En breves horas se iba a hacer realidad uno de los viajes con los que habíamos soñado a lo largo de muchos años y que, por unas cosas u otras, habíamos ido posponiendo. Esta vez iba a ser realidad conocer las principales ciudades del norte de Italia. Ya habíamos recorrido en viajes anteriores Roma, Florencia, Siena o Pisa, y ahora tocaba callejear por Milán, Turín, Venecia o Verona, entre otras. Compramos los billetes de avión con tiempo suficiente –allá por el mes de junio– después de haber hecho un seguimiento en la evolución de los precios y en la selección de los días del mes en que los billetes eran más económicos, ya que nos daba igual volar un lunes, un martes o un jueves. Elegimos la compañía Ryanair que era la que nos ofrecía unos vuelos que se adaptaban perfectamente a nuestro bolsillo y a nuestro horario, pues queríamos estar en Milán lo más temprano posible y, a la vuelta, tomar el último avión que despegara con destino a Madrid. Finalmente, compramos dos billetes con salida desde la capital española y aterrizaje en el aeropuerto de Orio al Serio de Bérgamo. En sentido inverso, desde la ciudad italiana volaríamos a Madrid. Pagamos un total de 122 euros por los billetes de ida y vuelta, la elección de asientos y el embarque prioritario. Nuestro avión despegaba de Madrid a las 9:45 y aterrizaba en Bérgamo a las doce de la mañana. La noche anterior dormimos en Paracuellos de Jarama y esa mañana, poco antes de las siete y media pues no teníamos que facturar equipaje alguno, nos dirigíamos al puesto de control policial del aeropuerto Adolfo Suárez-Madrid-Barajas. El vuelo, aunque salimos unos minutos tarde, llegó puntualmente a Bérgamo. Recogimos nuestro equipaje de las cabinas superiores y nos dirigimos hacia la salida de la terminal. Allí cogimos un autobús a las 12:20 horas de la compañía Orio Shuttle que nos llevaría hasta la piazza Luigi di Savola situada en un lateral de la estación de ferrocarril Centrale FS de Milán. En apenas cincuenta minutos superó los escasos cincuenta kilómetros que separaban ambas ciudades. Pagamos veinte euros por los dos billetes que nos habrían salido un poco más económicos si los hubiéramos comprado de ida y vuelta, cosa que no podíamos hacer porque nuestra vuelta al aeropuerto la haríamos desde Bérgamo, ciudad en la que se encuentra.
Desde aquí nos dirigimos hacia el restaurante Il Tavolino, sito en la vía Pirelli esquina con vía Fara, situado a menos de cinco minutos de la estación del tren. Allí, siguiendo las instrucciones de la señora a la que le habíamos alquilado el apartamento, teníamos que recoger las llaves. Y así ocurrió. Nos presentamos a unos de los camareros que nos dirigió a una señora que nos entregó un sobre que contenía las llaves del apartamento, situado en la vía Fabio Filzi, 9, a unos cien metros del restaurante. Lo habíamos reservado a través de AIRB&B después de darle mil vueltas. Elegimos este porque, en primer lugar, estaba muy cerca de la estación metro y de ferrocarril, medio de transporte que íbamos a utilizar bastante estos días para ir a Turín, al lago Como y a Venecia; en segundo lugar, tenía parada de tranvía en la puerta del edificio; y, en tercer lugar, en los alrededores había farmacias, bares, restaurantes y supermercados. Pagamos por él 288 euros por cuatro noches. Eran algo menos de las dos y media cuando abrimos la puerta exterior del bloque que daba a la avenida y entramos a un amplio zaguán; hicimos igual con una segunda puerta de hierro negro situada a la izquierda, accedimos a un minúsculo ascensor con doble puerta en el que a duras penas entramos los dos y las dos maletas que tuvimos que poner una encima de la otra, y subimos hasta la quinta planta. El apartamento era amplio. Una vez superada la puerta desde el rellano, entrabas a un pasillo que se abría a la izquierda para ir al dormitorio, al frente para el cuarto de baño y a la derecha para llegar al salón comedor y la cocina. Las dos estancias eran muy espaciosas: en el dormitorio había una cama bastante grande, unas mesitas de noche, un armario empotrado con un gran espejo cuyas puertas no corrían por los rieles demasiado bien, una estantería situada junto al ventanal y una segunda cama más pequeña que aprovechamos para colocar las maletas abiertas. Todo el piso era muy luminoso y todas las dependencias tenían ventanas exteriores a la calle. El cuarto de baño, un poco estrecho, para mi gusto, disponía de todos los accesorios, así como gel, jabón, champú y toallas suficientes para los cuatro días que íbamos a estar en él. El salón comedor era enorme: un sofá con una mesa pequeña delante; a la derecha de este, un mueble con varios libros en diversos idiomas y con folletos turísticos de la ciudad; a la izquierda, un aparador con un espejo por encima; al frente, una mesa redonda de cristal con cuatro sillas y una chimenea que, evidentemente, no encendimos. Aquí nos dimos cuenta de que el apartamento no contaba con ningún televisor, ni grande, ni pequeño, ni viejo ni nuevo. Sin embargo, en la publicidad sí figuraba que había uno. También en las fotos del apartamento que vinos, había una botella de champán con dos copas en la mesa del salón que nosotros tampoco vimos, aunque este detalle era nimio. Desde el salón se accedía a la cocina que era la zona más descuidada; en un rincón había una mesa redonda pequeña con dos sillas, que nos venía muy bien para el desayuno; el mobiliario de cocina era numeroso, pero el contenido muy escaso. Tampoco había microondas, con lo cual te obligaba a estar calentando continuamente cazos con agua para hacer algún café o una infusión. La cocina contaba con cubiertos, vasos, platos, tazas y algunas ollas. Pero, a diferencia de otros apartamentos donde habíamos estado con anterioridad, carecía de coas tan simples como sal, azúcar o servilletas, por ejemplo. Terminaremos de hacer una valoración global del piso en los últimos párrafos de las entradas dedicadas a Milán, que ya le hicimos llegar en su momento a su propietaria Silvia a través de la web de AirB&B.
Una vez que habíamos dejado las maletas en el apartamento y nos habíamos refrescado un poco, nos echamos a la calle para iniciar nuestra planificación de visitas a la ciudad en la que íbamos a estar los dos días más las horas que nos sobraran de los viajes que teníamos pensados realizar a Como y Turín. Lo primero que hicimos fue acercarnos a la estación de metro de Centrale FS y comprar dos tarjetas de transporte válidas para cuarenta y ocho horas por un total de 16,50 euros. Con ellas en la mano nos dirigimos a la estación del Duomo, donde antes de salir a la calle, nos sentamos en el BAR ALBERTO CAFÉ, sito en el interior la estación y pedimos dos bocadillos calientes de un tamaño más que razonable y dos cervezas por lo que pagamos doce euros. El quedarnos aquí fue debido a la hora, algo más de las tres de la tarde: donde fuéramos no íbamos a encontrar muchos bares con la cocina abierta dado la hora que marcaba el reloj. Cubiertas las necesidades alimentarias, salimos a un lateral de la PIAZZA DEI DUOMO. La impresión que uno se lleva al encontrarse con la inconmensurable fachada de la catedral milanesa es algo difícil de narrar. Además, la plaza parecía un hormiguero humano, apenas quedaban algunos huecos vacíos donde no hubiera un grupo de personas hablando, cantando, bailando vestidos con trajes regionales o caminando. IL DUOMO es de estilo gótico, con fachada neogótica. No se conoce el arquitecto que diseñó el templo que inicia su andadura a finales del siglo XIV, siendo consagrada treinta años después, aunque continuó inacabada hasta el siglo XIX, cuando, por mandato de Napoleón, se logra terminar la fachada. Las puertas de bronce de la entrada principal son dos monumentales obras de arte. Están dedicadas a la Virgen María, narrando cada recuadro una escena de los evangelios. Cuentan que para volver a la ciudad no hay nada mejor que tocarle el pie a Jesús preso en la columna, aunque otros dicen que hay que tocar primero la del carcelero, que presentan una pátina más brillante por estar más tocada. El templo tiene planta de cruz latina, dividida en cinco naves, siendo la central más elevada, transepto y un gran ábside en la cabecera someramente disimulado con la construcción de capillas a su alrededor. El principal material para su construcción es el ladrillo que se recubre con mármol rosado. Otros tesoros que alberga la catedral son el presbiterio, las puertas interiores de las sacristías y el conocido candelabro de Trivulzio. Pero, como buenos humanos a los que nos atrae lo trágico y lo tétrico, si algo atrae poderosamente la atención de los visitantes esa es la escultura de San Bartolomé que se nos presenta cubriendo sus desnudeces con una especie de túnica. Pero si nos acercamos un poco a la escultura vemos que esta túnica nos es ni más ni menos que la piel arrancada al santo. Este detalle se aprecia con mayor claridad si se observa la parte trasera de la escultura. Según habíamos leído, este santo era el patrón del gremio de los curtidores de pieles. Tiene su puntito el que alguien que es despellejado termine siendo patrón de estos trabajadores. La visita a la catedral, que es gratuita, se completa con la subida a los tejados, actividad que haríamos en los siguientes días. Volvimos de nuevo a la piazza y nos fijamos en el MUSEO DEL NOVECENTO, pinacoteca dedica a albergar obras de arte moderno y contemporáneo. Se ubica en el efectista Palazzo dei Arengario, conformado por dos edificios simétricos. Atesora obras de artistas de reconocido prestigio como Picasso, Mondrian o Kandinsky entre otros. A su izquierda se encuentra el PALAZZO REALE, durante muchos siglos residencia real o sede del gobierno de la ciudad. Hoy en día funciona como centro cultural sede de numerosas exposiciones. Desde aquí nos dirigimos a visita la CHIESA DI SAN GOTTARDO IN CORTE, construida en ladrillo rojizo, con decoraciones de mármol incrustadas en sus paredes a base de galerías de arquillos ciegos. Su torre campanario octogonal es una verdadera preciosidad y sobre ella se instaló el primer reloj público de la ciudad. Desde allí, recorrimos los escasos metros que nos separaban de la CHIESA DI SAN BERNARDINO ALLE OSSA que, al igual que otras muchas iglesias en otras muchas ciudades, tiene una sala cuyas paredes se encuentran cubiertas de huesos humanos que forman parte de la decoración. Salimos por la derecha de la iglesia hasta llegar a la estatua de Carlo Porta, principal poeta del dialecto milanés. Aquí nos volvimos a encontrar de nuevo en la lejanía con La Madonnina, estatua de cobre dorado que representa a la Asunción y está situada en el chapitel mayor de la Catedral. Continuamos camino por vía Larga hasta llegar a los jardines de la piazza Armando Diaz, donde se encuentra una novedosa escultura llamada La Fiamma dei Carabinieri, que representa una granada inflamada, símbolo de los carabinieri. Giramos a la izquierda para dirigirnos a la CHIESA DI SANTA MARÍA PRESSO SAN SATIRO, dedicada a San Satiro, confesor y hermano de los Santos Ambrosio –iglesia que veríamos al día siguiente– y Marcelina. Fue construida a finales del siglo XV sobre los restos de otra más antigua. Tiene una preciosa torre campanario en ladrillo rojo con galerías de arquillos ciegos. Aunque con un papel secundario, entre los muchos arquitectos que trabajaron en esta iglesia a lo largo de los siglos, se encuentra Bramante. Continuamos por la vía Spadari donde nos encontramos con una magnífica fachada en la que sobresalía las trabajadísimas rejas modernistas de sus balcones. Llegamos al patio delantero de la PINACOTECA AMBROSIANA, el museo más antiguo de la ciudad fundado a comienzo del siglo XVII. La institución nació para asegurar una formación cultural gratuita a cualquiera que tuviera cualidades artística o intelectuales. Entre los artistas de los que atesora alguna de sus obras se encuentran Leonardo, Botticelli, Tiziano, Mengs, Rafael o Caravaggio, entre una pléyade de nombre. Retomamos dirección a la catedral para acceder a través del passaggio Duomo a la PIAZZA MERCANTI, un magnífico ejemplo de plaza medieval donde destacan palacios tales como Palazzo della Ragione, símbolo del periodo comunal milanés, construido en ladrillo rojizo y que tenía cubierta con lonas parte de su fachada por estar en proceso de restauración, la Loggia degli Osii, situada en el lado opuesto, decorado con estatuas y escudos y que en la actualidad es sede de una entidad bancaria, o el Palazzo delle Scuole Palatine. En el centro de la plaza hay un pozo del siglo XVI, donde dos columnas jónicas sostienen un arquitrabe coronado por un frontón. Llegamos de nuevo a la piazza dei Duomo, presidida en un lateral frente al Duomo por una estatua ecuestre del rey Vittorio Emanuele II. Aquí decidimos que era una buena hora, casi las cinco y media, para sentarse en una terraza no muy ruidosa y tomarnos un par de cervezas frescas. Atravesamos toda la plaza y nos dirigimos hacia la cabeza de la catedral y allí encontramos un local perfecto para nuestros deseos. Situado en la piazzeta Pattari, nos sentamos en una de las mesas de la terraza exterior en el BAR MADONNINA, pedimos dos pintas de cerveza –yo repetí una segunda– que nos trajeron acompañadas de tres platos pequeños, uno con dos pinchos de tortilla, otro con dos rodajas de salchichón sobre pan y un tercero con patatas fritas. El rato se nos pasó muy agradable pues desde la misma mesas se veía casi la totalidad de la cabecera de la catedral. Pagamos 12,50 euros por todo. A continuación, entramos en la GALLERIA VITTORIO EMANUELE, otro de los atractivos de esta plaza. La galería fue proyectada en la segunda mitad del siglo XIX para comunicar la piazza dei Duomo con la piazza della Scala, donde se ubica el mundialmente aclamado teatro della Scala. Tiene forma de cruz latina. Sus techos están cubiertos por bóvedas de medio punto realizadas con hierro y cristal que conforman una gran bóveda en el punto de encuentro de los cuatro brazos. Es estas galerías se encuentran algunos de los cafés y firmas comerciales más lujosas y afamadas de la ciudad. El suelo está enlosado con múltiples mosaicos a cuál más precioso, entre los que es fácil encontrar una fila de personas esperando delante del que representa las figuras del Zodiaco. Según se dice, hay que buscar el signo de Tauro, pisarle con el talón sus partes pudendas y girar tres veces sobre uno mismo a la vez que se pide un deseo. Nosotros, como otros muchos más turistas que estaban en la fila, lo hicimos. Recorrimos por curiosidad las distintas tiendas de marca –Gucci, Prada, etc.– con precios que quitaban el hipo, pues estaba claro que no íbamos a comprar nada hasta que salimos a la piazza della Scala, donde en uno de sus laterales destaca majestuosa la fachada del PALAZZO MARINO, actual sede del ayuntamiento milanés desde mediados del siglo XIX. Está considerado como el palacio renacentista más bello de toda Italia. A su espalda, se encuentra encajonada en una pequeña plaza la CHIESA DI SAN FEDELE, sede milanesa de los jesuitas, de mediados del siglo XVI. Presenta una austera fachada, consta de una sola nave con doble bóveda. Enfrente de la fachada principal del Ayuntamiento, al otro extremo de la plaza se encuentra el TEATRO ALLA SCALA, el templo por excelencia de la lírica italiana y mundial, lugar donde se han estrenado multitud de óperas de los grandes compositores. Su nombre se debe a que está edificado sobre los terrenos de la iglesia de Santa María de la Scala. Finalmente, en el centro de la plaza destaca la estatua dedicada a Leonardo da Vinci. Salimos de la plaza por Largo Raffaele Mattioli hasta llegar a la CASA DEGLI OMENONI, donde ocho telamones, variante masculino de las cariátides, son el elemento más destacado de esta casa. Muy cerca de esta casa estaban la CASA MANZONI, cuya fachada de ladrillo rojizo da a la preciosa piazza Belgioioso. El escritor, autor entre otras de “Los novios” vivió en esta casa en el siglo XIX. Atravesamos esta entrañable plaza interior hasta llegar al MUSEO POLDI PEZZOLI, que contiene una bella colección de pintura, escultura, armaduras y otras variadas artes. Entre sus colecciones destacan pinturas de Botticelli, Fra Filippo Lippi, Rafael, el español Ribera o Canaletto, entre otros. Eran casi las siete de la tarde y ya iba siendo hora de regresar al apartamento. Para ello, nos metimos en el metro en la estación de Montenapoleone y salimos en la estación de Repubblica, todo ello siguiendo la línea 3. Desde la piazza della Repubblica pudimos observar las altas torres que se divisaban en la lejanía: el PALAZZO LOMBARDIA, segundo rascacielos más alto de la ciudad, construido en la primera década del siglo XXI, y la TORRE PIRELLI, construida a mediados del siglo XX, que significó para muchos italianos el resurgimiento de la nación tras la debacle de la II Guerra Mundial. Casi a las ocho de la noche, entrábamos por la puerta del súper TO.MARKET, situado frente a nuestro apartamento, en el que compramos varias latas de cerveza alemana Oettinger, refrescos de cola y naranja, una botella de vino tinto, agua mineral, leche sin lactosa, patatas fritas, pan, algunos dulces para el desayuno del día siguiente, fiambre de varias clases y fruta. Pagamos un total de treinta y dos euros y con las bolsas en la mano nos encaminamos hacia el apartamento. Mañana nos esperaba un exhaustivo segundo día de visita de la ciudad.
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