lunes, 23 de septiembre de 2019

ALBARRACÍN, UNO DE LOS PUEBLOS MÁS BONITOS DE ESPAÑA


Probablemente, y a modo de anécdota, antes de narrar nuestra
Vista general
visita a Albarracín, vamos a contaros todo lo que precedió ese día a este maravilloso enclave bañado por el río Guadalaviar. Dormíamos en Cuenca y ese día nos despertamos pronto ya que nos esperaban una larga travesía de más de doscientos kilómetros por las serranías de Cuenca y Teruel hasta llegar al apartamento que teníamos alquilado en la ciudad de los Amantes. Además, habíamos pensado hacer tres paradas intermedias: íbamos a visitar la Ciudad Encantada, el nacimiento del río Cuervo y por la tarde la ciudad de Albarracín. Así que poco antes de las nueve de la mañana pusimos dirección a la Ciudad Encantada, enclave situado a veintiséis kilómetros de Cuenca. El día amanecía bastante encapotado, pero, según las previsiones meteorológicas que nos facilitaban las aplicaciones del teléfono, no había amenaza de lluvia inminente. No habíamos desayunado nada porque pensábamos hacerlo en algún bar que hubiera en el recinto que íbamos a visitar. Y así lo hicimos. Cogimos la cada vez más ondulante carretera que nos conducía a la Ciudad Encantada y allí nos plantamos poco después de las nueve y media de la mañana. El cielo se había cubierto más aún de nubes, pero no había llovido en todo el trayecto.

Mirador
Nada más llegar, aparcamos el coche enfrente del acceso de entrada a la Ciudad Encantada junto a un hotel del mismo nombre. Allí pudimos que leer que el recinto se abría al público a las diez. Así que decidimos desayunar y para ello entramos en el hotel, en la recepción nos indicaron dónde se encontraba la cafetería y hacia ella nos dirigimos con la intención de tomar un café con leche caliente y una buena tostada de aceite y tomate. Concha se decantó por tomar parte de la tostada con mantequilla y mermelada. Pedimos la cuenta y abonamos religiosamente los cinco euros que nos cobraron. Finalizado el desayuno, salimos del hotel con la intención de
Catedral desde la Plaza Mayor
encaminarnos hacía la entrada de la Ciudad Encantada y ¡sorpresa! llovía abundantemente. Como todavía no eran las diez, nos metimos dentro del coche con la esperanza de que dejara de llover y poder realizar la visita ya que estábamos allí. Esperamos más de un cuarto de hora y aquello no tenía trazas de cambio alguno. Pensamos también que, al ser un paseo por caminos sin asfaltar, el firme no estaría muy en condiciones para caminar por él. Y así, poco después de las diez y cuarto, decidimos anular la visita y continuar camino hacia el nacimiento del río Cuervo, a ver si esta vez teníamos más suerte. Por delante nos quedaban más de sesenta kilómetros para llegar a nuestro destino siguiente. Resaltar que los paisajes de la serranía conquense son espectaculares, con bosques enormes de pinos y un verdor exuberante que hizo que nuestro viaje fuera más agradable. La lluvia no cejaba y todo el viaje lo hicimos con su tintinear constante. Y así nos vimos en la encrucijada de decidirnos si continuábamos camino hacia el río o nos íbamos directamente a Albarracín. Y llegamos a la misma conclusión: terreno sin asfaltar, lloviendo con bastante intensidad… mejor lo dejamos para otro viaje.
Colegio de los Escolapios
Y así fue como nos dispusimos a recorrer los casi ochenta kilómetros que nos separaban de Albarracín con el sabor amargo de las dos visitas anuladas. Albarracín está enclavado en plena sierra turolense, a 1.171 metros sobre el nivel del mar, a la sombra de un meandro del río Guadalaviar. Tuvo mejores épocas en el pasado que fueron languideciendo en aspectos culturales y económicos hasta que poco a poco, a mediados del siglo XX, con el nombramiento de Monumento Nacional en 1961, la ciudad fue recuperándose como enclave turístico de primer orden hasta convertirse en “uno de los pueblos más bonitos de España” en opinión de sus muchos visitantes. Además, el hecho de estar propuesta por la UNESCO para ser declarada Patrimonio de la Humanidad ha acelerado la recuperación de su economía y patrimonio.

Llegamos a Albarracín poco antes de las doce de la mañana y nuestra primera sorpresa fue encontrarnos con una multitud bastante considerable de autobuses y coches de los que salían numerosos turistas -como nosotros- que se desparramaban por las empinadas callejuelas del pueblo, Nos costó trabajo aparcar y lo hicimos en un enorme aparcamiento que hay a la salida de la ciudad. Ya no llovía -ni lo hizo más a lo largo de toda la visita- pero, como personas previsoras que somos, decidimos llevarnos los paraguas por lo que pudiera pasar. Y con ellos bajo el brazo echamos el resto de la mañana en este precioso pueblo. Atravesamos la carretera que separaba el aparcamiento del pueblo y nos “desayunamos” con la primera cuesta que imponía un cierto respecto -a modo de cachondeo nos decíamos que, después de haber paseado a pie todo el casco viejo de Cuenca, Albarracín no nos parecía tan empinado-. En esta calle, Bernardo Zapater, nos encontramos en primer lugar con el COLEGIO E IGLESIA DE LOS ESCOLAPIOS, edificios del siglo XVIII, de gran sobriedad, los cuales, la iglesia está cerrada al culto y el colegio se ha acondicionado en la actualidad como hotel. Continuamos nuestra ascensión por la calle hasta llegar a la CASA DE LA BRIGADIERA, que recibe este nombre porque en ella vivió el brigadier José María Asensio, el cual, al morir, dejó en herencia la propiedad a su esposa. A continuación, tras un pequeño recodo
Casa de los Navarro de Arzuriaga
aparece majestuosa la CASA DE LOS NAVARRO DE ARZURIAGA, edificio del siglo XVII con un intenso color azul que baña toda la fachada. Cuenta la leyenda que uno de sus propietarios se casó con una joven andaluza que, para tener en Albarracín recuerdos de su tierra, hizo pintar la fachada de este color. Del edificio, lo que más destaca es su torre-lucernario. Desde allí, en vez de dirigirnos a la Plaza Mayor, nos desviamos por la calle del Chorro hacia la IGLESIA DE SANTIAGO, comenzada a construir hacia el año 1600 de la mano del mismo arquitecto Alonso de la torre de la Catedral. No pudimos visitarla porque se encontraba cerrada. Por fin el terreno daba una pequeña tregua en su orografía y nos permitió una pequeña bajada hacia el PORTAL DE MOLINA, una de las puertas del recinto amurallado, que debe su nombre a que en él se abría el camino que iba a la ciudad de Molina. Formado por dos torreones cuadrados, también tenía un matacán, aunque hoy está destruido. Paseamos entre casonas blasonadas, con fachadas uniformes de color terrizo y con la presencia permanente del lienzo de muralla que trepaba ladera arriba mostrando sus aguerridos
Iglesia de Santiago
dientes a los visitantes que osaban levantar la vista hacia el infinito. Callejeamos un rato más hasta encontrarnos en un mirador precioso y único, con unas magníficas vistas a la hoz del río Guadalaviar y a los cerros altivos que se levantaban abruptos ante nuestros ojos. Tras la correspondiente tanda de fotos, volvimos sobre nuestros pasos de nuevo hacia el Portal de Molina, para tomar la calle Mesón en busca de todo lo que nos quedaba aún por visitar. En este trayecto se encuentran numerosos ejemplos de majestuosas rejas, mirillas ferradas en los enormes puertas y aldabas y llamadores de ensueño.

Siguiendo nuestro camino, pasamos por delante de la CASA MUSEO DE LA FAMILIA PÉREZ Y TOYUELA, casa noble del siglo XVII en la que se han recreado las distintas estancias. No entramos porque ya la hora nos iba apremiando. En esta misma calle nos encontramos
Casa de la Comunidad
con alguna que otra casona que parecía increíble que aún se tuviera en pie, teniendo en cuenta el número de plantas que se veían desde la calle. Unos pasos más abajo topamos con un gentío de turismos que, atentos a las explicaciones de sus guías, miraban con entusiasmo la
CASA DE LA COMUNIDAD, llamada así porque fue sede del Gobierno local hasta el siglo XIX de la comunidad que conformaban la población de Albarracín y veintidós pueblos propietarios de grandes áreas de la Sierra. Explicaban los guías que dada la estrechez de las calles y para que pudieran pasar por ellas los carros, estaba prohibido ampliar las casas en su planta baja, ampliación que podían hacer a partir de la primera planta. Por ello, resultaba curioso que la casa se fuera ensanchando en altura y no en su planta baja. Y frente a esta imponente casa, en dirección al valle del río, nos encontramos con el llamado PORTAL DEL AGUA, una de las puertas de la muralla, de la que se ha conservado el arco y la torre adosada al recinto interior. Y así, tras una pequeña bajada, de nuevo comenzamos a subir escaleras hasta llegar a una pequeña explanada donde comenzaba a atisbarse la catedral y la mole rojiza del PALACIO EPISCOPAL, que en la actualidad funciona como Museo Diocesano. Al lado de este se encuentra la CATEDRAL DEL SALVADOR, templo está levantado en
Portal del Agua
el lugar que anteriormente había ocupado otro de traza románica, estando éste a su vez en el emplazamiento de la antigua mezquita. La Catedral que contemplamos hoy comenzó a construirse en el siglo XVI y en ella trabajaron numerosos arquitectos de la época. Aunque subimos las escaleras de acceso a su portada con la intención de entrar, donde las vistas de su recinto murado son inmejorables, no pudimos acceder a la misma por lo avanzado de la hora, casi las dos de la tarde, y porque parte de ella se encontraba cerrada al público por estar de reformas. Lo que sí me decepcionó bastante fue la pobreza decorativa de su portada que rompe, incluso, el cromatismo generalizado del edificio. De nuevo a ras de calle, nos dirigimos a un precioso mirador que hay frente a la catedral desde el que se puede contemplar cómo se desparraman las casas por las laderas que encajonan al río. Continuamos la visita y fuimos rodeando la catedral por la calle del mismo nombre, en dirección al ALBERGUE JUVENIL “ROSA BRÍOS”, antigua casona señorial de la que destaca el balcón que vemos en uno de sus laterales, así como el color rojizo de su fachada, algo constante en varias construcciones de Albarracín. Un poco más adelante en la acera de enfrente está la CASA DE LOS PINTORES, casa del siglo XVI que ha sido restaurada y convertida en una residencia cultural propiedad de la Fundación Santa María de Albarracín. Y a muy pocos metros, la mole imponente del CASTILLO sobrecoge por su verticalidad sobre las rocas en las que se asienta que representan el punto más elevado de la población. Continuamos nuestros pasos hasta dar con la ERMITA DE SAN JUAN, construida
Catedral del Salvador
en el siglo XVII, donde se cree que podría estar levantada la antigua sinagoga ya que el templo está en lo que fue la judería de Albarracín. Enfrente de esta ermita, destaca el ANTIGUO HOSPITAL, que hoy es el Museo de Albarracín “Dr. Martín Almagro”. Edificio construido en el siglo XVIII, ha tenido diferentes usos a lo largo de su historia: hospital, cárcel o almacén. Avanzando un poco más por este agradable y llano paseo, destaca al fondo la TORRE DE DOÑA BLANCA. Fue levantada a finales del siglo XIII y principios del XIV. Se trata de una torre de planta cuadrada, de unos 18 metros de altura y muros de mampostería. Sirve de fondo escénico al coqueto y pequeño cementerio que hay a sus pies, que ocupa el solar donde se ubicó durante varios siglos el Convento de Dominicos. Finalizamos este tramo de la visita contemplando la IGLESIA DE SANTA MARÍA, que tiene el honor de ser el primer templo del Albarracín cristiano medieval.

Volvimos de nuevo sobre nuestros pasos por la calle de San Juan bordeando nuevamente la catedral por el lateral que no habíamos visto. Las vistas que se nos presentaban de la torre de la catedral y
Castillo
su tejadillo cerámico eran de una gran belleza. Y así llegamos a una coqueta plaza presidida por otra de las puertas de la catedral. Si fea era la primera puerta que vimos, de este no vamos a decir nada. Al menos, la plaza tomaba cierta prestancia con la presencia de la llamada CASA DE SANTA MARÍA, otra casa palacio que, en el siglo XVII, que en la actualidad funciona como una residencia cultural de la Fundación Santa María de Albarracín. Y desde aquí, calle de la catedral abajo, pasamos por la CASA DE LA ENSEÑANZA, edificio del siglo XVIII, de líneas muy sencillas en el que destaca la sobriedad de su fachada, con ventanas enrejadas, en una de las cuales se puede leer su nombre y su fecha de construcción: 1778. Y un poco más abajo la casa, para nuestro gusto, más bonita de todo Albarracín, sin menospreciar el resto: la CASA DE LOS MONTERDE
, con una notable portada rematada con un gran escudo, así como la forja de la rejería de las ventanas y balcones, y un llamador en su puerta representado por tres figuran que parecer ser serpientes o peces unidos unos a otros. Tras disfrutar con su contemplación, recorrimos los pocos pasos que separan esta casa de la PLAZA MAYOR, que en su origen fue un
Casa de los Monterde
mercado, En uno de los laterales se encuentra ubicado el Ayuntamiento, edificio del siglo XIV. Consta de dos pisos y, mientras que el bajo está formado por soportales con arcos de medio punto, excepto en la parte central, la parte superior es de balcones corridos con una barandilla de hierro forjado. En el centro, podemos ver el escudo de armas de Albarracín. Bajo sus soportales hay un mirador con vistas muy bonitas de las casas y calles que trepan ladera arriba y de la catedral y su torre. En este punto dábamos por finalizada la visita a Albarracín. Ahora venía la parte de tomar algo y comer. Así que sin dar más vueltas entramos en la Taberna de Albarracín y pedimos unas cervezas frías con unos cacahuetes de tapa que nos sentaron de maravilla. Sin embargo, siendo casi las tres de la tarde, no queríamos entretenernos mucho y comenzamos a buscar un sitio para comer, tarea que resultó imposible ya que todos los restaurantes y bares que servían comida estaban llenos de comensales y, por tanto, no había ninguna mesa libre. Pensamos en ir acercándonos al coche y ver de camino si encontrábamos algo donde meternos. Imposible. Y así fuimos andando, andando hasta un restaurante llamado El Fogón donde pudimos sentarnos en una mesa para dos que acababa de quedarse libre. Pedimos el menú del
Plaza Mayor
día que consistía en unas migas caseras de primero, de segundo cordero asado, y un coulant de chocolate de postre, todo ello regado con unas generosas cervezas (yo evidentemente sin alcohol porque había que conducir). Comimos relajados y   tranquilos toda vez que el murmullo de comensales poco a poco fue cediendo a medida que iban abandonando el local. Finalizada la comida en torno a las cuatro de la tarde, tras abonar los treinta y ocho euros que nos habían cobrado, nos dirigimos al coche, que se encontraba aparcado a escasos metros. Dejamos en el maletero los paraguas que nos habían acompañado durante toda la visita y nos dispusimos a recorrer los escasos cuarenta kilómetros que nos separaban de Teruel donde dormiríamos esa noche. La visita a Albarracín había merecido la pena.

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