viernes, 21 de septiembre de 2018

OIA Y SU IMPRESIONANTE MONASTERIO

Entre los concellos de Baiona y A Guarda se sitúa el de Oia, en un espacio donde la costa resiste la constante agitación del océano y nos muestra los roquedales que con el paso del tiempo la fuerza marina va desgranando de la agreste costa. El caserío de Oia se derrama suavemente a lo largo de los márgenes de la carretera PO-552, siendo el monasterio de Santa María la Real el principal atractivo turístico de la localidad, aunque no el único. El monasterio tiene planta románica levantada en el siglo XII, aunque su
Monasterio de Oia
fachada nos lleva a los cánones barrocos reinantes en el XVIII, consecuencia de una de las múltiples reformas a las que fue sometido este monasterio a lo largo de los siglos. Está declarado monumento nacional. Pese a que las tierras de Oia están de cara al mar, la pesca no se ha desarrollado mucho, y la que se mantiene es de tipo artesanal. La tierra cultivada ocupa áreas muy concretas, con un claro predominio del maíz sobre cualquier otro producto. El ganado bovino tiene casi tanta relevancia como el equino, que se cría en libertad hasta que en el mes de junio se baja al curro, donde los caballos, que posteriormente serán vendidos, son marcados, domados y cortadas sus crines. Algunos petroglifos de la zona demuestran la presencia de estos equinos en este monte hace ya cinco mil años.


Calles de Oia
No era la primera vez que paseábamos por las tranquilas calles de Oia. Concha y yo habíamos visitado la zona en un par de ocasiones y habíamos paseado disfrutando de la tranquilidad y silencio del entorno. Sin embargo, esta vez fue mi hijo Víctor quien me animó a acompañarle en esta visita. Aparcamos el coche en la explanada que hay junto al monasterio poco después de las doce y media de la mañana. Descendimos la suave pendiente de la rúa Párroco Don Claudio Rodal Fandiño que nos dejó a la entrada del casco histórico de la villa. Aquí vimos la Oficina de Turismo y frente a esta un precioso cruceiro levantado sobre una basa muy decorada,  con un trabajado fuste estriado en el que descansaba un capitel clásico, seguramente traído de otra construcción anterior; todo ello coronado por la imagen de la Virgen con un Cristo muerto en sus brazos. Frente al cruceiro se abría un bonito mirador que facilitaba la visión de la costa rocosa y agreste que bordea el entorno. Es aquí, a continuación del cruceiro donde empieza la calle Vicente López. Desde aquí hasta el final de la calle todo es peatonal. Podríamos decir que el casco histórico de Oia es una calle principal y una serie de callejuelas que bajan truculentas hacia la orilla del mar o trepan sinuosas por las laderas
Oia
donde se encaraman las casas de los parroquianos. Todo es granito, con mejor o peor labra, pero todo es granito. Las casas se arraciman unas contra otras. El contraste entre ellas es sorprendente pues no es difícil ver una casa medio en ruinas al lado de otra de noble porte. La tranquilidad de sus calles es asombrosa, apenas se ve a nadie pasear o caminar. Probablemente porque nosotros habíamos ido a horas que no son las apropiadas para la fiesta. El único ruido que se escuchaba era el producido por un par de restaurantes que estaban preparando las mesas para la llegada de nuevos comensales. Es ya a final de la calle cuando el granito tiende a desaparecer debido a la presencia de nuevas construcciones con materiales más económicos. Una de las cosas que más atrajeron nuestra atención fueron los
impresionantes las macizos de flores y panochas de hortensias, una de las plantas que más me gustan y que arropada en este suave y húmedo clima gallego alcanza proporciones increíbles. Ya muy al final de nuestro recorrido llegamos a ver incluso algún que otro sembrado de calabazas con ejemplares de considerable tamaño.

De vuelta en nuestro recorrido nos acercamos a contemplar
Oia
el MONASTERIO DE SANTA MARÍA LA REAL de Oia, que es el auténtico emblema del concello y de la costa suroeste de Galicia, y, sin duda, es el reclamo turístico cultural más importante del ayuntamiento. El monasterio se fundó en el año 1137 y en él residieron los monjes de la comarca bajo la tutela del rey Alfonso VII de Castilla. La riqueza del monasterio se debió principalmente a las generosas donaciones reales, contando con privilegios sobre la representación de las parroquias, impuestos por botar navíos al mar, sobre la pesca con red y la explotación de prioratos y granjas a ambas orillas del río Miño. El monasterio nació como una congregación austera bajo la sencillez dictada por San Bernardo. Su cabecera está formada por una capilla central y los brazos del crucero rematan en dos capillas, de menor altura las más exteriores y de mayor altura que la central, mostrándonos una construcción escalonada. El coro está datado en el siglo XVI y del mismo periodo procede la sacristía. El claustro fue finalizado el último tercio del siglo XVI. La fachada fue reconstruida en 1740 según se lee en la inscripción sobre la puerta de acceso al templo.

El aspecto del monasterio sugiere el de una fortaleza asentada a la orilla del mar. En diversas ocasiones ejerció de bastión defensivo del reino, ante las constantes incursiones portuguesas y los innumerables ataques da piratería. Mantenían personal armado con arcabuces y disponían de varias piezas de artillería. Con la desamortización de Mendizábal, en 1835, finaliza la historia del monasterio como tal después de casi 700 años; pasó a convertirse en iglesia parroquial en 1838. En 1912 fue ocupado por los jesuitas expulsados de Portugal, que
Cruceiro
permanecieron allí hasta 1932, cuando el gobierno republicano nacionalizó los bienes de la Compañía de Jesús. Inmediatamente después fue campo de concentración durante la guerra civil. En la actualidad y después de pertenecer a varios propietarios, está en fase de restauración por lo que no son posibles las visitas a su interior. Finalizada la visita al exterior del monasterio y dado que era una hora perfecta para tomar una cerveza fresca, nos dirigimos hasta la cercana
TAPERÍA A CAMBOA
. Dado que la temperatura ambiente era ideal para estar sentados en el exterior, un amable camarero nos llevó hasta una terraza superior desde donde las vistas de la costa, del monasterio y del cruceiro eran preciosas. La terraza no se quedaba atrás: toda de césped natural, con numerosas mesas muy espaciadas entre ellas y con un magnífico esqueleto de un hórreo que había perdido sus paredes pero no sus nervaduras. En este agradable ambiente pedimos un par de cervezas que acompañamos con unas vieiras a la plancha que estaban para chuparse los dedos. Poco después de las una y media nos dirigimos hacia el coche para retomar dirección a Gondomar donde nos esperaban para comer.   

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