Habíamos salido de Braga a eso de las una de la tarde y no había pasado media hora cuando llegamos a Guimarães poco antes de las una y media después de recorrer los escasos treinta kilómetros que separan ambas ciudades. Callejeamos por las avenidas de acceso al centro de la ciudad buscando un lugar para aparcar el coche, cosa a primera vista nos pareció difícil. No obstante, la suerte se alió con nosotros y conseguimos dejar el vehículo en un hueco que acababa de quedar libre al comienzo de la rúa de Camões. Nuestra idea inicial fue centrarnos en tres zonas de la ciudad: la ubicada en Largo de Toural, la de Largo de Oliveira y, finalmente, la zona del castillo y del palacio de los Duques de Braganza. Y así lo hicimos.
En primer lugar, nos dirigimos hacia Largo de Toural, una elegante plaza de grandes proporciones con una colección de edificios muy interesante, para contemplar el lienzo de muralla que se conserva y que lleva escrita la leyenda AQUÍ NASCEU PORTUGAL, pues Guimarães tiene a bien considerarse el núcleo fundacional del futuro reino portugués y como tal lo exhibe en todos sus monumentos. Casi enfrente, destacaba la fachada de la BASÍLICA DE SAO PEDRO, de fachada bastante sosa, aunque lleva con orgullo ser primera iglesia de la archidiócesis de Braga en recibir el título de basílica a mediados del siglo XVIII. Nos llamó la atención la presencia de una larga fila de taxis –eso sí, todos Mercedes–, pero que estaban pintados de forma diferente: mientras unos eran totalmente beiges, otros tenían los techos de color verde y el resto de la carrocería en color negro. Nos resultaron curiosos, pero, aunque preguntamos a un par de personas que estaban sentadas en un banco de la plaza el porqué de esta diferencia, no supieron decírnoslo. Desde aquí nos dirigimos camino del centro histórico de la ciudad. Atravesamos el llamado POSTIGO DE SAN PAIO –conocido también como Porta Nova– y continuamos por Largo de Condessa do Juncal caminando por callejas estrechas y casas bajas de dos plantas y múltiples colores en fachadas, puertas y ventanas, todo ello con un excitante sabor a antaño. Fuimos a salir frente a la CAPELA DE NOSSA SENHORA DA GUIA, una de las siete capillas construidas en el primer tercio del siglo XVIII para promover la devoción popular a la pasión de Cristo, y el afamado MUSEO ALBERTO SAMPAIO, fundado en la década de los 20 del siglo pasado, para albergar todo el patrimonio artístico y religioso de la extinta Colegiata de Nuestra Señora de la Oliveira y de otras iglesias y conventos de la ciudad. A nuestra derecha se abría una larga avenida bellamente ajardinada que finalizaba ante la lejana fachada barroca de finales del siglo XVIII de la IGREJA DE NOSSA SENHORA DA CONSOLAÇÃO E SANTOS PASSOS. No obstante, nosotros giramos a la izquierda para llegar a Largo de Oliveira, uno de los puntos neurálgicos del centro histórico de la ciudad. Al llegar, nos topamos con una plaza ocupada casi en su totalidad por veladores con mesas y sillas con numerosos clientes en esos momentos, que dificultaban significativamente el tránsito de los paseantes. En esta plaza, los dos monumentos a destacar son, por un lado, el PADRAO DO SALADO, un curioso y único monumento en Portugal por sus características. Su construcción fue ordenada en 1342 por el monarca de Portugal Dom Afonso IV para conmemorar la victoria en la batalla de las orillas del rio Salado, donde los portugueses combatieron aliados con los castellanos contra los musulmanes, sufriendo el islam su primera gran derrota. El monumento conmemorativo en sí es un alpendre con bóveda de piedra que descarga su peso sobre cuatro arcos apuntados sustentándose sobre pilastras, con labras y molduras de gusto romanizante, que alberga un cruzeiro en su interior. Y por otro, justo enfrente, la IGREJA DA NOSSA SENHORA DA OLIVEIRA, con un buen acabado gótico en su exterior, pero de un recargado barroco en su interior. Este templo tuvo su origen en otro anterior mandado levantar por la condesa Mumadona Dias a mediados del siglo X. El edificio actual integra elementos de características manuelinas, sobre todo la torre del campanario. No desmerece comparado con estos dos monumentos la imponente fachada de la DOMUS MUNICIPALIS, que fue palacio condal a finales del siglo XIV, destacando el pórtico sostenido por cinco arcos góticos, los cinco miradores y una estatua en lo alto de la fachada del edificio que representa a Guimarães. Pasamos por debajo de los arcos y vinimos a salir a una encantadora placita alargada de nombre praça de Sao Tiago, también saturada de mesas y veladores como la anterior. Presentaba un abigarrado caserío de tres plantas, donde, por encima de todo, destacaban los numerosos balcones repletos de macetas llenas de flores. Terminada la visita, desandamos lo caminado en dirección al coche, no sin antes pararnos en una pequeña tienda de productos portugueses en la rúa Egas Moniz para comprar un par de guantes bordados para el horno con el “gallo de Barcelos”, símbolo del país, bordado en una de sus caras. Casi a las tres menos cuarto de la tarde abonamos dos euros por el tiempo que había estado el coche estacionado.
Pusimos dirección a la última parte de nuestra visita. Subimos al coche y nos dirigimos hacia el castillo. Atravesamos los jardines de La Alameda, continuamos por la avenida de Alberto Sampaio para llegar a una espaciosa plaza presidida por la estatua de la CONDESSA MUMADONA DIAS, fundadora de un monasterio donde ahora se alzaba la iglesia de Nuestra Señora de Oliveira y que daría lugar al nacimiento de la ciudad de Guimarães. Seguimos conduciendo por rúa Serpa Pinto para terminar aparcando en la inmediaciones del CONVENTO DE SANTO ANTÓNIO DOS CAPUCHOS, casi frente al camino de acceso a este recinto histórico. Desde aquí nos desplazamos hacia la explanada ante la que se abre la fachada principal del PAÇO DOS DUQUES DE BRAGANÇA, coronada por numerosas chimeneas. El recinto se encontraba cerrado al público porque estaban preparando en el patio que se abre tras el acceso al interior del edificio el escenario para algún evento, pero se permitía entrar –al menos nosotros lo hicimos– para ver el patio central y las cuatro alas del mismo. La construcción del palacio de los Duques de Bragança, inspirada en las residencias señoriales francesas, se inició a principios del siglo XV y se debe a D. Afonso de Barcelos, primer duque de Bragança e hijo natural de D. João, Mestre de Avis, futuro rey D. João I. Como la residencia de los Bragança se trasladó más tarde al Palacio de Vila Viçosa, en Alentejo, el edificio se fue degradando a lo largo de los siglos hasta transformarse en un cuartel militar en 1807. Y no fue hasta 1937, fecha en que se iniciaron las obras de restauración, recuperando el palacio toda su espectacularidad gótica de inspiración normanda. Tras esta rápida visita, nos detuvimos un momento para contemplar la imponente ESTATUA DOM AFONSO HENRIQUES, erigida en honor del primer rey de Portugal. Desde aquí nos acercamos para disfrutar del románico sencillo de la IGREJA DE SAO MIGUEL DO CASTELO, que data del siglo XIII y donde, según la tradición, habría sido bautizado Dom Afonso Henriques. De reducidas dimensiones, esta iglesia presenta una gran simplicidad decorativa pudiendo contemplarse en el suelo varias losas tumularias de guerreros del período de la fundación de la nación. Estaba cerrada con una verja que impedía el acceso a su interior, pero al menos permitía hacer fotos del mismo. Finalmente, nos encaminamos hacia el CASTELO, mandado construir a mediados del siglo X por la condesa gallega Mumadona con el fin de permitir a la población poder refugiarse de los constantes asaltos de las hordas de vikingos, venidos de los mares del norte de Europa, así como de los musulmanes provenientes de los territorios ocupados por ellos al sur. Posteriormente fue ampliado y reforzado hasta convertirse en el soberbio conjunto defensivo que vemos hoy, dominado por la torre del homenaje cuadrangular, situada entre las cuatro torres que flanquean las murallas en sus ángulos. Accedimos a su interior sin problemas ya que la puerta se encontraba abierta. Dimos un breve paseo por su camino de ronda e hicimos todas las fotos que quisimos. Cumplimentada la visita nos dirigimos hacia donde habíamos aparcado el coche y enfilamos camino a Bragança cuando pasaban algunos minutos para las cuatro de la tarde, según consta en el recibo de acceso a la autovía –por el que abonamos 5,45 euros– que nos llevaría a nuestro penúltimo destino del día.
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