Habíamos iniciado la mañana con un tempranero paseo por el Cerro de Santa Catalina de Gijón para disfrutar con la visión de la monumental obra Elogio del horizonte del artista vasco Eduardo Chillida con un cielo despejado y temperatura primaveral y así continuó a nuestra llegada a la villa marinera de Avilés. Salimos de Gijón a eso de las once y media de la mañana para recorrer con prontitud los escasos treinta kilómetros que separan ambas ciudades. Para evitar problemas con la salida de Gijón, nos guiamos inicialmente con el navegador del teléfono que sustituimos por el GPS del coche una vez estuvimos en las afueras de la ciudad. A Avilés llegamos pasadas las doce de la mañana. Aparcamos en la calle Muralla, muy cercana al Centro Niemeyer, primera de las visitas que teníamos planificadas. Una vez que tuvimos estacionado el coche, nos dirigimos a la plaza de Santiago López, en uno de cuyos laterales se encuentra la escultura Hélices de Saint-Nazaire, una aspas de hélices que fueron regalo de la ciudad francesa de Saint-Nazarie con motivo de su hermanamiento con Avilés. En la plaza, fría y áspera pues se encuentra desprovista de cualquier atisbo de arbolado, conviven alegremente edificios de construcción moderna con otros de finales del siglo XIX. En ella destacan dos elementos llamativos para el visitante: el primero, unos largos bancos corridos de mármol blanco que serpentean en varias direcciones por la superficie de la plaza; el segundo, un atrevido y precioso puente que, desde este punto, salva elegantemente la ría que discurre con tranquilidad pasmosa y las vías del tren que corren paralelas a la misma. Además, desde este puente se obtienen una vista panorámica perfectas del Centro Niemeyer que se ubica frente a la pasarela.
Atravesada la ría, bajamos en la otra orilla y nos acercamos al llamado PUENTE DE SAN SEBASTIÁN, una estructura de hierro pintada con variados y alegres colores que nos recuerdan el arcoíris y que nos deja en las puertas de entrada del recinto creado por este artista brasileño. Este puente es una réplica de 2006 de otro anterior que tuvo que ser demolido debido al mal estado en que se encontraba. Cruzamos el puente y nos adentramos en el CENTRO NIEMEYER, una sensacional obra del arquitecto brasileño Oscar Niemeyer. La música, el cine, el teatro, la danza, las exposiciones, la gastronomía o la palabra son los protagonistas de una programación cultural multidisciplinar y con un denominador común: la excelencia. El centro está compuesto por los siguientes equipamientos: el AUDITORIO, que conforma un patio de butacas democrático, sin palcos, con la misma visibilidad e idénticas condiciones acústicas. Funcionalmente, el escenario puede abrirse a la amplia explanada en la que se sitúa el Auditorio para ofrecer espectáculos para públicos más numerosos. La TORRE MIRADOR tiene una altura de trece metros y su acceso se realiza a pie a través de una espectacular escalera que rodea la base o en ascensor. En la parte alta, el mirador de 360º permite disfrutar de una gran vista de la ciudad. La CÚPULA, otro elemento del conjunto, es un espacio diáfano destinado a usos museísticos aunque puede albergar otro tipo de eventos. Finalmente, el EDIFICIO DE SERVICIOS MÚLTIPLES alberga la recepción, la Sala Cine y otros espacios con diversas funcionalidades.
Finalizada la visita, nos dirigimos de vuelta a la ciudad atravesando la misma pasarela que nos había llevado. Desde allí nos dirigimos a la calle Ruiz Gómez para llegar a la plaza de España, donde, entre otros edificios significativos de la ciudad, se encuentra el AYUNTAMIENTO, construido en el siglo XVII y que recuerda cierta similitud con el de Oviedo. El edificio está compuesto por dos plantas. En su tiempo, la inferior, bajo soportales, se alquilaba para destinarla a actividades comerciales. El primer piso acogía dos grandes salas de reunión y pequeños espacios donde se desarrollaba la, entonces escasa, actividad municipal. La torre con el añadido del reloj que lo corona se añadió en el siglo XIX. Frente a él destaca el PALACIO DE FERRARA, convertido actualmente en hotel, construido entre los siglos XVII y XVIII. El edificio en sí presenta una gran sobriedad, destacando sobre el resto la irregular planta de su torre en escuadra, de cuatro plantas, coronada por un mirador con balaustrada de rejería. A la plaza de España se abre la fachada principal del palacio, con balcones adintelados y el escudo de armas del marqués. Muy cerca se encuentra la FUENTE DE LOS CAÑOS DE SAN FRANCISCO, construcción iniciada a finales del siglo XVI. La fuente en sí es un monumento singular: consta de un frontal de la que surgen seis cabezas humanas que manan el agua hacia un pilón rectangular que adopta forma ovalada en su centro. Por encima de tres de las cabezas figuran elementos heráldicos: en los laterales, dos escudos de Avilés y en el centro, el de armas del reino de Castilla. Continuamos por la calle San Francisco, desde cuyo inicio era visible la fachada de la IGLESIA DE SAN NICOLÁS DE BARI, construida en el siglo XIII, extramuros de la ciudadela amurallada. Esta iglesia, perteneciente al antiguo Convento de San Francisco, sufrió numerosas modificaciones a lo largo de los siglos, conservando de la construcción inicial el pórtico de la fachada norte, transición arquitectónica del románico al gótico. Seguimos avanzando hasta llegar a la plaza de Domingo Álvarez Acebal, a cuyo frente vimos el edificio de la antigua ESCUELA DE ARTES Y OFICIOS, actual Casa Municipal de la Cultura. En otra esquina de esta misma plaza resulta llamativa la decorada fachada del amarillento PALACIO DE BALSERA, ejemplo de construcción con que la pujante burguesía avilesina de principios de siglo levantaba edificios deslumbrantes. El edificio fue adquirido por el Ayuntamiento en la década de los ochenta para albergar el Conservatorio. El tiempo ya se nos había echado encima y el estómago estaba reclamando algo para entretenerse. Eran aproximadamente las dos de la tarde y decidimos hacer un alto para almorzar en el RESTAURANTE EL NOGAL DE SAN FRANCISCO de la calle San Francisco, prácticamente frente a la Fuente de los Caños y la iglesia de San Nicolás de Bari. Pedimos dos menús de fin de semana por los que pagamos veintiocho euros. Nos sentamos al fondo del local ya que el aforo estaba ocupado casi en su totalidad. Pedimos de primero, un pastel de cabracho y unas fabes, platos que compartimos Concha y yo; de segundo, Concha pidió un pescado y yo pedí unos filetes de ternera con patatas fritas; de postre, unos frixuelos para mí y fruta natural para Concha. Después de dar merecida cuenta a las exquisiteces culinarias que nos habían servido, salimos de nuevo a la calle cuando pasaban pocos minutos de las tres de la tarde para continuar la visita al casco histórico de la ciudad.
Nos encaminamos a la calle de la Ferrería, una de las más bonitas –si no, la más– de la villa, con varios tramos de soportales –algunos con un encanto especial ya que aún conservaban sus pilares y zapatas de madera–. Hacia mitad de la vía se alza majestuoso, exento del caserío circundante, el PALACIO DE VALDECARZANA, que es el más claro vestigio de arquitectura gótica de la ciudad. Destacan en él las ventanas geminadas de la primera planta, que se conservan en muy aceptable estado. Es un edificio medieval que se cree que fue residencia de un rico mercader que utilizaba la planta baja como tienda y almacén de sus productos y la alta como residencia familiar. Esta calle, en la que también son destacables varios palacios que dejan ver sus elevadas fachadas y elegantes aleros de madera, termina con un monumento de considerable valor tenido por el de mayor antigüedad de la ciudad como es la IGLESIA DE SAN ANTONIO, en la que destaca su portada principal, parcialmente restaurada. No obstante, a pesar del desgaste de la piedra debido a la cercanía del primitivo puerto, aún conserva algunos capiteles primitivos de indudable interés por ser representaciones alegóricas. Por ejemplo, podemos observar un capitel con motivos felinos, aunque el más destacado y nítido es el primero de la derecha, que muestra a Adán y a Eva en la bíblica escena del “pecado original”. Estaba cerrada y no pudimos visitarla. Anexo a este templo se encuentra la CAPILLA DE LOS ALAS, poderosos mercaderes medievales avilesinos, que levantaron esta capilla funeraria para enterrar en ella a los suyos. Es un pequeño y sobrio edificio, de planta cuadrada y una sola planta, de una belleza arquitectónica realmente notable. En la fachada destacan el escudo nobiliario de la familia y una preciosa portada, de estilo protogótico, adornada con rostros barbados en unos casos y alados en otros. En este punto giramos a la derecha por la calle San Bernardo hasta llegar hasta la plaza de Camposagrado, espacio constreñido por el abundante caserío, entre el que sobresale la fabulosa fachada del PALACIO DE CAMPOSAGRADO, que consta de dos torres laterales simétricas, ambas blasonadas, y un cuerpo central rectangular, donde destaca el monumental escudo del propietario de la casa. Presidiendo esta plaza, por delante de la fachada principal del palacio se encuentra la escultura sobre pedestal de JUAN CARREÑO MIRANDA, pintor barroco de comienzos del siglo XVII nacido en la localidad, en cuya pintura se observa la influencia de Velázquez y Rubens en el estudio de la luz. A lo largo de su trayectoria abarcó casi todos los campos, especialmente el religioso y el dedicado al retrato. Fue nombrado pintor de cámara de Carlos II, último rey de los Austrias. En otro lateral de la plaza, se levantó a finales del siglo XX un mural cerámico, que en su parte inferior se convierte en fuente que arroja agua por la cabeza de cuatro leones, como homenaje a la Escuela de Municipal de Cerámica que se habilita en la casa contigua que no era otra sino la casa de servicio del palacio.
Desde aquí, pasamos a la calle Muralla, vía de nueva creación una vez que fueron derribadas los baluartes defensivos de la villa, hasta llegar a la calle de la Cámara, donde nos topamos con la fabulosa fachada de la CASA DE ELADIO MUÑIZ, indiano nacido en Avilés que tuvo la suerte de hacer fortuna en Cuba y levantó a comienzos del siglo XX esta morada con ínfulas palaciegas a su regreso. Presenta una fachada espectacular, en rotonda, de tres plantas y un ático con bóveda y una preciosa torre mirador. Un momento antes nos habíamos sentado en la terraza del CAFÉ EVA donde habíamos paladeado con la tranquilidad propia del momento un gintónic y una infusión por los que abonamos cinco euros. Terminada la consumición nos dirigimos hacia la cercana IGLESIA DE SANTO TOMÁS DE CANTERBURY, ubicada en la plaza de la Merced, templo de nueva construcción que simbolizaba el progreso que por entonces vivía la ciudad y que compensaba las estrecheces de los feligreses en el pequeño templo románico de Sabugo. Se trata de una iglesia de marcado carácter neogótico y medievalista, luciendo en su portada dos esbeltas torres de aguja de cuarenta y siete metros. En su interior se conserva un fragmento de la reliquia de Lignum Crucis que se conserva en el Monasterio de Santo Toribio de Liébana (Cantabria).
Nuestro paseo estaba llegando a su fin. Continuamos por la calle Marcos de Torniello hasta llegar a la plaza Carbayo, en la que destaca la majestuosa presencia de la IGLESIA VIEJA DE SABUGO, templo parroquial del antiguo barrio marinero de Sabugo, iniciada en el siglo XIII y finalizada mucho tiempo después, reflejando los estilos románico y protogótico. En su fachada lateral, muy deteriorada por el paso de los siglos, se encuentra la “Mesa de los Mareantes”, donde, en época medieval, se reunían los pescadores para planificar sus campañas de pesca. Desde aquí, iniciamos el camino de vuelta hacia el coche. Avilés nos había encantado ya que no esperábamos un casco histórico tan completo y tan bien conservado. Eran poco más de las cuatro y media de la tarde e iniciábamos camino a Cudillero, nuestra próxima y última visita que teníamos prevista en este maravilloso recorrido que habíamos realizado por Asturias.
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