sábado, 21 de septiembre de 2019

CUENCA, CIUDAD BONITA Y ACOGEDORA



Llegamos a Cuenca alrededor de las tres y media de la tarde. Era la segunda vez que visitábamos la ciudad. Nuestra primera y breve estancia en la misma fue un Viernes Santo de 1993. Regresábamos después de pasar la Semana Santa en Alcalá de Henares y decidimos desviarnos hacia Cuenca en vez de hacer la vuelta de un modo directo. Estuvimos parte de una mañana y nos sorprendió muchísimo, por un lado, la llamada Procesión de los Borrachos o de las Turbas pues no conocíamos nada su origen ni sus peculiaridades actuales; y, por otro, las interminables cuestas del centro histórico. Pues con esos lejanos recuerdos planificamos un regreso a la ciudad que nos impactó por su homogeneidad arquitectónica y la belleza de muchos de sus rincones que pudimos admirar en el breve espacio de tiempo que habíamos estado. Es conveniente también resaltar la elección del hotel en el que pernoctamos dos noches. En un principio, a finales del mes de junio, nuestra primera opción fue el Antiguo Seminario Conciliar de San Julián, sito en pleno casco histórico y con posibilidad de aparcamiento en el mismo. El edificio es una auténtica joya de arte y se encontraba a pocos pasos de la mayor parte de las visitas que teníamos programadas. 



Como creíamos que en las fechas en que íbamos a realizar nuestro viaje —finales de septiembre— Cuenca no iba a tener una fuerte demanda turística, fuimos aplazando la decisión hasta mediados de agosto. Y cuando quisimos reservar, ya fue imposible: estaba todo completo. Probamos a reservar unos días antes y unos días después y no había ninguna habitación disponible. Buscamos otros hoteles situados más o menos en el centro y la mayor parte de ellos tampoco disponía de habitaciones libres. Pensamos que tal vez hubiera algún congreso o alguna actividad cultural y estuvimos tentados en cambiar las fechas del viaje programado, pero al final decidimos continuar con lo planificado y seguimos buscando hasta encontrar un hotel, sencillo y muy limpio, con cochera incluida en el precio y, sobre todo, con una parada de autobús casi enfrente de la línea que subía al casco histórico. Todo esto nos hizo decantarnos, ante la falta de mayor oferta hotelera, y tras mucho debatir, por el hotel Ramón y Cajal. Como ya dijimos llegamos a las afueras de la ciudad alrededor de las tres y media y con una gran exactitud el navegador nos fue guiando por las calles y avenidas hasta situarnos en la puerta del hotel. La señora que estaba en recepción nos recibió muy amablemente y fue la que nos explicó que ese fin de semana que habíamos elegido nosotros para visitar Cuenca se celebraban las fiestas de San Mateo y todo el centro histórico se encontraba cerrado al tráfico ya que en la Plaza Mayor soltaban varias vaquillas a lo largo de la tarde y todo el día siguiente, y la mayor parte de los monumentos, catedral incluida, se encontraban cerrados a los turistas y visitantes. Evidentemente, la mayor parte de los autobuses no circulaba con normalidad y un gran número de paradas de las distintas líneas urbanas estaban cerradas al tráfico. Eso significaba que nuestra visita al casco histórico tendríamos que hacerla peatonalmente y sin ayuda de vehículo alguno.  ¡Habíamos dado en el clavo con los días elegidos para visitar la ciudad! En fin, como se dice en mi pueblo: “a lo hecho, pecho”. Nos armamos de valor y tras guardar el coche en el aparcamiento del hotel —con una rampa de acceso a las plantas superiores del garaje muy estrecha y empinada—, descansamos un rato en la habitación que nos habían asignado y nos dispusimos a salir a la calle para recorrer la ciudad.

Iniciamos nuestro paseo por la calle del mismo nombre de nuestro hotel hasta llegar al edificio de la DIPUTACIÓN PROVINCIAL, de finales del siglo XIX, pues el anterior, que era el antiguo convento de los Carmelitas Descalzos, estaba en tan mal estado que incluso les impedía, según sus propias palabras, dar a los actos públicos aquel decoro que le correspondía. Finalmente se desechó la idea de buscar un edificio y se optó por levantar uno de nueva planta e inmediatamente se comenzó a buscar un solar. El proyecto que se presenta muestra un nuevo trazado de la fachada principal elevando el pabellón central con un friso en mármol sobre el que se colocarán letras de molde, una cornisa y el escudo. Unos metros más adelante destaca la moderna construcción de la IGLESIA DE SAN MIGUEL, de líneas agresivas y angulares, inaugurada en 1970. Del nuevo templo llaman también poderosamente la atención las vidrieras, obra del artista Rafael Hidalgo de Caviedes, artista nacido en Quesada (Jaén), que, en cuatrocientos metros cuadrados, plasma la jerarquización religiosa de “divinidad, transmisión, hombre”. También destaca la poderosa fuerza que emana del interior circular de la propia iglesia. Curiosamente, la iglesia está dedicada a San Esteban. Al lado pudimos observar la escultura HOMENAJE AL QUIJOTE, de hierro, que mide cuatro metros y está instalada desde 2015, siendo Martínez su autor, que es también el creador del monumento a las Turbas de Palafox. Desde allí nos adentramos en los llamados Jardines de San Julián, de dimensiones reducidas pero muy coquetos y con grandes zonas de sombras. Seguimos callejeando todavía en llano hasta llegar al ALMUDÍ o PÓSITO REAL, construido por encargo del Ayuntamiento en 1528 tras recibir éste, a su vez, dicho mandato de Felipe II. De planta rectangular y dos alturas en su interior, está construido con sillería y mampostería, contando con una fachada principal decorada con tres escudos. Una vez perdida su función primordial, ha sido utilizado para tareas tan dispares como Conservatorio de Música, Museo Arqueológico, o gimnasio. Desde allí nos dirigimos a la calle San Vicente, con los primeros indicios de que iniciábamos la ascensión hacia el casco histórico tras pasar el cauce del río Huécar,  donde nos llamó la atención una pequeña placa sita en una casa situada en una esquina que informaba que allí había estado una “escuela pública de niños del Excmo. obispo Palafox” que, imaginamos, en estos momentos tendrá otro uso distinto. Continuamos subiendo las todavía suaves pendientes de esta calle hasta desembocar en la Plaza del Salvador, donde en uno de sus extremos se alza la IGLESIA DE EL SALVADOR. Este templo fue construido en el siglo XVII, cuando la ciudad vio aumentar su población y se expandió por esta parte. Es la iglesia más moderna del casco antiguo de Cuenca. A finales del siglo XVIII fue el único templo de la ciudad con derecho de asilo para los perseguidos. Desde esta iglesia hace su salida y entrada la famosa Procesión Camino del Calvario del Viernes Santo. Una gran masa de turbos acompaña a la Procesión durante todo el recorrido, representando la burla que sufrió Jesús camino de la cruz. Para ello utilizan tambores y clarines (una especie de trompeta estridente). Llama la atención poderosamente los relieves de las puertas de esta iglesia alusivos a la Pasión de Cristo y la rica imaginería que guarda en su interior. Ni que decir tiene que fue uno de los pocos monumentos que nos encontramos abiertos. En lento caminar, nuestro ascenso nos acercó hasta la IGLESIA DE SAN ANDRÉS, construcción del siglo XVI, con restauraciones posteriores en el siglo XVIII, sobre todo en elementos decorativos. Exteriormente cuenta con una torre y portada clásica, compuesta en estilo herreriano, que ennoblecen la plazuela en que se alza, junto a la calle del Peso. Y situada en esta misma plazuela, donde descansamos un rato en uno de sus bancos, se encuentra la ESCULTURA DE LUIS MARCOS PÉREZ, escultor e imaginero conquense, autor de numerosas imágenes que desfilan en la Semana Santa de Cuenca, y uno de los mejores imagineros a nivel nacional del siglo XX. Frente a la iglesia se alza el Museo de la Semana Santa. En esos momentos fue cuando pudimos percibir en toda su crudeza lo que los esperaba en los próximos minutos. El callejón Artículos se nos puso de pronto cuesta arriba mostrándonos la dureza del terreno, tan agreste que tuvimos que hacer breves descansos hasta que nos vimos en todo lo alto, en la calle Andrés de Cabrera, frente al parking Mangana, situado frente a la IGLESIA DE SAN FELIPE NERI, templo barroco de mediados del siglo XVIII, de pequeñas proporciones con un exterior no demasiado vistoso. Hasta ahí se podía llegar en coche o en los pocos autobuses que vimos. En este punto, o metías el coche en el aparcamiento o te dabas la vuelta y desandabas el camino. Unos metros más arriba se oían las voces y los ruidos y gritos de la gente que participaba de la suelta de vaquillas que en ese momento había en la Plaza Mayor.  Concha manifestó su deseo de no continuar hasta la plaza por el consiguiente temor a los animales que por ella deambulaban. Como también era ya un poco tarde, más de las siete, y llevábamos un día bastante completo tras las visitas de Mota del Cuervo y Belmonte, decidimos regresar tranquilamente al hotel para descansar del largo y fructífero día. Tomamos calle abajo y nos detuvimos al inicio de la calle de San Juan para contemplar la PUERTA DE SAN JUAN, por donde, según cuenta la tradición, penetraron las fuerzas de Alfonso VIII que conquistaron la ciudad. La puerta está formada por dos arcos de distinto tipo y hechura —carpanel el que da a la calle de San Juan, y gótico el que da a la hoz del Huécar— y comunicados entre sí mediante un pasadizo de piedra. A escasos metros está la CASA CURATO DE SAN JUAN, antigua residencia del párroco de la desaparecida Iglesia de San Juan. El edificio, originalmente construido en el siglo XV, está formado en la actualidad por una planta baja y tres plantas superiores, en donde destacan los dos arcos apuntados de la planta baja. Como se puede observar, en el de la izquierda, parcialmente cegado y dotado de una ventana rectangular en su mitad superior. En la fachada, a la altura del primer piso, hay una imagen de la Virgen de Fátima. Como casa parroquial, en cada piso alojaba a un sacerdote y en la planta baja al sacristán de la iglesia, habiendo mantenido su carácter de residencia del clero conquense hasta la década de los ochenta del siglo pasado. Y continuamos bajando la calle de San Juan, calle escalonada para salvar honrosamente la pronunciada inclinación que presenta. Casi al final, llegando ya al último recodo aparece majestuoso en un pequeño rellano del acerado el conocido MONUMENTO A LAS TURBAS, formado por siete figuras elaboradas en acero corten que representan a varias generaciones de turbos portando los elementos característicos de este grupo: tambores y clarines. La elección de este lugar por el Grupo Turbas para instalar el monumento no fue casual. Allí, con los primeros rayos de sol del Viernes Santo, los turbos reciben a la imagen de Jesús Nazareno de El Salvador haciendo sonar sus estridentes clarines, una situación que se repite al ‘asomarse’ la talla del Nazareno en la mayor parte de las curvas del recorrido procesional. La escultura, obra del artista conquense José Luis Martínez y fue inaugurada en 2014. Desde allí, dando la calle Palafox sus últimos coletazos llegamos a la parte llana de la ciudad, tras atravesar el puente sobre el río Júcar. Allí torcimos a la izquierda por la calle Calderón de la Barca ya en dirección de nuestro hotel. Al pasar por una frutería, Concha decidió comprar unas piezas de fruta para comer más tarde. Al llegar a la Plaza de la Constitución decidimos hacer un alto y sentarnos en una pequeña terraza que había junto al MONUMENTO A LOS NAZARENOS DE SAN JUAN EVANGELISTA al cumplirse los trescientos años de su fundación. No obstante, antes de sentarnos decidimos cruzar la calle hasta una pastelería que había casi en la esquina llamada Casa de Lerma, con un deje decimonónico en su ambiente, muy agradable a la vista, y allí compramos un par de dulces típicos de la zona, uno de ellos, el alajú, muy alabado por la dependienta que nos atendió. De vuelta de nuevo a la plaza, nos sentamos y raudo acudió un camarero del Bar Manolo Manteles, curioso nombre para un establecimiento. Pedimos una cerveza y un refresco, que venían acompañados de unas tapas generosas de ensaladilla rusa. Pero no fue el nombre del local lo más interesante, sino los motivos decorativos de los aseos tanto de hombres como de mujeres, que levantó en nosotros una sonrisa picarona tras visitarlos. No vamos a desvelar el contenido decorativo para no estropear la sorpresa de su visita. Reposado el cuerpo y saciada mínimamente el hambre y la sed, emprendimos nuevamente el camino a través de la calle Carretería, paseo peatonal muy concurrido por personas de todas las con infinidad de tiendas y comercios. Y así llegamos a nuestro hotel con la intención de descansar un rato para volver a salir a cenar algo en alguno de los establecimientos de los alrededores.

Al día siguiente, temprano, nos levantamos, nos aseamos y salimos nuevamente a la calle dispuestos a llegar a la zona más alta de la ciudad ya que la señora que había en la recepción nos había comentado que esa mañana sí había servicio de autobuses, aunque no estaba segura de si harían el trayecto completo o solo llegarían hasta el aparcamiento Mangana, frente a la iglesia de San Felipe Neri. Con esa perspectiva salimos del hotel y, a escasos metros, nos adentramos en el interior de la Cafetería Gran Vía con la intención de tomar un desayuno contundente que nos reforzara el espíritu para llevar a cabo las visitas que teníamos planificadas para todo el día. Dentro de la barra había una chica oriental —venimos observando que poco a poco esta etnia se está quedando con un respetable numero de establecimientos hoteleros para su gestión—. Pedimos una manzanilla y un café con leche acompañados de unos churros y una tostada de aceite y tomate. Las bebidas eran aceptables pero lo que era la comida, de juzgado de guardia. Los churros parecían regaliz que se estiraba y estiraba y el pan era auténtica goma de recauchutar. Pagamos los cinco euros que nos pidió la camarera pues no teníamos interés alguno en comenzar la mañana discutiendo y salimos a la calle. Volvimos a cruzar la calle y nos dirigimos a la parada de autobús con la intención de coger el primer vehículo que llegara de la Línea 1 que es la que llegaba hasta el Castillo pasando previamente por la Plaza Mayor. Esperamos y esperamos, preguntamos a varias personas que estaban también esperando para subir al autobús, pero por allí no llegó a pasar ninguno. Casi tres cuartos de hora después de haber llegado a la parada, apareció nuestro autobús, cuyo conductor, antes de subir al mismo, nos informó que ni siquiera iba a llegar a la zona de Mangana, sino que se quedaría junto al puente del río Huécar, muy cerca del Monumentos a los Turbos de Semana Santa. Calculamos nuestras posibilidades y decidimos subir al autobús, del cual, diez minutos después, bajamos e iniciamos el ascenso al casco histórico. Poco después de las diez y media volvíamos a recorrer la empinada y escalonada calle de San Juan. Pasamos por la puerta de la antigua muralla del mismo nombre y llegamos al aparcamiento Mangana donde las barreras colocadas en mitad de la calle prohibían el acceso a los vehículos. Tras pasar por esta zona lo primero que nos encontramos fue la imponente fachada rojiza de la CASA-PALACIO DE LOS CLEMENTE DE ARÓSTEGUI, casa levantada en el siglo XVII, Calle Alfonso VIII), de gran extensión; ésta conserva su carácter sólido y austero, pues salvo los balcones que en ella se abren, cuatro en la planta superior y cuatro en la segunda, las tres ventanas de la inferior, y la puerta de entrada, los únicos elementos ornamentales que podemos contemplar son los dos escudos nobiliarios que flanquean el balcón que se encuentra sobre la portada. Pegada a esta destaca el tono azulado de la fachada de la CASA DEL CORREGIDOR, edificio de tres plantas en la fachada principal, que se convierten en siete en la posterior, separadas por cornisas. En el balcón campea el escudo de España, que irrumpe en el piso alto hasta el alféizar de la ventana. Tiene un amplio zaguán, con dos pilares, del que arrancan dos escaleras: Una, pequeña y estrecha, nos conduce a los sótanos, que es donde estuvo instalada la cárcel, y otra, que nos lleva a la que fue la vivienda de Corregidor. Y un poco más arriba, en la confluencia de las calles Alfonso VIII y Mosén Diego de Valera, nos encontramos con la llamada CASA DE LOS MENDOZA O CASA AZUL, por el color de su fachada. Llama poderosamente la atención que la situación de los tres arcos de medio punto que antes estaban situados al nivel de la superficie, y en donde se abría su entrada principal, han quedado ahora a la altura de un segundo piso tras el rebaje que se hizo a la pendiente de la calle. Debido a ello, fue necesario horadar la roca para abrir un nuevo acceso al edificio, mientras que, en los arcos, tras ser cegados, se abrieron sendas ventanas rectangulares. Y a muy escasos metros de aquí ya se puede contemplar la fachada trasera del AYUNTAMIENTO, que da a la anteplaza; sobre los tres arcos inferiores, aparecen tres balcones y, sobre ellos, tres ventanas. Sin embargo, una vez pasados los arcos inferiores nos encontramos con la verdadera fachada de la casa consistorial, que constituye uno de los ‘cierres’ de la Plaza Mayor. El edificio que vemos hoy es una de las principales muestras del barroco en la ciudad de Cuenca. Data de mediados del siglo XVIII. Su fachada se nos presenta con tres plantas a las que se adhieren dos cuerpos, uno a cada lado. La parte baja del edificio principal presenta una arquería abierta que la divide en tres partes y que posibilita el transito de vehículos y peatones para entrar y salir de la Plaza Mayor. La plaza es la superficie más amplia y llana del casco histórico que disfrutan los conquenses. Consiste en un espacio cuadrangular con una leve inclinación ascendente, cerrado en tres de sus extremos por la Catedral, el Convento de las Petras y el Ayuntamiento. Toda la zona estaba cortada al tráfico, aunque en ese momento no había vaquillas sueltas. No obstante, todo estaba preparado para el comienzo de la fiesta: los cabezudos depositados en el suelo esperado el momento del desfile, las peñas de jóvenes tocando y afinando sus instrumentos musicales para dar comienzo a sus divertimentos… Todo en la plaza era bullicio. Como dijimos al inicio de esta entrada, la catedral se encontraba cerrada a cal y canto con la vez anterior que estuvimos en esta ciudad, hecho que nos obligará a volver una tercera vez a Cuenca a ver si conseguimos entrar y visitarla. La CATEDRAL DE SANTA MARÍA Y SAN JULIÁN se comienza a construir a finales del siglo XII sobre el solar de la antigua mezquita aljama. Se considera la catedral gótica más antigua de España. No vamos a comentar nada de su interior porque, a pesar de haber leído numerosos documentos y libros, no la hemos podido visitar. Si vamos a comentar que, a principios del siglo XX, tras el derrumbe de la Torre de las Campanas, se aprueba reconstruir la fachada a la que no se le añade ningún nuevo elemento, faltando, entre otros, las dos torres, similares a las de las catedrales góticas inglesas, que debían ir en los laterales de la fachada principal y elevarse, junto a sus respectivos chapiteles, hasta duplicar la altura actual de la fachada. Enfrente de la fachada principal de la catedra, perpendicular a ella está el CONVENTO DE SAN PEDRO DE LAS JUSTINIANAS, más conocido como LAS PETRAS, cuyo exterior es muy austero, que más parece un edificio civil que religioso. La puerta de entrada a la iglesia, adintelada, queda enmarcada por pilastras y sobre ella hay un óculo ovalado adornado con una guirnalda en la que se ve la insignia del Papa (mitra y llaves. Y desde aquí iniciamos el ascenso a las últimas rampas antes de llegar a los restos del castillo, a través de la calle San Pedro. Pronto apareció ante nosotros los restos de la IGLESIA DE SAN PANTALEÓN, quizás la más antigua de la ciudad, más aún que la Catedral. La planta del templo original, de estilo gótico, estaba formada por tres naves, de cabeceras planas, delimitadas entre sí por pilares sobre los que se extendían arcos apuntados. Es partir del siglo XV cuando la iglesia entra en ruina, quizá por la cercanía de la Catedral. Finalmente fue demolida a finales del siglo XIX. Actualmente, y es los más impactante de estas ruinas, acoge desde 1998 entre sus muros una estatua dedicada al poeta conquense FEDERICO MUELAS. No obstante, conviene decir que el espacio restante de lo que un día fue la Iglesia de San Pantaleón se llena de veladores donde los vecinos se sientan a charlar al calor de algún café o cualquier otra bebida. Seguimos subiendo la calle hasta divisar en una de sus esquinas el antiguo COLEGIO DE SAN JOSÉ, creado en el siglo XVII con el fin de acoger en él a los infantes de coro de la Catedral. Para poder acceder a él, los niños, no más de doce, debían contar con entre 8 y 12 años, ser hijos de cristianos viejos y tener una voz de tiple. La estancia en el colegio era gratuita, permaneciendo en él hasta cinco años, durante los cuales estudiaban, sobre todo, música y gramática. En la fachada principal se abre la portada, formada por dos cuerpos. El inferior, cuenta como elemento decorativo con una gran moldura, lamentablemente muy deteriorada, y un imponente dintel. El superior es una hornacina que, entre pilastras adosadas, acoge una imagen de San José con el Niño. El conjunto queda rematado por un frontón partido adornado con bolas. Hoy en día funciona como hotel y restaurante bajo el nombre de Posada de San José. Aquí volvimos, una vez finalizada la visita a la zona alta de la ciudad, para tomar unas cervezas con unas raciones de productos típicos de la tierra que habíamos leído en la publicidad que había en la entrada y que tenían muy buena pinta y muy buenos precios. Continuamos por la calle Ronda Julián Romero, desde donde se observan unas vistas preciosas de la ciudad con el Parador colgado ante nuestros ojos, hasta llegar a un pasadizo estrecho con una bonita leyenda —común a otras ciudades— de enamorados. Dentro de este pasadizo se puede contemplar el llamado CRISTO DEL PASADIZO, ante el cual tuvieron lugar los amores entre dos jóvenes de distinta clase social y las desavenencias de los padres de la joven ante esta situación. Volviendo a la calle de San Pedro, se nos presentó la imponente fachada de mampostería del COLEGIO DE LOS JESUITAS, del siglo XVI, donde en el momento de su fundación constaba de dos escuelas de escribir y leer; la cláusula primera apuntaba que en él se debería enseñar doctrina cristiana, gramática, lectura y escritura, y de no ser así, el edificio tendría que pasar a funcionar como hospital general. En la actualidad, acoge un almacén de agua que cuenta con dos depósitos. Y poco más arriba disfrutamos la preciosa fachada de la CASA DE LA COFRADÍA DE LA EPIFANÍA, fundada por Alfonso IX en conmemoración de haber comenzado el 6 de enero, festividad de la Epifanía, el sitio a la ciudad de Cuenca que llevó a su conquista. Del antiguo edificio solo queda la interesante portada renacentista construida en piedra. Por encima del arco sobresale una moldura sobre la que hay una cartela en la que puede leerse, en castellano antiguo, sobre la fundación y construcción de la Casa de la Cofradía. Corona el edificio un escudo real con las armas de Castilla y León, blasón de esta Cofradía, enmarcado entre sendas pilastras que a su vez sostienen un frontón triangular, rematado por tres bolas y conteniendo el escudo de armas de San Pedro en el tímpano. Contiguo a esta casa se encuentra el PALACIO DE LOS TORENO, donde residió y tuvo apasionados amores allá por el siglo XIV Enrique de Trasmatara, futuro Enrique II. Casi enfrente, cerrando uno de los laterales de la Plaza del Trabuco se encuentra la IGLESIA DE SAN PEDRO, situada en la parte más alta de Cuenca. Como el resto de monumentos de la ciudad, estaba cerrado y su visita fue imposible. Es una iglesia barroca con decoración escasa en sus muros. Comentar también que este templo es muy representativo en la Semana Santa, ya que dentro alberga a varias figuras como el Cristo de la Vera Cruz, La Negación de Pedro y el Ecce Home de San Miguel. Por detrás de San Pedro, en una calle paralela, con un fuerte desnivel se encuentra el CONVENTO DE LAS CARMELITAS DESCALZAS, del siglo XVII, con fachada austera en los aspectos decorativos, en la actualidad es la sede de la FUNDACIÓN CULTURAL ANTONIO LÓPEZ, que ofrece un museo de arte contemporáneo, biblioteca y centro cultural dentro del complejo. Llegando ya casi a todo lo alto de la calle, en un lateral, muy cerca de los restos de murallas del castillo está el ARCHIVO HISTÓRICO PROVINCIAL, que funcionó en un principio como Tribunal de Distrito de la Inquisición de Cuenca y que en la actualidad acoge las instalaciones del Archivo Histórico. A lo largo de su historia tuvo otros usos como cárcel civil provincial, que estuvo en funcionamiento casi todo el siglo XX. Dentro de la zona ajardinada, en uno de sus extremos resalta una estatua del belmonteño Fray Luis de León. Por último, visitamos el ARCO DE BEZUDO Y CASTILLO. El Arco de Bezudo, datado en el siglo XI y restaurado en el siglo XVI, es una de las puertas que antiguamente daba acceso a la ciudad de Cuenca y una de las pocas que se conserva. Está ubicado en la parte más alta de la ciudad, y junto a él podemos encontrar algunos fragmentos de lienzos de muralla y algún torreón de lo que fuera la antigua fortaleza que rodeaba la antigua ciudad de Cuenca de la que poco queda ya, lo que hoy se conoce popularmente como "el Castillo".

Y desde aquí comenzó nuestro retorno en descenso nuevamente hacia la Plaza Mayor. Antes de iniciar el descenso nos detuvimos un rato para descansar y contemplar los agrestes parajes que el río Júcar ha ido erosionando a lo largo de los siglos. También, frente al castillo, había varios carromatos donde numerosas personas trabajaban en la elaboración de unas enormes paellas —para quinientos comensales nos dijeron los cocineros—, realizadas por encargo de las diferentes peñas que disfrutaban de la fiesta. Ya de camino a la Plaza Mayor, nos desviamos brevemente por un callejón abovedado que nos llevó hasta la plaza de San Nicolás, pequeño rincón que, en otras fechas, lejos de las festividades que en ese momento se celebraban, debe ser un remanso de paz. En el centro de esta placita se encuentra la FUENTE DE LA AGUADORA, obra de Leonardo Martínez Bueno, en esos momentos cubierta la niña aguadora con un sombrero de paja y un gran toldo negro que cubría parte de la plaza bajo el que había numerosas mesas y sillas. Cerrando un extremo de la plaza dos edificios notables. Por un lado, la IGLESIA DE SAN NICOLÁS DE BARI, construida en mampostería con revestimiento de mortero y esquinas con sillería; es de una gran sencillez. Su portada principal es igualmente discreta con un arco apuntado con moldura, sostenido por pilastras adosadas, con un sencillo capitel. Por otro, contigua a la iglesia, se encuentra la CASA MUSEO ZAVALA, edificio del siglo XVIII, que en la actualidad acoge la sede de la Fundación Antonio Saura y en ella se guarda la obra más distintiva de este pintor (tanto artística como literaria), uno de los más representativos del arte abstracto en nuestro país. Asimismo, la Casa Museo Zavala también realiza exposiciones temporales de diversos artistas vanguardistas. Volviendo de nuevo a la calle de San Pedro, los cuerpos ya iban pidiendo descanso y recarga de energías. Por ello, nos acercamos hasta el Bar El Aljibe, esquina con las ruinas de la iglesia de San Pantaleón. Y allí nos tomamos unas cervezas muy frías y un refresco de cola, acompañados por unas patatas fritas y unas aceitunas muy apetitosas. Después nos asomamos a la plaza para ver cómo estaba. El número de personas que había en ella había aumentado considerablemente, corriendo muchas de ellas delante de la vaquilla que un grupo de jóvenes llevaba ensogada. Las peñas tocaban y tocaban y el ambiente era realmente muy festivo. Se notaba la alegría en todos los presentes. Tras un rato tras la barrera que protegía la calle de San Pedro decidimos irnos a tomar unas raciones a la Posada de San José, situada a escasos metros de donde estábamos. Los salones y estancias que pudimos ver mientras nos dirigíamos a una pequeña terraza estaban decorados con mucho gusto, tratando de recrear un palacio dieciochesco dentro de un estilo rural. Había múltiples objetos cerámicos como elementos decorativos y numerosas hornacinas con temas pictóricos. Desde la terraza, las vistas eran impresionantes. El río Huécar ha ido horadando el terreno hasta crear auténticos acantilados verticales. Frente a nosotros el puente de hierro de San Pablo y el Parador de Turismo destacaban sobre el resto. Vino una camarera y nos mostró la carta de tapas y raciones del local que era lo que queríamos tomar. Yo pedí una copa de vino tinto de la tierra y Concha una cerveza. Pedimos tres raciones: una de morteruelo —una especie de paté de hígado de cerdo mezclado con otras carnes, pan rallado y especias—; otra de ajo arriero —otra especie de paté hecho con bacalao, patatas, pan rallado, ajo y aceite—; y, por último, unos zarajos —intestinos de cordero lechal marinados, enrollados en un sarmiento y fritos en aceite de oliva—. Todo ello acompañado por una ración generosa de un pan exquisito. Tres platos a cada cual más suculento y apetitoso, que me hicieron pedir una segunda copa de vino. Coincidimos en la terraza con una pareja joven de Córdoba —maestro él, ella no recuerdo— con la que mantuvimos una agradable conversación, principalmente sobre nuestras respectivas experiencias en Cuenca y sobre la situación actual del mundo educativo. Nos recomendaron una zona de bares para tapear en la calle San Francisco, que, casualidades del destino, estaba muy cerca de nuestro hotel e insistieron en que fuéramos a un bar llamado La Barrica de Miguel, donde ponían una oreja de cerdo espectacular. Tomamos buena nota de ello para acercarnos esa noche. Nos llamó también la atención la presencia en una terraza trasera no muy lejana de donde estábamos nosotros de dos esculturas a tamaño real, una de un guardia civil y otra de un torero, a las que no logramos encontrarle sentido. Poco menos de veinte euros abonamos a la camarera y planificamos andar un poco para que la comida se aposentara en nuestros estómagos y tomar un café en el Parador.  Salimos del restaurante y nos dirigimos de nuevo a la Plaza Mayor, que en ese momento se encontraba en calma pues la mayor parte de la gente se había retirado a comer y beber. Torcimos a la izquierda de la catedral y nos encontramos con ESTATUA ECUESTRE DE ALFONSO VIII, obra de Javier Barrios, emplazada en el año 2009. En ella nos muestra al rey Alfonso VIII que, tras un asedio de nueve meses, conquistó Cuenca y le concedió un amplio fuero. Enfrente destaca la fachada amarillenta del PALACIO EPISCOPAL, adosado a la catedral, en el que, en 1983, Gustavo Torner proyectaría la decoración del MUSEO DIOCESANO, que sería instalado en el palacio. Muy cerca, en una placita recoleta y apacible, destaca la fachada azulada del MUSEO DE CUENCA, conocido también como CASA DEL CURATO, por haber sido la antigua residencia del titular de la parroquia de Santiago, situada ésta en el interior de la Catedral. Fue, asimismo, sede de la Inquisición, y aquí residía Fernando de Trastamara, también llamado de Antequera por haber participado en su conquista, cuando recibió la noticia de su nombramiento como Rey de la Corona de Aragón. Continuamos descendiendo hasta dar con el MUSEO DE ARTE CONTEMPORÁNEO, ubicado en una de las Casas Colgadas, cerrado en ese momento por la fiesta que se celebraba y por reformas en su interior. Atravesamos un ancho pasadizo que nos plantó ante una de las balconadas de las famosas casas, cubierta en ese momento por un gran plástico ya que se encuentra en proceso de restauración. Todo ello hizo que las fotos y vídeos que hicimos no mostraran la inigualable belleza del contexto. No obstante, la hoz del Huécar se nos presentaba en todo su esplendor, con el Puente y el Convento de San Pablo como perfectos elementos integrados en el decorado que se mostraba ante nuestros ojos.  De las CASAS COLGADAS solo se conservan tres. Se distinguen por sus balconadas de madera, de mampostería vista y sus ménsulas de piedra superpuestas. Continuamos nuestro camino hacia el Parador y para ello tuvimos que atravesar el PUENTE DE SAN PABLO, construido para salvar el abismo existente entre la trasera de la Catedral y el Convento de San Pablo. Vino a sustituir a principios del siglo XX un antiguo puente de piedra con cinco ojos apoyados en cuatro pilares. Tiene el sobrenombre del Puente de los Suicidios, evocando obviamente ser el lugar elegido para desaparecer de este mundo de quienes no estaban demasiado contentos en el mismo. Llegamos al CONVENTO DE SAN PABLO alrededor de las tres y media. El hoy PARADOR NACIONAL DE TURISMO fue casa de dominicos. Como se adivina, está ubicado extramuros de la villa en un “hocino” o cerro y en un paraje de singular belleza sobre el cauce del río Huécar a considerable altura del mismo. Inició su construcción en el siglo XV con las trazas del estilo gótico que en ese momento triunfaba en gran parte de Europa. Fue muy remodelado en los siglos posteriores hasta presentarse ante nosotros con tintes barrocos y neoclásicos. Tuvo múltiples usos: convento, sede del Tribunal de la Inquisición, hospital, colegio para niños sin recursos, residencia para seminaristas, etc., hasta su utilización actual como Parador de Turismo. Nada más entrar pudimos disfrutar de su cálido claustro, con una decoración minimalista pero muy adecuada al entorno en sus cuatro lados. Nos dirigimos directos a la cafetería que, en ese momento, estaba bastante concurrida. Pedimos un café con leche y una manzanilla con anís y allí estuvimos un buen rato charlando y disfrutando del ambiente. Al acabar, desandamos el camino recorrido hasta llegar de nuevo a la Plaza Mayor que todavía no mostraba signos de actividad. Atravesamos los arcos del ayuntamiento y nos desviamos por la calle del Fuero hasta llegar a la Plaza de la Merced donde se concentran tres grandes edificios de la ciudad: el Seminario Conciliar de San Julián, el convento de la Merced y el Museo de Ciencias de Castilla-La Mancha. Ya citamos al inicio de esta entrada el Seminario Conciliar que en estos momentos funciona como un establecimiento hotelero y que habíamos elegido en primer lugar por disponer de cochera y estar muy cerca de los grandes monumentos que queríamos visitar. El SEMINARIO CONCILIAR DE SAN JULIÁN fue construido a mediados del siglo XVIII y presenta una preciosa fachada neoclásica que, junto con el Convento de la Merced, forman un ángulo majestuoso. El CONVENTO DE LA MERCED, del siglo XVII, presenta dos edificios en una misma fachada. Por un lado, la fachada la iglesia es de estilo manierista; en el segundo cuerpo, destaca el escudo de los Marqueses de Cañete, patronos del convento. Por otro, la portada del convento se sitúa junto a la de la iglesia. Es una portada muy sencilla sobre cuya entrada, y de un cuerpo plano, sobresale el escudo del Marqués de Cañete, todo ello coronado con un frontón triangular. En 1924, se le entregó al Obispado de Cuenca a cambio de que éste diera al consistorio las Casas Colgadas. Y por último, el MUSEO DE LAS CIENCIAS DE CLM consta de dos edificios, un antiguo convento y la ampliación contemporánea, en los cuales se distribuyen los diferentes ámbitos de contenidos y áreas.  Desde su apertura en 1999, se ha ido renovando al ir cumpliendo años. Salimos de la plaza por la calle de Santa María,  desde donde pudimos contemplar la elegancia de la TORRE MANGANA. Es una torre de planta cuadrada, con 8 plantas interiores distribuidas a lo largo de sus 28 metros de altura. Está construida con muros de mampostería que se encuentran reforzados en las esquinas con sillería. La única puerta de acceso tiene un arco de medio punto. Esta torre es uno de los pocos restos que quedan de la alcazaba conquense. En la desangelada y soleada plaza en que se encuentra la torre, también podemos contemplar el regalo que en 1986 le hizo a la ciudad Gustavo Torner, el MONUMENTO A LA CONSTITUCIÓN. La ubicación de este monumento no estuvo exenta de polémica por la colocación de una estructura abstracta en el casco antiguo. El autor explicaba el significado de su obra como homenaje a la Carta Magna con esta leyenda: “Estructura plural y unitaria en equilibrio por tensiones contradictorias sobre una base de gran firmeza”. De nuevo en la calle Alfonso VIII nos topamos con una placa dedicada al humorista conquense José Luis Coll, pareja de Tip, que había vivido en esa casa. Continuamos el descenso, pero antes hicimos un inciso y bajamos por la calle de los Caballeros para ver los restos de la antigua iglesia de San Gil, de la que solo se conserva la torre, que hoy se conoce como JARDÍN DE LOS POETAS. Continuamos bajando por la calle de los Caballeros, cuya pronunciada pendiente y escalones nos hizo recordar con una sonrisa en los labios la calle de San Juan, de características parecidas. Una vez llegados al llano y tras atravesar nuevamente el río Huécar, nos dimos de bruces con el MONASTERIO DE LA CONCEPCIÓN FRANCISCA, situado junto a la Puerta de Valencia, desaparecida en la actualidad. Fue fundado en el año 1501. Del primitivo monasterio del siglo XVI sólo se conserva un patio y la fachada de la iglesia, que es muy representativa del estilo plateresco que se desarrolló en Cuenca. Unos metros más adelante nos encontramos con un buen ejemplo de casa señorial del siglo XVI. Es la llamada CASA DE LAS REJAS, en cuya fachada principal, podemos ver cuatro ventanas que quedan cerradas mediante unas rejas de hierro que le han dado el nombre a la casa; asimismo, entre dos de ellas hay un escudo que sostienen dos tenantes desnudos. En la esquina, se halla la Posada de San Julián, que algunas fuentes apuntan que debió formar parte de la Casa de las Rejas. Varias son las leyendas, todas ellas pasionales, que se han forjado alrededor de esta casa. Una dice que el escudo era de una conocida familia y que el señor de la casa, a causa de una trampa, apuñaló a su esposa, y para evitar que la familia fuera recordada por tales hechos, las armas habrían sido borradas del escudo. También se cuenta que hubo un joven que se enamoró de una muchacha que en esta casa vivía con su familia; sin embargo, el padre ya tenía otros planes para ella, por lo que, para impedir esta relación, no dudó en emparedar al chico; la joven, enamorada como estaba, cayó enferma y pidió pasar los días que le quedaran de vida en la habitación en la que había muerto su amor. Ambas leyendas se encuentran muy repartidas por toda la geografía española y, si me apuran, europea. Con esta visita dimos por finalizado el recorrido turístico que habíamos planificado por la ciudad. Continuamos por la calle Puerta de Valencia camino del hotel, no sin antes hacer una breve parada para descansar del largo día y reponer fuerzas. Previamente vimos que la iglesia de San Miguel en ese momento se encontraba abierta, así que nos decidimos a entrar en homenaje a nuestro paisano Hidalgo de Caviedes, autor de las vidrieras. El interior de la iglesia, moderno y circular, nos acogió en silencio y con la luz tamizada de las vidrieras. Poco después estábamos sentados en la Plaza de la Hispanidad, en la terraza del Bar Monet donde pedimos un gintonic que me supo a gloria bendita. Concha no quiso tomar nada. Tras pagar los cinco euros correspondientes y haberme comido el cuenco de patatas que nos habían puesto, nos encaminamos al hotel para refrescarnos un poco y descansar hasta la noche en que volveríamos a salir. Y así lo hicimos, a eso de las nueve de la noche salimos en dirección a la calle San Francisco, muy cerca del palacio de la Diputación Provincial. Buscamos entre la multitud de bares que había en el lugar hasta que dimos con el que nos había recomendado en la Posada de San José la pareja de cordobeses con los que coincidimos en la terraza tomando unas raciones y unos vinos. El Bar La Barrica de Miguel estaba bastante animado a esa hora, al igual que el resto de los establecimientos de la zona. Nos sentamos en una mesa al fondo de la terraza que tenían montada. Pedimos dos cervezas y nos pusieron unas tapas de patatas bravas. Concha no tenía mucha gana de comer, así que solo pedimos una ración de oreja de cerdo a la plancha. Nuestras caras de sorpresa tuvieron que ser indescriptibles cuando el camarero la puso en la mesa porque nunca nos la habían presentado de ese modo: una oreja ¡entera! a la plancha puesta en el plato. Tras las sonrisas iniciales, comenzó el espectáculo de trocearla, de comerla y de degustar la infinidad de sabores y olores que las especias en las que se había asado nos ofrecían. Fue realmente un momento que difícilmente se nos olvidará. Trece euros pagamos por las tres cervezas y la oreja y nos fuimos. Dimos un breve paseo por la zona antes de encaminarnos al hotel. Era el momento de descansar y dormir profundamente para poder levantarnos temprano al día siguiente que teníamos un largo desplazamiento hasta Teruel pasando previamente por la Ciudad Encantada y el Nacimiento del río Cuervo. Pero eso ya lo contaremos en otra entrada del blog.







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