Sta. María del Azogue. Ábsides |
Salimos muy temprano de Paracuellos de Jarama en dirección a esta ciudad zamorana para recorrer los casi trescientos kilómetros que separan ambas localidades. Resulta innecesario comentar que desayunamos, al igual que otras veces, en la BODEGA PALACIO DE BORNOS situada casi a pie de la autovía en la localidad de Rueda, donde además solemos comprar alguna caja de un excelente vino tinto para regalar o para consumo propio. Dos cervezas y media ración de un excelente jamón nos levantaron el ánimo.
Llegamos a Benavente cuando faltaban pocos minutos para las doce del mediodía. Previamente me había puesto en contacto con la oficina de turismo local cuya responsable me había informado que las dos iglesias que teníamos especial interés en visitar –Santa María del Azogue y San Juan del Mercado– abrían solo en horario de culto, a las doce la primera y a las ocho de la tarde la segunda. De ahí la prisa que nos movió a dirigirnos directos a la IGLESIA DE SANTA MARÍA DEL AZOGUE, en cuyos alrededores conseguimos aparcar el coche, concretamente en la plaza de la Madera. Recorrimos a pie los escasos metros que nos separaban de la portada principal que todavía se encontraba cerrada. Mientras tanto, nos dedicamos a contemplar extasiados la cabecera del tempo conformada por cinco poderosos ábsides y una esbelta torre de construcción posterior. El nombre de Azogue deriva de un vocablo árabe que significa mercado, el cual tenía lugar en sus proximidades durante la Edad Media. La planta general y la cabecera responden al estilo románico. Cuenta, además de los cinco bellos ábsides semicirculares, con tres portadas, dos de ellas románicas en el crucero. A finales del siglo XIII, durante el reinado de Sancho IV, se concluyó y cubrió el crucero, y se levantó la torre. Los arcos utilizados son apuntados en los ventanales y en gran parte de las bóvedas. En los motivos de la decoración y en la distribución de los ábsides y pilares se observa una clara influencia del estilo cisterciense. Las bóvedas de las capillas externas son de cañón, mientras que las otras son de ojiva. Los pilares están decorados con motivos geométricos y en zigzag. La portada que está situada hacia el sur tiene por tema el “Agnus Dei” o cordero místico, rodeado de ángeles incensando. En las arquivoltas se observan diversas figuras: empezando por la izquierda encontramos representada a Eva desnuda, a continuación se encuentran los símbolos de los cuatro evangelistas y en el centro una imagen del Buen Dios. En el lado opuesto se encuentra la Virgen María pisando una figura del demonio en forma de serpiente. La puerta orientada hacia el norte carece de desarrollo iconográfico, pero sin embargo ofrece una excelente muestra de decoración vegetal y esquemática. La fachada oeste es de más reciente creación, sustituyó a otra, posiblemente románica, llamada de los Apóstoles, que se derrumbaría en el siglo XVIII. La que en la actualidad podemos ver es de influencia clasicista con una imagen de la Virgen en una Hornacina del frontispicio. El conjunto de la puerta lleva la fecha de 1735. En el interior de la iglesia se encuentran diversos retablos y obras escultóricas de gran valor, algunos de ellos pertenecen a las iglesias benaventanas que han desaparecido. Destaca una Virgen con el Niño, de talla románica, y sobre todo, el conjunto de la Anunciación, realizado en piedra policromada, probablemente en el siglo XIII. El grupo escultórico se encuentra en un perfecto estado de conservación; las imágenes se encuentran colocadas en el crucero, en los dos pilares centrales.
Finalizada la visita y cerrado el templo, nos dirigimos al establecimiento donde habíamos reservado para pernoctar. Nos hospedamos en la PENSIÓN LA TRAPERÍA que, como su propio nombre indica, no es otra cosa que una antigua trapería reconvertida en alojamiento con un encanto especial. Fue la propia anfitriona –todo un compendio de amabilidad en su afán por hacernos la estancia lo más agradable posible– la que nos recibió y nos permitió estacionar el vehículo en un patio lateral interior del edificio. Una vez que nos mostró la habitación que nos había adjudicado, nos encaminamos tras ella a la cocina donde nos resaltó las visitas más interesantes de la ciudad, así como las zonas de bares en los que tapear, aspecto este en el que Benavente tenía fama reconocida. Dormir esa noche nos costó cincuenta y cinco euros.
Con las ideas claras y con la ruta de visitas planificada salimos de nuevo a la calle y nos encaminamos hacia la plazoleta de los Leones, más conocida popularmente como plaza de la Farola, desde donde nos encaminamos hacia la zona donde se ubica el CASTILLO DE LA MOTA, antigua residencia del señorío de los Pimentel, que a principios del siglo XIX las tropas francesas lo destruyeron e incendiaron, conservándose como único resto de la antigua fortaleza la llamada TORRE DEL CARACOL. Tras diversos avatares pasó a formar parte del Parador Nacional de Turismo que en la actualidad lo alberga. La Torre del Caracol –se dice que fue la armería del castillo– es obra del siglo XVI, es un bello torreón cuadrado donde se entremezclan los estilos gótico y renacentista. En su fachada sur de pueden ver algunos escudos de casa de los Pimentel. Frente a este recinto hotelero se abre un espacio ajardinado de muy bella factura, el llamado PARQUE DE LA MOTA, con una extensa zona de numeroso arbolado que proporciona una sombra agradable a los paseantes y unas vista muy efectista de la amplia llanura que se extiende en la ribera del río Órbigo. Continuamos nuestro paseo por el parque hasta que en un lateral nos encontramos con el MONUMENTO AL CONDADO DE BENAVENTE, realizado en conmemoración del VI Centenario del condado de Benavente en el año 2002 por el escultor zamorano Ricardo Flecha. El monumento es una alegoría alusiva a la historia del condado de Benavente fundado en 1398 en la persona del caballero portugués don Joâo Alfonzo Pimentel y a al lema su linaje: Más Vale Volando. La cabeza de un guerrero medieval que con unas grandes alas parece querer elevar el vuelo. En su pedestal unas conchas o veneras y unas franjas aluden al emblema heráldico o escudo de armas de esta familia nobiliaria. Casi enfrente se encuentra el busto en honor al hijo predilecto de esta ciudad, el DOCTOR FRANCISCO DE CASTRO, nacido a mediados del siglo XIX, académico de medicina, catedrático de microbiología y eminente investigador. Fue inaugurado poco después de su muerte. Estuvo ubicado durante varias décadas en la plaza Mayor hasta que a finales del siglo XX fue trasladado a su actual ubicación. A continuación de los jardines del Parque nos encontramos con otro espacio ajardinado de más reciente creación y con un arbolado más reducido. Es el llamado Paseo de Soledad González, en cuyo centro destaca la obra del escultor benaventano José Luis Alonso Coomonte EL GRAN LAZO, una de las múltiples creaciones elaboradas con formas constructivo-geométricas y esculturas mecánicas desarrolladas por el autor. Salimos finalmente de los jardines y nos dirigimos a la cercana CASA DE SOLITA, edificio en ladrillo mandado construir por el hacendado y senador don Felipe González Gómez en 1904. Es obra del arquitecto Segundo Viloria, siendo un ejemplo representativo de la arquitectura de calidad de principios del siglo XX. El inmueble está dividido en tres plantas más sótano y azotea, resaltando sobremanera la nobleza de la primera planta, cuya puerta de acceso desde la escalera principal es realmente hermosa por la magnífica decoración que presenta de madera, vidrio, rejería y azulejos. En los salones de esta misma planta pudimos ver la exposición “Mujer, nobleza y poder”. También atrajeron nuestra atención los distintos salones decorados con pinturas de paisajes o escenas orientales, motivos geométricos y florales en los techos. En su planta baja, el edificio alberga la Biblioteca Pública.
Finalizada la visita –pasaban pocos minutos de las dos y cuarto de la tarde– decidimos hacer un alto y tomar algún refrigerio. Para ello nos dirigimos hacia la zona de tapas que nos había indicado la propietaria de la pensión. Recorrimos las calles de Los Herreros y de La Rúa buscando alguna terraza en la que sentarnos y tomar algún tentempié, pero vimos pocos establecimientos abiertos y los escasos que lo estaban no disponían de mesa libre en el exterior. Finalmente nos sentamos en la CAFETERÍA QUINTA AVENIDA a tomar esas cervezas fresquitas que teníamos tan bien merecidas y picotear algunas de las muchas tapas que ofrecía. Estaba ubicada en la plaza de la Madera, con una visión espectacular de la fachada principal de la iglesia de Santa María. La terraza estaba bastante animada a esa hora, hecho que no influyó en ser atendidos y servidos con prontitud por una diligente camarera que nos puso en la mesa un par de cervezas en copas enfriadas que nos supieron a gloria. Sendas tapas de cortezas con ensaladilla rusa y un revuelto de patatas, huevo y jamón nos sirvieron para ir abriendo apetito. Pedimos más cerveza y unos vinos que también llegaron con su tapa correspondiente, una de chorizo con patatas y otra de callos. Ello nos animó a pedir una ración de alitas de pollo –seis unidades– que, nunca mejor dicho, más que alitas eran alones por el tamaño que tenían. Por todo ello abonamos algo más de quince euros. Cubierto el trámite gastronómico, nos dirigimos de nuevo a la pensión, con la idea de descansar un rato, para continuar la visita el resto de la tarde.
Repuestas las fuerzas por una breve aunque reconfortante siesta, volvimos de nuevo a la calle. Nos dirigimos hacia el centro por las calles Ancha y Cervantes hasta llegar a la plaza del Grano. En este reducido espacio ajardinado son varios los elementos a contemplar. Uno de ellos es la ALEGORÍA DE BENAVENTE Y LOS VALLES, también conocidas como Cucañas de Coomonte, escultor del que habíamos contemplado con anterioridad su obra “El Gran Lazo” en el Paseo de Soledad González. Estas dos cucañas se aposentan sobre unos altos soportes metálicos rematados por dos representaciones alegóricas de estas tierras, así un pez que viene a sugerir el carácter fluvial y una cigüeña como referente de lo aéreo. Grandes piñas de vidrio a modo de frutos y en diversos colores penden de la estructura metálica. Otro edificio interesante de esta plaza es el PALACIO DE LOS CONDES DE PATILLA, edificio de tres plantas que, si bien conserva cierto aire señorial, en su conjunto resulta excesivamente sobrio en lo decorativo. Enfrente, al otro lado de la plaza, visitamos la llamada CASA DEL CERVATO, conocida también como Casa de los Rodríguez, un bonito ejemplo de la arquitectura civil del siglo XIX. Fue residencia del llamado “clan de los cervatos”, familia hacendada que mandó su construcción. Desde aquí, enfilamos la empinada calle de la Encomienda hasta llegar a una pequeña plazuela en la que se encuentra la conocida CASA DE LA ENCOMIENDA, actual Casa de la Cultura. Su uso inicial fue escolar y, como tal, requería de amplios ventanales que proporcionaran abundante luz y ventilación para las aulas. Es un edificio de ladrillo rojo con una bonita armonía en la combinación de todos los elementos que lo conforman, jugando especial interés los distintos planos de su fachada, en cuyo pabellón de acceso se eleva paramento rematado por un ático escalonado, decorado éste a base del resalte de las hileras de ladrillo. En su frente una lápida alude a su antigua función como grupo escolar y sobre el mismo se halla un escudo de armas Real que fue despojado de su corona durante los años de la Segunda República. Haciendo ángulo con la Casa de la Cultura se encuentra la cabecera escondida de la preciosa iglesia de San Juan del Mercado, cuyos ábsides apenas pueden ser intuidos en el pequeño espacio que separa ambos edificios. Es en este tramo de la fachada del templo donde se abre una majestuosa portada con bellísimas arquivoltas coronada por un tímpano en el que se representa la Adoración de los Reyes. No obstante, como la iglesia se encontraba cerrada y teníamos pensado visitarla a las ocho de la tarde cuando la abrieran para el culto, nos giramos para encontrarnos frente a la portada del templo con el BAJORRELIEVE DE FRAY TORIBIO DE BENAVENTE “MOTOLINÍA”, fraile franciscano nacido en Benavente hacia 1491 que evangelizó extensas zonas de Méjico y Centroamérica. Fue además el primer etnógrafo de América Latina, pues en sus escritos describe con minuciosidad la vida y costumbres de los indígenas de la Nueva España. El relieve conmemorativo es obra del artista mejicano Carlos Terrés. El monumento que representa a Fray Toribio está cargado de simbología alusiva a su defensa de los indígenas y a su obra misionera, entre los que se encuentran, además de las doce velas que representan al grupo de franciscanos que arribó en Méjico en 1524, diferentes elementos de la cultura azteca como son la tortuga y la serpiente del calendario azteca. Desde aquí nos dirigimos a la cercana Plaza Mayor, un espacio rectangular adoquinado con soportales en sus cuatro lados presidido en su centro por el MOSAICO DE LA VEGUILLA, en el que se representan alegóricamente los cinco ríos de la comarca benaventana: Esla, Eria, Tera, Órbigo y Cea. Todo el conjunto está presidido por el emblema heráldico de la ciudad: la Virgen de la Vega sobre un puente, al que se han añadido dos veneras o conchas, que son uno de los símbolos del escudo condal de los Pimentel, señores de Benavente. En uno de los laterales se ubica el AYUNTAMIENTO, cuya fachada destila una excesiva severidad y horizontalidad en sus líneas arquitectónicas. Consta de dos plantas de piedra de sillería, de orden toscano la primera y dórico la planta noble. En el piso central se abre una balconada central de vanos remarcados del muro en sus jambas y dinteles y separados unos de otros por pilastras adosadas. Un sencillo friso dórico recorre parte de la cornisa, donde se localiza sobre el balcón central un pequeño escudo de piedra con el escudo de armas de la ciudad. Desde aquí desandamos lo caminado esa tarde y bajamos la calle de la Encomienda, dejamos a un lado la plaza del Grano y nos encaminamos hacia la calle de Santa Cruz hasta llegar al HOSPITAL DE LA PIEDAD, que en la actualidad alberga un asilo de ancianos. Su construcción se debe al quinto conde de Benavente, don Alfonso Pimentel y a su esposa, doña Ana de Herrera y Velasco. El Hospital, en principio, estaba destinado a acoger a los peregrinos, aunque también estaba facultado para atender a los enfermos que pasaran por Benavente. La fachada del edificio es una bella muestra del arte del primer Renacimiento español, pues aún mantiene bastantes influencias del gótico. La portada está formada por un arco de medio punto recuadrado por un gran alfiz. En su cornisa superior lleva una inscripción realizada en minúsculas francesas o góticas, encima de él aparece un alto relieve que representa la escena de la Piedad. Remata el conjunto un frontispicio con una concha en el centro venera y candeleros. Estaba cerrado y no pudimos visitar su bonito claustro que habíamos visto previamente en fotografías. Sin embargo, nos llamaron poderosamente la atención los llamadores realizados en hierro forjado ubicados en sendas puertas de la portada principal. Uno de ellos representa a Santiago Apóstol como peregrino y está totalmente decorado. Continuamos bajando la calle Santa Cruz hasta llegar a la plaza de la Soledad, en cuyo centro se encuentra el MONUMENTO AL TORO ENMAROMADO. El conjunto escultórico consta de tres elementos, Hombre, Toro y Maroma que los une. Dicho monumento representa la tradición centenaria de las Fiestas del Toro Enmaromado, obra del artista Pedro Requejo. De nuevo volvimos sobre nuestros pasos y nos encaminamos hacia la plaza Mayor. Eran casi las siete de la tarde y nos apetecía sentarnos en una terraza y tomar un café que nos relajara de la caminata que hasta ese momento nos habíamos dado. Nos decidimos por la CAFETERÍA AMANECER donde pedimos un par de cafés con leche que degustamos con tranquilidad, repasando todo aquello que habíamos visto a lo largo del día y, sobre todo, digiriendo la bellísima cabecera y el cuidado interior de Santa María del Azogue. Finalizados los cafés, dado que aún disponíamos de tiempo, dimos varios paseos por las calles de Francos y de Los Herreros; nos detuvimos viendo tiendas y escaparates de los muchos establecimientos que ofrecían a los viandantes sus productos. En uno de estos paseos nos encontramos con la fachada azulona del GRAN TEATRO REINA SOFÍA, construido en el primer cuarto del siglo XX y levantado sobre algunas dependencias del desamortizado Convento de Santo Domingo.
Con puntualidad británica, a las ocho en punto estábamos frente a la puerta de acceso a la IGLESIA DE SAN JUAN DEL MERCADO, del siglo XII, con un estilo románico más puro que su compañera Santa María, sin embargo no se cubrió finalmente su cubierta con bóvedas, sino que en la actualidad existe un techo de madera con un tejado a dos aguas. La planta de la iglesia tiene tres naves con un crucero que no sobresale del conjunto. La cabecera es la típica románica con tres ábsides semicirculares, pero con una decoración de jaqueado en las impostas, similar a la de los edificios situados en el camino de Santiago. El templo tiene tres portadas –nosotros solo pudimos ver dos, pues la tercera se encuentra dentro del recinto hospitalario situado a la espalda del templo–, todas ellas del mas puro estilo románico. Destaca por el amplio desarrollo iconográfico la situada al sur recogida bajo un arco apuntado. El tema central que soporta el tímpano es el de la Adoración de los Reyes Magos. En el centro aparece la Virgen con el Niño sosteniéndolo entre los brazos, y a su izquierda están los reyes en actitud de presentar sus ofrendas. A la derecha, un poco apartada, está la figura de San José dormitando apoyado sobre un bastón. En el resto de la portada aparecen escenas relacionadas con el nacimiento de Jesucristo. En el centro de la primera arquivolta aparece la Estrella de Belén, también puede reconocerse a los Magos antes Herodes, ante quien hace guardia un soldado con la espada en alto, con un largo escudo y vestido con una malla típica de la época medieval. A la derecha de la estrella se ven los pastores durmiendo y junto a ellos varios ángeles incensando. Son también de destacar las seis esculturas adheridas a las columnas que representan a los profetas, reconociéndose entre ellos a Moisés, David y San Juan Bautista vestido con pieles; adornan los modillones una cabeza de toro y un sonriente ángel señalando un libro abierto en el que se lee “Mateus” y las primeras palabras de su evangelio. Todas las figuras de esta monumental puerta presentan algunos restos de su antigua policromía, predominando los tonos rojo, azul, verde claro y amarillo. La otra portada es más sencilla, sin tímpano, destacando la decoración de tipo esquemático a base de lóbulos y entrelazado, con algunos animales de carácter mitológico. En el interior de la iglesia se encuentran algunos restos de pintura destacando un fresco bastante deteriorado en el muro derecho donde se representa la escena de la Virgen con su hijo muerto en sus brazos junto a la cruz. Otra pintura al fresco interesante es la que cubre la cúpula del ábside central en la que destaca la escena del bautiza de Jesús a manos de San Juan Bautista. En escultura destacan algunas piezas procedentes de las iglesias de Benavente ya desaparecidas, principalmente una Piedad bajo hornacina gótica.
Concluida la visita a San Juan del Mercado, y antes de irnos a dormir, decidimos sentarnos en la terraza del GASTROBAR IMPERIAL, situado en una esquina de la calle de los Herreros, esquina con la calle de las Cortes Leonesas, dispuestos a pedir alguna ración que nos sirviera de cena antes de acostarnos. Nos sentamos en una mesa de la vacía terraza en ese momento y pedimos de entrada una copa de cerveza y una Coca-Cola y nos pusieron sendas apetitosas tapas. Vimos las raciones que ofrecían y nos decantamos por una tosta de gulas de la que dimos buena cuenta acompañada de un par de copas de vino tinto de Toro “24 mozas”, que nos dejó un excelente sabor de boca. Casi quince euros abonamos al camarero por todas las consumiciones. Sin embargo, fue al llegar a la pensión donde revisamos con tranquilidad el ticket que nos habían dado en el bar cuando nos dimos cuenta de que nos habían cobrado veinte céntimos de euro cada vez que el camarero aparecía por la mesa. El colmo fue constatar que nos había cobrado un euro por los cubiertos que nos había puesto. Se nos quedó un poco cara de póquer pues en ningún otro establecimiento de la ciudad en los que estuvimos nos había pasado algo así. Entiendo que el servicio en la terraza en la mayor parte de los establecimiento es más caro que en el interior del bar, pero el incremento que abonamos no nos fue indicado en ningún momento ni por el camarero ni por la carta que estuvimos leyendo antes de pedir.
Al día siguiente, me desperté temprano cosa que aproveché para dar un largo paseo por diversas calles de la ciudad cercanas, disfrutando del fresco de la mañana que en ese momento se hacía notar con insistencia. De vuelta a la pensión, me tomé un café con leche en la CAFETERÍA SADI, situada casi enfrente de nuestra habitación. Tocaba la siguiente etapa de nuestro viaje: la iglesia de Santiago en Santa Marta de Tera.
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