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Exterior del templo |
Salimos temprano de Benavente –algo más de las nueve y media marcaba el reloj del coche– en dirección a Santa Marta de Tera de la que nos separaban escasamente treinta kilómetros, la mayor parte de ellos por la autovía A52 que nos llevaría esa misma tarde hasta Gondomar en la provincia de Pontevedra, donde íbamos a pasar unos días con nuestros añorados nietos, Levy y Chloe, a los que llevábamos sin ver más de un año forzados por la odiosa pandemia de COVID que ha asolado –y aún lo sigue haciendo– a toda la población mundial. No habían dado las diez de la mañana cuando aparcábamos el coche al lado de la iglesia, convertida hoy en un significativo enclave de marcada vocación jacobea al constituir un recurrente principio y final de etapa del Camino Sanabrés a Santiago. Acudíamos a este templo no solo guiados por los excelentes comentarios que habíamos leído acerca de la calidad de la obra de esta iglesia románica, sino por contemplar de primera mano el recientemente descubierto fenómeno de luz equinoccial por el cual, dos días del año (en marzo y en septiembre), la luz penetra por un óculo de su cabecera incidiendo directamente sobre el capitel izquierdo del arco triunfal de la misma.
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Portada de acceso al templo |
No se veía un alma en la calle y la mañana se presentaba fresca. Pasamos al interior del recinto eclesiástico y nos dirigimos hacia la puerta de entrada situada en el llamado PALACIO DE LOS OBISPOS DE ASTORGA, construcción anexa a la iglesia, precedida de un agradable espacio ajardinado. Fue el obispo Acuña quien encargó la renovación de la residencia episcopal de Santa Marta, mejorando su traza, ambientes y materiales, mostrando una bella fachada pétrea de 1550, que es el aspecto más significativo de este palacio. En el friso se despliega la información icónica y epigráfica que justifica el rango de la fachada. Sobre la clave del arco “el escudo grande de sus armas con el capelo” (del obispo Acuña) e inscripción en el centro del friso; en las enjutas, dos clípeos clasicistas con los retratos del emperador Carlos V, a la izquierda, con corona imperial sobrepuesta y del papa Julio III a la derecha, con tiara pontificia…” En la actualidad el Palacio de los obispos de Astorga de Santa Marta de Tera alberga un pequeño Museo dividido en tres secciones: en la primera se exponen distintas piezas relacionadas con la liturgia católica; la segunda sección recoge objetos relacionados con lo jacobeo y sus caminos; por último, en la tercera sección, se muestra gráficamente como han ido evolucionando estos edificios y su entorno; y se exhiben algunos facsímiles de documentos relacionados con el devenir histórico de la Abadía de Santa Marta de Tera.
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Nave del templo |
En la portada palaciega nos recibió una amable señora que era la encargada de la venta de entradas para acceder al templo y al museo, cuyo acceso nos costó dos euros. Pasamos directamente al interior de la iglesia donde recibimos la sabia explicación de esta señora acerca del proceso constructivo a lo largo de los siglos así como del más famoso y conocido capitel del templo, del que hablaremos una líneas más adelante. La iglesia fue construida a finales del siglo XI con magnífica sillería de pizarra, dejando el uso de la piedra arenisca, más maleable, solo para los capiteles del templo. Presenta planta de cruz latina conformada por una única nave de tres tramos, un crucero cuyos extremos se cubren por techos de madera, al contrario que el ábside de la cabecera que lo hace con una elegante bóveda de cañón. El cimborrio que se eleva en el crucero no desmerece para nada el entorno que lo rodea.
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Ósculo de la cabecera |
La iglesia dispone de tres portadas de acceso al interior. La primera, situada a los pies no es visible hoy desde el exterior del recinto pues se haya oculta en dependencias del palacio museo y es por la que se accede al interior del templo. La abierta en el brazo norte del crucero, según nos comentó la señora que nos vendió las entradas, probablemente daría acceso a un claustro desaparecido. Esta puerta se encuentra ubicada frente por frente a la entrada al palacio museo. Presenta un sencillo vano de medio punto, con la única decoración de un guardapolvo taqueado. Situada a la derecha de la portada, pudimos contemplar una figura humana con la cabeza mutilada, identificable con San Judas Tadeo. Sin embargo, de las tres portadas, la que representa el santo y seña de la iglesia es la que se encuentra en el lado meridional de la nave flanqueada por sendas esculturas de bulto redondo, una de un apóstol de difícil identificación y la otra del apóstol Santiago en su papel de peregrino. Este último ha aparecido en numerosas publicaciones e incluso en una moneda de cinco pesetas, y es fácilmente identificable gracias a la vieira de su zurrón. De hecho, es la imagen europea del apóstol peregrino más antigua que se conserva. La portada se encuentra flanqueada por dos potentes contrafuertes que la enmarcan.
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Ábside de la cabecera |
La cabecera del templo, asfixiada por las tumbas y mausoleos apiñados los unos contra los otros, es de una belleza excepcional. Cuadrangular y cubierta a dos aguas, presentada sendas columnas de magníficos capiteles y dos líneas de taqueado jaqués que la delimitan en la ubicación de las tres ventanas de medio punto que se abren en la misma, dos de ellas cegadas. En la parte superior de la cabecera, por encima de la ventana abierta en el muro, se encuentra un pequeño ósculo por el que se filtra la luz solar al interior del templo.
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Capitel equinoccial |
Volviendo de nuevo al interior del ábside cabecero de la iglesia, resulta muy interesante la visión del capitel situado en el lado del evangelio. Este capitel, durante los equinoccios de primavera y de otoño, recibe la luz solar que se filtra por un ósculo situado en el por encima de la ventana que se abre en el muro de la cabecera. Está labrado en piedra caliza blanca y en él se puede observar una figura antropomorfa desnuda, de cuerpo entero y asexuada. Todo hace pensar que el alma que los ángeles se llevan a los cielos no es otra que la titular de la iglesia. Habíamos leído que podía representar también la subida de Cristo a los cielos, ya que se podían observar con facilidad los agujeros de los clavos en los pies de la imagen, y esa idea se la transmitimos a la señora que nos había explicado con anterioridad, y nos refutó el planteamiento asegurando que los ángeles no “podrían elevar a los cielos el alma de Cristo porque él era el mayor ángel de todos.” Paseamos una y otra vez tanto por el interior como por el exterior contemplado los bellísimos capiteles y canecillos que abundan en el templo. Saciada nuestra curiosidad y realizadas un par de cientos de fotos, volvimos al coche y emprendimos camino a Galicia.
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Portada del templo. Santiago Peregrino. |
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