Veníamos de visitar los Lagos y el santuario de Covadonga en una mañana que se nos había presentado lluviosa y desapacible –en los Lagos incluso nos llegó a nevar–. Sin embargo, aunque el cielo se mantenía gris, al llegar a Cangas dejó de llover, hecho que nos permitió visitar la localidad sin el engorro de los paraguas. Faltaban pocos minutos para las una de la tarde cuando estábamos aparcando el coche en la avenida Constantino González, cerca de un centro educativo y de una pequeña iglesia que en ese momento se encontrada cerrada. La ERMITA DE SANTA CRUZ, que así se llamaba, es el templo cristiano más antiguo de España ya que fue mandada construir por el rey Favila, hijo de Pelayo, para conmemorar la victoria de su padre en la batalla de Covadonga. Lo más curioso de esta pequeña capilla de planta rectangular y una sola nave es que en su interior alberga un antiguo dolmen datado en el 4000 antes de nuestra era. Toda esta información la pudimos leer con la ayuda del teléfono móvil que nos permitió leer un código QR habilitado en un cartel informativo ubicado ante la ermita. Desde aquí nos dirigimos hacia el centro de la villa.
Cruzamos el puente que se levanta sobre el río Güeña, que pocos metros después viene a morir a las aguas principales del río Sella, que bajaba con un caudal considerable. En la orilla izquierda destacaba la presencia de una hermosa casona, arquetipo de la arquitectura indiana del concejo cangués, conocida como VILLA MARÍA, mandada construir por orden de Constantino González, hijo predilecto de Cangas, en recuerdo de su esposa. En la actualidad funciona como restaurante. Continuamos camino hasta la avenida de Covadonga y giramos a la derecha en dirección al puente medieval, cuya icónica silueta es símbolo inequívoco de la villa y casi de la Comunidad asturiana. No obstante, antes de llegar al puente, casi frente a este, visitamos la CASA RIERA, actual Oficina de Turismo, con una impactante fachada en tonos rojizos que contrastaba con fuerza con el verde intenso del espacio ajardinado que la rodea. En una esquina del jardín nos fotografiamos con una escultura llamada ESTATUA DE LOS MIGRANTES, donación de una familia mejicana con ascendientes de la zona, para homenajear la memoria de tantos asturianos que emigraron a América. La figura lleva una maleta en la mano y dirige su nostálgica mirada hacia el puente medieval en señal inequívoca de despedida.
Y sin más preámbulos, nos topamos con el PUENTE MEDIEVAL, una de las muchas imágenes de nuestra juventud que figuraba en un lugar preeminente en nuestros corazones de lugares a visitar y que por fin íbamos a hacer realidad. El Puentón o Puente Romano, como es conocido, es el monumento más representativo de la villa. Su fábrica actual data de la Baja Edad Media, pero puede hablarse de orígenes romanos, tal como indican los gruesos contrafuertes y los agudos tajamares. Es un airoso puente alomado con un gran arco central ojivado de amplia luz, que salva casi el cauce del río. El puente dispone de un pretil pétreo y su piso está empedrado con cantos. El puente ha tenido gran valor estratégico y comercial para la ciudad ya que hasta el siglo XIX era el único de piedra que salvaba el caudaloso Sella. Del arco central pende una réplica en madera de la Cruz de la Victoria. Nos acercamos con contenida emoción hasta el camino empedrado que atraviesa por el puente y caminamos hasta el punto más elevado del mismo desde donde las vistas del río son espectaculares. Nos sorprendió la fuerte pendiente tanto a un lado como a otro que el arco central infunde en el vial que lo transita. Hicimos multitud de fotos desde todos los ángulos posibles. Abandonamos el puente y llegamos a los cuidados jardines que se extienden en la orilla derecha del río Sella en el espacio entre los dos puentes. Aquí se puede contemplar una estela con una forma que evoca lejanamente a la del puente en la que recuerda que Don Pelayo estableció su corte en esta villa y la eligió primera capital del reino astur.
Desde aquí nos dirigimos a la avenida de Covadonga y la fuimos paseando con tranquilidad, deteniéndonos en algunos de los numerosos comercios de productos típicos de la zona. Entramos en algunos de ellos y nos fuimos haciendo la idea de qué íbamos a comprar y qué no cuando volviéramos en dirección a donde teníamos el coche aparcado. Así llegamos hasta el AYUNTAMIENTO, edificio exento en sus cuatro fachadas aunque la principal se abre a esta avenida con un bonito pórtico sobre columnas que permiten una balconada que recorre el cuerpo central del mencionado pórtico. Casi enfrente de la Casa Consistorial está la IGLESIA DE SANTA MARÍA, ubicada en la intersección de las calles más importantes de la villa, Mercado y Avenida de Covadonga. Es de reciente construcción, en 1963, aunque a simple vista pueda inducir a pensar en una mayor antigüedad en su fábrica. Es un edificio de tres naves con una torre de más de treinta metros de alto y espadaña con campanario de tres niveles. Frente a la iglesia, en el jardín triangular que se abre ante ella, se puede contemplar una escultura de tamaño natural de PELAYO, primer rey de España como reza la inscripción de su base. Junto a la iglesia destaca también la presencia del PALACIO PINTU, conocido así por sus colores de la fachada. El palacio es una reconstrucción del original del siglo XVII, una casona señorial con un bonito blasonado en su fachada. A los pies de la imponente torre hay un busto en recuerdo del político y escritor, natural de Cangas de Onís, VÁZQUEZ DE MELLA.
Miramos el reloj que nos confirmó que faltaban pocos minutos para las tres de la tarde. Nuestros estómagos también reclamaban calorías para seguir la marcha. El hecho es que en este mismo lugar vimos un restaurante, LA ROCAMAR, que tenía un buen número de comensales sentados a sus mesas y esta circunstancia nos animó a entrar en el mismo y preguntar si había alguna mesa libre. El camarero respondió afirmativamente y nos guio hasta una cercana a la ventana que daba a la fachada principal. Nos sentamos, pedimos dos menús del día y una botella de vino y gaseosa. Tanto Concha como yo elegimos unas fabes de primero; de segundo, ella pidió una ternera en salsa y yo unos filetes empanados con salsa de cabrales; de poste, fruta del tiempo –naranja– y un flan. Nos quedamos muy satisfechos por la cantidad y calidad de los platos que comimos. Pagamos casi veintidós euros por todo. Finalizada la comida, iniciamos el camino de vuelta, pero antes hicimos una parada en un comercio llamado EL TORREÓN, sito en la avenida de Covadonga, donde compramos una bolsa de fabes blancas, un paquete de copango –avíos de chorizo, morcilla y tocino asturianos para hacer unas buenas fabes–, un par de quesos ahumados y una botella de orujo asturiano por algo más de veinte euros. Con nuestra bolsa en la mano, continuamos en dirección al coche, aunque volvimos a parar en otro comercio de nombre QUESOS AQUILINO, en la calle Ángel Tárano, donde compramos un queso Los Beyos elaborado con leche de vaca y otro queso Gamoneu, para cuya elaboración se usan hasta tres tipos de leche cruda, de vaca, oveja, cabra y se madura habitualmente en pequeñas cuevas. Por ambos quesos pagamos dieciséis euros. Eran casi las cuatro de la tarde cuando subimos al coche y enfilamos dirección a Llanes, donde íbamos a visitar los conocidos como Cubos de la Memoria del artista vasco Agustín Ibarrola.
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