octanos tenía ese día y en esa gasolinera un precio de 6,48 liras turcas, que al cambio viene a ser 1,10 euros. Si tenemos en cuenta, según nos comentó Erdem, que el sueldo medio de un turco vienen a ser unos cuatrocientos euros, está claro que para ellos la gasolina está demasiado cara. La explicación no es otra que la enorme cantidad de impuestos que se cargan a este consumo.

De nuevo en el autobús, dejando atrás los últimos coletazos de los montes
Best Western Plus Khan Hotel. Habitación
Tauro, fuimos descendiendo poco a poco hasta llegar a la ciudad costera de Side tras haber recorrido unos setenta y cinco kilómetros desde la última parada.
Side fue fundada por los inmigrantes griegos, quienes colonizaron la región en torno al año 700 a.C. Es uno de los paraísos de la costa mediterránea del sur de Turquía, ya que, por un lado, nos saluda con la herencia cultural de su brillante pasado –hoy son visibles restos del Templo de Apolo, dios del vaticinio y de la música, y del de Atenea, diosa de la guerra, de la sabiduría, de la justicia y de las artes; y también se puede admirar un antiguo acueducto– y, por otro, con su mar sin par. ¡Ya solo nos quedaban unos setenta kilómetros para llegar a Antalya! La carretera se volvió más amena al poder visualizar grandes complejos turísticos y la costa turca con paisajes encantadores. Poco a poco nos fuimos acercando a Antalya y también lo hizo la lluvia. Antalya es otra gran ciudad con más de ochocientos mil habitantes eminentemente turística y que aprovecha sus encantos con gran habilidad. Al día siguiente teníamos prevista una visita temprana los restos de la llamada Puerta de Adriano y a la zona del puerto antiguo romano.

Llegamos al Best Western Plus Khan Hotel, complejo de cuatro estrellas ubicado en el centro de la ciudad, a pocos pasos de los restos arqueológicos descritos anteriormente y rodeado de numerosas tiendas de lujosos escaparates, después de las ocho siendo ya noche cerrada. Además lloviznaba y eso dificultó un poco la descarga de las maletas del autobús. Una vez colocadas todas en el vestíbulo de entrada, fueron llevadas a las respectivas puertas de cada habitación por el personal del hotel. Subimos a la habitación, nos refrescamos un poco y nos dispusimos a bajar al comedor pues lo cerraban sin concedernos mucho tiempo. Llegamos al comedor que a esa hora presentado pocos comensales a la mesa y elegimos cada cual a su gusto de entre los diferentes platos que nos proponían: ensaladas, pinchos de cordero, patatas asadas, quesos variados, dulces para el postre, etc. Fue aquí donde pudimos
Cerveza Bomonti
saborear la primera cerveza de todo el día con una marca que no había visto ni oído nunca:
cerveza Bomonti. Al principio pensé que era alguna marca italiana, por aquello del nombre, pero después, tras buscar en internet, descubrí que en realidad era una cerveza nacional, que era la cerveza más antigua comercializada en Turquía y que el nombre le venía del apellido de los dos hermanos suizos que fundaron la compañía allá por el año 1894. En la actualidad la produce la compañía Efes, aunque mantienen el nombre.

Tras la cena, y dado que seguía lloviznando, que ya era demasiado tarde y que al día siguiente teníamos que volver a madrugar, decidimos subirnos a la habitación que nos había correspondido. Ésta era amplia, con una gran cama y, en líneas generales, aceptable. Teníamos hervidor de agua y preparamos unos tés para tomarlos echados ya en la cama, viendo –nunca mejor dicho– la televisión tuca, ya que entendíamos poco de lo que allí se hablaba.

Así llegamos al final del largo día que nos había llevado desde el centro de la Capadocia, cuyos áridos y lunáticos paisajes aún llevábamos prendidos en la retina, hasta la costa sur de Turquía, atravesando uno de los grandes centros filosóficos a nivel mundial como había sido la visita al mausoleo de Mevlana.


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