Tras la agradable visita a Molina de Aragón -tan
cerca de Madrid y que no
habíamos visitado hasta ahora-, enfilamos nuestros
pasos hacia Anento, ya dentro de la provincia de Zaragoza. No habíamos
escuchado nunca el nombre de Anento; de hecho, la primera vez que lo leímos
pensábamos que estaba mal escrito. Y tras la visita, abandonamos el pueblo con
la sensación de haber visto algo inigualable, único… ¡El retablo de la iglesia
de San Blas!
Anento. Iglesia de San Blas |
La carretera, con buenas condiciones de
asfaltado y sin mucha dificultad en la conducción, era la misma que habíamos
cogido a primera hora del día para salir de Teruel y la misma que nos llevaría
a Zaragoza por la tarde. Finalmente nos salimos de la carretera para adentrarnos
por otra de peor calidad que sería la que nos llevaría al pueblo, que sufrió un
pronunciado deterioro económico y patrimonial a lo largo de siglo XIX y primera
mitad del siglo XX. Así, de 387 habitantes que refleja el censo de
1900, se
llega a la alarmante cifra de 11 personas censadas en 1981. A partir de
entonces, los habitantes de Anento comienzan a dirigir sus esfuerzos hacia la
recuperación del lugar. Hoy en día, gracias al trabajo de sus vecinos, es un
pueblo totalmente rehabilitado donde el turismo ha pasado a ser una de las
principales fuentes de riqueza. ¡Y bien organizados que están! Llegamos poco
después de las doce y cuarto. Buscamos aparcamiento y fue una tarea totalmente
inútil. No se puede aparcar en ninguna calle de la localidad, en parte porque
la quebrada orografía de las mismas no lo permite, en parte porque las
ordenanzas municipales lo prohíben. Después de dar varias vueltas, nos
encontramos con una enorme explanada con vallas de entrada y salida donde se
podía aparcar sin ningún tipo de problema; la valla de entrada estaba levantada
por lo que entramos y aparcamos el coche. Después nos enteramos que, para sacar
el coche del aparcamiento, había que comprar en la Oficina de Turismo una ficha
por el módico precio de dos euros para que la barrera
de salida se levantara.
No es mala idea. De ese modo recaudan un dinerito que si se utiliza coherentemente
puede revertir positivamente en el mantenimiento del patrimonio local o en
aspectos sociales y culturales de sus vecinos.
Calles de Anento |
Iglesia de San Blas |
Y así iniciamos la visita. Nos encaminamos
hacia la IGLESIA DE SAN BLAS -primera iglesia que visito dedicada al
santo de mi onomástica, aunque después nos enteramos por explicaciones de la guía
de la iglesia, que este santo es muy popular por las tierras de Aragón y
Valencia-. Estaba cerrada, aunque se oían voces en su interior. Decidimos rodear
el edificio para ver si había alguna otra puerta de entrada. No había. Así que
nos armamos de valor y llamamos a la puerta. Tras varios intentos, la guía que
estaba explicando en esos momentos la iglesia nos abrió la puerta y nos aclaró
que podíamos pasar, pero que no repetiría lo que ya había explicado. Con
nuestro consentimiento expreso, nos adentramos en el interior del recinto,
donde había unas ocho o diez personas, niños incluidos, sentadas en los bancos
de la iglesia. Tomamos asiento y nos dejamos seducir por la historia que la guía
nos iba introduciendo para culminar su explicación con el contenido de las
distintas tablas que conforman el retablo. La iglesia,
aunque es una
construcción románica del siglo XIII, es pequeña, rectangular, de una sola nave
con arcos ojivales en sus portadas, en su lonja y en su nave y una esbelta
torre que domina toda la población. En el lado del evangelio, está la sacristía
que es una sala cuadrangular cubierta con cañón apuntado en el mismo sentido
que la nave de la iglesia. Parece que toda la iglesia estuvo decorada con
pinturas murales, de las cuales solo se conservan las del ábside. Antes de
mediados del siglo XIV se colocó un gran retablo pintado, obra del maestro
Blasco de Grañén, dedicado a San Blas, Santo Tomás de Becket y la Virgen de la
Misericordia. Es uno de los retablos góticos de mayores dimensiones e
importancia de todo Aragón. Ocupa todo el presbiterio, y se compone de un
cuerpo dedicado a los tres santos y sus escenas narrativas, con nueve calles de
tres alturas, destacando las centrales, y en la parte inferior un banco común
de once casas, cinco a cada lado de la central destinada al sagrario, alrededor
un guardapolvo que actúa como marco protector. El pintor Blasco de Grañén y sus
colaboradores programaron las escenas a representar atendiendo al titular del
templo al que se destinaba el retablo y de acuerdo con los comitentes de la
obra. En el banco, se pintaron escenas de la Pasión y Muerte de Cristo, desde
su Entrada en Jerusalén
hasta el Santo Entierro. En el cuerpo del retablo se
representaron, en la parte central, pasajes de la vida de San Blas, obispo de
Sebaste, a la izquierda del observador, escenas de la vida de la Virgen María,
y a la derecha, pasajes de la leyenda de Santo Tomás Becket. En el tercer piso
del cuerpo del retablo que hace las veces de ático o coronamiento, se
representaron figuras de santos de devoción universal, San Miguel arcángel,
Santa Catalina de Alejandría, Santa Lucia de Siracusa, Santa Bárbara, y dos
profetas, David e Isaías. En el coronamiento de la calle central se dispuso el
Calvario, según es costumbre, y en las polseras o guardapolvos ángeles mancebos
con los instrumentos de la Pasión o “armas de Cristo” acompañados de los
escudos de los comitentes de la obra, los arzobispos
Francisco Clemente Capera y Dalmau de Mur. La vida de San
Blas y sus hechos milagrosos se representan en seis tablas donde se observa
como San Blas se ocultó en una cueva de los militares romanos, como los
animales se le acercaban para pedirle ayuda, el milagro de la niña que fue
salvada de atragantarse por una espina de pescado, su encarcelamiento y las
visitas que recibía para que les curara males de la garganta a través de un
ventanuco de su celda, su martirio con los raspadores y crucificado y la
consagración como obispo y la entronización y santificación de San Blas. Nos
parecía mentira que este magnífico y maravilloso retablo estuviera en este
pequeño pueblo, desconocido para la mayoría de los mortales. Tras conversar un
rato con la guía -previo pago de los dos euros correspondientes por persona- y
echar las últimas fotos y vídeos, abandonamos la iglesia y nos dirigimos hacia
un restaurante que había en los alrededores llamado El Horno de
Anento. Pasamos
al interior ya que en la terraza las dos mesas que había estaban ocupadas.
Dentro estábamos solos, no había nadie más que la camarera que nos atendió. No
tenían mucha variedad para elegir, así que nos decidimos a pedir algunas
raciones con unas cervezas y después continuar viaje hasta Zaragoza. Nos
decantamos por una ración de oreja frita y unas patatas bravas, acompañadas de
una bandeja de rico pan del que dimos cuenta con súbita rapidez. Cuando acabamos,
tras abonar quince euros por las dos raciones y tres cervezas, nos dispusimos a
recorrer las angostas calles del pueblo. Teníamos información de que en los
alrededores de la población había restos de un TORREÓN CELTÍBERO, del
que se conservan varias
hiladas de un potente torreón construido con bloques megalíticos; y de un CASTILLO del siglo XIV, que
conserva una pared de unos treinta metros aproximadamente en la que resaltan
dos torreones rectangulares entre los que se ubica una puerta de acceso al mismo.
Pero no íbamos a visitarlos porque ya andábamos mal de tiempo.
Tras callejear
un rato nos dirigimos hacia la Oficina de Turismo para comprar la famosa ficha
para poder salir del aparcamiento. Enel centro de la plaza en la que se ubica
hay una especie de fuente que trata de imitar el efecto del llamado AGUALLUEVE,
que no es otra cosa que un manantial que cae continuamente en forma de gotas de
agua, creando un espectacular relieve, con paredes de piedra y musgo, y
pequeñas grutas escondidas en su interior. Y así, tras comprar la ficha, nos
dirigimos al coche con la intención de recorrer de un tirón los escasos noventa
kilómetros que nos separaban de Zaragoza.
Retablo. Iglesia de San Blas |
Retablo. Detalle |
El Horno de Anento |
Oficina de Turismo |
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