Llegamos
a Cuenca alrededor de las tres y media de la tarde. Era la segunda vez que
visitábamos la ciudad. Nuestra primera y breve estancia en la misma fue un
Viernes Santo de 1993. Regresábamos después de pasar la Semana Santa en Alcalá
de Henares y decidimos desviarnos hacia Cuenca en vez de hacer la vuelta de un
modo directo. Estuvimos parte de una mañana y nos sorprendió muchísimo, por un
lado, la llamada Procesión de los Borrachos o de las Turbas pues no
conocíamos nada su origen ni sus peculiaridades actuales; y, por otro, las
interminables cuestas del centro histórico. Pues con esos lejanos recuerdos
planificamos un regreso a la ciudad que nos impactó por su homogeneidad arquitectónica
y la belleza de muchos de sus rincones que pudimos admirar en el breve espacio
de tiempo que habíamos estado. Es conveniente también resaltar la elección del
hotel en el que pernoctamos dos noches. En un principio, a finales del mes de
junio, nuestra primera opción fue el Antiguo Seminario Conciliar de San
Julián, sito en pleno casco histórico y con posibilidad de aparcamiento en
el mismo. El edificio es una auténtica joya de arte y se encontraba a pocos
pasos de la mayor parte de las visitas que teníamos programadas.
Como creíamos que en las fechas en que íbamos a realizar nuestro viaje —finales de septiembre— Cuenca no iba a tener una fuerte demanda turística, fuimos aplazando la decisión hasta mediados de agosto. Y cuando quisimos reservar, ya fue imposible: estaba todo completo. Probamos a reservar unos días antes y unos días después y no había ninguna habitación disponible. Buscamos otros hoteles situados más o menos en el centro y la mayor parte de ellos tampoco disponía de habitaciones libres. Pensamos que tal vez hubiera algún congreso o alguna actividad cultural y estuvimos tentados en cambiar las fechas del viaje programado, pero al final decidimos continuar con lo planificado y seguimos buscando hasta encontrar un hotel, sencillo y muy limpio, con cochera incluida en el precio y, sobre todo, con una parada de autobús casi enfrente de la línea que subía al casco histórico. Todo esto nos hizo decantarnos, ante la falta de mayor oferta hotelera, y tras mucho debatir, por el hotel Ramón y Cajal. Como ya dijimos llegamos a las afueras de la ciudad alrededor de las tres y media y con una gran exactitud el navegador nos fue guiando por las calles y avenidas hasta situarnos en la puerta del hotel. La señora que estaba en recepción nos recibió muy amablemente y fue la que nos explicó que ese fin de semana que habíamos elegido nosotros para visitar Cuenca se celebraban las fiestas de San Mateo y todo el centro histórico se encontraba cerrado al tráfico ya que en la Plaza Mayor soltaban varias vaquillas a lo largo de la tarde y todo el día siguiente, y la mayor parte de los monumentos, catedral incluida, se encontraban cerrados a los turistas y visitantes. Evidentemente, la mayor parte de los autobuses no circulaba con normalidad y un gran número de paradas de las distintas líneas urbanas estaban cerradas al tráfico. Eso significaba que nuestra visita al casco histórico tendríamos que hacerla peatonalmente y sin ayuda de vehículo alguno. ¡Habíamos dado en el clavo con los días elegidos para visitar la ciudad! En fin, como se dice en mi pueblo: “a lo hecho, pecho”. Nos armamos de valor y tras guardar el coche en el aparcamiento del hotel —con una rampa de acceso a las plantas superiores del garaje muy estrecha y empinada—, descansamos un rato en la habitación que nos habían asignado y nos dispusimos a salir a la calle para recorrer la ciudad.
Como creíamos que en las fechas en que íbamos a realizar nuestro viaje —finales de septiembre— Cuenca no iba a tener una fuerte demanda turística, fuimos aplazando la decisión hasta mediados de agosto. Y cuando quisimos reservar, ya fue imposible: estaba todo completo. Probamos a reservar unos días antes y unos días después y no había ninguna habitación disponible. Buscamos otros hoteles situados más o menos en el centro y la mayor parte de ellos tampoco disponía de habitaciones libres. Pensamos que tal vez hubiera algún congreso o alguna actividad cultural y estuvimos tentados en cambiar las fechas del viaje programado, pero al final decidimos continuar con lo planificado y seguimos buscando hasta encontrar un hotel, sencillo y muy limpio, con cochera incluida en el precio y, sobre todo, con una parada de autobús casi enfrente de la línea que subía al casco histórico. Todo esto nos hizo decantarnos, ante la falta de mayor oferta hotelera, y tras mucho debatir, por el hotel Ramón y Cajal. Como ya dijimos llegamos a las afueras de la ciudad alrededor de las tres y media y con una gran exactitud el navegador nos fue guiando por las calles y avenidas hasta situarnos en la puerta del hotel. La señora que estaba en recepción nos recibió muy amablemente y fue la que nos explicó que ese fin de semana que habíamos elegido nosotros para visitar Cuenca se celebraban las fiestas de San Mateo y todo el centro histórico se encontraba cerrado al tráfico ya que en la Plaza Mayor soltaban varias vaquillas a lo largo de la tarde y todo el día siguiente, y la mayor parte de los monumentos, catedral incluida, se encontraban cerrados a los turistas y visitantes. Evidentemente, la mayor parte de los autobuses no circulaba con normalidad y un gran número de paradas de las distintas líneas urbanas estaban cerradas al tráfico. Eso significaba que nuestra visita al casco histórico tendríamos que hacerla peatonalmente y sin ayuda de vehículo alguno. ¡Habíamos dado en el clavo con los días elegidos para visitar la ciudad! En fin, como se dice en mi pueblo: “a lo hecho, pecho”. Nos armamos de valor y tras guardar el coche en el aparcamiento del hotel —con una rampa de acceso a las plantas superiores del garaje muy estrecha y empinada—, descansamos un rato en la habitación que nos habían asignado y nos dispusimos a salir a la calle para recorrer la ciudad.
Iniciamos
nuestro paseo por la calle del mismo nombre de nuestro hotel hasta llegar al
edificio de la DIPUTACIÓN PROVINCIAL, de finales del siglo XIX, pues el
anterior, que era el antiguo convento de los Carmelitas Descalzos, estaba en
tan mal estado que incluso les impedía, según sus propias palabras, dar a los
actos públicos aquel decoro que le correspondía. Finalmente se desechó la idea
de buscar un edificio y se optó por levantar uno de nueva planta e
inmediatamente se comenzó a buscar un solar. El proyecto que se presenta
muestra un nuevo trazado de la fachada principal elevando el pabellón central
con un friso en mármol sobre el que se colocarán letras de molde, una cornisa y
el escudo. Unos metros más adelante destaca la moderna construcción de la IGLESIA
DE SAN MIGUEL, de líneas agresivas y angulares, inaugurada en 1970. Del
nuevo templo llaman también poderosamente la atención las vidrieras,
obra del artista Rafael Hidalgo de Caviedes, artista nacido en
Quesada (Jaén), que, en
cuatrocientos metros cuadrados, plasma la jerarquización religiosa de
“divinidad, transmisión, hombre”. También destaca la poderosa fuerza que emana
del interior circular de la propia iglesia. Curiosamente, la iglesia está
dedicada a San Esteban. Al lado pudimos observar la escultura HOMENAJE
AL QUIJOTE, de hierro, que mide cuatro
metros y está instalada desde 2015, siendo Martínez su autor, que es
también el creador del monumento a las Turbas de Palafox. Desde allí nos
adentramos en los llamados Jardines de San Julián, de dimensiones reducidas
pero muy coquetos y con grandes zonas de sombras. Seguimos callejeando todavía
en llano hasta llegar al ALMUDÍ o PÓSITO REAL, construido
por encargo del Ayuntamiento en 1528 tras recibir éste, a su vez, dicho mandato
de Felipe II. De planta rectangular y dos alturas en su interior, está
construido con sillería y mampostería, contando con una fachada principal
decorada con tres escudos. Una vez perdida su función primordial, ha sido utilizado
para tareas tan dispares como Conservatorio de Música, Museo Arqueológico, o
gimnasio. Desde allí nos dirigimos a la calle San Vicente, con los primeros
indicios de que iniciábamos la ascensión hacia el casco histórico tras pasar el
cauce del río Huécar, donde nos llamó la
atención una pequeña placa sita en una casa situada en una esquina que
informaba que allí había estado una “escuela pública de niños del Excmo.
obispo Palafox” que, imaginamos, en estos momentos tendrá otro uso
distinto. Continuamos subiendo las todavía suaves pendientes de esta calle
hasta desembocar en la Plaza del Salvador, donde en uno de sus extremos se alza
la IGLESIA DE EL SALVADOR. Este templo fue construido en
el siglo XVII, cuando la ciudad vio aumentar su población y se expandió por
esta parte. Es la iglesia más
moderna del casco antiguo de Cuenca. A finales del siglo XVIII fue el
único templo de la ciudad con derecho de asilo para los perseguidos. Desde esta
iglesia hace su salida y entrada la famosa Procesión Camino del Calvario del Viernes Santo. Una gran
masa de turbos acompaña a la Procesión durante
todo el recorrido, representando la burla que sufrió Jesús camino de la cruz.
Para ello utilizan tambores y clarines (una especie de trompeta estridente).
Llama la atención poderosamente los relieves de las puertas de esta iglesia
alusivos a la Pasión de Cristo y la rica imaginería que guarda en su interior.
Ni que decir tiene que fue uno de los pocos monumentos que nos encontramos
abiertos. En lento caminar, nuestro ascenso nos acercó hasta la IGLESIA
DE SAN ANDRÉS, construcción del siglo XVI, con restauraciones posteriores en
el siglo XVIII, sobre todo en elementos decorativos. Exteriormente cuenta con
una torre y portada clásica, compuesta en estilo herreriano,
que ennoblecen la plazuela en que se alza, junto a la calle del Peso. Y situada
en esta misma plazuela, donde descansamos un rato en uno de sus bancos, se
encuentra la ESCULTURA DE LUIS MARCOS
PÉREZ, escultor e imaginero conquense, autor de numerosas
imágenes que desfilan en la Semana Santa de Cuenca, y uno de los mejores
imagineros a nivel nacional del siglo XX. Frente a la iglesia se alza el Museo
de la Semana Santa. En esos momentos fue cuando pudimos percibir en toda su
crudeza lo que los esperaba en los próximos minutos. El callejón Artículos se
nos puso de pronto cuesta arriba mostrándonos la dureza del terreno, tan
agreste que tuvimos que hacer breves descansos hasta que nos vimos en todo lo
alto, en la calle Andrés de Cabrera, frente al parking Mangana, situado frente
a la IGLESIA DE SAN FELIPE NERI, templo barroco de mediados del
siglo XVIII, de pequeñas proporciones con un exterior no demasiado vistoso.
Hasta ahí se podía llegar en coche o en los pocos autobuses que vimos. En este
punto, o metías el coche en el aparcamiento o te dabas la vuelta y desandabas
el camino. Unos metros más arriba se oían las voces y los ruidos y gritos de la
gente que participaba de la suelta de vaquillas que en ese momento había en la
Plaza Mayor. Concha manifestó su deseo
de no continuar hasta la plaza por el consiguiente temor a los animales que por
ella deambulaban. Como también era ya un poco tarde, más de las siete, y
llevábamos un día bastante completo tras las visitas de Mota del Cuervo y
Belmonte, decidimos regresar tranquilamente al hotel para descansar del largo y
fructífero día. Tomamos calle abajo y nos detuvimos al inicio de la calle de
San Juan para contemplar la PUERTA DE SAN JUAN, por donde, según cuenta
la tradición, penetraron las fuerzas de Alfonso VIII que conquistaron la
ciudad. La puerta está formada por dos arcos de distinto tipo y hechura —carpanel
el que da a la calle de San Juan, y gótico el que da a la hoz del Huécar— y
comunicados entre sí mediante un pasadizo de piedra. A escasos metros está la CASA
CURATO DE SAN JUAN, antigua residencia del párroco de la desaparecida
Iglesia de San Juan. El edificio, originalmente construido en el siglo XV, está
formado en la actualidad por una planta baja y tres plantas superiores, en
donde destacan los dos arcos apuntados de la planta baja. Como se puede
observar, en el de la izquierda, parcialmente cegado y dotado de una ventana
rectangular en su mitad superior. En la fachada, a la altura del primer piso, hay
una imagen de la Virgen de Fátima. Como casa parroquial, en cada piso alojaba a
un sacerdote y en la planta baja al sacristán de la iglesia, habiendo mantenido
su carácter de residencia del clero conquense hasta la década de los ochenta
del siglo pasado. Y continuamos bajando la calle de San Juan, calle escalonada
para salvar honrosamente la pronunciada inclinación que presenta. Casi al
final, llegando ya al último recodo aparece majestuoso en un pequeño rellano
del acerado el conocido MONUMENTO A LAS TURBAS, formado por siete
figuras elaboradas en acero corten que representan a varias generaciones de
turbos portando los elementos característicos de este grupo: tambores y clarines. La elección de
este lugar por el Grupo Turbas para
instalar el monumento no fue casual. Allí, con los primeros rayos de sol
del Viernes Santo, los
turbos reciben a la imagen de Jesús
Nazareno de El Salvador haciendo sonar sus estridentes clarines,
una situación que se repite al ‘asomarse’
la talla del Nazareno en la mayor parte de las curvas del recorrido
procesional. La escultura, obra del artista conquense José Luis Martínez y fue
inaugurada en 2014. Desde allí, dando la calle Palafox sus últimos coletazos
llegamos a la parte llana de la ciudad, tras atravesar el puente sobre el río
Júcar. Allí torcimos a la izquierda por la calle Calderón de la Barca ya en
dirección de nuestro hotel. Al pasar por una frutería, Concha decidió comprar
unas piezas de fruta para comer más tarde. Al llegar a la Plaza de la
Constitución decidimos hacer un alto y sentarnos en una pequeña terraza que
había junto al MONUMENTO A LOS NAZARENOS DE SAN JUAN EVANGELISTA al
cumplirse los trescientos años de su fundación. No obstante, antes de sentarnos
decidimos cruzar la calle hasta una pastelería que había casi en la esquina
llamada Casa de Lerma, con un deje decimonónico en su ambiente, muy
agradable a la vista, y allí compramos un par de dulces típicos de la zona, uno
de ellos, el alajú, muy alabado por la dependienta que nos atendió. De vuelta
de nuevo a la plaza, nos sentamos y raudo acudió un camarero del Bar Manolo
Manteles, curioso nombre para un establecimiento. Pedimos una cerveza y un
refresco, que venían acompañados de unas tapas generosas de ensaladilla rusa.
Pero no fue el nombre del local lo más interesante, sino los motivos
decorativos de los aseos tanto de hombres como de mujeres, que levantó en
nosotros una sonrisa picarona tras visitarlos. No vamos a desvelar el contenido
decorativo para no estropear la sorpresa de su visita. Reposado el cuerpo y
saciada mínimamente el hambre y la sed, emprendimos nuevamente el camino a
través de la calle Carretería, paseo peatonal muy concurrido por personas de
todas las con infinidad de tiendas y comercios. Y así llegamos a nuestro hotel
con la intención de descansar un rato para volver a salir a cenar algo en
alguno de los establecimientos de los alrededores.
Al día siguiente, temprano, nos levantamos,
nos aseamos y salimos nuevamente a la calle dispuestos a llegar a la zona más
alta de la ciudad ya que la señora que había en la recepción nos había
comentado que esa mañana sí había servicio de autobuses, aunque no estaba
segura de si harían el trayecto completo o solo llegarían hasta el aparcamiento
Mangana, frente a la iglesia de San Felipe Neri. Con esa perspectiva salimos
del hotel y, a escasos metros, nos adentramos en el interior de la Cafetería
Gran Vía con la intención de tomar un desayuno contundente que nos reforzara el
espíritu para llevar a cabo las visitas que teníamos planificadas para todo el
día. Dentro de la barra había una chica oriental —venimos observando que poco a
poco esta etnia se está quedando con un respetable numero de establecimientos
hoteleros para su gestión—. Pedimos una manzanilla y un café con leche
acompañados de unos churros y una tostada de aceite y tomate. Las bebidas eran
aceptables pero lo que era la comida, de juzgado de guardia. Los churros
parecían regaliz que se estiraba y estiraba y el pan era auténtica goma de
recauchutar. Pagamos los cinco euros que nos pidió la camarera pues no teníamos
interés alguno en comenzar la mañana discutiendo y salimos a la calle. Volvimos
a cruzar la calle y nos dirigimos a la parada de autobús con la intención de
coger el primer vehículo que llegara de la Línea 1 que es la que llegaba hasta
el Castillo pasando previamente por la Plaza Mayor. Esperamos y esperamos,
preguntamos a varias personas que estaban también esperando para subir al autobús,
pero por allí no llegó a pasar ninguno. Casi tres cuartos de hora después de
haber llegado a la parada, apareció nuestro autobús, cuyo conductor, antes de
subir al mismo, nos informó que ni siquiera iba a llegar a la zona de Mangana,
sino que se quedaría junto al puente del río Huécar, muy cerca del Monumentos a
los Turbos de Semana Santa. Calculamos nuestras posibilidades y decidimos subir
al autobús, del cual, diez minutos después, bajamos e iniciamos el ascenso al
casco histórico. Poco después de las diez y media volvíamos a recorrer la
empinada y escalonada calle de San Juan. Pasamos por la puerta de la antigua
muralla del mismo nombre y llegamos al aparcamiento Mangana donde las barreras
colocadas en mitad de la calle prohibían el acceso a los vehículos. Tras pasar
por esta zona lo primero que nos encontramos fue la imponente fachada rojiza de
la CASA-PALACIO DE LOS CLEMENTE DE ARÓSTEGUI, casa levantada en el siglo
XVII, Calle Alfonso VIII), de gran extensión; ésta conserva su carácter sólido
y austero, pues salvo los balcones que en ella se abren, cuatro en la planta
superior y cuatro en la segunda, las tres ventanas de la inferior, y la puerta
de entrada, los únicos elementos ornamentales que podemos contemplar son los
dos escudos nobiliarios que flanquean el balcón que se encuentra sobre la
portada. Pegada a esta destaca el tono azulado de la fachada de la CASA DEL
CORREGIDOR, edificio de tres plantas en la fachada principal, que se
convierten en siete en la posterior, separadas por cornisas. En el balcón
campea el escudo de España, que irrumpe en el piso alto hasta el alféizar de la
ventana. Tiene un amplio zaguán, con dos pilares, del que arrancan dos
escaleras: Una, pequeña y estrecha, nos conduce a los sótanos, que es donde
estuvo instalada la cárcel, y otra, que nos lleva a la que fue la vivienda de
Corregidor. Y un poco más arriba, en la confluencia de las calles Alfonso
VIII y Mosén Diego de Valera, nos encontramos con la llamada CASA DE LOS
MENDOZA O CASA AZUL, por el color de su fachada. Llama poderosamente la
atención que la situación de los tres arcos de medio punto que antes estaban
situados al nivel de la superficie, y en donde se abría su entrada principal,
han quedado ahora a la altura de un segundo piso tras el rebaje que se hizo a
la pendiente de la calle. Debido a ello, fue necesario horadar la roca para
abrir un nuevo acceso al edificio, mientras que, en los arcos, tras ser
cegados, se abrieron sendas ventanas rectangulares. Y a muy escasos metros de
aquí ya se puede contemplar la fachada trasera del AYUNTAMIENTO, que da
a la anteplaza;
sobre los tres arcos inferiores, aparecen tres balcones y, sobre ellos, tres
ventanas. Sin embargo, una vez pasados los arcos inferiores nos encontramos con
la verdadera fachada de la casa consistorial, que constituye uno de los
‘cierres’ de la Plaza Mayor. El edificio que vemos hoy es una de
las principales
muestras del barroco en la ciudad de Cuenca. Data de
mediados del siglo XVIII. Su fachada se nos presenta con tres
plantas a las que se adhieren dos cuerpos, uno a cada
lado. La parte baja del edificio principal presenta una arquería
abierta que la divide en tres partes y que posibilita el transito de vehículos
y peatones para entrar y salir de la Plaza Mayor. La plaza es
la superficie más amplia y llana del casco histórico que disfrutan los
conquenses. Consiste en un espacio cuadrangular con una leve inclinación
ascendente, cerrado en tres de sus extremos por la Catedral, el Convento de las
Petras y el Ayuntamiento. Toda la zona estaba cortada al tráfico, aunque en ese
momento no había vaquillas sueltas. No obstante, todo estaba preparado para el
comienzo de la fiesta: los cabezudos depositados en el suelo esperado el
momento del desfile, las peñas de jóvenes tocando y afinando sus instrumentos
musicales para dar comienzo a sus divertimentos… Todo en la plaza era bullicio.
Como dijimos al inicio de esta entrada, la catedral se encontraba cerrada a cal
y canto con la vez anterior que estuvimos en esta ciudad, hecho que nos
obligará a volver una tercera vez a Cuenca a ver si conseguimos entrar y
visitarla. La CATEDRAL DE SANTA MARÍA Y SAN JULIÁN se comienza a
construir a finales del siglo XII sobre el solar de la antigua mezquita aljama.
Se considera la catedral gótica más antigua de España. No vamos a comentar nada
de su interior porque, a pesar de haber leído numerosos documentos y libros, no
la hemos podido visitar. Si vamos a comentar que, a principios del siglo XX, tras el derrumbe de la Torre de las Campanas,
se aprueba reconstruir la fachada a la que no se le añade ningún nuevo
elemento, faltando, entre otros, las dos torres, similares a las de las
catedrales góticas inglesas, que debían ir en los laterales de la fachada
principal y elevarse, junto a sus respectivos chapiteles, hasta duplicar la
altura actual de la fachada. Enfrente de la fachada principal de la catedra,
perpendicular a ella está el CONVENTO DE SAN PEDRO DE LAS JUSTINIANAS,
más conocido como LAS PETRAS, cuyo exterior es muy austero, que más
parece un edificio civil que religioso. La puerta de entrada a la iglesia,
adintelada, queda enmarcada por pilastras y sobre ella hay un óculo
ovalado adornado con una guirnalda en la que se ve la insignia del Papa (mitra
y llaves. Y desde aquí iniciamos el ascenso a las últimas rampas antes de
llegar a los restos del castillo, a través de la calle San Pedro. Pronto
apareció ante nosotros los restos de la IGLESIA DE SAN PANTALEÓN, quizás
la más antigua de la ciudad, más aún que la Catedral. La planta del templo
original, de estilo gótico, estaba formada por tres naves, de cabeceras planas,
delimitadas entre sí por pilares sobre los que se extendían arcos apuntados. Es
partir del siglo XV cuando la iglesia entra en ruina, quizá por la cercanía de
la Catedral. Finalmente fue demolida a finales del siglo XIX. Actualmente, y es
los más impactante de estas ruinas, acoge desde 1998 entre sus muros una
estatua dedicada al poeta conquense FEDERICO MUELAS. No obstante,
conviene decir que el espacio restante de lo que un día fue la Iglesia de San
Pantaleón se llena de veladores donde los vecinos se sientan a charlar al calor
de algún café o cualquier otra bebida. Seguimos subiendo la calle hasta divisar
en una de sus esquinas el antiguo COLEGIO DE SAN JOSÉ, creado en el
siglo XVII con el fin de acoger en él a los infantes de coro de la Catedral.
Para poder acceder a él, los niños, no más de doce, debían contar con entre 8 y
12 años, ser hijos de cristianos viejos y tener una voz de tiple. La estancia
en el colegio era gratuita, permaneciendo en él hasta cinco años, durante los
cuales estudiaban, sobre todo, música y gramática. En la fachada principal se
abre la portada, formada por dos cuerpos. El inferior, cuenta como elemento
decorativo con una gran moldura, lamentablemente muy deteriorada, y un
imponente dintel. El superior es una hornacina que, entre pilastras adosadas,
acoge una imagen de San José con el Niño. El conjunto queda rematado por un
frontón partido adornado con bolas. Hoy en día funciona como hotel y
restaurante bajo el nombre de Posada de San José. Aquí volvimos, una vez
finalizada la visita a la zona alta de la ciudad, para tomar unas cervezas con
unas raciones de productos típicos de la tierra que habíamos leído en la
publicidad que había en la entrada y que tenían muy buena pinta y muy buenos
precios. Continuamos por la calle Ronda Julián Romero, desde donde se observan
unas vistas preciosas de la ciudad con el Parador colgado ante nuestros ojos, hasta
llegar a un pasadizo estrecho con una bonita leyenda —común a otras ciudades— de
enamorados. Dentro de este pasadizo se puede contemplar el llamado CRISTO
DEL PASADIZO, ante el cual tuvieron lugar los amores entre dos jóvenes de
distinta clase social y las desavenencias de los padres de la joven ante esta
situación. Volviendo a la calle de San Pedro, se nos presentó la imponente
fachada de mampostería del COLEGIO DE LOS JESUITAS, del siglo XVI, donde
en el momento de su fundación constaba de dos escuelas de escribir y leer; la
cláusula primera apuntaba que en él se debería enseñar doctrina cristiana,
gramática, lectura y escritura, y de no ser así, el edificio tendría que pasar
a funcionar como hospital general. En la actualidad, acoge un almacén de agua
que cuenta con dos depósitos. Y poco más arriba disfrutamos la preciosa fachada
de la CASA DE LA COFRADÍA DE LA EPIFANÍA, fundada por Alfonso IX en
conmemoración de haber comenzado el 6 de enero, festividad de la Epifanía, el
sitio a la ciudad de Cuenca que llevó a su conquista. Del antiguo edificio solo
queda la interesante portada renacentista construida en piedra. Por encima del
arco sobresale una moldura sobre la que hay una cartela en la que puede
leerse, en castellano antiguo, sobre la fundación y construcción de
la Casa de la Cofradía. Corona el edificio un escudo real con las armas de
Castilla y León, blasón de esta Cofradía, enmarcado entre sendas pilastras que
a su vez sostienen un frontón triangular, rematado por tres bolas y conteniendo
el escudo de armas de San Pedro en el tímpano. Contiguo a esta casa se
encuentra el PALACIO DE LOS TORENO, donde residió y tuvo apasionados
amores allá por el siglo XIV Enrique de Trasmatara, futuro Enrique II. Casi
enfrente, cerrando uno de los laterales de la Plaza del Trabuco se encuentra la
IGLESIA DE SAN PEDRO, situada en la parte más alta de
Cuenca. Como el resto de monumentos de la ciudad, estaba cerrado y su visita
fue imposible. Es una iglesia barroca con decoración escasa en sus muros.
Comentar también que este templo es muy representativo en la Semana Santa, ya
que dentro alberga a varias figuras como el Cristo de la Vera Cruz, La Negación
de Pedro y el Ecce Home de San Miguel. Por detrás de San Pedro, en una calle
paralela, con un fuerte desnivel se encuentra el CONVENTO DE LAS CARMELITAS
DESCALZAS, del siglo XVII, con fachada austera en los aspectos decorativos,
en la actualidad es la sede de la FUNDACIÓN CULTURAL ANTONIO LÓPEZ, que
ofrece un museo de arte contemporáneo, biblioteca y centro cultural dentro del
complejo. Llegando ya casi a todo lo alto de la calle, en un lateral, muy cerca
de los restos de murallas del castillo está el ARCHIVO HISTÓRICO PROVINCIAL,
que funcionó en un principio como Tribunal de Distrito de la Inquisición de
Cuenca y que en la actualidad acoge las instalaciones del Archivo
Histórico. A lo largo de su historia tuvo otros usos como cárcel civil
provincial, que estuvo en funcionamiento casi todo el siglo XX. Dentro de la
zona ajardinada, en uno de sus extremos resalta una estatua del belmonteño Fray
Luis de León. Por último, visitamos el ARCO DE BEZUDO Y CASTILLO. El
Arco de Bezudo, datado en el siglo XI y restaurado en el siglo XVI, es una de
las puertas que antiguamente daba acceso a la ciudad de Cuenca y una de las
pocas que se conserva. Está ubicado en la parte más alta de la ciudad, y junto
a él podemos encontrar algunos fragmentos de lienzos de muralla y algún torreón
de lo que fuera la antigua fortaleza que rodeaba la antigua ciudad de Cuenca de
la que poco queda ya, lo que hoy se conoce popularmente como "el
Castillo".
Y desde aquí comenzó nuestro retorno en
descenso nuevamente hacia la Plaza Mayor. Antes de iniciar el descenso nos
detuvimos un rato para descansar y contemplar los agrestes parajes que el río
Júcar ha ido erosionando a lo largo de los siglos. También, frente al castillo,
había varios carromatos donde numerosas personas trabajaban en la elaboración
de unas enormes paellas —para quinientos comensales nos dijeron los cocineros—,
realizadas por encargo de las diferentes peñas que disfrutaban de la fiesta. Ya
de camino a la Plaza Mayor, nos desviamos brevemente por un callejón abovedado
que nos llevó hasta la plaza de San Nicolás, pequeño rincón que, en otras
fechas, lejos de las festividades que en ese momento se celebraban, debe ser un
remanso de paz. En el centro de esta placita se encuentra la FUENTE DE LA
AGUADORA, obra de Leonardo Martínez Bueno,
en esos momentos cubierta la niña aguadora con un sombrero de paja y un gran
toldo negro que cubría parte de la plaza bajo el que había numerosas mesas y
sillas. Cerrando un extremo de la plaza dos edificios notables. Por un lado, la
IGLESIA DE SAN NICOLÁS DE BARI, construida en mampostería con
revestimiento de mortero y esquinas con sillería; es de una gran sencillez. Su
portada principal es igualmente discreta con un arco apuntado con moldura,
sostenido por pilastras adosadas, con un sencillo capitel. Por otro, contigua a
la iglesia, se encuentra la CASA MUSEO ZAVALA, edificio del siglo XVIII,
que en la actualidad acoge la sede de la Fundación
Antonio Saura y en ella se guarda la obra más distintiva de este
pintor (tanto artística como literaria), uno de los más representativos del
arte abstracto en nuestro país. Asimismo, la Casa Museo
Zavala también realiza exposiciones temporales de diversos artistas
vanguardistas. Volviendo de nuevo a la calle de San Pedro, los cuerpos ya iban
pidiendo descanso y recarga de energías. Por ello, nos acercamos hasta el Bar
El Aljibe, esquina con las ruinas de la iglesia de San Pantaleón. Y allí nos tomamos
unas cervezas muy frías y un refresco de cola, acompañados por unas patatas
fritas y unas aceitunas muy apetitosas. Después nos asomamos a la plaza para
ver cómo estaba. El número de personas que había en ella había aumentado
considerablemente, corriendo muchas de ellas delante de la vaquilla que un
grupo de jóvenes llevaba ensogada. Las peñas tocaban y tocaban y el ambiente
era realmente muy festivo. Se notaba la alegría en todos los presentes. Tras un
rato tras la barrera que protegía la calle de San Pedro decidimos irnos a tomar
unas raciones a la Posada de San José, situada a escasos metros de donde
estábamos. Los salones y estancias que pudimos ver mientras nos dirigíamos a
una pequeña terraza estaban decorados con mucho gusto, tratando de recrear un
palacio dieciochesco dentro de un estilo rural. Había múltiples objetos
cerámicos como elementos decorativos y numerosas hornacinas con temas
pictóricos. Desde la terraza, las vistas eran impresionantes. El río Huécar ha
ido horadando el terreno hasta crear auténticos acantilados verticales. Frente
a nosotros el puente de hierro de San Pablo y el Parador de Turismo destacaban
sobre el resto. Vino una camarera y nos mostró la carta de tapas y raciones del
local que era lo que queríamos tomar. Yo pedí una copa de vino tinto de la
tierra y Concha una cerveza. Pedimos tres raciones: una de morteruelo —una
especie de paté de hígado de cerdo mezclado con otras carnes, pan rallado y
especias—; otra de ajo arriero —otra especie de paté hecho con bacalao,
patatas, pan rallado, ajo y aceite—; y, por último, unos zarajos —intestinos
de cordero lechal marinados, enrollados en un sarmiento y fritos en aceite de
oliva—. Todo ello acompañado por una ración generosa de un pan exquisito. Tres
platos a cada cual más suculento y apetitoso, que me hicieron pedir una segunda
copa de vino. Coincidimos en la terraza con una pareja joven de Córdoba —maestro
él, ella no recuerdo— con la que mantuvimos una agradable conversación,
principalmente sobre nuestras respectivas experiencias en Cuenca y sobre la
situación actual del mundo educativo. Nos recomendaron una zona de bares para
tapear en la calle San Francisco, que, casualidades del destino, estaba muy
cerca de nuestro hotel e insistieron en que fuéramos a un bar llamado La
Barrica de Miguel, donde ponían una oreja de cerdo espectacular. Tomamos buena
nota de ello para acercarnos esa noche. Nos llamó también la atención la
presencia en una terraza trasera no muy lejana de donde estábamos nosotros de
dos esculturas a tamaño real, una de un guardia civil y otra de un torero, a
las que no logramos encontrarle sentido. Poco menos de veinte euros abonamos a
la camarera y planificamos andar un poco para que la comida se aposentara en
nuestros estómagos y tomar un café en el Parador. Salimos del restaurante y nos dirigimos de
nuevo a la Plaza Mayor, que en ese momento se encontraba en calma pues la mayor
parte de la gente se había retirado a comer y beber. Torcimos a la izquierda de
la catedral y nos encontramos con ESTATUA ECUESTRE DE ALFONSO VIII, obra
de Javier Barrios, emplazada en el año 2009. En
ella nos muestra al rey Alfonso VIII que, tras un asedio de nueve meses,
conquistó Cuenca y le concedió un amplio fuero. Enfrente destaca la fachada
amarillenta del PALACIO EPISCOPAL, adosado a la catedral, en el que,
en 1983, Gustavo Torner proyectaría la decoración del MUSEO DIOCESANO,
que sería instalado en el palacio. Muy cerca, en una placita recoleta y
apacible, destaca la fachada azulada del MUSEO DE CUENCA, conocido
también como CASA DEL CURATO, por haber sido la antigua residencia del
titular de la parroquia de Santiago, situada ésta en el interior de
la Catedral. Fue, asimismo, sede de la Inquisición, y aquí residía
Fernando de Trastamara, también llamado de Antequera por haber participado en
su conquista, cuando recibió la noticia de su nombramiento como Rey de la
Corona de Aragón. Continuamos descendiendo hasta dar con el MUSEO DE ARTE
CONTEMPORÁNEO, ubicado en una de las Casas Colgadas, cerrado en ese
momento por la fiesta que se celebraba y por reformas en su interior.
Atravesamos un ancho pasadizo que nos plantó ante una de las balconadas de las
famosas casas, cubierta en ese momento por un gran plástico ya que se encuentra
en proceso de restauración. Todo ello hizo que las fotos y vídeos que hicimos
no mostraran la inigualable belleza del contexto. No obstante, la hoz del
Huécar se nos presentaba en todo su esplendor, con el Puente y el Convento de
San Pablo como perfectos elementos integrados en el decorado que se mostraba
ante nuestros ojos. De las CASAS
COLGADAS solo se conservan tres. Se distinguen por sus balconadas de
madera, de mampostería vista y sus ménsulas de piedra superpuestas. Continuamos
nuestro camino hacia el Parador y para ello tuvimos que atravesar el PUENTE
DE SAN PABLO, construido para salvar el abismo existente entre la trasera
de la Catedral y el Convento de San Pablo. Vino a sustituir a principios del
siglo XX un antiguo puente de piedra con cinco ojos apoyados en cuatro pilares.
Tiene el sobrenombre del Puente de los Suicidios, evocando obviamente ser el
lugar elegido para desaparecer de este mundo de quienes no estaban demasiado
contentos en el mismo. Llegamos al CONVENTO DE SAN PABLO alrededor de
las tres y media. El hoy PARADOR NACIONAL DE TURISMO fue casa de
dominicos. Como se adivina, está ubicado extramuros de la villa en un “hocino”
o cerro y en un paraje de singular belleza sobre el cauce del río Huécar a
considerable altura del mismo. Inició su construcción en el siglo XV con las
trazas del estilo gótico que en ese momento triunfaba en gran parte de Europa.
Fue muy remodelado en los siglos posteriores hasta presentarse ante nosotros
con tintes barrocos y neoclásicos. Tuvo múltiples usos: convento, sede del
Tribunal de la Inquisición, hospital, colegio para niños sin recursos,
residencia para seminaristas, etc., hasta su utilización actual como Parador de
Turismo. Nada más entrar pudimos disfrutar de su cálido claustro, con una
decoración minimalista pero muy adecuada al entorno en sus cuatro lados. Nos
dirigimos directos a la cafetería que, en ese momento, estaba bastante
concurrida. Pedimos un café con leche y una manzanilla con anís y allí
estuvimos un buen rato charlando y disfrutando del ambiente. Al acabar,
desandamos el camino recorrido hasta llegar de nuevo a la Plaza Mayor que
todavía no mostraba signos de actividad. Atravesamos los arcos del ayuntamiento
y nos desviamos por la calle del Fuero hasta llegar a la Plaza de la Merced donde
se concentran tres grandes edificios de la ciudad: el Seminario Conciliar de
San Julián, el convento de la Merced y el Museo de Ciencias de Castilla-La
Mancha. Ya citamos al inicio de esta entrada el Seminario Conciliar que en
estos momentos funciona como un establecimiento hotelero y que habíamos elegido
en primer lugar por disponer de cochera y estar muy cerca de los grandes
monumentos que queríamos visitar. El SEMINARIO CONCILIAR DE SAN JULIÁN fue construido a mediados del siglo XVIII y
presenta una preciosa fachada neoclásica que, junto con el Convento de la
Merced, forman un ángulo majestuoso. El CONVENTO DE LA MERCED, del siglo XVII, presenta dos
edificios en una misma fachada. Por un lado, la fachada la iglesia es de estilo manierista; en
el segundo cuerpo, destaca el escudo de los Marqueses de Cañete, patronos del
convento. Por otro, la portada del convento se sitúa junto a la de la iglesia. Es
una portada muy sencilla sobre cuya entrada, y de un cuerpo plano, sobresale el
escudo del Marqués de Cañete, todo ello coronado con un frontón triangular. En
1924, se le entregó al Obispado de Cuenca a cambio de que éste diera al
consistorio las Casas Colgadas. Y por último, el MUSEO DE LAS CIENCIAS DE CLM consta de dos edificios, un
antiguo convento y la ampliación contemporánea, en los cuales se distribuyen
los diferentes ámbitos de contenidos y áreas. Desde su apertura en 1999, se ha ido renovando
al ir cumpliendo años. Salimos de la plaza por la calle de Santa María, desde donde pudimos contemplar la elegancia
de la TORRE
MANGANA.
Es una torre
de planta cuadrada, con 8 plantas interiores distribuidas a lo largo de sus 28
metros de altura. Está construida con muros de mampostería que se encuentran
reforzados en las esquinas con sillería. La única puerta de acceso tiene un
arco de medio punto. Esta torre es uno de los pocos restos que quedan de la
alcazaba conquense. En la desangelada y soleada plaza en que se encuentra la
torre, también podemos contemplar el regalo que en 1986 le hizo a la ciudad
Gustavo Torner, el MONUMENTO A LA CONSTITUCIÓN. La ubicación de este
monumento no estuvo exenta de polémica por la colocación de una estructura
abstracta en el casco antiguo. El autor explicaba el significado de su obra
como homenaje a la Carta Magna con esta leyenda: “Estructura
plural y unitaria en equilibrio por tensiones contradictorias sobre una base de
gran firmeza”. De nuevo en la calle Alfonso VIII nos topamos
con una placa dedicada al humorista conquense José Luis Coll, pareja de Tip,
que había vivido en esa casa. Continuamos el descenso, pero antes hicimos un
inciso y bajamos por la calle de los Caballeros para ver los restos de la
antigua iglesia de San Gil, de la que solo se conserva la torre, que hoy se
conoce como JARDÍN DE LOS POETAS. Continuamos bajando por la calle de
los Caballeros, cuya pronunciada pendiente y escalones nos hizo recordar con
una sonrisa en los labios la calle de San Juan, de características parecidas.
Una vez llegados al llano y tras atravesar nuevamente
el río Huécar, nos dimos de bruces con el MONASTERIO DE LA CONCEPCIÓN
FRANCISCA, situado junto a la Puerta de Valencia, desaparecida en la
actualidad. Fue fundado en el año 1501. Del
primitivo monasterio del siglo XVI sólo se conserva un patio y la fachada de la
iglesia, que es muy representativa del estilo plateresco que se desarrolló en
Cuenca. Unos metros más adelante nos encontramos con un buen ejemplo de casa
señorial del siglo XVI. Es la llamada CASA DE LAS REJAS, en cuya
fachada principal, podemos ver cuatro ventanas que quedan cerradas mediante
unas rejas de hierro que le han dado el nombre a la casa; asimismo, entre dos
de ellas hay un escudo que sostienen dos tenantes desnudos. En la esquina,
se halla la Posada de San Julián, que algunas fuentes apuntan que debió formar
parte de la Casa de las Rejas. Varias son las leyendas, todas ellas
pasionales, que se han forjado alrededor de esta casa. Una dice que el escudo
era de una conocida familia y que el señor de la casa, a causa de una trampa,
apuñaló a su esposa, y para evitar que la familia fuera recordada por tales
hechos, las armas habrían sido borradas del escudo. También se cuenta que hubo
un joven que se enamoró de una muchacha que en esta casa vivía con su familia;
sin embargo, el padre ya tenía otros planes para ella, por lo que, para impedir
esta relación, no dudó en emparedar al chico; la joven, enamorada como estaba,
cayó enferma y pidió pasar los días que le quedaran de vida en la habitación en
la que había muerto su amor. Ambas leyendas se encuentran muy repartidas por
toda la geografía española y, si me apuran, europea. Con esta visita dimos por
finalizado el recorrido turístico que habíamos planificado por la ciudad.
Continuamos por la calle Puerta de Valencia camino del hotel, no sin antes
hacer una breve parada para descansar del largo día y reponer fuerzas.
Previamente vimos que la iglesia de San Miguel en ese momento se encontraba
abierta, así que nos decidimos a entrar en homenaje a nuestro paisano Hidalgo
de Caviedes, autor de las vidrieras. El interior de la iglesia, moderno y
circular, nos acogió en silencio y con la luz tamizada de las vidrieras. Poco
después estábamos sentados en la Plaza de la Hispanidad, en la terraza del Bar
Monet donde pedimos un gintonic que me supo a gloria bendita. Concha no
quiso tomar nada. Tras pagar los cinco euros correspondientes y haberme comido
el cuenco de patatas que nos habían puesto, nos encaminamos al hotel para
refrescarnos un poco y descansar hasta la noche en que volveríamos a salir. Y
así lo hicimos, a eso de las nueve de la noche salimos en dirección a la calle
San Francisco, muy cerca del palacio de la Diputación Provincial. Buscamos
entre la multitud de bares que había en el lugar hasta que dimos con el que nos
había recomendado en la Posada de San José la pareja de cordobeses con los que
coincidimos en la terraza tomando unas raciones y unos vinos. El Bar La Barrica de Miguel estaba bastante animado a esa hora, al igual
que el resto de los establecimientos de la zona. Nos sentamos en una mesa al
fondo de la terraza que tenían montada. Pedimos dos cervezas y nos pusieron unas
tapas de patatas bravas. Concha no tenía mucha gana de comer, así que solo
pedimos una ración de oreja de cerdo a la plancha. Nuestras caras de sorpresa
tuvieron que ser indescriptibles cuando el camarero la puso en la mesa porque
nunca nos la habían presentado de ese modo: una oreja ¡entera! a la plancha
puesta en el plato. Tras las sonrisas iniciales, comenzó el espectáculo de
trocearla, de comerla y de degustar la infinidad de sabores y olores que las
especias en las que se había asado nos ofrecían. Fue realmente un momento que
difícilmente se nos olvidará. Trece euros pagamos por las tres cervezas y la
oreja y nos fuimos. Dimos un breve paseo por la zona antes de encaminarnos al
hotel. Era el momento de descansar y dormir profundamente para poder
levantarnos temprano al día siguiente que teníamos un largo desplazamiento
hasta Teruel pasando previamente por la Ciudad Encantada y el Nacimiento
del río Cuervo. Pero eso ya lo contaremos en otra entrada del blog.
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