El sol comenzaba a perder fuerza ese dos de mayo cuando el caserío de la capital zamorano comenzó a divisarse ante nuestros ojos. Veníamos desde la ciudad portuguesa de Bragança y nos dirigimos directamente a la Plaza de Viriato donde se ubicaba nuestro hotel, el PALACIO DE LOS CONDES DE ALBA Y ALISTE, palacio renacentista del XV construido sobre una antigua alcazaba romana y que en la actualidad alberga el Parador Nacional de Turismo, donde íbamos a dormir esa noche. De todo el recinto, lo más destacable es el patio renacentista con una elegante galería de arcos acristalados adornada con numerosos escudos heráldicos, y la soberbia escalera de acceso a la planta superior. Además, todo el interior del inmueble está decorado tratando de rememorar ese aroma medieval rico en armaduras y tapices nobiliarios que ha desaparecido con el paso de los tiempos. La plaza permite la circulación de los vehículos siempre y cuando sea para cargar y descargar pasajeros y/o equipajes de los establecimientos hoteleros de la ciudad o para acceder a los aparcamientos privados de la zona. Por ello, dejamos momentáneamente el coche en la puerta del Parador y descargamos el equipaje que íbamos a necesitar para pasar la noche y el día siguiente. Mientras Concha se quedó sentada en un salón cercano a la recepción, yo continué camino hacia el cercano APARCAMIENTO ZAMORA, sito en la calle San Juan del Mercado, para dejar el coche por el módico precio de doce euros las veinticuatro horas. De nuevo, de vuelta al Parador, nos asignaron la habitación 111, sita en la primera planta, con entrada por una de las alas del precioso patio porticado alrededor del cual se organizaba el edificio. Subimos a la habitación por una bellísima escalera de piedra con unos excelentes motivos decorativos, en cuyo hueco brillaba la reluciente armadura de un caballero a lomos de su caballo también protegido con sus correspondientes cotas metálicas. Los pasillos que bordeaban el patio estaban decorados con muebles y elementos de época, algunos un poco desvencijados, pero que aguantaban con cierta dignidad el paso de tiempo. Lo que sí me provocó una excitante chispa en la memoria fue ver los maravillosos jarrones de cerámica abundantes sobre las mesas y muebles, que me recordaron la misma belleza de los que decoraban los pasillos del Parador de Bailén, que por estas fechas ya había pasado a mejor vida. Pagamos un precio de 136 euros por el alojamiento en el que se encontraba incluido el desayuno. La habitación estaba pintada en un tono crema brillante, tenía unos techos altos con vigas de madera y era tan enorme que empequeñecía el sofá, las mesas y los pequeños aparadores con que estaba decorada, mobiliario que pedía a gritos, eso sí, una pronta renovación. Nos sentamos en la cama que nos dio la sensación de ser cómoda. Las vistas desde la ventana eran muy buenas. Se veía la totalidad de la plaza de Viriato, con la escultura del líder rebelde sobresaliendo por encima del abundante arbolado de la misma. Al otro extremo de la plaza, el edificio de la Diputación Provincial y la Sala de Exposiciones de la Encarnación. Nos refrescamos un poco y nos echamos a la calle a fin de apurar las horas que nos quedaban hasta regresar al Parador para dormir esa noche.
Salimos a la plaza y giramos a nuestra derecha por la calle Ramos Carrión. Pasamos delante de la excelente fachada del ANTIGUO PALACIO PROVINCIAL de estilo neorrenacentista, construido en el último tercio del siglo XIX para ser la sede de la Diputación Provincial. Unos pasos más adelante nos llevaron a la PLAZA MAYOR zamorana. En ella se encuentra una de las muestras más hermosas del románico de la ciudad, la IGLESIA DE SAN JUAN DE PUERTA NUEVA, levantada en la segunda mitad del siglo XIII. De las fachadas que conserva, la más destacable es la sur, en cuyo centro se abre la portada flanqueada por dos esbeltas columnas y con tres robustas arquivoltas de medio punto. Sobre la puerta hay un rosetón de rueda de carro, el más bello y elegante de la ciudad. El interior presenta una sola nave y las tres capillas reformadas. Además de la techumbre mudéjar que la cubre, también es reseñable el retablo principal dedicado a San Juan Bautista que corresponde al último tercio del siglo XVI. La visión de la portada y el rosetón conquistó nuestros corazones para toda la tarde. Pero la visita debía continuar. A la derecha de esta portada se alza el grupo escultórico MERLÚ, nombre con el que se conoce a la pareja de hermanos encargados de congregar al resto de cofrades con sus toques de corneta y tambor para acudir a la asamblea anual y a la procesión del Viernes Santo. A nuestra espalda, se alza elegante el AYUNTAMIENTO VIEJO de la ciudad, construido en el siglo XVII, y que funcionó como tal hasta 1950. Es un edificio de estilo plateresco, de dos plantas con fachada porticada hecho con piedra. Enfrente, al otro extremo de la plaza, se puede contemplar la sobria y neoclásica fachada del actual AYUNTAMIENTO NUEVO, conocido como Casa de las Panaderas. Se construyó a finales del siglo XIX, aunque no comenzó a usarse como consistorio en 1950. Ya la hora apretaba, las nueve y media, y nuestros estómagos nos llamaban la atención con una asiduidad casi constante. Por ello, buscamos entre la mucha oferta de bares que había en los alrededores de esta plaza y finalmente nos decantamos por sentarnos en una mesa interior del BAR EL COLMADO, pues, aunque la temperatura era agradable, con la noche ya sobre la ciudad, hacía un cierto relente del que apetecía resguardarse. No era muy abundante la clientela en ese momento. Pedimos un par de cervezas para abrir boca que nos sirvieron acompañadas de sendas tapas de morcilla. Le dimos un breve repaso a la carta y nos decantamos por pedir una ración de cecina, que nos había recomendado el camarero, y unas tostas de salmón. Terminada la cerveza, yo pedí un par de vinos Ribera del Duero para los que nos trajeron también su tapa correspondiente. Pagamos casi veinte euros por todo. Una vez en la calle, desandamos los pasos que habíamos dado esa tarde y en breves minutos llegamos al Parador y, por ende, a nuestra habitación. Una ducha reconfortante y a la cama para descansar de un día en el que habíamos amanecido en Oporto y lo habíamos pernoctado en Zamora, después de pasar por la ciudades de Braga, Guimarães y Bragança.
Dormimos como lirones. No obstante, y dado que teníamos que aprovechar la mañana que nos quedaba, nos despertamos cuando pasaban algunos minutos de las ocho. Nos vestimos y poco después de las ocho y media ya estábamos sentados en una mesa del comedor habilitado para servir el desayuno que teníamos incluido en el precio abonado por la habitación, sito en la planta baja, muy cerca de la recepción. Solo una pareja desayunaba en silencio a esa hora en una mesa alejada. Una diligente camarera nos ofreció café con leche que aceptamos gustosos. Una vez que nos dejó las tazas en la mesa, nos levantamos y nos dirigimos al buffet que nos aguardaba en varias vitrinas y bandejas. Desayunamos de modo contundente: sendos cafés con leche, un par de zumos de naranja, tostadas de aceite y tomate, alguna rebanada más de pan con fiambre, alguna pasta de vista apetitosa y de paladar delicioso también cayó –¡para qué nos vamos a engañar!– y nueva ronda de café y zumo para mí. Finalizado el desayuno, volvimos de nuevo a la habitación, nos aseamos, recogimos la maleta –que dejaríamos en la recepción, pues nuestra idea era pasar la mañana visitando la ciudad e iniciar el regreso a Madrid a mediodía– y salimos de nuevo a disfrutar de una mañana radiante de sol y una temperatura más que agradable.
Volvimos a pasar por la misma calle que habíamos recorrido la tarde anterior hasta llegar a la plaza Mayor. Dirigimos nuestros pasos hacia la IGLESIA DE SAN VICENTE, que en ese momento estaba abierta. Su construcción se remonta a finales del siglo XII o principios del siglo XIII. De esta estructura románica se conserva la fachada occidental con la torre y algunas ventanas saeteras. El interior, sin embargo, es en general obra del siglo XVII. Es de una sola nave con presbiterio cuadrado y capillas laterales, destacando la de Nuestra Madre de las Angustias, que alberga una excelente talla del mismo nombre, y una excepcional talla del "Cristo de la Buena Muerte" del siglo XVI, que muy amablemente nos explicó un cura ya de edad avanzada que andaba trajinando con las flores y las velas del templo. Tiene una de las torres más esbeltas y armoniosas de la ciudad rematada en un chapitel octogonal de pizarra del siglo XVIII. A la salida nos topamos con un estrecho callejón que anunciaba la presencia del TEATRO PRINCIPAL al final del mismo. Nos adentramos más por curiosidad que por otra cosa y aprovechamos la ocasión cuando regresábamos para comprar un par de tijeras de pelar que ofrecía un comercio especializado en todo tipo de útiles caseros: navajas, cuchillos, tijeras de todo tipo, etc. Vinimos a salir a la plaza de Sagasta –con la presencia de un par de edificios modernistas de un corte bastante aceptable– para continuar por la calle Santa Clara para detenernos en la plaza de Zorrilla para admirar la bellísima fachada del conocido como PALACIO DE LOS MOMOS, construcción gótica isabelina de inicios del siglo XVI. Fue residencia de nobles zamoranos, aunque con el paso de los siglos llegó a convertirse en mesón y casa de arrieros hasta llegar a ser, actualmente, sede de la Audiencia Provincial. Del edificio original solo se conserva su esplendorosa fachada con profusa seña heráldica central, sostenida por una pareja de salvajes dispuestos sobre pequeños leoncillos, más una pareja de dragones y niños combatiendo en su parte superior. También presenta cuatro ventanas geminadas profusamente decoradas y rematadas por arcos conopiales. Frente a esta espléndida fachada se abre un pequeño espacio ajardinado presidido por la escultura en bronce LA MATERNIDAD, obra de Baltasar Lobo, escultor zamorano que tiene un museo justo al lado de la catedral. Representa a una madre recostada alzando en brazos a su hijo. También atrajo nuestra atención un bonito ejemplo de edificio modernista ubicado en una esquina de esta pequeña plaza. Continuamos nuestro paseo hasta llegar a la plaza de la Constitución, fría y sin arbolado alguno. Aquí destacan dos edificios: por un lado, la anodina construcción de la actual Subdelegación del Gobierno y, por otro, frente a la anterior, la majestuosa IGLESIA DE SANTIAGO DEL BURGO, edificada extramuros del primer recinto murado de la ciudad, en el nuevo burgo, hasta que tomó tal pujanza que fue rodeado de murallas por el segundo recinto amurallado. Tiene tres naves divididas en cuatro tramos y triple cabecera rectangular. Su disposición es basilical. La iglesia tiene tres portadas distribuidas simétricamente. La más destacable es la de la fachada sur, en cuya puerta pueden verse dos arcos gemelos cuya unión descansa en una ménsula pinjante, creando una sensación de difícil equilibrio y espectacularidad. Sobre la puerta hay un rosetón con doble celosía de piedra, formando seis hexágonos en torno a un círculo. En este punto, comenzamos a desandar el recorrido que llevábamos hecho esa mañana. Llegamos hasta la plaza de Claudio Moyano en la que, en uno de sus laterales se alza ante la fachada de la Biblioteca Pública la estatua de IGNACIO SARDÁ, escritor zamorano con numerosas obras y artículos sobre la filosofía, historia, crítica, arte y poesía. Justo al lado, en una pequeña anchura se encuentra la IGLESIA DE SAN CIPRIANO, iniciada a finales del siglo XI, pero reconstruida en los siglos posteriores. Tiene una sola nave con cabecera plana y algunas capillas añadidas. Al exterior de la cabecera lo más notable es la ventana de la capilla del Evangelio, guarnecida por arco de medio punto que descansa en columnas capiteladas. La protege una pequeña reja románica, del siglo XII. La fachada sur es de mediados del XII y su portada es muy sencilla. Concluida la visita tomamos la calle de Los Francos para llegar a nuestra siguiente visita, la maravillosa IGLESIA DE SANTA MARÍA MAGDALENA, iniciada a mediados del siglo XII y finalizada en el siglo siguiente. Tiene una sola nave de planta rectangular que se une al semicírculo del ábside por un tramo recto. La contemplación de su portada sur ya merece la pena el viaje a la capital zamorana. Completa la portada con un rosetón de lóbulos con guarnición de puntas de diamantes en la parte de arriba, y en la parte baja la puerta cuyos arcos descansan en cuatro parejas de columnas de capiteles labrados que efigian dragones, aves híbridas con cabezas humanas y animales fantásticos. Las otras portadas son más sencillas y austeras. En su parco interior, con más características góticas que románicas, quedamos muy sorprendidos por la existencia de un sepulcro de una dama desconocida cuya figura yacente aparece empotrada en el muro con dos ángeles encima portando su alma, y dos tabernáculos incrustados en los ángulos delanteros de la nave y cubiertos con bóveda de cañón. Con el regusto de la contemplación de tal belleza, salimos de nuevo a la calle para contemplar justo enfrente la elegante fachada renacentista del CONVENTO DEL CORPUS CHRISTI, fundado en el siglo XVI por la orden de las Clarisas Descalzas. Es un convento de clausura.
Continuamos camino hasta llegar a la IGLESIA DE SAN PEDRO Y SAN ILDEFONSO, ubicada en la plaza de San Ildefonso. Este templo fue reedificado a finales del siglo XI y se reformó en los dos siglos siguientes. Sin embargo, sus raíces románicas sufrieron un cambio radical con las reformas llevadas a cabo entre los siglos XV y XVIII que le dieron un aspecto totalmente distinto con predominio en su exterior del estilo neoclásico. Justo enfrente de la iglesia, al comienzo de la calle de los Notarios estuvimos haciéndonos unas cuantas fotos con dos muñecos casi a tamaño natural con el traje típico de la provincia que servían de reclamo a una tienda –Aperos y Viandas se llamaba– que ofrecía a los transeúntes productos de la tierra. Continuamos por esta calle que, en un momento determinado, nos mostró una excelente vista de la cúpula gallonada de la catedral que se vislumbraba al final de la misma. La calle viene a morir ante la gran explanada de la plaza de la Catedral, fría y desprovista de arbolado, cosa que no se sabe bien si agradecer porque, al menos, permite la visión total del templo, sobre todo, de su robusta torre románica y de su cúpula de gajos o lobulada. A la derecha era visible la ubicación del MUSEO DE BALTASAR LOBO, escultor zamorano del que habíamos visto esa mañana una escultura en la plaza de Zorilla.
La CATEDRAL DE ZAMORA es el más representativo de los monumentos de la ciudad. De estilo románico, severa y armónica, es uno de los edificios más bellos construidos en el siglo XII. Su construcción comenzó en el año 1151 y veintitrés años después fue consagrada. La planta es de cruz latina con tres naves. En el crucero se alza un hermoso cimborrio, de clara influencia bizantina, decorado con una cúpula gallonada, adornada con escamas de piedra. Este es el elemento más llamativo, bello y original del templo. Solo una de las tres puertas románicas originales se conserva en la actualidad, la Puerta del Obispo, situada en la fachada Sur y que contiene una de las muestras de mayor calidad de la escultura románica. Nos dirigimos a la taquilla y compramos dos entradas por un precio total de ocho euros. Con ellas accedimos al interior del templo, con escaso número de visitantes en ese momento. Recorrimos las distintas capillas deteniéndonos en aquellas que consideramos más atractivas: la Capilla Mayor con un más que aceptable retablo neoclásico del siglo XVIII y una excelente reja del XV; el Coro con una buena sillería de comienzos del XVI; la Capilla de San Bernardo donde se rinde culto a uno de los mejores crucificados del Barroco español, el Cristo de las Injurias, de autor anónimo, que procesiona por las calles de la ciudad el Miércoles Santo; el claustro dieciochesco; y la cúpula que, si ya de por sí es una verdadera maravilla desde el exterior, contemplarla desde el interior no desmerece para nada la belleza que desprende. Una vez más, finalizada la visita, nos acercamos a deleitarnos con la exquisita Puerta del Obispo que se alza frente a la anodina fachada del PALACIO EPISCOPAL, a cuyo patio interior accedimos al estar la puerta abierta. Desde aquí nos encaminamos rumbo a los restos de la antigua fortaleza de la ciudad. Entre la catedral y el castillo se abre un agradable parque –de reciente construcción por la escasez y pequeñez de su arbolado– en el que abundan numerosas esculturas mayoritariamente del escultor zamorano por excelencia, Baltasar Lobo. Llegamos de este modo al CASTILLO que nunca tuvo carácter palaciego, sino más bien de fortaleza en la que protegerse y proteger la ciudad. Data su construcción de mediados del siglo XI, aunque de esta época quedan ya muy pocos restos. Presenta forma romboidal, destacando sobre ella tres torres, dos de ellas pentagonales y una tercera heptagonal. Destacan sobre todo la torre del homenaje y el foso. Se accede al interior a través de un puente que, en sus orígenes, era levadizo y que va a parar a una puerta de arco apuntado. Las vistas desde este punto de la catedral y del río que discurre mansamente a los pies de la ciudad son imponentes.
Y prácticamente aquí dimos casi por finalizada la visita a Zamora. Comenzamos el camino de vuelta, no sin antes acercarnos al MIRADOR DEL TRONCOSO, una perfecta atalaya para ver en todo su esplendor el río Duero y el PUENTE DE PIEDRA, construido en el Siglo XII y reformado en varias ocasiones. Tiene dieciséis grandes bóvedas apuntadas con distintos aliviaderos a modo de arquillos sobre las pilas. Los tajamares que presenta son de planta triangular. Desde aquí nos fuimos con la correspondiente tanda de fotos hasta llegar a la recoleta y no menos encantadora plaza de Fray Diego de Deza, presidida por un busto de este religioso, donde la tranquilidad parecía haber detenido el tiempo. Nos sentamos en uno de sus bancos unos momentos para disfrutar del canto de los numerosos pájaros que en ese momento sobrevolaban nerviosos entre su arbolado. Continuamos por la calle de San Pedro para contemplar el lateral de la Iglesia de San Pedro y San Ildefonso que habíamos visto cuando íbamos camino de la catedral. Es en este muro donde se conservan los restos románicos más significativos del templo, con una portada que recuerda vagamente a la Puerta del Obispo de la catedral. Sin embargo, dos cosas nos llamaron la atención: una, la dejadez en el cuidado y conservación de esta portada y otra, la existencia de unos contrafuertes exteriores adosados al edificio contiguo encargados de sostener el muro y evitar su caída. De nuevo en la plaza Mayor nos detuvimos un último momento para contemplar la torre de la iglesia de San Juan y así fotografiar una efigie de grandes proporciones de un guerrero con armadura medieval en funciones de veleta, conocido con el nombre de PEROMATO, figura muy querida en la ciudad. Un último alto para ver el grupo escultórico existente en esta plaza dedicado al imaginero zamorano Ramón Álvarez, en el que sobre una base de granito, se alza una gran mole de piedra en la que se incrustan en bronce, el busto del escultor y una figura de un Cristo yacente. Desde aquí Concha se dirigió al cercano Parador para preparar el equipaje y sacarlo a la puerta y yo me encaminé hacia el aparcamiento donde había estado el coche resguardado desde nuestra llegada a la ciudad. Algo más de las dos de la tarde eran cuando iniciamos camino a Madrid donde esa tarde teníamos previsto reunirnos en Pozuelo de Alarcón con nuestro hijo Carlos.