sábado, 4 de mayo de 2013

CUDILLERO, PUEBLO MARINERO POR EXCELENCIA

Nuestro periplo por Asturias iba llegando a su fin y los objetivos que nos habíamos marcado inicialmente se habían cumplido con creces. Cudillero iba a ser nuestra última visita a esta vieja comunidad, ya que esa noche tendríamos que preparar las maletas para iniciar el viaje de regreso a Madrid donde dormiríamos al día siguiente. Salimos de Avilés –nos había dejado una impronta magnífica su casco antiguo– en torno a las cuatro y medía. Tomamos la A-8 y en poco más de veinte minutos recorrimos los veinte kilómetros que nos separaban de Cudillero. El tiempo seguía siendo primaveral, con un cielo azul que alguna que otra nube deshilachada manchaba. Una vez que entramos en las primeras calles de la villa nos llamó poderosamente la atención su singular configuración física. El caserío que conforma Cudillero se encuentra escondido para el visitante que arriba desde la carretera; oculto desde el mar y desde la tierra, descolgado en fuertes pendientes donde se arraciman muy compactas humildes casas de mil colores que se abren en estrechos y recoletos callejones que ascienden y descienden abruptamente en busca del codiciado mar. Teníamos la experiencia previa de haber visitado Lastres, otro precioso pueblo derramado colina abajo en pronunciadas pendientes ávidas de encontrarse con la arena del mar que la baña, pero Cudillero nos parecido que tenía un descenso mucho más pronunciado, que solo comienza a suavizarse en las cercanías de la plaza de la Marina y su conocido y fotografiado anfiteatro.

AVILÉS: UN CASCO HISTÓRICO MAGNÍFICO... Y EL CENTRO NIEMEYER

Habíamos iniciado la mañana con un tempranero paseo por el Cerro de Santa Catalina de Gijón para disfrutar con la visión de la monumental obra Elogio del horizonte del artista vasco Eduardo Chillida con un cielo despejado y temperatura primaveral y así continuó a nuestra llegada a la villa marinera de Avilés. Salimos de Gijón a eso de las once y media de la mañana para recorrer con prontitud los escasos treinta kilómetros que separan ambas ciudades. Para evitar problemas con la salida de Gijón, nos guiamos inicialmente con el navegador del teléfono que sustituimos por el GPS del coche una vez estuvimos en las afueras de la ciudad. A Avilés llegamos pasadas las doce de la mañana. Aparcamos en la calle Muralla, muy cercana al Centro Niemeyer, primera de las visitas que teníamos planificadas. Una vez que tuvimos estacionado el coche, nos dirigimos a la plaza de Santiago López, en uno de cuyos laterales se encuentra la escultura Hélices de Saint-Nazaire, una aspas de hélices que fueron regalo de la ciudad francesa de Saint-Nazarie con motivo de su hermanamiento con Avilés. En la plaza, fría y áspera pues se encuentra desprovista de cualquier atisbo de arbolado, conviven alegremente edificios de construcción moderna con otros de finales del siglo XIX. En ella destacan dos elementos llamativos para el visitante: el primero, unos largos bancos corridos de mármol blanco que serpentean en varias direcciones por la superficie de la plaza; el segundo, un atrevido y precioso puente que, desde este punto, salva elegantemente la ría que discurre con tranquilidad pasmosa y las vías del tren que corren paralelas a la misma. Además, desde este puente se obtienen una vista panorámica perfectas del Centro Niemeyer que se ubica frente a la pasarela. 

GIJÓN: UN AGRADABLE PASEO DE UNA MAÑANA

Habíamos pasado una tarde excelente durante la visita a Villaviciosa, pero el tiempo impasible nos apremiaba para llegar a la ciudad de Gijón donde íbamos a dormir las dos próximas noches. Algo menos de media hora nos llevó recorrer los escasos treinta kilómetros que separaban ambas localidades. Llegamos al extrarradio gijonés a eso de las seis y media de la tarde, aunque al hotel lo hicimos media hora más tarde. Y es que tuvimos un problema con el GPS. Entramos en la ciudad y callejeamos en dirección al centro sin ningún tipo de problema, ya que el navegador nos iba dirigiendo atinadamente. La cosa se complicó cuando llegamos a la calle HM Felgueroso, frente a los jardines del Paseo de Begoña. En esa misma esquina, el navegador perdió la conexión al satélite y comenzó un proceso interminable de búsqueda que no finalizaba nunca. Viendo que la conducción guiada era imposible, comenzamos a circular por las calles gijoneses sin orientación alguna hasta que llegamos a un hueco donde pudimos estacionar momentáneamente el coche. Reiniciamos el GPS y volvimos a marcar la dirección del hotel. De nuevo, bajo la correcta guía del navegador, callejeamos hasta que nos dimos cuenta de que habíamos llegado al mismo punto –calle de HM Felgueroso esquina con Paseo de Begoña–, donde se volvió a repetir la misma incidencia de la vez anterior: perdimos la conexión al satélite y de nuevo quedamos perdidos en el centro de la ciudad. Fue en ese momento cuando apagué el TomTom, encendí el navegador del teléfono y escribí la dirección del hotel del que no nos separaban más de quinientos metros y al que pudimos llegar sin ningún problema atendiendo las orientaciones del móvil.

viernes, 3 de mayo de 2013

VILLAVICIOSA, ALGO MÁS QUE SIDRA EL GAITERO

Llegamos a la villa a eso de las una y media de la tarde procedentes de la cercana Lastres. Aparcamos el coche en la calle del Sol, cerca de la plaza de José Caveda y Nava, un bonito espacio que antecede a la RESIDENCIA COLEGIO DE SAN FRANCISCO, de fachada clásica y blasonada, aunque poco decorada. En la plaza se encuentra el monolito de homenaje sobre el que descansa un busto de CARLOS I, donde se recuerda la fecha de 19 de septiembre de 1517, cuando el emperador, procedente de los Flandes, durmió por primera vez en tierra española después de desembarcar en el cercano Tazones, motivado por el temporal que le hizo variar su rumbo al no poder desembarcar en Laredo. Desde aquí nos dirigimos hacia la cercana plaza del Ayuntamiento, espacio triangular conocido también como la plaza del Güevu, en la que destaca el precioso edificio de la CASA CONSISTORIAL de la villa construida a comienzos del siglo XX de líneas sencillas pero refinadas. 

LASTRES, UNO DE LOS PUEBLOS MÁS BONITOS DE ASTURIAS

Salimos de Ribadesella con el regusto amargo de haber perdido una oportunidad única de contemplar uno de los mejores ejemplos de pinturas rupestres como son las que se conservan en la Cueva de Tito Bustillo, cuya visita se había suspendido. Así que reorganizamos el resto de la mañana y nos decidimos por acercarnos a la villa de Lastres de la que habíamos leído que era uno de los pueblos más bonitos de la costa asturiana. Nos hicimos a la carretera y en algo menos de veinte minutos estábamos entrando en el extrarradio de la localidad, después de recorrer los escasos veinticinco kilómetros que separaban ambas poblaciones. Nos sorprendió ver la figura de un dinosaurio de considerable tamaño en una de las rotondas de acceso a la villa. Después nos enteramos de la existencia en las inmediaciones del Museo del Jurásico, o de la presencia de numerosas huellas de dinosaurios dispersas por esta costa. Eran algo más de las doce y cuarto cuando estábamos aparcando el coche muy cerca de la Oficina de Turismo en un hueco que vimos libre muy cerca del MONUMENTO A LAS SARDINERAS, después de haber recorrido una pronunciada pendiente de ascenso que nos iba a dejar en la parte más elevada de la población. Esta escultura, realizada en bronce y con dos metros de altura, rinde homenaje a aquellas mujeres de antaño, llenas de coraje que sacaban a sus familias adelante con un enorme sacrificio diario. Cuando las lanchas llegaban al puerto, al alba, ellas llenaban el paxu (cesta plana) con muchos kilos de pescado fresco, los cargaban sobre sus cabezas y recorrían decenas de kilómetros diariamente, llevando el pescado a todos los pueblos y aldeas. En la Oficina de Turismo nos dijeron que había una ruta dedicada a una serie de televisión que se había rodado en el pueblo, “Doctor Mateo”, de la que no habíamos oído hablar ni evidentemente habíamos visto. Por ello, preferimos visitar los lugares más emblemáticos de la villa y no los conocidos en la serie.  

RIBADESELLA Y LA CUEVONA: MONUMENTOS NATURALES

Llegamos a la villa pasadas las siete y cuarto de la tarde procedentes de la cercana Llanes. Habíamos decidido pernoctar una noche porque queríamos visitar la cueva de Tito Bustillo, de la que habíamos oído maravillas por la calidad de sus pinturas rupestres, reconocidas a nivel mundial. Habíamos reservado la visita a las 13:15 horas y habíamos comprado por internet dos entradas al precio de 14,40 euros, gastos de gestión incluidos. Las entradas teníamos que recogerlas en el Centro de Interpretación de la cueva media hora antes del horario de visita reservado. Luego la cosa se torció por causas ajenas e inesperadas que explicaremos más adelante y la visita se suspendió. Además, Ribadesella es conocida mundialmente por el descenso anual del río Sella, que se celebra el primer sábado de agosto posterior al día 2 de dicho mes entre Arriondas y Ribadesella con un recorrido de veinte kilómetros.

jueves, 2 de mayo de 2013

LLANES: LOS CUBOS DE LA MEMORIA

No teníamos pensado visitar esta localidad, pero después de leer alguna  información turística sobre la misma, decidimos hacer un alto para ver dos cosas que nos llamaron la atención: los Cubos de la Memoria y la Playa de las Cuevas del Mar. Llegamos en torno a las cinco de la tarde, después de recorrer los casi cincuenta kilómetros que separan ambas localidades. El GPS nos fue guiando con exactitud y nos llevó hasta el puerto donde conseguimos estacionar el coche en el aparcamiento habilitado para tal fin, cerca de la plaza de Cimadevilla.  En ese momento no llovía, aunque el cielo seguía amenazando lluvia, así que, como personas precavidas que somos, nos armamos con nuestros paraguas y nos encaminamos para visitar esta obra que ennoblece el puerto de esta villa. Cruzamos la ría por el puente que da a la calle Marqués de Canillejas, continuamos por la calle San Antón hasta llegar a una pequeña explanada desde la que los Cubos tenían una perspectiva perfecta.

CANGAS DE ONÍS: UN PUENTE DE ENSUEÑO

Veníamos de visitar los Lagos y el santuario de Covadonga en una mañana que se nos había presentado lluviosa y desapacible –en los Lagos incluso nos llegó a nevar–. Sin embargo, aunque el cielo se mantenía gris, al llegar a Cangas dejó de llover, hecho que nos permitió visitar la localidad sin el engorro de los paraguas. Faltaban pocos minutos para las una de la tarde cuando estábamos aparcando el coche en la avenida Constantino González, cerca de un centro educativo y de una pequeña iglesia que en ese momento se encontrada cerrada. La ERMITA DE SANTA CRUZ, que así se llamaba, es el templo cristiano más antiguo de España ya que fue mandada construir por el rey Favila, hijo de Pelayo, para conmemorar la victoria de su padre en la batalla de Covadonga. Lo más curioso de esta pequeña capilla de planta rectangular y una sola nave es que en su interior alberga un antiguo dolmen datado en el 4000 antes de nuestra era. Toda esta información la pudimos leer con la ayuda del teléfono móvil que nos permitió leer un código QR habilitado en un cartel informativo ubicado ante la ermita. Desde aquí nos dirigimos hacia el centro de la villa. 

LOS LAGOS Y BASÍLICA DE COVADONGA: CONJUNCIÓN DE LO HUMANO Y LO DIVINO

Finalizada la visita a Santa María del Naranco y San Miguel de Lillo, ambos templos en la ciudad de Oviedo, pusimos dirección hacia la montaña asturiana. Hoy teníamos por delante un día muy completo en cuanto a visitas de espacios naturales, monumentos y localidades. Si todo salía como habíamos previsto, durante la mañana estaríamos en la zona de Los Lagos, la basílica de Covadonga y Cangas de Onís; y por la tarde, completaríamos visitando Llanes y Ribadesella, villa en la que pernoctaríamos. Todas estas reseñas aparecen en otras entradas del blog. Así que, sin más preámbulos nos echamos a la carretera –N-634– para recorrer los noventa y cuatro kilómetros que separan la ciudad de Oviedo y los Lagos, que iba a ser nuestra primera visita del día. 

miércoles, 1 de mayo de 2013

OVIEDO: ARTE Y CULTURA EN SU MÁXIMA EXPRESIÓN

Este viaje a tierras asturianas era un deseo largamente pospuesto en el tiempo y que por fin íbamos a hacer realidad. Para ello, aprovechamos el largo puente que se avecinaba en el calendario para llevarlo a cabo. Así, la tarde previa al uno de mayo llegamos a la casa de Carlos y Alicia en Paracuellos de Jarama para, en primer lugar, verlos, darles un achuchón cariñoso y estar con ellos unas horas y, en segunda instancia, para aligerar la carga kilométrica que al día siguiente nos llevaría hasta la bellísima capital del Principado. Nos levantamos muy temprano, en torno a las cuatro de la mañana, nos vestimos en silencio, salimos al exterior de la vivienda y subimos al coche que se encontraba preparado y cargado desde la tarde anterior. Nuestra idea era hacer los quinientos veinte kilómetros de autovía que separaban ambas localidades de un tirón, con alguna que otra parada en el camino para desayunar, repostar combustible y estirar un poco las piernas. Fue un viaje cómodo y con escaso tráfico. Tomamos la A6 en dirección a La Coruña, elegimos cruzar la sierra madrileña pagando el peaje del túnel de Guadarrama para evitar pasar por el complicado puerto de montaña que la atraviesa y continuamos camino hasta la localidad zamorana de Benavente donde dejamos la autovía que llevábamos para tomar la A66 –conocida con el nombre de “Autopista de la Plata”, en honor al nombre de la antigua calzada romana que hacía un recorrido similar–  en dirección a Oviedo, de la que aún nos separaban aproximadamente ciento noventa kilómetros. Poco después, ya con el sol por encima del horizonte, nos detuvimos en un bar de carretera cerca de Toral de los Guzmanes. Allí pedimos un par de cafés con leche y dos pastas pues, según nos informó el camarero que nos atendió, el panadero aún no había llegado y no tenían pan para servirnos las tostadas que le habíamos demandado. Finalizado el frugal desayuno, nos hicimos de nuevo a la carretera que nos mostraba un paisaje plano de tonos amarillentos, fruto de la reciente siega de los campos de trigo abundantes en el entorno. No obstante, superada la hora de viaje, el paisaje comenzó a cambiar. Los sempiternos llanos zamoranos y leoneses se fueron tornando en pequeñas crestas montañosas que nos anunciaban las primeras estribaciones de la Cordillera Cantábrica en cuyas cimas aún era visible la nieve caída durante el invierno anterior. Habíamos decidido pagar el peaje de la autovía fundamentalmente por la comodidad de viajar en este tipo de carretera y, sobre todo, por evitar el conocido Puerto de Pajares que se encontraba nevado en ese momento según habíamos leído en los días previos. Sin embargo, nos llevamos un sorpresa mayúscula cuando poco antes del túnel de Pando nos encontramos en medio de un paisaje totalmente invernal: caía una recia lluvia que, junto a la espesa neblina existente, dificultaba sobremanera la visión y la nieve era dueña y señora de las faldas montañosas que nos rodeaban.