domingo, 27 de febrero de 2011

Tenerife: El Teide, Roques de García, La Orotava y Puerto de la Cruz

Madrugamos más que ningún día. A las siete y media ya estábamos en el coche camino del Teide, después de haber desayunado en el hotel. En un principio habíamos planificado, siguiendo las recomendaciones de los foros de internet, hacer la subida por La Esperanza, ya que las vistas eran mejores y había muchos más miradores desde los que contemplar el Teide. Pero mi miedo a perder media mañana haciendo cola en el teleférico para ascender a la cima, me hizo tomar la decisión de subir por La Orotava, que aunque menos espectacular, también tenía su encanto. El tráfico ha sido denso, con bastantes autobuses en plena ascensión, en una carretera similar a la de Anaga: muchas curvas lo que dificultaba los adelantamientos, poca anchura de asfalto y bastante tráfico. Una cosa descubrimos: mirando el Teide desde la costa norte, por la que íbamos a subir, destacaba la cumbre y parte de la falda toda nevada; sin embargo, cuando llegamos al teleférico, la nieve prácticamente había desaparecido como por ensalmo, dado que habíamos rodeado la montaña en nuestra ascensión. Resultaba también sorprendente el cambio paulatino en el paisaje; así, pasamos de un denso bosque de pinos que rodeaba toda la parte baja de la falda del Teide, a un paisaje desolador del que las distintas riadas de lava se habían hecho dueñas.


Llegamos sobre las nueve de la mañana a los pies del teleférico. Evidentemente, no había colas, aunque sí un número significativo de coches aparcados. Sacamos los billetes –el precio, un poco desorbitado: veinticinco euros por persona, aunque mereció la pena– y montamos en la cabina, que iba repleta de viajeros. El viaje duró unos ocho o diez minutos y ascendimos desde los 2.356 metros a los 3.555. Los últimos 163 metros hasta la cumbre se hacen a pie, caminando por estrechos senderos, previa petición de un permiso. Las vistas panorámicas son impresionantes. Como el tiempo nos acompañó, prácticamente podíamos divisar toda la isla de Tenerife, viendo en la lejanía las de La Gomera y La Palma. Recorrimos los dos senderos habilitados hasta llegar a sus miradores respectivos: La Fortaleza y Pico Viejo. Había montículos de nieve dura que, junto con el fuerte viento que soplaba, nos obligaron a abrochar nuestros respectivos abrigos. Yo tuve mis problemas con la respiración. Iba un poco resfriado con la nariz muy congestionada y me costaba bastante respirar. Era una sensación bastante desagradable ya que por mucho que lo intentaba no conseguir llevar suficiente aire a los pulmones. Sobre las once, pensamos que ya habíamos visto bastante y decidimos regresar para visitar los Roques de García, así que volvimos a subirnos en la cabina. Al finalizar el viaje pudimos observar que el aparcamiento ya estaba prácticamente lleno –los últimos coches estarían a más de un kilómetro cuesta arriba– y que había un número muy elevado de autobuses –yo conté alrededor de quince–. Evidentemente las colas ya eran bastantes largas. Entramos en la tienda y compramos un par de imanes para el frigorífico, recuerdo de nuestro paso por estas tierras.

Una vez en el coche, como ya dije, nos dirigimos a los Roques de García, a no más de dos o tres kilómetros del teleférico. Llegamos sobre las once y media y a esa hora ya estaba el aparcamiento prácticamente lleno. Había multitud de coches y bastantes autobuses. Aparcamos y fuimos hasta la entrada del sendero que recorre los distintos roques volcánicos. Tras la correspondiente foto con el Teide y el Roque Cinchado al fondo –el mismo que salía en los antiguos billetes de 1.000 pesetas–, estuvimos paseando y fotografiando todo lo habido y por haber. Es impresionante como se elevan estos monolitos de lava sobre el terreno: la llamada Catedral, el citado Roque Cinchado, junto con otros muchos que se erigen salvajemente de la tierra. A la finalización del paseo nos comimos unos bocatas que habíamos comprado la noche anterior y que llevábamos en el coche y nos preparamos para el viaje hasta La Orotava. Pensamos en un principio dirigirnos hasta La Esperanza y desde ahí visitar la ciudad orotavense, pero nos dimos cuenta que el viaje se alargaría más de la cuenta y no nos daría tiempo para llegar a la hora de comer algo. Por tanto, decidimos regresar por el mismo camino que habíamos utilizado para subir. En una de las curvas nos encontramos de repente con otra formación volcánica: la llamada ‘Rosa de Piedra’, conjunto lávico con forma de los pétalos de esta flor. A mitad del camino, empezaron a adelantarnos numerosas motos, que bajaban a más velocidad que nosotros y que aprovechaban todas las revueltas del terreno. Un rato después nos vimos obligados a parar en medio de la carretera pues una de estas motos había tenido un accidente y sus ocupantes estaban heridos. Llegaron los servicios médicos y los trasladaron al hospital, quedando la carretera expedita para continuar el viaje.

Llegamos a La Orotava sobre las dos de la tarde después de bajar innumerables calles con unas cuestas bastante respetables. Aparcamos frente a la Casa de los Balcones, en un aparcamiento gratuito municipal. Iniciamos nuestro recorrido turístico visitando la mencionada Casa, que más que nada es una enorme tienda para turistas en la que se vende lo mismo vino que mantelerías o recuerdos de la visita. La casa en sí es una preciosidad: la fachada cubierta de amplios balcones corridos y un patio típico canario con grandes sombras y vegetación. Las distintas habitaciones se utilizan como tiendas.



Tras la visita, y viendo la hora que era decidimos tomar unas cervezas y algún bocado ligero en una cafetería que había frente a esta casa, llamada ‘López Echeto’. Pedimos la bebida y unas empanadas de atún y un plato de ensaladilla. A continuación visitamos la Casa del Turista, frente a la anterior y con el mismo cometido: vender cualquier cosa a los que entren en la misma. Nosotros aprovechamos y compramos unos botes con las distintas clases de mojo para poder hacer este ungüento más tarde en Bailén. Había varias recreaciones de los distintos trajes canarios y un artilugio muy curioso en el patio, una especie de máquina que se movía por el continuo fluir del agua que circulaba por ella. Recorrimos el casco antiguo y paseamos por el Ayuntamiento, precioso el entorno y la plaza, la iglesia de la Concepción, con un interior majestuoso, y la Casa Lercaro. Recorrimos algunas de sus calles en cuesta y pudimos observar el alto grado de conservación de su patrimonio. Sobre las cinco de la tarde, una vez finalizada nuestra rápida visita, decidimos acercarnos al Puerto de la Cruz.

Aparcar en la calle en el Puerto es tarea harto complicada. Después de dar varias vueltas y algún enfado que otro decidimos dejar el coche en el aparcamiento de un centro comercial. Nos dirigimos a visitar el Lago Martiánez, obra del lanzaroteño César Manrique, allá por los años setenta. Varias de sus obras móviles se encuentran en el interior de este espacio. El precio de acceso es de tres con cincuenta euros por persona, te bañes o solamente te pasees. Es un complejo de ocio de unos diez mil metros cuadrados formado por un lago central con un conjunto de piscinas, terrazas y restaurantes con el protagonismo de la piedra volcánica. Dada la hora que era, y que lo que habíamos tomado en La Orotava había dejado de hacer efecto, decidimos tomar unos bocadillos de tortilla en este recinto. Descansados y repuestos, paseamos todas las piscinas, que estaban bastantes animadas de gente, a pesar de que la climatología no invitaba precisamente a darse un baño.

Una vez recorrido todo el recinto nos dimos un reconfortante paseo por el, valga la redundancia, Paseo Marítimo. Vimos las piscinas naturales que también se han construido en esta zona, pasamos por la ermita de San Telmo, con sus bancos llenos de personas tomando el sol, la Casa de la Aduna, mirando desafiante al mar, y la iglesia de Nuestra Señora de la Peña, cuyo interior no pudimos ver por encontrarse cerrada. Nos sorprendió gratamente la fachada del Hotel Monopol situado en la misma plaza, con multitud de balcones canarios en la misma. De regreso hacia el coche, nos tomamos unos tés en una cafetería situada frente al Lago Martiánez, dando por finalizada nuestra visita. Cuando llegamos a Buenavista del Norte, camino del hotel, como aún era temprano, no serían más de las ocho de la tarde, nos dimos una vuelta por la Plaza de los Remedios y visitamos la iglesia del mismo nombre.

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