Último día de estancia en Italia. Nos levantamos temprano, como casi todos los días, desayunamos unas infusiones, el resto de pan y fiambre que nos había quedado de la noche anterior y la fruta que nos habían ofrecido como obsequio del alojamiento. A continuación, nos aseamos, terminamos de vestirnos y revisamos el apartamento de Casa Alexandra de Verona en el que habíamos pernoctado para que no se nos olvidase nada. Poco después de las seis y media de la mañana, dejamos la llave en el buzón que había en el amplio patio que había frente a la casa. Hacía fresco, algo normal para la hora que era, y el cielo estaba totalmente claro y limpio. Caminamos ligeros con nuestras maletas hasta llegar a la estación del ferrocarril y nos dirigimos hacia una de las máquinas expendedoras de billetes. Compramos dos con destino a BÉRGAMO, con un transbordo en la ciudad de TREVIGLIO que se encuentra a unos ciento veinte kilómetros de distancia de Verona. Pagamos 22,90 euros por los dos billetes, en los que iba incluido el transbordo a Bérgamo desde Treviglio, localidades separadas por veinticinco kilómetros.
Puntual, como la mayor parte de todos los trayectos en tren que habíamos hecho a lo largo de este viaje, el tren partió de Verona Porta Nova a las siete y media de la mañana para llegar a nuestro primer destino poco después de las nueve y cuarto de la mañana. Buscamos en el panel informativo el andén desde el que partía en menos de diez minutos el tren para Bérgamo y, sin darnos cuenta, nos hicimos un lío. Entramos en un convoy que estaba parado y con las puertas abiertas en una de las vías, pensando que sería el nuestro. Pero nada más entrar nos damos cuenta de que el tren iba vacío. Recorrimos los diferentes vagones tirando de nuestras maletas con la intención de preguntar a alguien si era correcta nuestra elección del tren. No había absolutamente nadie. Un par de minutos después las puertas del tren se cerraron automáticamente y nosotros dentro. Menos mal que tomamos la decisión correcta. Nos acercamos a una de las puertas del vagón y tiramos de la manilla para realizar una apertura de emergencia manual de la puerta, que se abrió al momento. Salimos del tren y miramos la hora. El tren para Bérgamo ya se había marchado. Volvimos a mirar en el panel informativo y vimos que el próximo tren tenía marcada su salida una hora después. Así que, con tiempo más que suficiente, nos acercamos a la cantina de la estación y pedimos un capuccino –Concha no quiso tomar nada– por el que pagamos 1,30 euros. Con la excusa del café, preguntamos al camarero por el dichoso andén de salida del tren para Bérgamo que muy amablemente nos indicó. Siguiendo sus instrucciones llegamos enseguida. La verdad es que era difícil de encontrar ya que estaba al final de un lateral de la estación, lejos de las vías que entraban y salían de ella. El andén solo tenía una vía que empezaba y moría allí mismo, porque es una línea específica que une las dos ciudades y que es utilizada en su mayor parte por los estudiantes. Minutos antes de la hora indicada de partida se presentó el tren, que era viejo, destartalado, sucio y digno de una película de mediados del siglo XX. El trayecto duró unos veinticinco minutos. Al llegar a la estación de Bérgamo, salimos a la gran rotonda que se abre frente a ella y nos dirigimos en busca de las taquillas exteriores para depositar equipajes que había en el edificio de enfrente llamado URBAN CENTER. En estas taquillas puedes depositar tu equipaje y retirarlo a lo largo de las 24 horas del día. Hay de dos tamaños: pequeñas y grandes. El servicio de consigna es automático, cerrándose la puerta de la taquilla mediante un código que hay que teclear. Nosotros elegimos una taquilla grande porque así en una sola metíamos las dos maletas y la pequeña mochila que llevábamos al precio de cuatro euros. En los alrededores de las taquillas había un grupo de muchachos con no muy buenas pintas y ganas de cachondeo que nos hizo dudar de la seguridad de nuestras pertenencias. Al final optamos por arriesgarnos y dejarlas. Hay que decir que cuando volvimos, nuestras maletas estaban tranquilamente depositadas en su taquilla de consigna. Faltaban algunos minutos para las once cuando volvimos sobre nuestros pasos a la explanada de l a estación para coger el autobús urbano que nos llevaría a la CIUDAD ALTA. Una vez dentro del autobús, me acerqué a la máquina expendedora de billetes con las monedas en la mano. Había que saber si nosotros íbamos a recorrer una, dos o tres zonas urbanas, porque en función de estas, el billete tenía un precio. Traté de traducir mentalmente las indicaciones escritas en italiano sin éxito. Metí algunas monedas para sacar los billetes y de nuevo fracaso. Así que me dije, no saco los billetes y no pasa nada. Bueno, pues si antes llegamos a la parada final y la gente que iba en el autobús empieza a bajarse, antes se ponen tres revisores en cada una de las salidas pidiendo los billetes. Total, que nos habían pillado in fraganti. La única vez en todo el viaje que no habíamos abonado el tique del transporte, nos habían cogido como pardillos. No quedaba otra que hacer un poco los paletos y decir que, aunque llevábamos suficientes monedas sueltas, no habíamos sabido sacar los billetes. No de muy buen grado, uno de los revisores tomó algunas monedas de mi mano y las introdujo en la máquina expendedora que, aunque en un principio también se resistió a imprimir los tiques, finalmente lo consiguió y nos los entregó en mano. Tres euros habían costado. Amablemente nos indicó que el quiosco de prensa que había enfrente de la parada del autobús vendía billetes para el transporte urbano de la ciudad. Así que, antes de nada, nos dirigimos al quiosco y compramos dos tiques para la vuelta al precio de 2,40 euros, es decir, era sesenta céntimos más barato comprar los billetes con antelación que comprarlos dentro del autobús. También aprovechamos también la ocasión para comprar los tiques de autobús que nos llevarían desde la estación del ferrocarril al aeropuerto de Bérgamo-Orio al Serio desde el que volaríamos a Madrid por el precio de cuatro euros. Cubiertas todas nuestras necesidades inmediatas de billetes de transporte, decidimos comenzar la visita que teníamos planificada.
Empezamos viendo la TORRE DE ALDALBERTO, un recuerdo de lo que había sido el sistema defensivo de la entrada norte de la ciudad durante siglos. En la actualidad está cerrada al público. Nos adentramos en la PIAZZA DELLA CITTADELLA, espacio fortificado dentro de la ciudad que servía como elemento defensivo y como presidio en caso de insurrección popular. En la actualidad, en uno de sus laterales se ubica el MUSEO ARQUEOLÓGICO, que muestra todos los hallazgos encontrados en los alrededores de la ciudad desde la prehistoria hasta la Edad Media. Unos metros más abajo se encuentra la CASA NATAL DE GAETANO DONIZETTI, famoso compositor italiano de ópera. La familia del compositor, pobre de solemnidad, vivía en el sótano del edificio que hoy puede visitarse también en su planta baja, al cual se entraba a través de una escalera estrecha. La vivienda era muy sencilla, formada por dos habitaciones –cocina y dormitorio–, además de un pozo y una nevera. Continuamos bajando por la vía Bartolomeo Colleoni hasta llegar a la CHIESA DI SANT’AGATA, que originariamente formaba parte del convento de los Carmelitas. Tiene una única nave, con cinco capillas por cada lado, entre las que destaca la dedicada a la Madonna del Carmine, con un precioso altar barroco. Siguiendo esta misma calle pasamos por primera vez por delante de IL FORNAIO, una pizzería espectacular que mostraba con orgullo sus productos a los viandantes a través de un amplio escaparate cuya visión te hacía salivar sin remedio. Allí se amontonaban pizzas de los más variados y apetecibles ingredientes, bocadillos que estaban diciendo cómeme y multitud de galletas de diferentes colores y formas vampirescas, quizá preparando ya la inminente llegada de Halloween. Nos miramos y llegamos a la conclusión de que, si no encontrábamos algo mejor a lo largo de nuestra visita, este iba a ser el elegido para almorzar. Llegamos al final de la calle en la Piazza Vecchia en la que nos detendríamos más tarde pues íbamos camino de visita la BASÍLICA DE SANTA MARÍA MAGGIORE, de comienzos del siglo XII, mandada construir por los vecinos de la ciudad en petición de ayuda a la Madonna para luchar contra una epidemia de peste. La iglesia manifestó desde muy pronto su esplendor y fue enriquecida con frescos, estucos, tapices y taraceas de madera. Dentro de esta basílica se guarda, además el monumento fúnebre para Gaetano Donizetti, destacado compositor, símbolo y portavoz de Bérgamo en el mundo. Lo que más llama la atención de esta iglesia es que no tiene una entrada principal. De hecho, los cuatro accesos a la iglesia son todos laterales. Dos de sus entradas están protegida por los “protiri” del siglo XIV, pequeños porches que protegen y cubren las entrada de una iglesia. La entrada norte, la llamada Puerta de los Leones Rojos se abre hacia la Piazza Duomo, mientras que la Puerta de los Leones Blancos se abre hacia la Piazza Rosate, con mucha menos decoración que la puerta anterior. Encima del pórtico del lado norte se abre una logia tripartita con San Alessandro a caballo rematada por decoración de ensueño. En un tramo de pared entre las dos puertas del lado norte se hallan las antiguas unidades de medida vigentes en Bérgamo en la Edad Media: el Capitium Comunis Pergami (pértica - 2,63 metros) y el Brachium (brazo – 53,1 cm), utilizados por los tejedores y los comerciantes para sus negocios. El interior de la basílica es difícil de describir por el lujo y riqueza que emana de cualquier rincón. Visitando la Puerta de los Leones Blancos nos acercamos a ver el TEMPLETE DE SANTA CROCE, antigua dependencia conectada con el palacio episcopal que conformaba la Sala de la Curia, donde el obispo otorgaba audiencia. En su interior se conservan numerosas pinturas al fresco de estilo románico y una preciosa ventana dividida por un parteluz, cegada en la actualidad y con unas pinturas primorosas. En un rincón de esta sala se puede contemplar una escultura del papa Juan XXIII, natural de esta ciudad. Salimos de nuevo a la Piazza Duomo para ver su monumento más bello. Adosado a la basílica de Santa María la Mayor se encuentra el edificio más grandioso de la ciudad, la CAPILLA COLLEONI. Su fachada, decorada con mármoles rojos y blancos, es una obra maestra del Renacimiento italiano. Sus interiores son una explosión increíble de obras de arte: el monumento ecuestre del condotiero bergamasco Bartolomeo Colleoni, los sarcófagos incrustados de mármol, la refinada tumba de la hija Medea, los bancos taraceados. Colleoni fue uno de los capitanes de mercenarios más renombrados de Italia. Este soldado atrevido pasó su vida guerreando por cada parte de Italia, sobre todo al servicio de la República de Venecia. Colleoni siempre tuvo una relación muy estrecha con Bérgamo: nació aquí y volvió a su ciudad en el apogeo de su poder. En su interior no estaban permitidos ni vídeos ni fotos. Tanto la basílica como la capilla tienen fachada a la PIAZZA DEI DUOMO, a la que asoma la impresionante Catedral situada enfrente del BATTISTERIO, cuya historia resulta cuando menos curiosa. Ha sido reubicado a lo largo de los siglos como si se hubiese tratado de un trasto viejo. Está decorado con columnillas y estatuas en el revestimiento superior. El DUOMO es un perteneciente al siglo XVII y está coronado por una singular estatua de oro de San Alejandro. Volvimos sobre nuestros pasos hasta llegar de nuevo a la PIAZZA VECCHIA, actual centro de la vida social y política en la ciudad. En el centro de la plaza se encuentra una fuente donada a la ciudad a finales del siglo XVIII. En uno de los laterales de la plaza se encuentra el PALAZZO NUOVO, del siglo XVII, el cual fue sede del Ayuntamiento hasta 1873 y ahora acoge la Biblioteca Angelo Mai. En el lado sur de la plaza se encuentra el PALAZZO VECCHIO o DELLA RAGIONE, uno de los primeros palacios “comunales” de Italia, construido hace casi mil años para acoger las asambleas públicas de la ciudad. la denominación actual proviene de la época en la cual se utilizó como tribunal. Aquí los jueces solían escuchar los contenciosos entre ciudadanos y decidían utilizando su “razón”, en italiano “ragione”, quién tenía realmente “razón”. En la galería de abajo nos encontramos con un GNOMON, un reloj solar que fue realizado hace más de 200 años y sigue indicando con precisión el mediodía local y la fecha exacta gracias a un único rayo de luz golpeando la meridiana grabada en el mármol del suelo. Al lado del palacio se levanta la TORRE CÍVICA, de cincuenta y cuatro metros de altura, a la que los vecinos llaman "Campanone" por su característica campana, que conecta el Palazzo della Ragione con el Palazzo del Podestà. En uno de los laterales de la Piazza Vecchia comienza la vía Gombito, nombre que toma de la TORRE DEL GOMBITO, que se levanta en punto donde se encontraban las dos calles mayores de la ciudad romana, el cardo y el decumano. La majestuosa se construyó a comienzos del siglo XIII como símbolo de poder y de hegemonía militar durante la época de las pugnas entre distintas facciones de la ciudad. Desde aquí nos acercamos a la popular PIAZZA DEL MERCATO DEL FIENO, donde se levantan numerosas casas torre de referencia medieval. Y casi en este punto dimos por finalizada la visita a la ciudad alta de Bérgamo. Eran algo más de las una y media de la tarde. Como lo prometido es deuda, y no habíamos visto nada que nos hubiera llamado más la atención que aquella pizzería de la vía Colleoni, hacia ella nos dirigimos dispuestos a echarle a nuestros estómagos algo de comer. A esa hora, en IL FORNAIO había bastante gente demandando su ración de comida, bien para llevar, bien para comer en el local, cuyas mesas estaban ocupadas en su mayor parte. No obstante, preguntamos a una empleada y nos dijo que en el piso de arriba había más mesas que estaban vacías. Cuando llegó nuestro turno pedimos dos trozos enormes de pizza, cada una con ingredientes distintos y dos pintas de cerveza PERONI en botella. Por todo abonamos 15,40 euros, tras lo cual, subimos al primer piso en busca de mesa. Finalizado el almuerzo a las dos y cuarto, salimos de nuevo a la calle y nos dirigimos hacia la parada del autobús que nos llevaría a la estación del ferrocarril. Esta vez que llevábamos el billete comprado no se presentó el equipo de revisores que nos había recibido por la mañana. Nuestro vuelo salía a las ocho de la tarde y aún teníamos un par de horas para pasear por la ciudad antes de dirigirnos a coger las maletas de las taquillas de consigna. Estuvimos caminando por el viale Giovanni XXIII, una bonita y amplia avenida con anchas aceras que permitían un paseo sosegado. Llevábamos un rato caminando cuando pasamos por delante de la GELATERÍA SURYA donde paramos a comprar un helado sin lactosa para Concha, yo no quise nada. Dos euros pagamos por la tarrina y con ello iniciamos el camino de vuelta para recoger las maletas. Tecleamos el código y la puerta se abrió sin problema: nuestras maletas continuaban sanas y salvas en el interior de la taquilla. Desde aquí nos dirigimos hacia la parada del autobús número 1, que era el que nos llevaría al aeropuerto de la ciudad. La frecuencia de paso del autobús habíamos leído que era de veinte minutos y que la duración del trayecto era de unos quince. Esperamos a que llegara sentados en un banco de la marquesina. El viaje fue rápido y cómodo porque no había muchos pasajeros en ese momento y no tuvimos que pelear mucho con las maletas. Entramos en el vestíbulo del aeropuerto y nos dirigimos con nuestros billetes de avión en el móvil para pasar el control policial, que superamos en pocos minutos. En este punto guardo un recuerdo con un cierto regusto amargo. En la bolsa de aseo llevábamos unas tijeras pequeñas que me venían de perlas para cortarme las uñas de los pies; tenían la punta roma y no medían más de seis centímetros. En el control policial de Madrid pasaron sin ningún problema. En el de Bérgamo dimos con un italiano quisquilloso que se empeñó en que las tijeras no pasaban y no pasaron. Espero que no le ocurriera a aquel carabinieri todo aquello que le deseé en ese momento. El resto del tiempo fue dejar pasar el tiempo, viendo tiendas en la zona de duty free o tomando un café en uno de los muchos establecimientos que había por la zona. Llegamos al aeropuerto Adolfo Suárez - Madrid - Barajas pasadas las diez de la noche, donde nos estaba esperando Carlos para llevarnos a su casa de Paracuellos del Jarama y descansar de la semana italiana bastante estresante que habíamos tenido.
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