Probablemente, y a
modo de anécdota, antes de narrar nuestra
visita a Albarracín, vamos a contaros
todo lo que precedió ese día a este maravilloso enclave bañado por el río
Guadalaviar. Dormíamos en Cuenca y ese día nos despertamos pronto ya que nos
esperaban una larga travesía de más de doscientos kilómetros por las serranías
de Cuenca y Teruel hasta llegar al apartamento que teníamos alquilado en la
ciudad de los Amantes. Además, habíamos pensado hacer tres paradas intermedias:
íbamos a visitar la Ciudad Encantada, el nacimiento del río Cuervo y por la
tarde la ciudad de Albarracín. Así que poco antes de las nueve de la mañana
pusimos dirección a la Ciudad Encantada, enclave situado a veintiséis
kilómetros de Cuenca. El día amanecía bastante encapotado, pero, según las
previsiones meteorológicas que nos facilitaban las aplicaciones del teléfono,
no había amenaza de lluvia inminente. No habíamos desayunado nada porque
pensábamos hacerlo en algún bar que hubiera en el recinto que íbamos a visitar.
Y así lo hicimos. Cogimos la cada vez más ondulante carretera que nos conducía
a la Ciudad Encantada y allí nos plantamos poco después de las nueve y media de
la mañana. El cielo se había cubierto más aún de nubes, pero no había llovido
en todo el trayecto.
Nada más llegar, aparcamos el coche enfrente del acceso de
entrada a la Ciudad Encantada junto a un hotel del mismo nombre. Allí pudimos
que leer que el recinto se abría al público a las diez. Así que decidimos
desayunar y para ello entramos en el hotel, en la recepción nos indicaron dónde
se encontraba la cafetería y hacia ella nos dirigimos con la intención de tomar
un café con leche caliente y una buena tostada de aceite y tomate. Concha se
decantó por tomar parte de la tostada con mantequilla y mermelada. Pedimos la
cuenta y abonamos religiosamente los cinco euros que nos cobraron. Finalizado
el desayuno, salimos del hotel con la intención de
encaminarnos hacía la
entrada de la Ciudad Encantada y ¡sorpresa! llovía abundantemente. Como todavía
no eran las diez, nos metimos dentro del coche con la esperanza de que dejara
de llover y poder realizar la visita ya que estábamos allí. Esperamos más de un
cuarto de hora y aquello no tenía trazas de cambio alguno. Pensamos también
que, al ser un paseo por caminos sin asfaltar, el firme no estaría muy en
condiciones para caminar por él. Y así, poco después de las diez y cuarto,
decidimos anular la visita y continuar camino hacia el nacimiento del río
Cuervo, a ver si esta vez teníamos más suerte. Por delante nos quedaban más de
sesenta kilómetros para llegar a nuestro destino siguiente. Resaltar que los
paisajes de la serranía conquense son espectaculares, con bosques enormes de
pinos y un verdor exuberante que hizo que nuestro viaje fuera más agradable. La
lluvia no cejaba y todo el viaje lo hicimos con su tintinear constante. Y así
nos vimos en la encrucijada de decidirnos si continuábamos camino hacia el río
o nos íbamos directamente a Albarracín. Y llegamos a la misma conclusión:
terreno sin asfaltar, lloviendo con bastante intensidad… mejor lo dejamos para
otro viaje.
Y así fue como nos dispusimos a recorrer los casi ochenta
kilómetros que nos separaban de Albarracín con el sabor amargo de las dos
visitas anuladas. Albarracín está enclavado en plena sierra turolense, a 1.171
metros sobre el nivel del mar, a la sombra de un meandro del
río Guadalaviar. Tuvo mejores épocas en el pasado que fueron languideciendo en
aspectos culturales y económicos hasta que poco a poco, a mediados del siglo XX,
con el nombramiento de Monumento Nacional en 1961, la ciudad fue recuperándose
como enclave turístico de primer orden hasta convertirse en “uno de los pueblos
más bonitos de España” en opinión de sus muchos visitantes. Además, el hecho de
estar propuesta por la UNESCO para ser declarada Patrimonio de la Humanidad ha
acelerado la recuperación de su economía y patrimonio.
Vista general |
Mirador |
Catedral desde la Plaza Mayor |
Colegio de los Escolapios |
Llegamos a Albarracín
poco antes de las doce de la mañana y nuestra primera sorpresa fue encontrarnos
con una multitud bastante considerable de autobuses y coches de los que salían
numerosos turistas -como nosotros- que se desparramaban por las empinadas
callejuelas del pueblo, Nos costó trabajo aparcar y lo hicimos en un enorme
aparcamiento que hay a la salida de la ciudad. Ya no llovía -ni lo hizo más a
lo largo de toda la visita- pero, como personas previsoras que somos, decidimos
llevarnos los paraguas por lo que pudiera pasar. Y con ellos bajo el brazo
echamos el resto de la mañana en este precioso pueblo. Atravesamos la carretera
que separaba el aparcamiento del pueblo y nos “desayunamos” con la primera
cuesta que imponía un cierto respecto -a modo de cachondeo nos decíamos que,
después de haber paseado a pie todo el casco viejo de Cuenca, Albarracín no nos
parecía tan empinado-. En esta calle, Bernardo Zapater, nos encontramos en
primer lugar con el COLEGIO
E IGLESIA DE LOS ESCOLAPIOS, edificios del siglo XVIII, de
gran sobriedad, los cuales, la iglesia está cerrada al culto y el colegio se ha
acondicionado en la actualidad como hotel. Continuamos nuestra ascensión por la
calle hasta llegar a la CASA DE LA
BRIGADIERA, que recibe este nombre
porque en ella vivió el brigadier José María Asensio, el cual, al morir,
dejó en herencia la propiedad a su esposa. A continuación, tras un pequeño
recodo
aparece majestuosa la CASA DE LOS
NAVARRO DE ARZURIAGA, edificio del siglo XVII con un intenso color azul que
baña toda la fachada. Cuenta la leyenda que uno de sus propietarios se casó con
una joven andaluza que, para tener en Albarracín recuerdos de su tierra, hizo
pintar la fachada de este color. Del edificio, lo que más destaca es su
torre-lucernario. Desde allí, en vez de dirigirnos a la Plaza Mayor, nos
desviamos por la calle del Chorro hacia la IGLESIA
DE SANTIAGO, comenzada a
construir hacia el año 1600 de la mano del mismo arquitecto Alonso de la torre
de la Catedral. No pudimos visitarla porque se encontraba cerrada. Por fin
el terreno daba una pequeña tregua en su orografía y nos permitió una pequeña
bajada hacia el PORTAL DE MOLINA,
una de las puertas del recinto amurallado, que debe su nombre a que en él se
abría el camino que iba a la ciudad de Molina. Formado por dos torreones
cuadrados, también tenía un matacán, aunque hoy está
destruido. Paseamos entre casonas blasonadas, con fachadas uniformes de color
terrizo y con la presencia permanente del lienzo de muralla que trepaba ladera
arriba mostrando sus aguerridos
dientes a los visitantes que osaban levantar la
vista hacia el infinito. Callejeamos un rato más hasta encontrarnos en un
mirador precioso y único, con unas magníficas vistas a la hoz del río
Guadalaviar y a los cerros altivos que se levantaban abruptos ante nuestros
ojos. Tras la correspondiente tanda de fotos, volvimos sobre nuestros pasos de
nuevo hacia el Portal de Molina, para tomar la calle Mesón en busca de todo lo
que nos quedaba aún por visitar. En este trayecto se encuentran numerosos ejemplos
de majestuosas rejas, mirillas ferradas en los enormes puertas y aldabas y
llamadores de ensueño.
Casa de los Navarro de Arzuriaga |
Iglesia de Santiago |
Siguiendo nuestro
camino, pasamos por delante de la CASA
MUSEO DE LA FAMILIA PÉREZ Y TOYUELA, casa noble del siglo
XVII en la que se han recreado las distintas estancias. No entramos porque ya
la hora nos iba apremiando. En esta misma calle nos encontramos
con alguna que
otra casona que parecía increíble que aún se tuviera en pie, teniendo en cuenta
el número de plantas que se veían desde la calle. Unos pasos más abajo topamos
con un gentío de turismos que, atentos a las explicaciones de sus guías,
miraban con entusiasmo la CASA
DE LA COMUNIDAD,
llamada así porque fue sede
del Gobierno local hasta el siglo XIX de la comunidad que conformaban la
población de Albarracín y veintidós pueblos propietarios de grandes áreas de la
Sierra. Explicaban los guías que dada la estrechez de las calles y para que pudieran
pasar por ellas los carros, estaba prohibido ampliar las casas en su planta
baja, ampliación que podían hacer a partir de la primera planta. Por ello, resultaba
curioso que la casa se fuera ensanchando en altura y no en su planta baja. Y
frente a esta imponente casa, en dirección al valle del río, nos encontramos
con el llamado PORTAL DEL AGUA, una de las puertas de la muralla, de la que se ha conservado el arco y la torre
adosada al recinto interior. Y así, tras una pequeña bajada, de nuevo comenzamos
a subir escaleras hasta llegar a una pequeña explanada donde comenzaba a atisbarse
la catedral y la mole rojiza del PALACIO EPISCOPAL, que
en la actualidad funciona como Museo Diocesano. Al lado de este se encuentra la
CATEDRAL DEL SALVADOR, templo
está levantado en
el lugar que anteriormente había ocupado otro de traza
románica, estando éste a su vez en el emplazamiento de la antigua mezquita. La Catedral que contemplamos hoy comenzó a construirse en
el siglo XVI y en ella trabajaron numerosos arquitectos de la época. Aunque
subimos las escaleras de acceso a su portada con la intención de entrar, donde
las vistas de su recinto murado son inmejorables, no pudimos acceder a la misma
por lo avanzado de la hora, casi las dos de la tarde, y porque parte de ella se
encontraba cerrada al público por estar de reformas. Lo que sí me decepcionó
bastante fue la pobreza decorativa de su portada que rompe, incluso, el
cromatismo generalizado del edificio. De nuevo a ras de calle, nos dirigimos a
un precioso mirador que hay frente a la catedral desde el que se puede
contemplar cómo se desparraman las casas por las laderas que encajonan al río. Continuamos
la visita y fuimos rodeando la catedral por la calle del mismo nombre, en
dirección al ALBERGUE JUVENIL “ROSA
BRÍOS”, antigua casona señorial de la que destaca el balcón que vemos en
uno de sus laterales, así como el color rojizo de su fachada, algo constante en
varias construcciones de Albarracín. Un poco más adelante en la acera de
enfrente está la CASA DE LOS PINTORES,
casa del siglo XVI que ha sido restaurada y convertida en una residencia
cultural propiedad de la Fundación Santa María de Albarracín. Y a muy pocos
metros, la mole imponente del CASTILLO sobrecoge por su verticalidad sobre
las rocas en las que se asienta que representan el punto más elevado de la
población. Continuamos nuestros pasos hasta dar con la ERMITA DE SAN JUAN, construida
en el siglo XVII, donde se cree que podría estar levantada la antigua sinagoga
ya que el templo está en lo que fue la judería de Albarracín. Enfrente de esta
ermita, destaca el ANTIGUO HOSPITAL, que hoy es el Museo de Albarracín
“Dr. Martín Almagro”. Edificio construido en el siglo XVIII, ha tenido
diferentes usos a lo largo de su historia: hospital, cárcel o almacén. Avanzando
un poco más por este agradable y llano paseo, destaca al fondo la TORRE DE DOÑA BLANCA.
Fue levantada a finales del siglo XIII y principios del XIV. Se trata de una
torre de planta cuadrada, de unos 18 metros de altura y muros de mampostería. Sirve de fondo escénico al coqueto y pequeño cementerio
que hay a sus pies, que ocupa el solar donde se ubicó durante varios siglos el
Convento de Dominicos. Finalizamos este tramo de la visita contemplando la IGLESIA DE SANTA MARÍA, que tiene el
honor de ser el primer templo del Albarracín cristiano medieval.
Casa de la Comunidad |
Portal del Agua |
Catedral del Salvador |
Volvimos de nuevo
sobre nuestros pasos por la calle de San Juan bordeando nuevamente la catedral
por el lateral que no habíamos visto. Las vistas que se nos presentaban de la
torre de la catedral y
su tejadillo cerámico eran de una gran belleza. Y así
llegamos a una coqueta plaza presidida por otra de las puertas de la catedral.
Si fea era la primera puerta que vimos, de este no vamos a decir nada. Al
menos, la plaza tomaba cierta prestancia con la presencia de la llamada CASA DE SANTA MARÍA, otra casa palacio
que, en el siglo XVII, que en la actualidad funciona como una residencia
cultural de la Fundación Santa María de Albarracín. Y desde aquí, calle de la
catedral abajo, pasamos por la CASA DE
LA ENSEÑANZA, edificio del siglo XVIII, de líneas muy sencillas en el que
destaca la sobriedad de su fachada, con ventanas enrejadas, en una de las
cuales se puede leer su nombre y su fecha de construcción: 1778. Y un poco más
abajo la casa, para nuestro gusto, más bonita de todo Albarracín, sin menospreciar
el resto: la CASA DE LOS MONTERDE, con
una notable portada rematada con un gran escudo, así como la forja
de la rejería de las ventanas y balcones, y un llamador en su puerta representado
por tres figuran que parecer ser serpientes o peces unidos unos a otros. Tras
disfrutar con su contemplación, recorrimos los pocos pasos que separan esta casa
de la PLAZA MAYOR, que en su origen fue un
mercado, En uno de los
laterales se encuentra ubicado el Ayuntamiento, edificio del siglo XIV. Consta
de dos pisos y, mientras que el bajo está formado por soportales con arcos de
medio punto, excepto en la parte central, la parte superior es de balcones
corridos con una barandilla de hierro forjado. En el centro, podemos ver el
escudo de armas de Albarracín. Bajo sus soportales hay un mirador con vistas
muy bonitas de las casas y calles que trepan ladera arriba y de la catedral y
su torre. En este punto dábamos por finalizada la visita a Albarracín. Ahora
venía la parte de tomar algo y comer. Así que sin dar más vueltas entramos en
la Taberna de Albarracín y pedimos unas cervezas frías con unos
cacahuetes de tapa que nos sentaron de maravilla. Sin embargo, siendo casi las
tres de la tarde, no queríamos entretenernos mucho y comenzamos a buscar un
sitio para comer, tarea que resultó imposible ya que todos los restaurantes y
bares que servían comida estaban llenos de comensales y, por tanto, no había
ninguna mesa libre. Pensamos en ir acercándonos al coche y ver de camino si
encontrábamos algo donde meternos. Imposible. Y así fuimos andando, andando
hasta un restaurante llamado El Fogón donde pudimos sentarnos en una mesa
para dos que acababa de quedarse libre. Pedimos el menú del
día que consistía
en unas migas caseras de primero, de segundo cordero asado, y un coulant de
chocolate de postre, todo ello regado con unas generosas cervezas (yo evidentemente
sin alcohol porque había que conducir). Comimos relajados y tranquilos toda vez que el murmullo de comensales
poco a poco fue cediendo a medida que iban abandonando el local. Finalizada la
comida en torno a las cuatro de la tarde, tras abonar los treinta y ocho euros
que nos habían cobrado, nos dirigimos al coche, que se encontraba aparcado a
escasos metros. Dejamos en el maletero los paraguas que nos habían acompañado durante
toda la visita y nos dispusimos a recorrer los escasos cuarenta kilómetros que
nos separaban de Teruel donde dormiríamos esa noche. La visita a Albarracín había
merecido la pena.
Castillo |
Casa de los Monterde |
Plaza Mayor |
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