lunes, 28 de febrero de 2011

Tenerife: Masca, Los Gigantes, Vilaflor, El Médano, Candelaria

Este día nos levantamos muy temprano –en torno a las siete y cuarto–. Nuestro plan era ir a Los Gigantes para dar un paseo un paseo en barco, pasando previamente por Masca.

No tengo palabras para describir esta zona de la isla. Es algo indescriptible, tienes que verlo para poder comprender la magnitud de este paisaje. Salimos temprano en dirección a Los Gigantes ya que teníamos paseo en barco a las once, en una excursión de tres horas, con comida a bordo.

El día que nos amaneció parecía dispuesto a colaborar en embellecer aún más si cabe el viaje. Un cielo azul añil acotaba el verde oscuro del paisaje, que se retorcía hacia profundos barrancos que contrastaban con el azul intenso del mar que se divisaba a lo lejos. Las vistas que observan a lo largo del viaje a Masca no son de este planeta. Ascendimos desde Buenavista por una carretera estrecha y serpenteante que ganaba altura por minutos. La carretera discurre por el valle que hay tras Los Gigantes, elevación brutal de unos seiscientos metros que se levanta en un potente ángulo frente a mar. Ese farallón que presenta una visión impresionante desde el barco, es el que se recorre en el viaje a Masca, pero por su parte trasera. Es una sensación de ahogo que no abandona al viajero en todo el trayecto, que no permite distracción alguna. Eso sí, el premio para la vista y el alma es merecido. Hicimos varias paradas en los diversos miradores habilitados y también nos detuvimos en la población de Masca, frente al Bar “Aquí me quedo”, curioso nombre que hace honor a los pensamientos de más de un conductor.



Echamos gasolina en San Juan de Teide y nos dirigimos con presteza al Puerto de Los Gigantes para tomar el barco. El problema fue aparcar. Tras dar varias vueltas por la zona y con la angustia de llegar con la hora muy justa, casi diría que tarde, enfilamos hacia donde se encontraba atracado nuestro barco, que luego salió con bastante retraso. Los dos billetes nos costaron treinta y cinco euros pues los habíamos comprado por internet y nos ahorramos quince euros.

Hicimos el viaje a bordo del barco Nashira Uno. La travesía fue agradable; las vistas del acantilado, increíbles y la tripulación muy amable. Avistamos delfines moteados y calderones tropicales. Nos dieron de comer un plato de arroz –sin comentarios– y unas cervezas que apaciguaron nuestro estómago.

Tras bajar del barco, alrededor de las dos y media, nos detuvimos a tomar unas bebidas para ratificar lo que íbamos a hacer el resto de la tarde. Nuestra idea inicial era llegar a El Médano, dejando a un lado las playas de Los Cristianos y Las Américas, pero pasando por Vilaflor, aunque la vuelta a dar era considerable, cerca de ochenta kilómetros. El empeño de pasar por Vilaflor era doble. Por un lado, admirar otra de las vías de acceso al Teide desde el sur –son impresionantes las llanuras de lava negra o visualizar las llamadas ‘Narices del Teide’–; y, por otro, contemplar una maravilla de la naturaleza, el llamado Pino Gordo. La carretera era compleja, habiendo veces donde se presentaban largas rectas, que facilitaban los adelantamientos, y otras donde las curvas y contracurvas se sucedían de modo monótono. Llegamos a Vilaflor en torno a las cuatro y media de la tarde. Nos costó bastante dar con el famoso pino. La única señalización que hay a pie de carretera es una señal de tráfico indicando la posibilidad de tomar fotografías. Tras un par de vueltas por la carretera, logramos localizarlo. No es posible calibrar el grosor de su tronco hasta que no se está muy cerca del mismo. ¡Es impresionante! Paso a dar algunos de los datos que figuraban en un cartel cercano: tiene una altura de más de quince metros y un diámetro cercano a los diez metros, teniendo una anchura máxima de casi tres metros y medio. Alguna de sus ramas tenía más grosor que la mayoría de los pinos que yo había visto hasta el momento. Tras las fotos correspondientes, pusimos dirección a El Médano, donde pudimos comprobar in situ la fuerza con la que puede soplar el viento. Resultó muy curioso el muro que han construido frente a la costa para suavizar el viento que azota la localidad. Desde allí tomamos la autovía y nos encaminamos en dirección a Candelaria, donde llegamos sobre las seis de la tarde. Visitamos la basílica, las esculturas de los reyes guanches y las calles comerciales de los alrededores, ayuntamiento incluido, pero no pudimos visitar la cueva de San Blas porque estaba cerrado el acceso a la misma. Desde allí, nos dirigimos de regreso al hotel.

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