jueves, 2 de mayo de 2013

LOS LAGOS Y BASÍLICA DE COVADONGA: CONJUNCIÓN DE LO HUMANO Y LO DIVINO

Finalizada la visita a Santa María del Naranco y San Miguel de Lillo, ambos templos en la ciudad de Oviedo, pusimos dirección hacia la montaña asturiana. Hoy teníamos por delante un día muy completo en cuanto a visitas de espacios naturales, monumentos y localidades. Si todo salía como habíamos previsto, durante la mañana estaríamos en la zona de Los Lagos, la basílica de Covadonga y Cangas de Onís; y por la tarde, completaríamos visitando Llanes y Ribadesella, villa en la que pernoctaríamos. Todas estas reseñas aparecen en otras entradas del blog. Así que, sin más preámbulos nos echamos a la carretera –N-634– para recorrer los noventa y cuatro kilómetros que separan la ciudad de Oviedo y los Lagos, que iba a ser nuestra primera visita del día. 


Eran algo más de las nueve de la mañana cuando, cerca de Cangas de Onís, decidimos hacer una parada para desayunar y lo hicimos en un pequeño bar de carretera del que afortunadamente no recordamos el nombre. Nada más entrar nos dimos cuenta de que éramos los únicos clientes del local en ese momento. Nos dirigimos a la barra y nos aposentamos en uno de sus extremos. Una señora entrada en años salió de lo que debía de ser la cocina y nos preguntó qué íbamos a tomar. Pedimos un té y un café con leche y un par de tostadas de aceite y tomate. La cara que puso la señora al pedirlas generó en nosotros algo de incertidumbre: ¿Tostadas de aceite y tomate? El pan nos llegó calentito y tostado, cubierto de un ungüento amarillento que nos dio la sensación de que era aceite de girasol y el tomate brillaba por su ausencia porque, según nos dijo la señora, no tenía en ese momento. Picoteamos un poco el pan, apuramos nuestras bebidas y pedimos la cuenta. Al menos, el precio –tres euros– no fue elevado. Lo único que sacamos en claro del local fueron tres de botellas de vino blanco “turbio” de la zona –modalidad que no habíamos oído nombrar– que compramos por cinco euros.  


Dejamos a un lado Cangas de Onís y continuamos en dirección a Los Lagos para recorrer los últimos veintidós kilómetros que separan ambas ubicaciones. Durante el trayecto, una vez superado el cruce de Covadonga, el tráfico fue muy escaso o casi nulo. Eso sí, tuvimos que aminorar la marcha del coche un par de veces en la ascensión a los lagos por la presencia de algunos ejemplares de vacas asturianas que en rebaño caminaban con pasmosa tranquilidad por el asfalto de la carretera. A medida que íbamos ganando altura, el cielo se fue encapotando más y más, lloviznando a ratos con mayor o menor fuerza. Ya cerca de la cima la nieve empezó a asomar en las paredes rocosas que perfilaban el arcén de la serpenteante carretera. En un momento dado, en las cercanías del Lago Enol, el paisaje nevado circundante era ya total. Solo quedaba libre la línea negra de la carretera por la que circulamos. También había una especie de bruma espesa que dificultaba la visión a pocos metros. 


Llegamos a los Lagos poco antes de las diez y media. Primero pasamos por el Lago Enol en el que no nos llegamos a detener. Continuamos camino hasta llegar el LAGO DE LA ERCINA, donde, una vez estacionado el coche en el aparcamiento habilitado para ello, ya nevaba abiertamente. Salimos del coche y nos acercamos caminando entre la blanca nieve hasta el mirador que permite una vista espectacular del lago, con la cumbre de Peña Santa de Enol proyectándose hacia el cielo, con sus eternos neveros. Y mientras tanto, el sonido de los cencerros de las vacas que pululaban por los alrededores nos ofrecía un concierto gratuito al aire libre en uno de los espacios naturales más bellos que jamás habíamos visto. No invitaba la climatología a dar largos paseos por los caminos, ya que tampoco íbamos pertrechados ni calzados para pasear por la nieve. Por ello, tras la correspondiente sesión de fotos, decidimos entrar en el establecimiento que había en la zona de aparcamiento, CAFÉ MARIA ROSA. En el interior del local el ambiente estaba caldeado por una estufa de leña funcionando a pleno rendimiento y la temperatura era muy agradable comparada con la gélida que había en el exterior. Nos sentamos en una mesa y pedimos un par de cafés con leche que nos sirvieron con prontitud. Un rato después, volvimos a salir al exterior y subimos al coche para iniciar el camino de vuelta. Al llegar al LAGO ENOL continuaba nevando, aunque volvimos a hacer una pequeña parada para extasiarnos contemplando su idílico escenario natural. Habíamos leído que bajo sus aguas existe una réplica de la Virgen de Covadonga, que los buzos hacen aflorar a la superficie cada ocho de septiembre. Hicimos un intento de acercarnos al Mirador Entrelagos, pero ni la climatología en ese instante favorecía el paseo ni el sendero para llegar al mirador estaba en las mejores condiciones, así que, en previsión de posibles accidentes, declinamos la visita, volvimos de nuevo al coche y comenzamos a desandar los doce kilómetros que separan los lagos de la basílica de Covadonga, donde llegamos pasadas las once y media de la mañana, con las retinas todavía encandiladas de la belleza que habíamos dejado en las alturas asturianas. Dimos varias vueltas con el coche para intentar aparcarlo, acción que presentaba cierta dificultad dado el elevado número de vehículos que había estacionados en ese momento en los alrededores. Finalmente conseguimos dejar el coche en un hueco que había quedado libre en un pequeño ensanche cerca de la rotonda existente en la carretera de ascenso a los lagos. Seguía lloviznando lo cual no nos impidió caminar tranquilamente bajo la protección de nuestros paraguas. Las vistas de la basílica desde este punto eran magníficas, proyectándose el rojizo de sus muros sobre un cielo pardo cubierto de nubes. 


Comenzamos a acercarnos al complejo de la basílica. Llegamos a la ENTRADA DE LOS LEONES, llamada así por dos leones de mármol de Carrara situados a ambos márgenes de la carretera que custodian la entrada al Santuario. Unos metros más adelante llegamos al POZÓN, que es como se denomina popularmente el estanque situado bajo la Santa Cueva, conformado por aguas remansadas procedentes del río Las Mestas. De forma natural, y en épocas de lluvias o deshielo, es habitual ver caer en él un gran chorro o cascada de agua que hace que este sea uno de los principales atractivos del Santuario. Y nosotros tuvimos suerte porque la cascada que en esos momentos se proyectaba sobre el estanque producía un ruido infernal, tal era el caudal de agua que caía. Continuamos el camino de firme irregular por la parte izquierda del Pozón bajo la cueva porque queríamos visitar la FUENTE DE LOS SIETE CAÑOS. Tiene forma de copa de la que caen siete pequeños chorros. Popularmente se la conoce como la “fuente del matrimonio”, porque según una antigua copla del folklore asturiano dice: “La Virgen de Covadonga / tiene una fuente muy clara / la niña que de ella beba / dentro del año se casa”. Volvimos sobre nuestros pasos y ahora sí nos dirigimos hacia una escalinata que asciende por el lado derecho del Pozón hasta la propia cueva. Consta de ciento un escalones que muchos devotos suben de rodillas en acción de penitencia. La SANTA CUEVA alberga la Virgen de Covadonga o la “Santina”, apelativo con el que popular y cariñosamente la conocen los asturianos. La imagen actual es del siglo XVI. Y fue en este lugar, de profunda devoción para los cristianos, donde por primera y única vez me hice una foto al lado de la Virgen, pensando en nuestros amigos Enrique y Luisina. Otro atractivo de la visita consiste en encontrarte con el SEPULCRO DE D. PELAYO, que se encuentra encajado en la pared lateral derecha, antes de llegar a la imagen de la Virgen, restos que fueron trasladados a este lugar en tiempos de Alfonso X el Sabio, en el siglo XIII. La actual capilla que hay en su interior es de estilo neo románico y se construyó a principios de los años cuarenta tras finalizar la Guerra Civil. Desde aquí nos dirigimos al túnel excavado en la roca que da acceso a la explanada de la basílica. Por el camino pudimos contemplar multitud de velas encendidas, tres cruces que se abrían paso en uno de los huecos excavados con vistas al valle y, justo al salir de este túnel, la imagen de LA CAMPANONA, una gran campana monumental que cumple una función meramente decorativa. Pesa cinco mil kilos y mide tres metros de altura. Como elementos decorativos, presenta escenas de la Divina Comedia de Dante. Pasamos por delante del Museo, donde no nos íbamos a detener, y de la Escolanía hasta llegar a una amplia plaza que se abre frente a la fachada principal de la basílica, en uno de cuyos laterales se levanta el MONUMENTO AL REY PELAYO. A su espalda se levanta una gran Cruz de la Victoria, emblema del Principado de Asturias y con su mano parece señalar donde se encuentra la Santa Cueva, lugar donde encontró la protección Divina. Contemplada la escultura, sin más dilación, nos introdujimos en la BASÍLICA, construida en los últimos años del siglo XIX. Es de estilo neo románico y está hecha en piedra rosácea marmórea extraída de las montañas de Covadonga. Consta de una nave central y tres ábsides escalonados, cubierta con aristas, bóvedas de crucería en el crucero y dos altas torres en la fachada occidental, en la que se abre un pórtico de triple arco. En el interior destacan algunas obras de arte, como un cuadro de Luis de Madrazo que representa a Don Pelayo, una aceptable Anunciación y una bellísima imagen de la Virgen. Cual sería nuestra sorpresa al descubrir una capilla en el ábside de la derecha dedicada al Padre Poveda, santo nacido en Linares muy relacionado con el mundo de la enseñanza.

 

Así dimos por concluida la visita a este mágico lugar. Desandamos lo caminado, volvimos al túnel, a la Santa Cueva, a la escalinata por la que bajamos, al Pilón y desde allí al coche. Abandonamos la basílica pasadas las doce y media de la mañana camino de Cangas de Onís. 

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