miércoles, 1 de mayo de 2013

OVIEDO: ARTE Y CULTURA EN SU MÁXIMA EXPRESIÓN

Este viaje a tierras asturianas era un deseo largamente pospuesto en el tiempo y que por fin íbamos a hacer realidad. Para ello, aprovechamos el largo puente que se avecinaba en el calendario para llevarlo a cabo. Así, la tarde previa al uno de mayo llegamos a la casa de Carlos y Alicia en Paracuellos de Jarama para, en primer lugar, verlos, darles un achuchón cariñoso y estar con ellos unas horas y, en segunda instancia, para aligerar la carga kilométrica que al día siguiente nos llevaría hasta la bellísima capital del Principado. Nos levantamos muy temprano, en torno a las cuatro de la mañana, nos vestimos en silencio, salimos al exterior de la vivienda y subimos al coche que se encontraba preparado y cargado desde la tarde anterior. Nuestra idea era hacer los quinientos veinte kilómetros de autovía que separaban ambas localidades de un tirón, con alguna que otra parada en el camino para desayunar, repostar combustible y estirar un poco las piernas. Fue un viaje cómodo y con escaso tráfico. Tomamos la A6 en dirección a La Coruña, elegimos cruzar la sierra madrileña pagando el peaje del túnel de Guadarrama para evitar pasar por el complicado puerto de montaña que la atraviesa y continuamos camino hasta la localidad zamorana de Benavente donde dejamos la autovía que llevábamos para tomar la A66 –conocida con el nombre de “Autopista de la Plata”, en honor al nombre de la antigua calzada romana que hacía un recorrido similar–  en dirección a Oviedo, de la que aún nos separaban aproximadamente ciento noventa kilómetros. Poco después, ya con el sol por encima del horizonte, nos detuvimos en un bar de carretera cerca de Toral de los Guzmanes. Allí pedimos un par de cafés con leche y dos pastas pues, según nos informó el camarero que nos atendió, el panadero aún no había llegado y no tenían pan para servirnos las tostadas que le habíamos demandado. Finalizado el frugal desayuno, nos hicimos de nuevo a la carretera que nos mostraba un paisaje plano de tonos amarillentos, fruto de la reciente siega de los campos de trigo abundantes en el entorno. No obstante, superada la hora de viaje, el paisaje comenzó a cambiar. Los sempiternos llanos zamoranos y leoneses se fueron tornando en pequeñas crestas montañosas que nos anunciaban las primeras estribaciones de la Cordillera Cantábrica en cuyas cimas aún era visible la nieve caída durante el invierno anterior. Habíamos decidido pagar el peaje de la autovía fundamentalmente por la comodidad de viajar en este tipo de carretera y, sobre todo, por evitar el conocido Puerto de Pajares que se encontraba nevado en ese momento según habíamos leído en los días previos. Sin embargo, nos llevamos un sorpresa mayúscula cuando poco antes del túnel de Pando nos encontramos en medio de un paisaje totalmente invernal: caía una recia lluvia que, junto a la espesa neblina existente, dificultaba sobremanera la visión y la nieve era dueña y señora de las faldas montañosas que nos rodeaban.

A la vista de la situación, nos pareció sin lugar a duda que la sensación térmica del ambiente había descendido varios grados con respecto a la existente unos pocos kilómetros antes. Repuestos del desconcierto inicial, continuamos camino dispuestos a recorrer los escasos cincuenta kilómetros que nos separaban aún de la capital asturiana. 


Llegamos a Oviedo acompañados de una lluvia fina –orbayu en la lengua asturiana– que no nos abandonó en todo el día y nos obligó a realizar todas las visitas que llevábamos preparadas con el paraguas abierto. Entramos en la ciudad por la Ronda Sur, continuamos por la calle Federico García Lorca y Marqués de Santa Cruz hasta desviarnos a la izquierda por la calle Santa Clara, que a los pocos metros se transformó en la calle Caveda donde se encontraba nuestro hotel. Eran poco más de las ocho y media de la mañana cuando subimos el coche encima de la acera frente al hotel para descargar las maletas y el resto del equipaje que llevábamos. Poco después, estacionamos el coche en un aparcamiento concertado con el establecimiento hotelero llamado GARAJE CORTINA, situado casi enfrente del mismo. El hotel que habíamos elegido para dormir esa noche en la ciudad fue el ROOM MATE MARCOS, un tres estrellas por el que abonamos sesenta euros. El recepcionista nos entregó la llave de la habitación 501 ubicada en la quinta planta. Una anécdota graciosa de nuestra entrada en el hotel fue el momento en que cogí una mochila roja en la que llevábamos los zapatos de repuesto, de una pequeña asa en el borde superior, ésta se rompió, la bolsa cayó estrepitosamente al suelo y yo me quedé con el asa rota en la mano. La estancia era agradable a la vista y con suficiente amplitud para no dar sensación de agobio. Las paredes estaban empapeladas con motivos lineales de diversa anchura y color, predominando los tonos oscuros y rojizos. La cama –dos camas unidas–, apoyada en un bonito y alto cabecero de madera color caoba, era muy amplia y cómoda. Pocos minutos pasaban de las nueve de la mañana y ya teníamos el coche aparcado en su plaza de garaje y el equipaje colocado en la habitación. Como era temprano y no conocíamos nada de la ciudad, decidimos desayunar en el comedor del hotel, que en ese momento se encontraba bastante animado. Café con leche, té, pan, fiambre, alguna tostada de aceite y tomate nos hicieron las delicias después del largo viaje y nos dieron fuerza suficiente para llevar a cabo todo lo que teníamos previsto hacer a lo largo del día que nos ofrecía un orbayu pertinaz y continuado como carta de presentación. A la salida del comedor, pedimos al responsable que nos cargara el desayuno a la cuenta de la habitación. 


Oviedo es propietaria de una amplísima oferta cultural y museística amén de la belleza y limpieza de sus calles y edificios que se derraman armoniosamente por un abigarrado y extenso casco histórico de fácil recorrido y calmado caminar por calles llanas. Nosotros, además, pretendíamos hacer un itinerario alternativo visitando parte de las casi cien esculturas y estatuas diseminadas por toda la ciudad, muchas de ellas de autores de renombre universal. Y con esa intencionalidad, salimos a la calle cuando pasaban pocos minutos de las nueve y media. Nuestra primera parada fue casi frente al hotel para visitar el exterior la IGLESIA DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS, conocido también como Las Salesas, que en ese momento se encontraba cerrada, dado lo temprano de la hora. El templo, de estilo neogótico, se construyó a comienzos del siglo XX, aunque su campanario tardó algunos años más en finalizarse. Presenta una elegante fachada con un pórtico de triple arcada del que arranca su elegante torre presidida por una escultura del Sagrado Corazón y coronada por un bello rosetón y un reloj que marca la vida del barrio. Continuamos hasta girar por la calle Dr. Casal y pasamos delante de la BASÍLICA DE SAN JUAN EL REAL, una iglesia muy querida por los ovetenses y que ha tenido diversas ubicaciones en la ciudad a lo largo de los siglos. El templo tiene planta de cruz latina, transepto espacioso, capillas laterales y gigantesca cúpula elevada sobre pechinas, recubierta externamente con cerámica brillante de color rojizo. El exterior es de un gran atractivo por su variedad poli cromática, sobre todo la piedra rosa en el frente, y por la riqueza de volúmenes que ofrece su espléndida fachada, en la que se encuentra incrustada una bomba no detonada de la Guerra Civil. Esta basílica también es conocida porque en ella se celebró la boda de Franco con Carmen Polo y se bautizó a su única hija. En el exterior, en su lateral derecho, hay una escultura en bronce dedicada a SAN JUAN, patrono de la parroquia. Frente a la iglesia, se ubica la escultura también en bronce de LUIS RIERA POSADA, obra de Manuel García Linares, que pretende homenajear al que fuera el primer alcalde de la democracia de la ciudad. Muy cerca, la fachada del BAR EL BURLADERO, imitando la barrera de una plaza de toros, nos arrancó una sonrisa por su originalidad y sentido del humor. Continuamos por la calle Palacios Valdés hasta llegar a la ubicación de la escultura EL DIESTRO, realizada en bronce por el artista malagueño Ortiz Berrocal, en la que se representa el torso de un torero. Poco después llegamos a la calle Pelayo donde nos dimos de frente con otra de las esculturas que buscábamos llamada CULIS MONUMENTALIS, obra en bronce de cuatro metros de altura obra de Eduardo Úrculo. Representa, como su nombre indica, un enorme culo apoyado sobre unas largas piernas. Esta escultura se encuentra a escasos metros del TEATRO CAMPOAMOR, inaugurado a finales del siglo XIX y conocido mundialmente por ser el escenario donde tiene lugar la entrega anual de los Premios Príncipe de Asturias. En el exterior, ante su fachada se encuentra la escultura de bronce ESPERANZA CAMINANDO, obra de Julio López. Representa a una estudiante leyendo de modo distraído un libro que sujeta junto a una libreta y una carpeta, con gran sosiego, simbolizando, tal vez, la tradición universitaria de la ciudad. Tras las correspondiente fotos, cruzamos la calle Argüelles para llegar a la céntrica plaza de la Escandalera, donde nos encontramos con dos grupos escultóricos muy interesantes: una MATERNIDAD en bronce, conocida popularmente como La Gorda, obra de Fernando Botero, y un grupo de tres caballos llamados ASTURCONES, obra en bronce de Manuel Valdés encargada por la entidad financiera Cajastur. Desde aquí continuamos por la calle Fruela donde destaca el edificio espectacular de la JUNTA GENERAL DEL PRINCIPADO DE ASTURIAS, construido a comienzos del siglo XX para albergar la Diputación regional y rehabilitado en la actualidad para acoger al Parlamento asturiano. Desde aquí giramos a la derecha por la calle Rosal y de nuevo a la izquierda por la calle Fontán que nos condujo directamente a la popular y bulliciosa PLAZA DEL FONTÁN, zona de numerosos manantiales en la antigüedad –de ahí su nombre– y que pronto se convirtió en lugar de encuentro de los ovetenses, hecho que propició la aparición de uno de los mercados más antiguos de la ciudad. Aún, hoy continúa siendo uno de los lugares más animados y frecuentados de la ciudad. En el interior de esta pequeña plaza rectangular, constreñida por los edificios que la circundan, entre la fuente y la entrada del Arco de los Zapatos, sentada en un banco se encuentra la escultura en bronce de LA BELLA LOLA, obra de Carmen Fraile. Representa a una mujer sentada, en actitud pensativa, con la mirada ausente y los ojos plenos de añoranza, con la cabeza vuelta para mirar al mar mientras espera la vuelta de su esposo. Paralela a esta plaza se abre otro espacio de mayores dimensiones conocida como plaza de Daoiz y Velarde donde, en uno de sus laterales, se ubica la escultura en bronce de LAS VENDEDORAS DEL FONTÁN., obra de Amador González que representa a dos vendedoras tradicionales de productos de cantarería. La plaza se encuentra cerrada en otro de sus laterales por el impresionante PALACIO DEL MARQUÉS DE SAN FELIZ, también llamado Palacio de los Duques del Parque, única residencia palaciega habitada de la ciudad en la actualidad. Presenta una más que aceptable y trabajada fachada barroca perteneciente al primer tercio del siglo XVIII. Anejo al palacio, formando ángulo recto con él, se encuentra el antiguo edificio de las caballerías del marqués. Toda la plaza es sí es una auténtica preciosidad, siendo muy representativa de esta belleza una larga fila de balcones corridos llenos de flores de multitud de colores, ubicados en las casas que conforman el lateral del Mercado del Fontán que dividen ambas plazas. Desde aquí nos dirigimos a la calle Fierro donde se encuentra el actual MERCADO DEL FONTÁN, prácticamente adosado a los muros de la iglesia contigua. El edificio es una construcción cuadrada del siglo XX, cubierta por una estructura metálica de tonos verdosos muy agradable a la vista, en cuyo interior alberga los numerosos puestos de venta de carne, pescado o fruta. Unos metros más adelante nos encontrábamos en la plaza de la Constitución, en la que sobresale la presencia de dos edificios singulares, el Ayuntamiento, por un lado, y la iglesia de San Isidoro el Real, por otro. El AYUNTAMIENTO se encuentra habilitado en un viejo edificio de comienzos del siglo XVII reconstruido tras sufrir graves destrozos durante el transcurso de la Guerra Civil. Inicialmente estaba apoyado sobre la antigua muralla que circundaba la ciudad, lo que explica la existencia del paso inferior sobre la torre coronada por un reloj y que divide al edificio por la mitad. Toda la fachada está recorrida por una larga galería de soportales que resguardan a los ciudadanos de las inclemencias del tiempo. Por otra parte, la IGLESIA DE SAN ISIDORO EL REAL se ubica en un lateral de la plaza y es una de las más antiguas de la ciudad, ya que fue fundada hacia 1200.  Primitivamente estuvo situada en lo que hoy es la plaza del Paraguas, pasando a su emplazamiento actual en 1770. La fachada, barroca de fina cantería, consta de dos cuerpos. El primero formado por puertas de ingreso, entre las que destaca la central de medio punto sobre las laterales por su tamaño. Este acceso principal está coronado por un frontón barroco, curvo y quebrado donde se ubica una hornacina con la imagen de San Isidoro. Su interior, de tres naves, cuenta con variados y ricos retablos barrocos, destacando sobre todos el que preside el altar mayor. Visitado el templo, continuamos la ruta dirigiéndonos a la calle Sol y girando a la izquierda para llegar a la larga plaza Trascorrales, espacio de una belleza tan sencilla que atrae de tal manera al espectador a base de mostrarle pequeños detalles, que éste se siente casi obligado a permanecer bajo su área de influencia. La plaza se limita en su inicio a ser dos meros pasillos –al encontrarse incrustada en la misma una sala de exposiciones– que se unen majestuosos para conforman un decorado precioso y encantador. Aquí destacan, entre otras, la escultura de bronce dedicada a LA PESCADERA, obra en bronce de Sebastián Miranda; la que homenajea al VENDEDOR DE PESCADO, escultura en bronce de José Antonio García Prieto, que representa a un típico vendedor de pescado, en cuclillas y con una caja de género a su lado; y la que preside el extremo más amplio de la plaza dedicada a LA LECHERA, obra en bronce de Manuel García Linares. Está anclada directamente al suelo y con ella se quiere rendir homenaje a las mujeres que hasta bien avanzado el siglo XX llevaban a lomos de sus burros la leche que distribuían por todo el casco urbano. Desde aquí nos encaminamos hacia la calle Álvarez Folguer, torcimos por la calle Mon y nuevamente giramos a la izquierda por la calle Máximo y Fromestano para llegar a la PLAZA DEL PARAGUAS, utilizada durante algunos años como mercado de frutas y verduras hasta que a mediados de los años veinte del siglo pasado el Cabildo decidió destinar esta plaza de modo exclusivo a la venta de leche. Para ello fue necesario dotar de una cubierta para resguardarse de las recurrentes lluvias o de los calores veraniegos la zona donde las lecheras vendían su género. Y en este hecho radica el nombre de la misma: se levantó un paraguas de hormigón armado para tal fin. Todo el entorno que la rodea es un verdadero encanto donde el silencio apenas se distorsiona por el paso de los pocos viandantes que circulan por sus callejas. Ni que decir tiene que a estas alturas de la mañana seguíamos con los paraguas abiertos y con los zapatos preocupantemente húmedos pues la pertinaz llovizno no había cejado en su empeño ni un minuto. Desde aquí nos fuimos hasta la plaza Corrada del Obispo, desde donde pudimos contemplar en una de sus esquinas la fina aguja de la torre catedralicia. En esta coqueta plaza se encuentran algunos edificios nobles que la embellecen con sus fachadas de piedra labrada. Aquí, por ejemplo, pudimos contemplar el MUSEO DE LA IGLESIA que se ubica en el Claustro de la catedral y que visitaríamos más tarde junto con la visita al templo, y el PALACIO ARZOBISPAL, frente al cual se encuentra el Conservatorio Superior de Música. La fachada de la residencia del arzobispo ovetense cuenta con una puerta de grandes dimensiones flanqueada por los escudos del obispado y enmarcada con sillares almohadillados que le confieren un mayor realce. Dejamos la plaza Corrada del Obispo por la calle San Vicente, desde donde son visibles los muros de la sala capitular y ya se intuye el magnífico ábside de la catedral. Pasamos por delante del Museo Arqueológico de la Comunidad, al que no entramos, y llegamos a la plaza Benito Feijoo, en uno de cuyos laterales se ubica la IGLESIA DE SANTA MARÍA DE LA CORTE, considerada como uno de los mejores paradigmas del clasicismo asturiano. Estaba cerrada y no pudimos visitarla. Frente a la fachada se erige una estatua dedicada a BENITO FEIJOO, que en actitud pensativa dirige su mirada permanentemente hacia los muros del templo. La estatua se ubica en la plaza del mismo nombre y antecede la fachada de la actual Facultad de Psicología, que se encuentra a sus espaldas. Unos metros más abajo se nos muestra el magnífico edificio del MONASTERIO DE SAN PELAYO, construcción de origen medieval, pero cuya fachada de comienzos del siglo XVIII se basa en los mismos parámetros seguidos en los palacios barrocos. En la actualidad acoge el Archivo Histórico Provincial y la Academia de la Lengua Asturiana. Muy cerca de este monasterio, en la intersección de la calle San Vicente con la de Jovellanos, nos dimos de bruces con un bloque de pisos cuya fachada se había pintado con un color amarillo chillón aderezado con retoques verdosos que destacaba sobre el resto de los edificios del entorno. Nos miramos extrañados Concha y yo, pero no supimos concluir si dicha construcción desentonaba o no con el entorno, solo que atraía poderosamente la mirada de los viandantes. 


Faltaban algunos minutos para las once y media de la mañana cuando comenzamos a desandar la calle San Vicente y llegar de nuevo a la plaza Corrada del Obispo, pero ahora salimos por la calle Travesía de Santa Barbara, estrecha calleja situada entre el Palacio Arzobispal y el Museo de la Iglesia. Aquí se puede ver a la perfección el arranque y altura de la antigua torre campanario románica de la catedral, el brazo del transepto y parte de la nave que discurre placentera hasta la fachada principal. Giramos en la calle Santa Ana y pasamos por delante de la IGLESIA DE SAN TIRSO, en cuyos muros están incrustada una falsa ventana románica con tres arcos, cuya contemplación es una verdadera delicia. Girando la mirada al frente es posible contemplar en toda su altura y magnificencia el arranque de la torre campanario ubicada en un lateral de la fachada de la catedral. Acto seguido nos encaminamos hacia la puerta de ingreso para visitar todo el conjunto catedralicio, pero nos llevamos la ingrata sorpresa de que los únicos espacios que se podían visitar era la llamada Cámara Santa, la sala capitular y el claustro bajo, ya que el templo se encontraba cerrado al público pues se estaban llevando a cabo algunas reformas de limpieza y mantenimiento. Abonamos con resignación los ocho euros que nos pidieron por las dos entradas y nos encaminamos en primer lugar a disfrutar de la CÁMARA SANTA que se encuentra ubicada en la Capilla de San Miguel. Corresponde al siglo IX con un estilo claramente prerrománico que, junto con la vieja torre, son las construcciones más antiguas del edificio catedralicio. Es el lugar donde se guardan los tesoros y reliquias más preciadas de la sede ovetense: las cruces de la Victoria y de los Ángeles, reconocidas a nivel mundial como símbolos típicamente asturianos, la Caja de las Ágatas y el Arca Santa, que contiene un gran número de reliquias entre las que se encuentra el Santo Sudario. Estas joyas fueron robadas en 1977, aunque recuperadas en 1981. La cámara consta de dos partes: una cabecera rectangular donde se conservan las reliquias propiamente dichas y que correspondería a la zona del altar y un cuerpo rectangular cubierto con bóveda de cañón soportada por seis pares de columnas pareadas colocadas sobre altos pedestales rectangulares. A los fustes de estas columnas se le adosaron imágenes de los apóstoles pareados, seis a cada lado, que algunas tradiciones los señalan como obra del Maestro Mateo, autor del Pórtico de la Gloria de la catedral de Santiago de Compostela. Todo el conjunto está recorrido por una faja de decoración vegetal. Este apostolado está considerado como una de las obras cumbre de este periodo prerrománico. A los pies de la Cámara Santa, sobre la puerta de entrada, se sitúan tres cabezas correspondientes a una Crucifixión cuyos cuerpos estaban pintados en la pared. Justo en el piso inferior por debajo de esta Cámara Santa se encuentra la CRIPTA DE SANTA LEOCADIA. Tiene forma rectangular rematada con una bóveda de cañón de baja altura. El espacio está dividido en dos, en la entrada está situado la nave y al fondo el presbiterio en el que está colocado el altar. En el suelo son visibles tres tumbas excavadas en la tierra, dos de las cuales están cubiertas por lápidas profusamente labradas. El presbiterio conserva parte del pavimento original. Desde aquí nos dirigimos a visitar la SALA CAPITULAR, de planta cuadrada, obra correspondiente a la última década del siglo XIII que está considerada como el primer edificio gótico del templo. Se cubre con una bóveda en la que los nervios confluyen en una clave única central. Aunque sus ubicaciones en este espacio no son las originales, la Sala Capitular cuenta con dos grandes atractivos: uno es conocido como el Retablo de las Lamentaciones, una escena es de clara tradición flamenca de finales del siglo XV. La imagen de la Virgen en cuyas rodillas reposa el cuerpo muerto de Cristo centra la composición, de ahí su nombre. Otro elemento interesante de esta sala es la Sillería del Coro, de la que solo se conserva una pequeña parte de la obra original, que se ubicaba en la nave mayor del templo. Finalizada la sala capitular nos centramos en disfrutar el magnífico Claustro gótico que nos ofrece la catedral del principado, iniciado a comienzos del siglo XIV y finalizado a mediados del siglo siguiente y que vino a sustituir al antiguo claustro románico previo al actual. Es uno de los claustros más bonitos que hemos visitado por sus dimensiones, su elementos decorativos y sus bóvedas apuntadas. 


Finalizada la visita a la catedral, nos centramos en contemplar la preciosa plaza que se abre ante su fachada principal, la plaza de Alfonso II el Casto, rey asturiano que promovió el embellecimiento de la ciudad e inició la construcción de sus primeros edificios nobles. Con la fachada de la catedral a nuestras espaldas, en el lateral derecho de la plaza se ubican el edificio de una entidad bancaria y el PALACIO DE VALDECARZANA HEREDIA, con una preciosa fachada; en el lateral izquierdo se encuentra la Iglesia de San Tirso; y al frente, la capilla de la Balesquida. Seguía lloviznando y mis zapatos empezaban a dar las primeras muestras de estar al borde del colapso. Pero, a pesar de todo, continuamos nuestro paseo. Antes de abandonar la plaza, nos acercamos a ver de cerca la escultura en bronce que representa al personaje más conocido de las novelas del escritor ovetense Leopoldo Alas “Clarín”, LA REGENTA, ubicada en una esquina de la plaza, cerca de San Tirso. Es obra de Mauro Álvarez que recrea a una dama de finales del siglo XIX. Después de fotografiarla desde todas las perspectivas posibles, incluso con el decorado de la catedral de fondo, salimos de la plaza por la calle del Águila, en cuyos inicios está la estatua de ALFONSO II EL CASTO, ante los muros exteriores de la Capilla de Santa Eulalia de la catedral. A este rey asturiano le tocó vivir uno de los reinados más complicados de los primeros años de resistencia cristiana ante el avance musulmán. Sin embargo, pese a las dificultades tuvo tiempo de embellecer Oviedo para convertirla en sede regia. Continuamos caminando y vinimos a salir al inicio de una de las calles más populares de la ciudad debido a la aglomeración de bares y restaurantes que abundan en ella. Nos referimos a la CALLE GASCONA, conocida popularmente con el sobrenombre del “Bulevar de la Sidra” donde habíamos ido en busca de algún lugar para comer pues la hora que era así lo aconsejaba. Antes del inicio de la calle, en la esquina intersección con la calle Jovellanos, se encuentra la escultura en bronce LA GITANA, obra de Sebastián Miranda. Representa a una gitana de pie, de edad avanzada, con un cesto en una mano y la otra apoyada en el vestido, que luce una pañoleta en su cabeza. Después de dar un par de vueltas, viendo restaurante y carteles con las ofertas de menús, nos decantamos por la sidrería TIERRA ASTUR. El local era bastante amplio con dos zonas claramente diferenciadas, la barra, que en esos momentos se encontraba abarrotada, y la zona de mesas donde era posible encontrar alguna vacía. También había bastante ruido, sobre todo debido a la música que sonaba, las conversaciones de la gente y las risas de algunos grupos. Nos gustó también el hecho de que había una especie de tienda donde era posible comprar productos típicos de la tierra: sidra, quesos, fabes, orujos, etc. Con prontitud se nos acercó un camarero que nos llevó hasta una mesa que se encontraba vacía. Después de leer la carta, nos decantamos por una botella de sidra, unas croquetas de cabrales, un pastel de centollo y un pote asturiano para dos, que nos vino servido en una olla rojiza que nos recordó a las existentes muchos años atrás en nuestras casas. De postre pedimos unos frixuelos con arándanos típicos de la tierra que nos supieron a gloria. Terminado el almuerzo, abonamos treinta y tres euros por todo. 


Abandonamos el local y salimos de nuevo a la calle Gascona, pero esta vez nos dirigimos a la izquierda buscando la calle Foncalada. La lluvia, en ese momento, apenas era perceptible. Pasamos por delante de la escultura en bronce que homenajea a LA GUISANDERA, obra de María Luisa Sánchez-Ocaña. En ella se representa a una mujer entre fogones y a una niña que mira atentamente sus quehaceres y consejos. Atravesamos la calle Víctor Chávarri hasta que llegamos a otro de los extraordinarios monumentos que atesora esta ciudad, la conocida FUENTE DE LA FONCALADA, único ejemplo de construcción de carácter civil con fines de utilidad pública que se conserva. Data del siglo IX. Consiste en un pequeño edificio de sillería de planta rectangular y bóveda de cañón rematado por un tejadillo a dos aguas, que protege un manantial de agua potable que brota del mismo suelo. En el frontón está esculpida en relieve la Cruz de la Victoria con el alfa y el omega colgado de sus brazos. También son apreciables unas inscripciones a ambos lados del arco de medio punto. Con esta visita y nuestros estómagos llenos de buenas viandas, cuando faltaban algunos minutos para las tres y media de la tarde, decidimos iniciar el camino de vuelta al hotel con la intención de descansar un rato y, sobre todo, idear alguna acción que nos permitiera recuperar nuestros zapatos que, a pesar de ser unos buenos ejemplares de piel magnífica, en esos momentos ya presentaban un grado de humedad  interior delicado. En esos momentos, providencialmente, había dejado de llover, circunstancia que aprovechamos para aligerar el paso en nuestra vuelta a la habitación que habíamos reservado. 


El cansancio había empezado a hacer mella en nuestros cuerpos ya que habíamos dormido poco la noche anterior pues habíamos madrugado bastante para recorrer los más de quinientos kilómetros que separan Madrid de Oviedo y nos habíamos dado un buen tute de andar durante toda la mañana. Nada más llegar a la habitación, lo primero que hice fue coger el secador de pelo y aplicar todo el calor posible a los zapatos tanto interior como exteriormente para secarlos. Así estuve durante más de media hora. Llevaba otro calzado en la maleta –unas zapatillas de deporte– pero si la lluvia continuaba esa tarde, no era el tipo de calzado más apropiado para el paseo vespertino. Una vez que consideré que los zapatos habían perdido su humedad interior, dado que no conseguía dormirme, me puse unos calcetines nuevos, me volví a calzar los zapatos y me animé a dar un pequeño paseo por la ciudad solo, pues Concha manifestó encontrarse cansada y prefirió quedarse en el hotel y dormir un rato. Eran más o menos las cinco de la tarde cuando salía de nuevo a la calle Caveda pertrechado con mi paraguas y mi cámara de fotos. Me dirigí al cercano Paseo de los Álamos del Campo de San Francisco, en cuya confluencia de las calles Conde de Toreno y Uría, se halla una escultura en bronce que homenajea a SABINO FERNANDEZ CAMPO, militar ovetense que llegó a ostentar la Jefatura de la Casa del Rey Juan Carlos I. Desde aquí me acerqué a la calle Milicias Nacionales para contemplar una escultura en bronce, obra de Vicente Menéndez, dedicada al cineasta estadounidense WOODY ALLEN. Continué camino bordeando el Teatro Campoamor, pasé al lado de la escultura estudiantil “Esperanza caminando” y me dirigí hacia el lateral que se abre a la plaza del Carbayón donde se encuentra la escultura LA PENSADORA, obra en bronce de José Luis Fernández. Representa a una mujer de formas redondeadas en actitud pensativa. En otra esquina de la misma plaza, ya lindando con la calle Progreso, se ubica un busto sobre pedestal de PLÁCIDO ÁLVAREZ BUYLLA, político español que llegó a ser ministro en el gobierno de Largo Caballero. Al extremo opuesto de la plaza –que parte en dos la calle Manuel García Conde–, se encuentra la escultura en bronce CABEZA DE MANIFESTACIÓN, también conocida como el “Monumento a la Concordia”, obra de Esperanza d’Ors. El conjunto representa a tres hombres y cuatro mujeres desnudos caminando en grupo colocados por parejas. Poco después llegué a la confluencia de las calles Argüelles y Jovellanos donde se abre la plaza Juan XXIII. Allí se encuentra la escultura en bronce AMIGOS, obra de Santiago de Santiago. Representa a un hombre y una mujer desnudos tomados de las manos en una actitud cariñosa, de gran afectividad. Desde aquí me dirigí por la calle San Juan hasta la plaza Porlier en uno de cuyos laterales se abre la fachada del PALACIO CAMPOSAGRADO, actual Tribunal Superior de Justicia del Principado. Frente al palacio, en el lateral opuesto, se levanta un elegante edificio con una bonita torre mirador esquinada que alberga en la actualidad una oficina bancaria. En esta misma plaza, en la intersección de las calles Mendizábal y Eusebio González Abascal, se encuentra la escultura en bronce EL REGRESO DE WILLIAMS B. ARRENSBERG, obra de Eduardo Úrculo. Popularmente es conocida como “El viajero”. El conjunto representa a un hombre de pie, con sombrero de ala y abrigo, rodeado de varias maletas, contra las que descansa un paraguas, como acabado de llegar a la ciudad. Un tercer lateral de la plaza lo ocupa una preciosa fachada del PALACIO MALLEZA-TORENO, lugar de nacimiento del militar golpista Queipo de Llano, según reseña una placa colocada en un extremo de la fachada. Salí de la plaza por la calle de San Francisco donde es posible contemplar delante de la restaurada fachada del PARANINFO DE LA UNIVERSIDAD ovetense la escultura en bronce MUJER SENTADA, obra de Manuel Martínez Hugué. La obra se caracteriza por sus formas redondeadas y las texturas rugosas. En este punto, casi las seis de la tarde, decidí retornar al hotel para recoger a Concha que ya se encontraba preparada para iniciar las visitas planificadas para esa tarde. No obstante, al llegar a la calle Santa Clara pude observar un mural bastante deteriorado llamado VESTUSTA poblado de personajes creador por Leopoldo Alas “Clarín”. Unos metros más adelante, ya muy cerca del hotel, en la plaza de Longoria Carbajal fui recibido por otra escultura llamada MAVI, obra mixta de piedra volcánica y bronce de Santiago de Santiago. Representa el cuerpo de una joven sentada, que sujeta con una de sus manos la cabeza y el pelo a la vez que tapa su cara, mientras la otra mano está cogiendo una de sus piernas a la altura de la espinilla. No había dejado de lloviznar en toda la tarde, aunque los zapatos habían aguantado perfectamente el agua caída. Faltaban pocos minutos para las seis y cuarto de la tarde cuando entraba en la habitación donde ya me esperaba Concha para volver a salir de nuevo. Volví a coger de nuevo el secador de pelo y lo apliqué con dedicación otra vez a la zona interior de mis zapatos para tratar de resecar la posible humedad que tuvieran después de mi paseo vespertino. Poco después –el reloj marcaba casi las seis y media– salíamos otra vez del hotel para repetir prácticamente el mismo recorrido que yo acababa de hacer. Así, volvimos, ahora los dos, por la calle Milicias Nacionales para ver la escultura de Woody Allen. Atravesamos la plaza de la Escandalera y subimos por la calle San Francisco, deteniéndonos un momento ante la fachada del antiguo Colegio de Huérfanas Recoletas, que hoy forma parte del Rectorado de la Universidad de la ciudad. Llegamos a la plaza Porlier y, al igual que yo había realizado en mi paseo anterior, nueva sesión de fotos ante las distintas estatuas por las que íbamos pasando. El orbayu no nos dejaba ni a sol ni sombra y continuó el resto de la tarde a nuestro lado. Fue en este momento, en el tramo de calle que va desde esta plaza hasta la plaza de Alfonso II el Casto, cuando se nos presentó una magnífica visión de la armoniosa mole catedralicia, incluyendo en un solo plano su hermosa fachada y su espigada torre campanario. Fue ahora cuando entramos en la CAPILLA DE LA BALESQUIDA ubicada en una esquina de la plaza, muy cerca de la estatua dedicada al personaje de “La Regenta”. Es una construcción de una sola nave con bóveda de cañón y estilo barroco. El retablo mayor del siglo XVII alberga una imagen de la Virgen de la Esperanza en una hornacina central, flanqueada por dos ángeles. Casi contigua a esta pequeña capilla se encuentra la llamada CASA DE LA RUA, que es el edificio civil más antiguo de la ciudad. Es un bello palacio gótico que en la actualidad promueve eventos sociales de carácter privado. Como la lluvia seguía acompañándonos pertinazmente, decidimos hacer un alto en el CAFÉ TRASLACERCA, en la calle Jovellanos, que en ese momento se encontraba casi solo. Nos sentamos en una de sus mesas y pedimos un un gin tonic y una tónica, que nos fueron servidas con prontitud por el camarero. Abonamos casi ocho euros por las consumiciones. De nuevo volvimos a la plaza de la catedral y, casi a modo de despedida, nos dirigimos hacia la estatua de La Regenta con la intención de tomar unas últimas instantáneas que llevarnos de recuerdo. Continuamos captando pequeños detalles pétreos de la fachada catedralicia y de las hermosísimas puertas que la custodian. Poco después, salimos de la plaza por la calle del Águila para dirigirnos a la misma zona donde habíamos comido a mediodía, la calle Gascona. Ya iba siendo hora de echarle algo de comer al cuerpo y esa noche queríamos cenar una buena mariscada en un local que habíamos visto en nuestra anterior visita, el RESTAURANTE SIDRERÍA ASTURIAS. El local estaba decorado con motivos marineros y de la tierra y, en esos momentos, tenía numerosas mesas ya ocupadas. Un amable camarero nos guio hacia el interior hasta una mesa para dos adosada a la pared. Tras leer la carta, elegimos una ración de lacón con patatas cocidas con un par de cervezas para hacer boca y completamos con un buen plato de marisco, compuesto por una centolla, un buey de mar y numerosos langostinos y nécoras, todo ello regado con una buena botella de sidra. Cincuenta euros pagamos por todo. Repletos nuestros estómagos de comida y bebida, en torno a las nueve y media de la noche iniciamos un paseo tranquilo camino del hotel bajo la llovizna que, aunque más suave en esos momentos, nos seguía acompañando como inseparable compañera de viaje. Una vez en la habitación, una buena ducha nos reconfortó de la caminata de todo el día y nos relajó para ver un rato la televisión recostados en la cama, momento que yo aproveché para volver a pasar el secador de pelo por mis maltrechos y húmedos zapatos. Pocos minutos pasaban de las once de la noche cuando apagamos el televisor y las luces de la habitación para caer en brazos de Morfeo. 


La alarma del reloj sonó diligente a las siete de la mañana. Ese día teníamos planificada una muy completa lista de lugares que visitar: los lagos, Covadonga, Cangas de Onís, Llanes para terminar pernoctando esa noche en Ribadesella. No obstante, antes de abandonar la capital del Principado habíamos previsto acercarnos a visitar dos pequeñas iglesias prerrománicas situadas en una colina cercana que, desde ya lejana nuestra juventud y tiempos estudiantiles, teníamos marcadas como visitas imprescindibles. Nos referimos a las iglesias de San Miguel de Lillo y la de Santa María del Naranco. Así pues, una vez aseados y vestidos, recogimos el equipaje y abonamos en la recepción el importe de la habitación y del desayuno del día anterior. Mientras Concha esperaba en la puerta del hotel con las maletas, yo me encaminé al garaje donde teníamos estacionado el coche. Pocos minutos después abandonamos el hotel y escasos minutos antes de las ocho de la mañana ya teníamos el coche estacionado en un pequeño ensanche de la estrecha carretera que ascendía hasta San Miguel de Lillo. Las vistas de la ciudad desde este magnífico mirador eran espectaculares, aunque el cielo se hallaba encapotado y la lluvia no nos abandonaba ni por un momento. Estábamos completamente solos en aquel entorno privilegiado, donde el verde de los campos y arboledas cercanas era el color predominante y la ausencia de casas y edificios era fácilmente constatable. No había nada ni nadie más en los alrededores que estos dos templos encantadores. También es verdad que, dada la temprana hora que era, ambas iglesias estaban cerradas. El edificio de SAN MIGUEL DE LILLO que hoy contemplamos corresponde a un tercio aproximadamente de la edificación primitiva. Durante la baja Edad Media, la iglesia se derrumbó en parte, reconstruyéndose entonces la cabecera actual. Hoy está en pie el primitivo pórtico y uno de los tramos de la nave original. Exteriormente los muros son recorridos por contrafuertes y en ellos se abren huecos que se adornan con celosías de piedra completamente trabajadas. De la totalidad de celosías del monumento, se conservan cuatro originales. Si mover el coche de su aparcamiento nos dirigimos a la cercana SANTA MARÍA DEL NARANCO que para numerosos historiadores no es sino el Palacio de Ramiro I. El edificio, de planta rectangular, está dividido en dos pisos, uno inferior o cripta que es totalmente cerrada –que no pudimos visitar– y una superior diáfana, unidas por una escalera exterior. La construcción, de cuidada mampostería, está elevada sobre un zócalo de piedra para imprimirle un sentido vertical que se refuerza con los contrafuertes estriados que llegan hasta el tejado. El piso superior es de una sola estancia con miradores a ambos lados y unas ventanas ajimezadas que simulan otro piso en una de sus caras.


Había llegado el momento de abandonar la ciudad. Oviedo había sido una de las urbes que más nos había gustado, con un precioso casco histórico muy concentrado y conservado y muy amable en su recorrido. La capital asturiana nos había sorprendido por la exquisita limpieza de sus calles y parques y el cuidado tan espectacular de sus edificios y monumentos. Y todo ello, a pesar de la lluvia que nos dejó ni un momento de respiro. 

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