martes, 1 de marzo de 2011

Tenerife: Punta del Teno, Santa Cruz e Icod de los Vinos

Como bien creo que queda reflejado a lo largo de todos los comentarios realizados, este ha sido un viaje en el que el descanso ha brillado casi por su ausencia, aunque este hecho no nos ha importado demasiado pues lo que es descansar ya lo haríamos cuando regresáramos a casa. Desayunamos en el hotel nuestro aporte diario de calorías y nos dirigimos sobre las ocho de la mañana en dirección a la Punta del Teno. Hasta el llamado Mirador de la Monja, donde hicimos una pequeña parada, el paisaje no nos dejaba intuir lo que se avecinaba. Tras pasar un pequeño recodo para ver el paisaje de la zona de Buenavista, nos encontramos de golpe con el viento que azotaba con tal fuerza que dificultaba sobremanera dar pequeños pasos. Concha llegó a comentar jocosamente que si hubiera sido ella la que hubiera estado en mi lugar, habría salido volando. Una vez realizadas las correspondientes fotos nos encaminamos hacia Teno. Convendría citar previamente que esta carretera dispone de unos grandes carteles en los que se prohíbe el acceso a la misma en los idiomas más usuales, previniendo de la caída de piedras de los acantilados por los que discurre con el correspondiente peligro que ello supone. No obstante, a pesar de las prohibiciones, «todo el mundo» circula por la misma, sin importar si quiera la presencia de la Guardia Civil, aunque es verdad que en las cunetas se puede observar con total claridad la presencia de rocas, más o menos grandes, desprendidas de las paredes rocosas. A un kilómetro aproximado del Mirador de la Monja surgen fantasmagóricos dos larguísimos túneles excavados en la roca viva donde la oscuridad absoluta reina a sus anchas. Ni que decir tiene que mientras los atravesábamos tuve mi pequeño pellizco en el estómago pensando en una posible avería. Una vez que volvimos a salir de nuevo al extraordinario amanecer sobre Los Gigantes, como decorado, la tierra volvió a surgir agreste y salvaje. Llegamos al final de la carretera y dimos una vuelta por el faro rojo que existe en sus aledaños y por los alrededores en los que contemplamos pequeñas calas golpeadas por un fuerte oleaje y algún que otro campista desperezándose.


Como el viento que hacía era bastante desagradable, acortamos nuestra estancia en Teno y emprendimos el camino de vuelta, en dirección a Santa Cruz de Tenerife. El tráfico por la carretera fue intenso y en algunos momentos un poco desesperante, pero una vez que cogimos la autovía, todo fue mucho más rápido. Aparcamos en la Estación de Guaguas y de Cercanías, un edificio con muy pocos años, bien cuidado y, como todos los edificios de estas características, un poco impersonal. Poco antes de aparcar vimos una escultura excepcional, obra de Fernando Garcíarramos, denominada ’Arbórea’, del año 1991, situada frente a la plaza de Europa. Esta escultura ofrecida por el Colegio de Aparejadores a la ciudad se nos asemeja a una sabina del Hierro, tal como el escultor concibió a una mujer joven de larga melena al aire, con su cuerpo transformado en el tronco de un árbol y su cabello y brazos en las ramas.

Desde allí nos dirigimos a visita el colosal Auditorio de Calatrava, de un diseño tan atrevido, como otras muchas obras de este genial arquitecto. A mí me recordaba un poco a la Ciudad de las Artes y las Ciencias de Valencia. Se encuentran en los alrededores dos construcciones muy significativas de la isla; por un lado, las dos torres rascacielos, que hasta 2010 eran la zona residencia más alta de España (evidentemente son los dos edificios más altos de todo Tenerife); y, por otro, una escultura móvil, obra del lanzaroteño César Manrique.

Desde allí nos desplazamos, siguiendo en todo momento los contenedores del puerto que se intuía cercano, hacia la Plaza de España, enorme explanada desde la que parte la calle del Castillo, una de las principales arterias de la ciudad. Destacan en esta plaza varias construcciones, principalmente el edificio del Cabildo. Frente a él, escoltado por dos enormes figuras de bronce, nos encontramos con el Monumento a los Caídos por España, una torre en forma de cruz con un mirador en lo alto, cuya base contiene una cripta ya vacía. El monumento en sí está formado en total por cuatro piezas escultóricas: la alegoría de la Patria sosteniendo al Caído; una mujer alada representando la Victoria y en alusión a aquellas expediciones marítimas que retornaron gloriosas a su tierra nativa, y dos figuras de soldados en posición de descanso y con una espada entre sus manos, que representan los valores cívico y militar, respectivamente. Las paredes de la base están cubiertas por bajorrelieves. Frente a este monumento destaca un enorme estanque de agua. Dirigimos nuestros pasos hacia la calle del Castillo, encontrándonos rápidamente con la Plaza de Candelaria, presidida por una columna de mármol blanco coronada por una imagen de esta virgen, patrona de Canarias. La práctica totalidad de la plaza estaba ocupada por una estructura metálica destinada, pensamos, al desarrollo de las actividades carnavaleras, dadas las fechas que eran. El paso de personas era incesante en la calle, encontrándonos con multitud de tiendas de productos típicos de la ciudad y de la isla. Nos dirigimos hacia el teatro Guimerá, buscando la obra escultórica del alemán Igor Mitoraj llamada ‘Per Adriano’, de 1993. Está realizada en bronce y representa un gigantesco rostro femenino. Tras las correspondientes fotos en esta escultura y otra de Ángel Guimerá que había en la misma explanada del teatro, nos fuimos hacia el encantador Mercado de la Recova, también llamado de Nuestra Señora de África. Es este un mercado amplio, con un bullicio dirigiendo sus pasos en todas direcciones y con puestos muy singulares. En la misma puerta del mercado había un señor vendiendo sombreros que muy amablemente se ofreció para buscarme un sombrero de mi talla, que al final no encontró. Una lástima. Andando de vuelta pasamos por delante del TEA (Tenerife Espacio de las Artes). El edificio en sí resulta extraño porque solo se ve una parte de lo que realmente es debido al desnivel con el barranco de Santos, pero su interior parece muy amplio y moderno. Bordeamos este espacio museísticos y nos dirigimos por el mencionado barranco en dirección a la iglesia de la Concepción, una excelente muestra del barroco canario, donde destaca sobre todo su alta torre. En un lateral del altar mayor se encuentra la cruz que clavó Alonso Fernández de Lugo tras desembarcar en estas tierras.

Tras visitar su interior, decidimos volver al coche para emprender el camino de regreso, con la intención de hacer una parada en Icod de los Vinos, donde llegamos hacia las una y media de la tarde. Dejamos el coche en el aparcamiento del Parque del Drago y nos dirigimos hacia el Mirador de la Plaza de Lorenzo Cáceres desde el que se puede observar y fotografiar gratuitamente el maravilloso drago mal llamado ‘milenario’. Esta enorme plaza es un gran pulmón verde donde se encuentran multitud de plantas y árboles. También se puede admirar la iglesia de San Marcos, que alberga el Museo de Arte Sacro, que decidimos no visitar porque ya estaba cerrado y, además, íbamos mal de tiempo y no podíamos hacerlo por la tarde. Ahora bien, si espectacular es esta plaza, no tiene punto de comparación con la que se sitúa a escasos metros, llamada Plaza de la Constitución. Creo que es una de las plazas más bonitas que he visto en mi vida: la uniformidad clásica de las casas que la bordean, las plantas que la adornan, la fuente central, el terrizo de la propia plaza… Maravillosa. Tras una buena sesión de fotos y de degustar los vinos canarios en una de las muchas tiendas que hay en la misma, decidimos comer en un bar llamado Tierra de Campos, sito en la mencionada plaza, cuyo menú canario tenía buena pinta y los precios que figurarán en las pizarras anunciadoras estaban dentro de lo razonablemente barato. También nos animó a sentarnos el hecho de que casi todas sus mesas estaban ocupadas. El menú fue interesante: rancho canario (una especie de potaje) y sardinas a la plancha con mojos y papas arrugadas, todo ello regado con unas cervezas (las mías sin alcohol, por aquello de la conducción). El precio final no superó los veinticinco euros, incluidos los postres y los tés correspondientes. Finalmente, otro apunte de Icod de los Vinos que me produjo una fuerte impresión es el de sus calles en cuesta. Yo he visto muchas calles con cuestas más o menos pronunciadas. Sin embargo, alguna calle de Icod me hizo dudar si el coche alquilado que llevábamos era capaz de llegar a coronarla. Algo fuera de serie.

Así, repuesto el ánimo, nos preparamos para el regreso al hotel y hacer el circuito del spa que teníamos concertado para las seis de la tarde y que, finalmente, fue a las cinco y media. Previamente y antes de dirigirnos al spa, estuvimos recorriendo todas las dependencias y jardines del hotel, tomando algunas fotografías de recuerdo. Después nos dirigimos al spa donde una señorita muy amable nos explicó el funcionamiento de las instalaciones y el orden correcto de su uso. Curiosamente yo no había estado nunca en un spa y me imaginaba que sería algo parecido a los baños árabes, los cuales sí he recorrido y disfrutado varios. Estuvimos más de una hora en unas instalaciones dignas del descanso más merecido. Agua a distintos grados de temperatura –algunas duchas propias de la mente más sádica– abrían los poros de la piel para conseguir una relajación perfecta.

Volvimos a la habitación para preparar las maletas ya que al día siguiente volvíamos de nuevo a Madrid. Cenamos en la habitación del hotel algunas viandas que habíamos comprado previamente en un pequeño supermercado de Los Silos, acompañadas de unas latas de cerveza fría. Esa noche nos dormimos temprano, ya que al día siguiente había que volver a madrugar para entregar el coche antes de las diez de la mañana en el aeropuerto de Los Rodeos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario