sábado, 26 de febrero de 2011

Tenerife: Llegada, Macizo de Anaga y Garachico

Aterrizamos en Los Rodeos alrededor de las diez y cuarto de la mañana, hora canaria. Hacía un día insuperable con una temperatura muy agradable. Nos dirigimos, una vez recogidas las maletas, a la oficina de Auto Reisen para recoger el coche que habíamos alquilado por unos ochenta y cinco euros los cuatro días. Nos dieron un Ford Fiesta rojo, bueno, que no era lo que esperaba pero que nos hizo el apaño. Intentamos meter las dos maletas en el maletero, pero no cabían. Esa situación nos torció un poco los planes previstos. Nuestra intención inicial era dirigimos a la Playa de Las Teresitas y San Andrés y llegar al hotel por la tarde. Pero no podíamos estar todo el día con la maleta en el asiento de atrás, a la vista de todo el mundo y menos por la zona de Anaga, donde íbamos a estar, pues los comentarios en los foros la presentaban como propicia para el robo de las pertenencia de uno en el momento que te alejaban un poco del coche y te ibas a ver alguno de los muchos miradores que hay en este macizo. Como era temprano, tomamos la decisión de ir a Buenavista del Norte, donde nos esperaba el hotel, dejar las maletas y volver de nuevo a Anaga para recorrer los pueblos y espacios más interesantes. Hicimos el viaje sin muchos atascos en poco más de dos horas, ida y vuelta. El Tomtom nos gastó una pequeña broma graciosa. En los días previos no logré encontrar una dirección fiable en internet para planificar el GPS y llegar al hotel sin problema. Al final conseguí una que memoricé en el Tomtom. Llegamos a Buenavista, y nos dejamos guiar hasta que nos indicó que «habíamos llegado a nuestro destino». Miramos extrañados alrededor porque allí no había nada que se pareciera a un hotel. De pronto lo descubrimos: el letrero indicaba que estábamos en el cementerio municipal. ¡Al fin y al cabo, también es un hotel! Pasada la sonrisa de los primeros momentos, dimos la vuelta y preguntamos a un vecino que paseaba cerca. Nos dio las orientaciones oportunas y llegamos sin ningún tipo de problema al hotel, donde nos explicaron que, al ser de reciente construcción, aún no figuraban sus coordenadas para los GPS.


El hotel Vincci Selección Buenavista Golf&Spa es un cinco estrellas de lujo situado en las afueras de Buenavista del Norte. Tiene un marcado estilo colonial y está construido en distintas terrazas o planos, siguiendo la curva descendente hasta la orilla del mar. Está rodeado casi en su totalidad por un magnífico campo de golf, que no pisamos, pero que veíamos en su práctica totalidad desde la terraza de la habitación. Nos recibieron con una copa de cava y nos llevaron hasta la habitación que nos habían asignado: la 301. Dejamos las maletas y le dimos un rápido repaso a la habitación: ni que decir tiene que se notaban las cinco estrellas y el lujo. Más adelante la describiré con más precisión.

Volvimos al coche y enfilamos hacia el Parque Rural de Anaga. Desandamos el camino de ida y llegamos hasta Santa Cruz de Tenerife pasadas las doce con la intención de ver la Playa de las Teresitas y el poblado de San Andrés. Esta playa artificial es la única de arena blanca de todo Tenerife, traída desde el Sáhara. Está cerrada por un largo espigón que la defiende de las corrientes marinas y es la playa de la capital tinerfeña, dada la cercanía, no llegará a diez kilómetros, que hay. Paseamos un rato, hicimos las fotos de rigor y nos encaminamos a San Andrés, donde vimos los restos de la fortaleza de San Andrés y algunas de sus animadas calles. Poco después, tras repostar gasolina -¡qué envidia el precio del carburante en Canarias! ¡Igualito que en la Península!–, nos dirigimos al macizo de Anaga, con la intención de visitar Taganana, Almáciga y Benijo, pequeñas poblaciones con un litoral totalmente salvaje. Una pequeña decepción fue no poder haber visto y fotografiado la Playa de Las Teresitas desde la altura. Yo creía que la carretera nos haría pasar por el mirador de la playa, pero nos adentró irremediablemente en Anaga y ya no hubo marcha atrás.

La distancia entre San Andrés y Taganana no es excesiva ya que no supera los veinte kilómetros. Pero la carretera es de un trazado difícil, con mucha curva cerrada, con poca anchura de asfalto y con bastante tráfico. Todo ello, junto con las magníficas vistas que se suceden, te obliga a circular a una velocidad corta. Nos sorprendió gratamente esta zona remota, con un verdor exuberante y unos paisajes difíciles de describir, únicos. Hicimos varias paradas a lo largo del camino para fotografiar las espectaculares imágenes que se nos presentaban. La primera fue en el Mirador de Amogoje. Un paisaje que no habíamos visto hasta ahora se nos presentó en toda su magnificencia. De origen volcánico y moldeado a lo largo de millones de años por el agua, hoy en día este macizo nos muestra su esqueleto hecho de lomos y barrancos, donde sobresalen algunos roques y paredones que escapan a un manto de tierra fértil y vegetación que cubren uniformemente el resto del terreno. Como decía un cartel informativo, estábamos viendo «los huesos de la tierra». Si girabas la vista hacia la línea costera, la imagen no podía ser más impactante; una costa totalmente salvaje, erizada de roques que emergen sobre las a
guas, que la hacen aún más sobresaliente. Volvimos al coche y llegamos a Taganana, pequeña población colgada en lo alto de un barranco, con casas multicolores que contrastan fuertemente con el verdor de la tierra. Continuamos hacia Almáciga, que dejamos a la derecha, y llegamos a Benijo, donde aparcamos y volvimos a fotografíar la costa violenta y salvaje, que se nos mostraba en todo su esplendor.

Nuestros estómagos no recordaron que la hora, dos y media aproximadamente, era la adecuada para comer y beber algo que calmara nuestra hambre y nuestra sed. Siguiendo los consejos de la Guía Azul de Tenerife, que viajaba con nosotros, nos encam
inamos al Bar Playa, también llamado Casa África, en Taganana. Aparcamos el coche y disfrutamos de la agreste costa y una playa donde la arena era una gran desconocida. Entramos en el bar, que estaba bastante animado de clientela. A mí me recordaba aquellos establecimientos que había en Bailén allá por los años setenta, con las mesas y sillas de formica, y vasos que yo recordaba como propios de mi lejana juventud. El servicio fue esmerado y relativamente rápido. Lo mejor, el precio. Por menos de treinta euros nos tomamos varias cervezas y una botellita de vino de Taganana –a mí me recordó el vino que se servía en la ‘Taberna del Colorao’ en Lepe–, una ración de pulpo frito con pimiento rojo, variedad que no había probado nunca; unas papas con mojo y un pez grande, como lo llamaba la señora que nos sirvió, llamado abadejo, que estaba riquísimo.

Tras la comida, iniciamos el regreso, pero esta vez en dirección a Las Mercedes y La Laguna. No hemos visto jamás un bosque tan cerrado y tan denso como el que atravesamos. Las nubes se veían perfectamente bajar ladera abajo dejando los cristales del coche húmedos. Hubo un momento en que una pequeña aprensión se apoderó de mí: allí prácticamente no había tráfico, el sol iba cayendo poco a poco y yo pensando en una posible avería del coche y tener que pasar la noche allí.

La especial climatología de la zona hace que sea posible la existencia de una de las muestras de laurisilva más importantes del mundo (laurel, tilo, viñátigo...), un tipo de bosque originario del terciario, que hoy sólo se conserva en Canarias, Madeira y algunas islas de las Azores. La laurisilva supone un recurso muy importante, ya que su densa masa forestal retiene la humedad, recargando los acuíferos (depósitos naturales de agua de la isla), además de crear y conservar un suelo fértil. De ahí el verdor de toda la zona. Pasamos por diversos miradores que presentaban unas vistas espectaculares. Nos paramos un ratito en el Mirador de la Jardina, con toda La Laguna a nuestros pies. Hicimos las correspondientes fotos y con dirigimos con intención de finalizar el día a la villa de Garachico, que además nos cogía de camino al hotel, a la que llegamos sobre las seis y media de la tarde.

Garachico es un encanto, al menos, la zona que visitamos nosotros. Está conservado y cuidado con auténtico mimo. Aparcamos en la zona de las ‘piscinas naturales’. Es necesario saber que esta población fue arrasada por la la erupción del volcán de Chinyero en 1706. De madrugada siete coladas de lava bajaron por la ladera garachiquense arrasando y sepultando gran parte de la villa, especialmente su puerto, que quedó totalmente cubierto. Pues bien, esta lava que llegó a la misma línea costera y que creó huecos y espacios de diverso tamaño, formó una especie de piscinas en las que se baña la gente cuando el tiempo lo permite. Cuando nosotros llegamos, el mar estaba un poco agitado y las olas rompían con bastante fuerza. Evidentemente, allí no era posible bañarse en esas condiciones, pero tendría que ser muy agradable poder hacerlo. Recorrimos las diversas piscinas naturales, la coqueta fortaleza de San Miguel con su garita mirando al mar y la placita que se abre frente al castillo. Desde allí nos desplazamos hasta el centro urbano. ¡Todo precioso y muy limpio! Callejeamos hasta llegar frente a la iglesia de Santa Ana, con una preciosa portada renacentista sobre el blanco del muro; también destacaba sobre manera su elevando y blanco campanario. Desde allí pasamos por delante de la fachada de cantería del Palacio de los Marqueses de La Gomera, situada junto a la Plaza de la Libertad, donde se puede ver una escultura dedicada a Simón Bolívar. Cercana a la anterior, en la glorieta de San Francisco, se encuentra la casa del Marqués de la Quinta Roja cuyos orígenes datan de finales del siglo X
VI. En la actualidad es un hotel, llamado del mismo nombre, ‘La Quinta Roja’. Quien quiera conocer su interior así como las habitaciones puede ver la película «Una hora menos en Canarias» dirigida por David Serrano. En esta misma plaza se encuentra también el ex-Convento de San Francisco, con su grácil campanario. A la derecha del mismo, resalta la fachada rosada del actual Ayuntamiento.

Pensamos que al ser camino obligado de paso para llegar al hotel, podríamos parar algún día más a la vuelta de las salidas que teníamos preparadas y poder ampliar la visita a esta villa. La realidad fue bien distinta. No nos detuvimos más por la falta de tiempo y el cansancio acumulado.

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