viernes, 3 de mayo de 2013

RIBADESELLA Y LA CUEVONA: MONUMENTOS NATURALES

Llegamos a la villa pasadas las siete y cuarto de la tarde procedentes de la cercana Llanes. Habíamos decidido pernoctar una noche porque queríamos visitar la cueva de Tito Bustillo, de la que habíamos oído maravillas por la calidad de sus pinturas rupestres, reconocidas a nivel mundial. Habíamos reservado la visita a las 13:15 horas y habíamos comprado por internet dos entradas al precio de 14,40 euros, gastos de gestión incluidos. Las entradas teníamos que recogerlas en el Centro de Interpretación de la cueva media hora antes del horario de visita reservado. Luego la cosa se torció por causas ajenas e inesperadas que explicaremos más adelante y la visita se suspendió. Además, Ribadesella es conocida mundialmente por el descenso anual del río Sella, que se celebra el primer sábado de agosto posterior al día 2 de dicho mes entre Arriondas y Ribadesella con un recorrido de veinte kilómetros.


Dejamos el coche en un aparcamiento público situado a orillas del río, frente al puente que lo cruza y a escasos metros de la pensión que habíamos reservado hacia la que nos dirigimos cargados con nuestras maletas. La PENSIÓN ARBIDEL se encuentra en la calle Oscura y en sus muros predominan los tonos rojizos y verdosos. Pagamos un total de cuarenta euros. Resultó ser un hotel muy coqueto y agradable, en cuyos bajos ofrecía un restaurante –con el mismo nombre de la pensión– regentado por el dueño de la misma, del que nos enteramos de que poseía una estrella Michelin. El acceso a la pensión fue un poco incómodo, sobre todo para mover las maletas, ya que las habitaciones y la recepción se encontraban en una primera planta a la que se accedía a través de una escalera exterior. Sin embargo, la abundante presencia de macetas y arriates con plantas trepadoras facilitaban una sensación más placentera. La habitación que nos asignaron era amplia y estaba pintada en un tono añil poderoso; el techo estaba decorado con vigas de madera y había una segunda cama en la habitación, que no llegamos a utilizar. Una vez que dejamos las maletas y nos refrescamos un poco salimos a la calle para una primera toma de contacto con la localidad. Nos dirigimos por la calle Infante hasta llegar a la calle de la Plaza, donde se encuentra la Casa Consistorial, cuya fachada se encontraba cubierta por andamios y lonas. Frente a esta se abre la desangelada plaza de la Reina María Cristina. En uno de cuyos lados se encuentra elevado sobre un pedestal de mármol el busto de AGUSTÍN DE ARGÜELLES, nacido en la localidad y considerado como uno de los padres de la Constitución de Cádiz de 1812. Continuamos caminando por la calle López Muñiz, entre fachadas de fuertes colores –amarillos, añiles, ocres o verdes, entre otros– que provocaban fuertes contrastes de unas a otras, hasta llegar a una pequeña plaza ante la que se eleva con sus dos torres la IGLESIA DE SANTA MARÍA MAGDALENA, construida en los años veinte del siglo pasado sobre restos románicos. Fue destruida durante la Guerra Civil y vuelta a reconstruir. En el interior, disfrutamos viendo las pinturas murales realizadas por los Hermanos Uría Aza sobre el cimborrio. 


Aquí giramos por la Travesía Segundo Ruisánchez, también conocida como Travesía de la Iglesia, y casi sin querer nos dimos de bruces con un maravilloso escaparate perteneciente a la CONFITERÍA LA VEGUINA. De los muchos pasteles y dulces que vimos, nos centrados en dos: en uno de nombre curioso, “letizias”, en honor a la actual reina de España que pasó gran parte de los veranos de su infancia y juventud en esta villa; y un segundo pastel –que sí compramos– de nombre CARBAYÓN, un dulce típico asturiano consistente en una masa de hojaldre y almendra cubierta por una masa glaseada de almíbar. Pagamos 2,50 euros por el dulce, que nos llevamos envuelto para comerlo en alguna terraza de los alrededores. Y no fuimos muy lejos. Eran algo más de las ocho y media de la tarde cuando nos sentamos en el interior del BAR SEBAS y pedimos una infusión y una Seagram con tónica. Con las bebidas en la mesa, sacamos nuestro “carbayón” y nos lo comimos. Abonamos casi cuatro euros y medio. 


Nos dirigimos hacia la Travesía de la Magdalena para salir al puerto, cerca de la desembocadura del río Sella desde donde pudimos contemplar una puesta de sol espectacular en la que el agua lanzaba brillos que refulgían en todo su esplendor sobre las casas indianas de la orilla opuesta y sobre las dunas de arena que el río había depositado con el pasos de los siglos. Continuamos el paseo por el puerto viendo locales para elegir en cuál de ellos podíamos cenar. Finalmente optamos por el MESÓN SIDRERÍA EL TARTERU, situado en el muelle, en la calle Marqueses de Argüelles. Pedimos un par de cervezas para hacer boca mientras nos preparaban media ración de pulpo a feira, un cachopo dimensiones colosales para compartir de ternera, jamón y queso y una botella de sidra que con suma amabilidad nos iba escanciando el camarero cada vez que veía los vasos vacíos. Por todo ello pagamos algo más de veinte euros. Y sin más planificación, enfilamos nuestros pasos hacia el hotel para reponer fuerzas pues al día siguiente teníamos otra maratoniana jornada. 


Nos levantamos temprano, recogimos la habitación y llevamos las maletas al coche que estaba estacionado en el aparcamiento municipal y nos acercamos a la CONFITERÍA RAMONÍN, sita en la Gran Vía Agustín Argüelles, donde pedimos un par de cafés con leche y dos medias tostadas de aceite y tomate. Una vez que acabamos el desayuno, nos acercamos a contemplar el monumento que existe en la orilla del río, casi en la confluencia con el puente que lo atraviesa, dedicado a LOS PIRAGÜISTAS que participan en el descenso de sus aguas cada año. Desde aquí nos fuimos hacia el paseo de la Grúa, que bordea la orilla derecha del río hasta su desembocadura. En este paseo hay varios elementos a tener en cuenta. Uno de ellos son los conocidos MURALES DE MINGOTE, en los que este humorista gráfico plasma la historia de villa con dibujos que posteriormente fueron trasladados a cerámica. Son seis murales en tonos azules y sepias, cada uno de ellos dedicado a una determinada época, que nos desvelan los momentos más relevantes de la historia local riosellana desde la Prehistoria hasta nuestros días. Nos fuimos deteniendo en todos y cada uno de ellos leyendo la información que proporcionaban y haciéndonos fotos ante los mismos. Un poco antes del último panel encontramos LA FUENTINA, manantial que suministraba el agua de los barcos que anclaban en el puerto en tránsito de mercancías o a recoger pasaje para trasladarlo a La Habana. Para proteger el venero de agua, se le construyó un abrigo con pilares de arenisca en el que destaca un conjunto formado por dos osos rampantes en altorrelieve; un bajorrelieve en piedra caliza que representa a una aguadora con los pechos desnudos; un caño del que mana agua; y debajo de éste un pilón. Y todo ello cubierto por un entramado rematado con un techo de tejas. Todos los personajes decorativos que aparecen en la fuente forman parte de una vieja leyenda local relacionada con dos hermanos gemelos y una xana o bruja. A continuación de los Paneles de Mingote, en este mismo paseo, nos encontramos con una serie de paneles informativos sobre seres mitológicos asturianos con su correspondiente explicación. 


Finalizado el paseo, tomamos una escalinata que ascendía hasta lo alto del monte Corbero que cierra la orilla derecha del río. Al llegar arriba, nos encontramos con unas vistas espectaculares mirases en la dirección que mirases: hacía el mar abierto, lucían espeluznantes unos acantilados en sierra que ponían el vello de punta; hacia la desembocadura del río, con las casonas indianas que sobresalían sobre los bloques actuales de pisos y casas unifamiliares; o la visión de la villa acostada junto al río que viene a morir mansamente al mar. En lo alto de este monte, unas baterías de tres viejos cañones apuntando con valentía hacia invisibles enemigos provenientes del cercano mar, nos hablaban de tiempos pasados. Y presidiendo toda esta belleza, la CAPILLA DE LA VIRGEN DE GUÍA, pequeño edificio renacentista de finales del siglo XVI que acoge a la patrona de los marineros. Su elemento mejor conservado es la magnífica portada sur, en la que aún se aprecia la obra original de cantería. En la orilla de enfrente, abierta a la playa de Santa Marina, se levantan varias casas indianas de verdadero encanto, aunque de entre todas destaca la llamada VILLA ROSARIO, convertida en un hotel hoy en día. Sus destellantes tejas vitrificadas –en forma de escamas–, sus torres asimétricas, sus balcones, terrazas y porches, y ese color azul apagado que pelea en belleza con el cercano mar, no deja indiferente a nadie. Comenzamos el descenso del monte y nos dirigimos hacia el aparcamiento, disfrutando en todo momento del paisaje que nos ofrecía el entorno. Eran algo más de las once de la mañana y habíamos disfrutado de un paseo muy provechoso.  


Teníamos visita programada en la Cueva de Tito Bustillo para las una y cuarto, pero para recoger las entradas, que habíamos comprado en la página web de la cueva, teníamos que estar media hora antes. Así que, para aprovechar el tiempo que nos quedaba decidimos acercarnos a otro monumento natural situado a siete kilómetros de Ribadesella. Llegamos alrededor de las once y media a LA CUEVONA, una espectacular cavidad natural cuya particularidad es la de servir como única vía de comunicación con el exterior del pequeño pueblo de Cuevas situado entre el río y la montaña. Como si de un túnel se tratara, la carretera se introduce dentro de la montaña, acompañada en su recorrido por un pequeño arroyo, dejando al visitante atónito frente a la espectacularidad de las formaciones que va contemplando. En esta cueva se pueden observar estalactitas, estalagmitas, columnas o coladas, entre otras formaciones calizas erosionadas por el agua. Todo ello configura un ecosistema muy poco conocido y de máxima fragilidad. Después de recorrer la cavidad en ambos sentidos, provistos de los chalecos reflectantes del coche para ser vistos con facilidad en la oscuridad del entorno, volvimos de nuevo al coche de vuelta a Ribadesella. Como todavía era temprano –pasaban pocos minutos de las doce de la mañana–, aparcamos el coche en las cercanías del CAFÉ JOSÉ, en la calle Pico, donde pedimos una par de cañas y posteriormente dos culines de sidra acompañados de un plato de patatas fritas. Pagamos casi ocho euros por las consumiciones y nos fuimos hacia el coche para acercarnos al Centro de Interpretación de la cueva para retirar las entradas de acceso. Habíamos leído que la CUEVA DE TITO BUSTILLO tiene una sola entrada ubicada en la costa marina y una galería longitudinal de unos seiscientos metros. La rica variedad de estas manifestaciones, con pinturas y grabados de signos, animales y representaciones antropomorfas –ciervos, caballos, bisontes, un pez y un mamut–, hacen que esta sea considerada uno de los mejores ejemplos de arte rupestre paleolítico de Asturias. Llegamos al Centro de Interpretación y allí nos enteramos de que las visitas de ese día se habían cancelado todas. ¡La mala suerte se había cebado con nosotros! Al parecer, las lluvias caídas los días anteriores habían posibilitado el filtrado de las aguas y habían inundado algunas zonas de la cueva imposibilitando el paso de los visitantes. Así que, tras recuperar el importe abonado previamente por las dos entradas, salimos de nuevo a la zona donde habíamos estacionado el coche con la decepción marcada en nuestros rostros. En ese momento, algo más de las doce y media, decidimos, camino de Villaviciosa, hacer una pequeña parada en Lastres, población de la que habíamos leído que era uno de los pueblos con mejores vistas de la costa asturiana.

No hay comentarios:

Publicar un comentario