Habíamos planificado con mimo este viaje que íbamos a realizar durante el puente de mayo, recorriendo algunas de las ciudades más importantes del norte del país vecino para regresar a España visitando la ciudad de Zamora, que no conocíamos. Después de darle muchas vueltas decidimos que nuestra primera parada sería la ciudad de Coímbra para conocer, entre otras cosas, su afamada y antigua Universidad, aunque ese mismo día continuaríamos camino hacia Oporto donde habíamos reservado hotel para dos noches. La distancia que separa Bailén de Coímbra por la ruta más corta es de algo más de seiscientos kilómetros. Ello nos obligó, a pesar de que ganábamos una hora al entrar en territorio portugués, a salir a una hora muy temprana si queríamos aprovechar la mañana. Y así lo hicimos. A eso de las tres de la mañana salíamos de nuestra casa con todo nuestro equipaje preparado y cargado en el maletero desde la noche anterior. Enfilamos en dirección a Córdoba y desde allí camino de Badajoz, atravesando toda la serranía cordobesa. Durante todo el trayecto el tráfico que soportamos fue escaso. Bordeamos la capital pacense cuando el reloj aún no había marcado las siete de la mañana y continuamos camino. Los primeros kilómetros de carretera una vez cruzamos la frontera perdieron la anchura y asfaltado de los que habíamos traído hasta entonces. Poco a poco, la carretera por la que circulábamos fue mejorando en cuanto a asfalto, pero no en anchura, haciéndonos el viaje más relajado. Hicimos una primera parada a eso de las siete y media –hora portuguesa– en una estación de servicio cerca de Abrantes, una pequeña población bañada por el río Tajo, situada a unos ciento veinte kilómetros de Coímbra. Aprovechamos el momento también para tomar unos cafés con leche y unas pastas que hicieran las veces de desayuno. Al montarnos de nuevo en el coche, una ligera lluvia nos avisó de lo que nos podía esperar en las horas siguientes. Pocos kilómetros más adelante accedimos a la autopista de pago –siete euros y medio nos costó el trayecto hasta nuestro destino– y en algo más de una hora llegamos a Coímbra, cuando el reloj mostraba algo más de las nueve y media de la mañana.
Nos costó aparcar porque esa mañana había una especie de mercadillo y la mayor parte de las calles estaban saturadas de vehículos, aunque, al final pudimos hacerlo en un hueco que encontramos junto al Mercado de Abastos Pedro V, situado en la parte trasera de la Cámara Municipal. Quitamos de la vista del interior del Citroën todo lo que pudiera dar pie a encontrarnos con algún disgusto a la vuelta de nuestra visita a la ciudad, cogimos nuestros paraguas, pues a esa hora lloviznaba un poco, y nos encaminamos dispuestos a visitar los edificios y monumentos que habíamos planificado con anterioridad. En la plaza 8 de Mayo lo primero que nos llamó la atención fue la presencia de tres edificios notables adosados entre sí: la Cámara Municipal de la ciudad, la iglesia de Santa Cruz, que estaba cerrada en ese momento, y el histórico Café Restaurante Santa Cruz. A la vez, pudimos comprobar que en uno de los laterales de la plaza había una concentración de más de una veintena de coches históricos entre los que pululaba un número elevado de curiosos. Continuamos nuestro paseo bajo la ligera lluvia por la rúa Visconde da Luz. De entre las elegantes fachadas de la calle –algunas ya pidiendo a gritos una remodelación o limpieza– nos topamos con los ábsides de la IGREJA DO SAO TIAGO, construcción románica de finales del siglo XII, que acogía a los peregrinos que realizaban el Camino de Santiago. Tiene tres naves que finalizan en un triple ábside recto. Su interior sufrió numerosas transformaciones en los siglos XVI, XVIII y XIX. Tanto la portada principal como la lateral, con decoración de conchas alusivas al patrón del templo, son ejemplos magníficos del románico portugués. En este punto, giramos para dirigirnos hasta la PORTA DE LA BARBACÃ, un arco que es la estructura mejor conservada de la antigua muralla, que correspondía a la puerta principal de la ciudad en el período islámico. Sobre el arco está la escultura de Nuestra Señora y dos escudos de armas. Justo detrás de este arco, destaca el ARCO y TORRE DE ALMEDINA, construcciones que formaban parte de un primer recinto murado medieval. Es una torre de carácter claramente defensivo por la presencia de la saetera o los matacanes. Fue a partir de este momento cuando iniciamos nuestra ascensión por las callejuelas de la ciudad para conseguir nuestro objetivo de visitar la antigua Universidad que se ubica en lo más alto de la ciudad. Así pues, después de atravesar el arco de Almedina, seguimos por la rúa de Quebra Costas en cuyo inicio se encuentra una encantadora escultura en bronce dedicada a TRINCANA DE COIMBRA, con la que se pretende homenajear a la mujer coimbresa. La trincana es una de las muchas mujeres que iban a buscar agua al río Mondego con un cántaro de barro. Habíamos leído que frotar una mano en el pie de la estatua da buena suerte, y nosotros evidentemente lo hicimos. A la espalda de la estatua, vimos los escaparates de una deliciosa tienda de artesanía y antigüedades, donde los ejemplares de los años 70 de la revista Paris Match y otras muchas publicaciones de la época se mezclaban con objetos decorativos de cerámica y multitud de libros de segunda mano. En este punto, la calle se convirtió en una larga escalinata que nos dificultó en exceso la marcha ascendente. Poquito a poco fuimos subiendo hasta llegar a la pequeña explanada que se abre frente a la fachada principal de la Sé Velha o Catedral Vieja de la ciudad, que se encuentra constreñida tanto por el caserío que la circunda como por el intrincado callejero de esta zona. La SÉ VELHA, como su nombre indica, es la más antigua de las dos catedrales que tiene la ciudad. Comenzó a construirse en el siglo XII, en estilo románico, aunque en el siglo XVI se realizaron algunas leves modificaciones dentro del estilo renacentista. Su aspecto, similar al de una fortaleza defensiva a la vista de las almenas que coronan sus muros, se debe fundamentalmente a que su construcción se llevó a cabo en plena reconquista del territorio portugués. Su fachada, al igual que la mayor parte de sus muros, es plenamente románica con una elegante portada abocinada por arquivoltas poco decoradas con elementos geométricos que descansan sobre los capiteles de columnas, estas sí, bellamente decoradas. Por encima de esta portada se abre un gran ventanal que repite los mismos elementos decorativos. Los únicos elementos no románicos de la Sé se ubican en su fachada norte. Son las dos puertas de acceso al interior, destacando principalmente una, la llamada Porta Especiosa, un primoroso pórtico renacentista de tres pisos, creado en el siglo XVI. Estaba cerrada, pero no nos importó porque visitaríamos su interior cuando regresáramos de recorrer la Universidad. Continuamos serpenteando nuestra subida por la rúa Borges Cameiro cuando nos topamos con la cabecera del templo en la que destacaban majestuosos dos de los tres ábsides, ya que el tercero estaba casi oculto por los muros de las casas colindantes. Seguimos por rúa do Norte hasta llegar a la cima de la elevada cuesta que veníamos “escalando” desde hacía rato, cosa que agradecimos ambos.
Desembocamos en la encrucijada que preside la PORTA FERREA, antigua puerta de acceso a la Alcáçova, la zona elevada de la ciudad donde residían las autoridades, con funciones de defensa y que posteriormente sería habitada por los reyes portugueses a partir de 1130. Fue muy reformada en el siglo XVII conservando desde entonces su estilo manierista. Dos edificios enfrentados entre sí construidos en los años 50 completan el espacio de esta explanada, el Archivo de la Universidad y la Facultad de Letras. Nos dirigimos hacia la Porta Férrea, que en ese momento se encontraba solitaria, para comprar las entradas,. Solo un par de hombres ataviados con largas capas negras nos recibieron en la entrada y muy amablemente nos indicaron dónde dirigirnos para hacernos con los pases correspondientes y los principales edificios históricos que conformaban la ANTIGUA UNIVERSIDAD. En el recorrido entraban la Sala dos Capelos, la Sala do Exame Privado, la Torre de la Universidad, la Biblioteca Joanina y la Capela de Sao Miguel –que se encontraba cerrada al público por reformas–. Compramos las dos entradas por un precio de diez euros y nos citaron para iniciar la visita a las 10:40. Como nos quedaba casi una hora para entrar, preguntamos a la chica que nos atendió en la taquilla por la existencia de algún bar o cafetería en los alrededores y muy amablemente nos indicó que bajando la rúa de Sao Pedro, encontraríamos el RESTAURANTE JUSTIÇA E PAZ, muy frecuentado por los universitarios, y hacia allí nos dirigimos. A esa hora estaba totalmente vacío. Solo un camarero trajinaba en la barra ordenando platos y vasos. Pedimos una cerveza Sagres para mí, un zumo para Concha y sendos bocadillos de jamón de york, acompañados por dos pasteles de Belem. Mientras el camarero nos preparaba las bebidas y las viandas, nos asomamos a una terraza que mostraba unas espectaculares vistas del entorno bañado por el río Mondego y, sobre todo, del Ponte Rainha Santa Isabel, inaugurado en 2004. Finalizado el refrigerio, regresamos de nuevo al recinto universitario y accedimos al PATIO DAS ESCOLAS que articula todos los edificios contenidos en la visita, presidido por una escultura homenaje al rey Joao III. Nada más entrar, la suspicacia hizo aparición. Todo el patio estaba vallado, con numerosos materiales de construcción almacenados y gran parte de los edificios resguardados por vallas. La lluvia seguía inmisericorde, aunque muy suave, hecho que nos dificultó en algunos momentos la realización de fotos y vídeos. Lo primero que llamó nuestra atención fue la fachada principal universitaria con una bella escalinata para acceder a las dependencias superiores. A su izquierda, la TORRE DE LA UNIVERSIDAD, construida en el siglo XVIII y que representa el símbolo de la institución y también de la ciudad. Sus campanas eran las que marcaban las rutinas académicas. Subimos la elegante escalinata junto a la portada del edificio y visitamos dos destacadas dependencias: por un lado, la SALA DOS CAPELOS, también conocida como Sala Grande de los Actos; y la SALA DO EXAME PRIVADO, de cuyas paredes cuelgan los retratos de los antiguos rectores de la Universidad. Ambas salas, al igual que el claustro que organiza estas dependencias, estaban decoradas con azulejería típica portuguesa de gran vistosidad. Desde aquí pasamos a visitar la BIBLIOTECA JOANINA –construida sobre la antigua prisión universitaria– que debe su nombre al rey portugués Joao V que la manda construir a comienzos del siglo XVIII. En el pórtico del sugerente edificio, con cuatro columnas de estilo jónico, destaca el majestuoso escudo real barroco. En este edificio de tres pisos, dos de los cuales están bajo tierra, las paredes están cubiertas de estanterías que guardan millares de ejemplares impresos entre los siglos XV y XIX que abarcan multitud de temáticas: geografía, historia, medicina, estudios humanísticos, etc. En la biblioteca destacan tres salas que se comunican entre sí con arcos decorados repletos de estanterías, rematados por el escudo real. Nos contaron que existe una colonia de murciélagos que contribuye al correcto mantenimiento de los libros devorando los mosquitos que se cuelen en su interior. Por ello, cada noche, sus mesas se cubren con pieles para evitar que los excrementos las deterioren. Finalizada la visita sin foto alguna –está prohibido y los vigilantes se ganan bien el pan cumpliendo su cometido–, buscamos una palabra que pudiera resumir lo que acabábamos de ver. La encontramos: exuberancia a raudales. Salimos de nuevo al Patio das Escolas y nos dirigimos a ver, al menos, la fachada de la CAPELA DO SAO MIGUEL, ya que estaba cerrada a las visitas por la restauración que se estaba llevando a cabo. Presentaba un estilo claramente manuelino del siglo XVI. No obstante, la puerta de acceso a su interior se encontraba abierta y eso nos permitió hacer algunas fotos de su interior desde fuera de la capilla.
Aquí dimos por concluida la visita e iniciamos el camino de vuelta, dirigiendo nuestros pasos de nuevo hacia la SÉ VELHA. Ahora sí estaba abierta y accedimos a su interior, bellamente románico, con doble arcaba en las columnas para dotar de mayor altura su arcos de medio punto. Consta de tres naves y un transepto que no sobresale al exterior, bellamente iluminado por la cúpula que lo corona. Estaban oficiando misa y ello nos libró de abonar el precio de la entrada. Deambulamos un rato por sus naves y pronto salimos de nuevo a la calle. Me resultó muy grato encontrarme con un azulejo en la fachada de una casa cercana al templo en el que informaba a los paseantes que en aquella viviendo había estado residiendo JOSÉ AFONSO, cantautor portugués de uno de los himnos de la Revolución de los Claveles de 1974: “Grandola vila morena”. Este vívido recuerdo me hizo estar tarareando la canción prácticamente todo el día. Continuamos nuestro descenso hasta la Baixa con las piernas y rodillas cada vez más doloridas. Por fin llegamos de nuevo a la rúa Ferreira Borges y decidimos dar una última vuelta a la calle. Giramos a nuestra izquierda y llegamos hasta Largo da Portagem, una bonita y elegante plaza rodeada de edificios de fachadas agradecidas, presidida por la estatua de JOAQUIM ANTÓNIO DE AGUIAR, político portugués del siglo XIX, situada casi a orillas del río. Atrajo nuestra atención el nombre de una callejuela que se abría en uno de sus lados llamada rúa dos Gatos. Desde aquí, comenzamos a desandar el camino en dirección al coche, no sin antes detenernos para visita el interior de la IGREJA DE SANTA CRUZ que nos habíamos encontrado cerrada cuando pasamos a primera hora de la mañana. Este templo románico iniciado en la primera mitad del siglo XII ha ido acumulando reformas y más reformas a lo largo de los siglos hasta casi perder sus características originales. Lo más llamativo de su única nave son las crucerías de sus bóvedas, una notable sillería de comienzos del XVI y los azulejos portugueses que decoran la mayor parte de sus muros. Cuando salimos de la iglesia, la exposición de coches históricos aún estaba presente en la plaza. Nosotros nos dirigimos al coche y enfilamos rumbo a Oporto, donde esa noche y la siguiente pernoctaríamos. Eran algo más de las una y cuarto cuando pagamos un nuevo peaje –seis euros y medio– que nos permitiría llegar a nuestro destino.
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