Veníamos de Anento con los ojos como platos después de haber disfrutado a tope con la maravilla de retablo de la iglesia de San Blas. Pocas cosas me han impactado más. Nos separaban algo más de ochenta kilómetros de autovía para llegar a Zaragoza, que recorrimos con diligencia. Eran poco más de las cuatro y cuarto de la tarde cuando empezamos a ver los primeros polígonos industriales que rodeaban la ciudad. Era el momento de llamar a Marta, dueña del apartamento del Paseo de Echegaray donde íbamos a pasar las dos siguientes noches. Habíamos pagado 140 euros por dos noches de alojamiento con derecho a cochera, lo cual, viendo el tráfico y el aparcamiento de la ciudad, fue la mejor decisión que tomamos. Nos costó alguna que otra vuelta por la zona hasta que conseguimos encontrar la dirección correcta para girar y descargar las maletas en la puerta del bloque del apartamento. Marta, persona jovial y muy amable, se desvivió por ayudarnos a sacar las maletas del coche ayudar a Concha a subirlas al piso mientras yo me quedaba vigilando el coche para evitar alguna posible multa por mal aparcamiento. Al rato, volvió a bajar y se montó conmigo para indicarme dónde estaba la cochera, sita en la calle del Sepulcro, a un par de calles del Paseo de Echegaray. Mientras tanto, me fue informando de la ubicación de los distintos supermercados, tiendas y monumentos que teníamos en las cercanías. Nos vino de perlas que a escasos cien metros del apartamento hubiera un Mercadona donde hicimos la mayor parte de las compras para el tiempo que íbamos a estar en Zaragoza. El apartamento, situado en la primera planta, era muy luminoso porque prácticamente todas las habitaciones tenían ventana o balcón a la calle, y estaba muy coqueto decorado: dos dormitorios, aunque nosotros solo íbamos a utilizar uno, amplio cuarto de baño, salón comedor comunicado con la cocina equipada