miércoles, 27 de febrero de 2019

Turquía: DE PAMUKKALE A KUSADASI PASANDO POR AFRODISIAS Y ÉFESO (Día 6)

27 DE FEBRERO

Amaneció un nuevo día y otra vez volvimos a madrugar. Siguiendo la rutina
Medio de transporte para llegar a Afrodisias
diaria que habíamos cogido en los últimos días, después del aseo matinal nos dedicamos a recoger las maletas y dejarlas en la puerta de la puerta de la habitación para que los mozos del hotel las bajaran al autobús mientras nosotros desayunábamos en el comedor. Del desayuno, poco que decir, simplemente que era muy parecido al de días anteriores, con una oferta culinaria abundante para nuestros glotones estómagos, sobre todo el mío. Esto me ha llegado a concluir que la mayor parte de los hoteles turcos –al menos los que visitamos nosotros– tienen una oferta estandarizada muy similar unos de otros. Sí me gustaría comentar que el comedor del hotel era muy grande y a la hora que bajamos nosotros, en torno a las ocho menos cuarto de la mañana, ya había numerosos huéspedes haciendo lo mismo que nosotros íbamos a hacer: desayunar. Finalizado el mismo, nos dirigimos al autobús y tomamos dirección este. Esta noche volvíamos a dormir a la orilla del Mediterráneo del que nos separaban apenas trescientos kilómetros que recorreríamos a lo largo del día después de realizar las visitas que teníamos planificadas: Afrodisias y Éfeso.


En poco más de una hora y media recorrimos los escasos cien kilómetros que separan Pamukkale de Afrodisias, donde llegamos en torno a las diez de la mañana. Esa mañana durante el trayecto nos comentó Erdem que teníamos un problema con la wifi del autobús ya que no funcionaba: había momentos en que captábamos la señal de la misma pero era imposible acceder a ningún contenido. Según nos dijo, llevaba varios días intentando solucionarlo sin poder conseguirlo, aunque esperaba solucionarlo pronto –ni que decir tiene que hicimos todo el viaje sin conseguir conectar la wifi–. Junto a este problema que, de haber funcionado, nos hubiera facilitado una mayor distracción en los desplazamientos realizados, poco antes de llegar a las ruinas de Afrodisias comenzamos a notar unos fuertes botes que daba el autobús en el momento que alcanzaba una cierta velocidad a pesar de que el firme de la carretera era
Tetrápilo. Puerta manumental de entrada
bueno. Así anduvimos hasta que llegamos al punto de recogida para la visita a las ruinas donde Ösdem, nuestro conductor, se acercó a un taller cercano para ver cual era el motivo de esos botes mientras nosotros iniciábamos la visita más maravillosa de todo el viaje, al menos para mí.  El punto de recogido no era ni más ni menos que una explanada a unos ochocientos metros aproximadamente del yacimiento; en ella pudimos observar un local dedicado a los turistas: venta de recuerdos, té, agua, etc. y dos tractores con sendos remolques bajos adaptados para el transporte de pasajeros: se les había añadido unos bancos corridos en los que se podían sentar perfectamente unas veinticinco personas. Los colores con los que estaban decorados –unas franjas verdes laterales y otra blanca central– nos trajeron recuerdos de nuestra tierra. Y así, de esta guisa, con una sonrisa dibujada en la cara, subimos al remolque y nos fuimos repartiendo por los distintos bancos. Parecía que fuéramos de romería era el comentario de algunos, que nos vamos de aceituna, reían otros. En poco más de un par de minutos nos bajamos porque los tornos de acceso a las ruinas se encontraban frente a nosotros. La primera sensación fue de mucho frío; veníamos calentitos de la calefacción del autobús y al bajarnos, la temperatura exterior dio un bajón espectacular; a ello se unía una ligera brisa que hacía que la sensación térmica medio ambiental fuera aún menor. No obstante, a medida que el cuerpo se fue aclimatando a la temperatura exterior, ese frío, que pensábamos que nos iba a molestar durante la visita a las ruinas, fue desapareciendo poco a poco.

Afrodisias es una verdadera maravilla completamente desconocida para el gran público. Si a esto le añadimos que realizamos la visita totalmente solos, el éxtasis se multiplica por mucho. Estas ruinas de origen griego, que se encuentran muy cerca de la localidad de Geyre, reciben el nombre de Afrodisias por la diosa Afrodita cuya estatua residía en el templo que tenía dedicado en la ciudad. Según nos había comentado previamente Erdem, la ciudad fue construida cerca de una cantera de mármol que fue utilizada extensamente durante la época helenística y del Imperio romano. Las esculturas hechas a partir de éste, convirtieron a Afrodisias en un centro artístico famoso durante la era romana. Sin embargo, tras la desolación causada a lo largo de los siglos por varios terremotos, la ciudad fue abandonada hasta mediados del siglo XX cuando comienzan las excavaciones en la zona. La entrada a la ciudad está acompañada de numerosos sarcófagos con una bella decoración de guirnaldas y figuras humanas, dispuestos aleatoriamente en el espacio existente entre la tienda del museo y el museo propiamente dicho. Desde allí iniciamos la visita dando dando una vuelta completa al recinto en la que pudimos observar y disfrutar de los restos que aún se conservan. En primer lugar nos dirigimos hacia el Tetrápilo o entrada monumental, construido en el siglo II a.C. con el  propósito de hacer de este una entrada decorativa a la ciudad, situándose en frente del templo de Afrodita. Muy cerca de esta entrada monumental se encuentra la tumba de Kenan Erim, arqueólogo neoyorkino, principal impulsor de la puesta en valor de estas ruinas y que vio cumplido su sueño de ser
Estadio de Afrodisias
enterrado en este lugar. Desde allí nos desplazamos hasta el estadio. Yo creo que mis pupilas no se han dilatado tanto en su larga vida. Todo un estadio romano prácticamente completo ante nuestros ojos: graderío, vomitorios, arena... Dicen los expertos que es el mejor conservado de todos los estadios romanos. Tiene doscientos sesenta y dos metros de largo y casi sesenta de ancho, y cabían  en este más de treinta mil personas, teniendo treinta filas de asientos en cada lado y extremo. La pista medía unos doscientos veinticinco metros de largo por  por treinta de ancho.  Con la impresión todavía latente, encaminamos nuestros pasos hacia el templo de Afrodita, cuya construcción se inició aproximadamente en el siglo I a.C., durante el reinado de Augusto, y se terminó durante el reinado de Adriano en el siglo II d.C. Para su construcción se utilizó abundante mármol de las montañas cercanas al lugar. Constaba de más de trece columnas jónicas a cada lado y ocho columnas en la parte delantera y trasera (de las cuales quedan catorce actualmente). Desde allí nos dirigimos hacia el Buleterión, también llamado Odeón. Se trata de un edificio que se utilizaba tanto como “Consejo Municipal o Parlamento” o como “sala de Conciertos”, con el techo cubierto, con un aforo de mil setecientas cincuenta personas aproximadamente. Estaba construido en mármol blanco y azul, con leones a los pies de las columnas y al borde de la escena. Estos leones daban sensación de fuerza y estética. Después pasamos por las Termas de Adriano, baños públicos que constaban de sitios para actividades gimnásticas y lúdicas. Fueron construidos en el siglo II, durante el mandato del emperador Adriano. Están presididas por una estatua de Apolo y aún es perfectamente visible parte de la solería del recinto. Más tarde caminamos hacia el Ágora que era la zona pública o mercado. Estaba situado en el centro de la ciudad, entre el Templo de Afrodita y la acrópolis. Fue construido en el siglo I a. C. Estaba formado por dos largos pórticos de estilo jónico, de hasta doscientos metros de longitud, entre los cuales destacaba sobremanera una enorme fuente toda ella de mármol blanco. de un metro de profundidad y de ciento setenta y cinco metros de largo.
Pórtico de Tiberio
Si solo los restos majestuosos de los edificios que estábamos visitando  ya sólo de por sí nos impresionaban, más impactaba la visión de la enorme cantidad de restos ubicados en distintos espacios del recinto, listos para ser restaurados con lo cual la belleza de todo el conjunto aumentaría de un modo considerable. Pasamos a continuación por el Teatro, construido en la segunda mitad del siglo I a.C., en lo alto de la ciudad, y  dedicado a Afrodita. Lo que hoy podemos ver es una ampliación romana del teatro griego original. Poseía dos partes, el auditorio y el palco. Al principio se usó para exhibiciones y encuentros públicos, donde los actores debían llevar máscaras y hablar en alto. Tenía una capacidad para ocho mil espectadores, sentándose hombres y mujeres por separado. Por comentarios de Erdem supimos que fue reconstruido en 1966, lográndose que las gradas quedasen casi íntegras,  así como el escenario. Y casi sin querer, la visita iba finalizando. No obstante, quedaban tres autenticas joyas que visitar: el Pórtico de Tiberio, mandado construir por el emperador del mismo nombre, es una gran pared conformada por muchos bloques de frisos, decorados con cabezas de personajes mitológicos, históricos o simples máscaras teatrales que se enlazan entre sí con guirnaldas; el Sebasteión, conjunto de edificios de carácter religioso, dedicado al culto de César Augusto y a la diosa Afrodita. Se construyó en el siglo I d.C. Está formado por una gran patio de catorce metros de ancho por ochenta de largo, con dos pórticos y  dos columnas a los lados. Estaba
Sebasteión
cubierto de relieves sobre dioses,  héroes mitológicos y emperadores romanos; y, finalmente, el Museo de Afrodisias, de construcción moderna, se abrió al público en 1979. Contiene todos los hallazgos arqueológicos de la ciudad, descubiertos en las excavaciones realizadas en el siglo XX. Entre estos, destacan las esculturas de mármol de la ciudad, sobre todo la estatua de culto de “Afrodita, que es la más famosa. En éste museo se hallan los relieves del Sebasteión, edificio dedicado al culto de los Emperadores (Sebastos es en griego el equivalente al latino Augusto, y de ahí viene el nombre). Así pues, de todo esto pudimos disfrutar en la más absoluta tranquilidad ya que los únicos visitantes de la ciudad en aquellos momentos éramos nosotros. Finalizada la visita, después de pasar por los servicios y por la tienda del museo donde algunos compraron algún recuerdo y otros tomamos té caliente para combatir un poco el fresco que hacía en aquel momento, volvimos a subir al remolque del tractor que nos estaba esperando para devolvernos a la parada oficial donde aguardaba nuestro autobús, con la avería ya solventada. Eran poco más de las doce cuando iniciamos el trayecto hacia las ruinas de la antigua ciudad de Éfeso de la que nos separaban escasos ciento sesenta kilómetros.

Poco antes de las dos de la tarde paramos en el Oasis Park Restaurant situado en la carretera de entrada a la localidad de Selçuk, ciudad con poco más de treinta y cinco mil habitantes. Selçuk es uno de los destinos turísticos más importantes de Turquía debido, fundamentalmente, a las cercanas ruinas de Éfeso, la llamada Casa de la Virgen María y la riqueza que atesora su museo local. El restaurante tenía una amplia terraza ajardinada aunque nosotros entramos al recinto cerrado del mismo pues, aunque hacía sol y el cielo estaba despejado, corría una leve brisa que enfriaba el ambiente. Nos sentamos todo el grupo en una mesa larga y allí empezaron a traernos el menú apalabrado consistente en varios platos pequeños con unos entremeses variados: crema de yogur, ensalada de berenjena, verduras con mahonesa y muhammara; después nos sirvieron una especie de empanada rellena de verdura y carne y finalmente unos pinchos de cordero que estaban bastantes apetitosos. Todo ello regado convenientemente con abundante agua y unas cervezas Tuborg al precio de veinte liras turcas cada una. Esta cerveza es la versión turca de la danesa Tuborg, propiedad del grupo Carlsberg, que se estableció en la ciudad de Esmirna en 1969, siendo una primera compañía privada que se estableció en el país. Esta cervecera tiene la fábrica de cerveza más grande del país. Tras la comida, volvimos a subir al autobús y nos encaminamos hacia la ciudad de Éfeso que se encontraba a menos de cinco kilómetros del restaurante.

Cuenta el mito que la antigua ciudad de Éfeso fue fundada por Androclos, rey
Puerta de Hércules
de Atenas. Androclos recibió el augurio por parte de los sacerdotes del oráculo de Delfos de que fundaría una nueva ciudad a la que le guiarían un pez y un jabalí. Tiempo después, mientras cocinaba unos pescados, uno de estos cayó al suelo y espantó a un jabalí que se escondía en los alrededores. Androclos lo persiguió hasta darle muerte, erigiendo Éfeso en el lugar donde sacrificó al animal. Corría el siglo XI a.C. Siglos después, la ciudad fue engrandecida por los romanos que la fijaron como puesto de mando en Asia. La ciudad creció enormemente debido al variado comercio que permitía su cercano puerto, perdido en la actualidad por los sedimentos depositados por el río Caístro. También fue un centro cultural y religioso de gran importancia, teniendo como eje a la diosa Artemisa, cuyo tempo era considerado como una de las siete maravillas del mundo antiguo. Se cree que por esta ciudad pasaron personajes de la talla de San Pablo, Heráclito, Cleopatra y Marco Antonio, entre otros. También fue elegido por San Juan Evangelista para escribir su Evangelio y cumplir su promesa a Jesús de cuidar de la Virgen María, que vivió y murió en esta ciudad. Éfeso alcanzó su cénit en torno a los siglos I y IV d.C., cayendo después en el ostracismo y olvido durante muchos siglos. Lo que hoy en día podemos ver y visitar de las ruinas de
Éfeso se podría resumir de un modo muy conciso del siguiente modo: la ciudad tiene dos entradas, la principal situada cercana al teatro y a la biblioteca de Celso, y la secundaria ubicada en las cercanías del Odeón, del Pritaneoo, del Templo de Isis o las termas de Vario, entre otros edificios. Entre la entrada secundaria y la principal se prolonga en una suave pendiente una larga calle a cuyos lados se encuentran los mejores restos de los antiguos edificios griegos y romanos. Nuestro autobús nos llevó a la entrada secundaria para iniciar la visita desde aquí y finalizarla para salir por la entrada principal, donde de nuevo nos estaría esperando el conductor para evitar tener que dar el rodeo que nos llevara a la entrada secundaria.
Templo de Adriano

Una vez pasado los tornos de acceso, Erdem nos reunió a todos en torno a una maqueta idealizada de la ciudad y allí nos explicó con todo lujo de detalle la historia, importancia, evolución y declive de la misma, tras lo cual comenzamos la visita propiamente dicha. Lo primero que pudimos observar a derecha e izquierda fueron los restos de las Termas de Vario –cuyo intrincado sistema de cañerías sigue aún llamando la atención–, el Pritaneo –ayuntamiento de la ciudad, donde aún pueden apreciarse las altas columnas dedicadas a Artemisa: en él ardía el fuego sagrado alimentado por los curetes, nombre reservado en un principio en la mitología griega para los semidioses y que se terminó usando también para nombrar a los sacerdotes–, el Odeón –destinado a acoger las reuniones de los administradores y senadores de la ciudad, con una capacidad superior a los mil cuatrocientos asientos–, la fuente de Polio –construida a finales del siglo I d.C. y sirvió como tumba en honor a Gayo Polio mandado construir por su hijastro en el siglo I d.C.–, el templo de Domiciano con estatuas de Ulises y Polifemo en los nichos sobre sus columnas– y el monumento de Gayo Memmio –situado en la plaza de Domiciano y donde se pueden apreciar las figuras del padre y el abuelo de Memmio en los bloques sobrevivientes; la estructura tiene cuatro fachadas–. También destacaba sobre manera en la citada plaza de Domiciano un relieve donde se representaba a la diosa Atenea Niké, realmente espectacular. Justo en ese lugar se encontraba la llamada Puerta de Hércules que daba comienzo a la maravillosa Vía de los Curetes. Como no podía ser de otra manera, también en Éfeso había fotógrafos para turistas. El que nos tocó a nosotros se situó pasada la Puerta de Hércules e iba fotografiando a todo aquel que pasaba por ella. Imaginaba que a la salida del recinto estarían nuestras fotos expuestas para ser compradas por todos aquellos que quisieran. Eso sí, f
Fuente de Trajano
ue un verdadero placer recorrer la Vía de los Curetes prácticamente solos, sin nadie que molestara para poder hacer las fotos que quisieras –sobre todo, después de ver fotos en internet donde una verdadera marea humana se movía por esta antigua calle–. La Puerta de Hércules recibe este nombre por los dos pilares situados uno enfrente del otro. La piedra está decorada con dos figuras en relieve que representan a Hércules vestido con la piel del león de Nemea, ciudad del Peloponeso donde habitaba en sus bosques un león, matado por Hércules en uno de sus dos trabajos. Se cree que estos pilares fueron colocados al comienzo de la Vía de los Curetes para impedir el paso de carros ya que este espacio estaba reservado para los peatones. Desde allí, a pocos metros nos encontramos con la espléndida Fuente de Trajano, de
dicada a la diosa Artemisa con una altura de unos nueve metros. Justo al lado, el Templo de Adriano, del siglo II d.C., presidido por una magnífica cabeza de Medusa. Casi enfrente pudimos ver las  letrinas, lugar que servía como baño público para los ciudadanos y que tan difícil de imaginar nos resulta su utilización colectiva. Muy cerca ya de la biblioteca, a mano izquierda según bajábamos, estaba la Puerta de Adriano, objeto de restauración reciente. Y cómo no, nos dimos de bruces con el monumento más conocido de Éfeso, la Biblioteca de Celso. Construido en el año 100 D.C. en honor al senador
Biblioteca de Celso y Puerta de Maceo y Mitrídates (derecha
Tiberio Julio Celso por su hijo, además de una biblioteca, fue pensada para que fuera la privilegiada tumba del político. Aunque fue destruido en torno al año 270 A.C, ya en el siglo XX se restauró hasta ser el monumento mejor conservado de los que forman el conjunto de Éfeso. Y sobre este inmortal escenario nos hizo una foto de grupo el fotógrafo que nos había rondado toda la tarde. Haciendo esquina con la biblioteca pasamos por la Puerta de Maceo y Mitrídates, puerta monumental que permitía la entrada al Ágora Comercial, conocida como Tetrágonos Ágora, conformada por un gran patio central cuadrado de unos cien metros, porticado en dos de sus lados en los que se concentraban las oficinas administrativas y de negocios y un tribunal judicial. En una esquina, justo pasada la puerta de Maceo y Mitrídates, a mano derecha, en un habitáculo pequeño, pudimos disfrutar de una copia de la diosa madre Artemisa Polimasta –múltiples pechos–. Y finalmente, para terminar la visita en pleno asombro de todo lo que habíamos visto hasta ese momento, se nos presentó ante nosotros el gran
Teatro de Éfeso,  construido en el periodo helenístico con capacidad para veinticinco mil espectadores. Fue uno de los grandes teatros del mundo antiguo, sirviendo para múltiples eventos como conciertos, artes escénicas o actividades deportivas. Un terremoto lo destruyó en el siglo III. Frente al teatro surgía majestuosa una nueva avenida con grandes losas de mármol blanco, la llamada Vía del Puerto. Como dato curioso, hacía mitad de la Vía de Mármol, calle que discurría entre la biblioteca y el teatro, junto a una de las entradas al Ágora Comercial, una de las losas del suelo contenía una serie de grabados –un pie, una casa, o una serie de puntos– que, según nos comentó Erdem, eran las indicaciones precisas para llegar al burdel de la ciudad, casa que se ha localizado porque entre las esculturas que aparecieron cuando se excavó se encontró una estatua de Príamo con un falo de gran tamaño.

Sé que dejamos atrás muchos otros restos importantes que no vimos o lo hicimos con demasiada prisa, como por ejemplo las llamadas Casas de la Colina, muy cerca del Museo, conocidas por las pinturas murales al fresco que se han ido rescatando con las últimas intervenciones arqueológicas y que tenían una entrada de acceso independiente de la visita al conjunto de la ciudad de Éfeso. O incluso, la visita al Museo de Éfeso, situado en la localidad de Selçuk, que también tenía una entrada de acceso específica, donde habríamos admirado restos arqueológicos encontrados en las excavaciones, así como objetos y utensilios de esa época en sus diferentes salas. ¿Cómo definir el día de hoy? Maravilloso, sorprendente, extraordinario, increíble, mágico… Primero, Afrodisias, y luego, Éfeso. Solo por este día había merecido la pena el largo viaje.


Desde allí, tras comprar un par de imanes para el frigorífico y las correspondientes fotos del fotógrafo que nos acompañó prácticamente desde la Puerta de Hércules hasta la Biblioteca de Celso, donde nos hicimos una foto de grupo, subimos al autobús pasadas las seis de la tarde y nos dirigimos hacia el hotel que teníamos reservado del que nos separaba una distancia de poco más de veinte kilómetros. El Marina Hotel, cuatro estrellas, estaba situado a escasos metros del puerto marítimo de Kusadasi, localidad de poco más de cien mil habitantes, dedicada exclusivamente al turismo. Llegamos al hotel bastante
Kusadasi. Marina Hotel. Vista del puerto desde la habitación.
cansados por lo que, una vez repartidas las llaves de las distintas habitaciones, nos encaminamos a las mismas para darnos una buena ducha y relajarnos hasta la hora de la cena. La habitación que nos había correspondido se veía decente y era bastante amplia con dos camas grandes; sobre una mesa teníamos un hervidor de agua y bolsas de té y café además de azúcar, además de unas botellas de agua Teníamos unas vistas muy agradables desde el balcón de la habitación, ya que abarcábamos gran parte de la costa de la ciudad así como el puerto marítimo. Más tarde, bajamos al comedor decorado con tonos azules y fotos antiguas de la ciudad. La oferta de menú era similar a la de hoteles anteriores y comimos, al menos yo, con la misma gula de siempre; eso sí, acompañamos la cena con una buena cerveza Tuborg, marca muy extendida por esta zona del Mediterráneo, mar que habíamos perdido cuando salimos de Antalya. Finalizada la cena, nos dirigimos cada uno a su habitación donde nos tomamos un té caliente para tratar de conseguir un sueño reparador después de preparar las maletas para el día siguiente, donde íbamos a visitar la antigua Pérgamo y Troya. La verdad es que emocionaba poder decir estos nombres legendarios y que en breve podríamos contemplar en directo.

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