Cuando planificamos inicialmente este viaje por el norte de Portugal no teníamos previsto ir a Braganza, sino que haríamos el regreso a España visitando la ciudad lusa de Chaves, después de haber visitado previamente Braga y Guimarães. Sin embargo, recopilando información sobre estas ciudades en internet nos topamos con la existencia de un edificio románico del que no habíamos oído hablar nunca: el Domus municipal de la ciudadela medieval, edificio que nos enamoró a la primera. Recopilando algunos datos más entendimos que la visita a Bragança podía resultar más interesante que la de Chaves y que además nos permitiría una llegada más pronta a Zamora, donde esa noche íbamos a pernoctar en el Parador ubicado en el Palacio de los Condes de Alba y Aliste. Pero, al igual que ocurre en la vida diaria, todo no iba a ser perfecto. No tuvimos en cuenta el estado de las carreteras de esta región de Trás-os-Montes, fronteriza con España lo que dificultó significativamente la llegada a la ciudad portuguesa y el tiempo que íbamos a disponer para su visita.
Salimos de Guimarães pasadas las cuatro de la tarde dispuestos a recorrer los doscientos kilómetros que nos separaban de nuestra siguiente visita. Hasta Chaves, la circulación fue rápida y apacible a través de la autovía que habíamos cogido. Pero una vez que dejamos atrás esa ciudad, la autopista se convirtió en carretera y lo suave del paisaje se fue ondulando cada vez más hasta convertirse en una serie de curvas y contracurvas que no tranquilizaban la conducción. Para colmo, a unos cincuenta kilómetros de Bragança nos topamos con una zona de obras que dificultaron y ralentizaron si acaso un poco más la llegada a nuestro destino. Finalmente llegamos a la ciudad en torno a las seis y media y nos dirigimos directos a la Cidadela medieval, donde se concentraba la totalidad de los monumentos que íbamos a visitar. Atravesamos una de las puertas de la muralla que rodea a este recinto y aparcamos el coche frente a la impresionante fortaleza que se abría ante nuestros ojos. El CASTILLO DE BRAGANZA creo que nos impresionó sobremanera por la belleza de su conjunto. Su torre del homenaje domina poderosa la ciudad que se extiende a sus pies en un excelente estado de conservación. En la actualidad alberga un Museo Militar –que no visitamos– en el que se pueden ver toda clase de materiales bélicos pertenecientes a todos los periodos históricos de Portugal. Frente a la puerta de entrada al castillo nos encontramos con la IGLESIA DE SANTA MARÍA, un templo barroco poco atractivo en su exterior a no ser por su portada principal, barroca ricamente decorada con dos columnas salomónicas decoradas a su vez por hojas de vides y racimos. Estaba abierta porque se iba a oficiar la misa, aunque en ese momento no había fieles. Eso nos permitió visitar su interior. De esta iglesia, erigida en el siglo XVI, cabe destacar sus columnas mudéjares de ladrillo; la curiosa pintura al fresco de su techo, en la que se representa a la Asunción de la Virgen; y la figura de Santa María Madalena, del siglo XVII, ubicada sobre el altar mayor. Finalizada la visita al templo, nos dirigimos al cercano DOMUS MUNICIPALIS, ejemplo único en el país de la arquitectura civil románica y el símbolo de Bragança. Con la forma de un pentágono irregular, está compuesta por una cisterna abovedada sobrepuesta por una galería amplia con ventanas alrededor, que se ha identificado como el lugar de reunión de los "hombres buenos" del consejo, lo que ha dado pie a afirmar que este edificio es el ayuntamiento más antiguo de Portugal. También es singular por el material utilizado, la piedra, que ha sido una de las razones de su conservación hasta nuestros días. Este tipo de estructura civil, habitualmente se construía en madera pues ni el poder municipal ni el Estado tenían medios para financiar obras civiles de este género. En el aspecto decorativo, cabe mencionar la notable escultura de los modillones que recorren las cornisas exterior e interior, algunos de ellos historiados, utilizando la imaginería románica.
Finalizada la visita, estuvimos deambulando sin rumbo un rato por las estrechas callejuelas que conforman la Cidadela, hasta que nos dirigimos al coche para continuar el viaje hasta Zamora. No obstante, antes de salir a la carretera, decidimos parar a tomar unos cafés con alguna pasta. Fue al llegar a la rúa Miguel Torga donde aparcamos de nuevo el coche y nos sentamos en la pequeña terraza de la PASTELERIA TORRE DA PRINCESA. Una Fanta de naranja para Concha y un café con leche para mí fue nuestra comanda inicial, que acompañamos con un par de cruasanes de chocolate que nos sentaron de maravilla. Como recuerdo, nos llevamos uno de los posavasos que la amable camarera nos había puesto bajo los vasos de las bebidas.
Cubierto este punto, volvimos de nuevo al coche y enfilamos dirección a Zamora donde llegamos antes de las nueve y cuarto de la noche, aunque todavía había luz solar.
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