Amaneció en Budapest un día perfecto con el sol brillando en todo su esplendor. Nos levantamos a las seis de la mañana para tener tiempo suficiente de preparar las maletas, darle un repaso total al apartamento para no dejarnos nada olvidado y, por último, desayunar en el apartamento y dejarlo todo recogido, cosa que Zoltan, propietario del piso al que no tuvimos el honor de conocer, nos agradeció muy efusivamente en su valoración positiva en AIRB&B. Nos íbamos contentos porque, por un lado, Budapest nos había encantado, y, por otro, habíamos visto por primera vez al Real Madrid ganar una Champion League frente a la Juventus en un partido retransmitido desde una televisión húngara y comentado en ese mismo idioma. Salimos a la calle y nos dirigimos hacia la plaza Déak Ferenc donde buscamos la línea 2 que nos llevaría hasta Keleti Pályaudvar, estación de metro que comunica físicamente con la estación de tren de BUDAPEST-KELETI. Los billetes los habíamos comprado desde España por internet, pero había que canjear la compra que llevábamos impresa en un folio por los billetes válidos, cosa que habíamos hecho el día de antes de irnos camino de Viena. Nos habían costado cincuenta y dos euros, precio que incluía dos billetes de ida a Viena y dos billetes de vuelta a Budapest. Una vez en la estación, preguntamos a varios empleados del ferrocarril por el andén donde se colocaría nuestro tren y nadie supo respondernos. Como último recurso nos acercamos a la oficina de información y allí nos indicaron que el tren estaba en el andén número cinco y hacia allí nos dirigimos. Buscamos nuestro vagón y nuestros asientos y colocamos nuestras maletas en las repisas superiores. No habían pasado tres minutos de las 8:40, hora en que tenía prevista su salida el tren cuando ya estábamos en marcha. Nos acomodamos en nuestros asientos para disfrutar del recorrido que tenía una duración aproximada de algo más de dos horas y media. Al rato pasó un revisor pidiendo billetes y al llegar a la frontera con Austria pasaron un par de policías con otro revisor pidiendo de nuevo los billetes.
Llegamos a la estación de WIEN HAUPTBAHNHOF a las 11:15, más de cinco minutos antes del horario previsto. Una vez en tierra seguimos los indicadores que nos llevaban hasta la parada de tranvía que buscábamos y que nos llevaría al apartamento. A mitad del trayecto, todavía dentro de la estación, compramos en una oficina municipal la TARJETA DE TRANSPORTE DE 72 HORAS por 16,50 euros cada una. La abonamos mediante tarjeta de crédito sin ningún tipo de problema. Con la tarjeta en la mano, siguiendo las indicaciones que nos había dado la dueña del apartamento, nos dirigimos al sótano -1 donde teníamos que esperar el tranvía de la Línea 18, al que subimos para bajar en la estación siguiente, Matsleinsdorfer Platz. Aquí hicimos transbordo al tranvía de la Línea 1, donde subimos para bajar en la primera parada, Knöllgasse. Pocos minutos pasaban de las doce de la mañana cuando llegamos al apartamento, situado en la calle Buchengasse, 174, a cincuenta metros de la parada del tranvía. Allí nos esperaba un hijo de Zonka, dueña del piso. Muy amablemente nos ayudó con las maletas y nos dirigió hasta el ascensor del que nos bajamos en la quinta planta. Este piso no era de código como el de Budapest, pero era bastante más amplio.
Un corto pasillo en la entrada distribuía el wáter y el lavabo separados por un tabique a un lado y la cocina al otro. Desde el pasillo se entraba a un gran salón en el que había un sofá enorme, la televisión y una mesa de comedor con cuatro sillas. A través de una puerta de cristal se accedía al dormitorio que era un poco más estrecho que el salón, pero muy amplio también. Recibimos las explicaciones del hijo de la dueña sobre el contenido del llavero y qué puertas abría cada una de las llaves, así como indicaciones en un plano de la zona con los supermercados, tiendas y bares que había, cosa que le agradecimos. Una vez que nos quedamos solos, organizamos un poco las maletas, nos aseamos mínimamente y nos fuimos directos a la calle. Nos encaminamos hacia la parada del tranvía donde esperamos a que llegara. Una vez subidos nos acomodamos bien para bajarnos en la parada de Resselgasse. Eran aproximadamente las una y cuarto de la tarde. Aquí iba a comenzar nuestra visita a la ciudad imperial de Viena. Nos dirigimos en primer lugar hacia el NASCHMARKT, popular mercado con infinidad de puestos de venta y locales con una oferta culinaria variada que va desde la cocina vienesa hasta la hindú́, o desde la vietnamita hasta la italiana. Por primera vez vimos un puesto que solo vendía diferentes tipos de vinagre, a cada cual más extravagante y curioso: vinagre con tomate, con limón, con jengibre, etc.; otro puesto vendía aceitunas aliñadas de todos los colores; otro vendía productos españoles: jamón, chorizo, etc. Como ya iba siendo hora de echarle al cuerpo algo que lo alegrara, nos detuvimos en un pequeño puestecito del que habíamos leído muy buenos comentarios acerca de la calidad de sus productos. Se anunciaba de esta manera HEISSE U. KALTE WURSTWAREN o lo que es lo mismo “Salchichas calientes y frías”. Pedimos dos salchichas, Concha en bocadillo y yo troceada, y dos pintas de una cerveza espesa y oscura. Los recuerdos de Berlín nos vinieron al instante. Doce euros pagamos por el manjar que acabábamos de comer. Con el estómago lleno y el buen regusto de la cerveza que nos había quedado nos dirigimos hacia la BLATTWERK-KUPPEL o Pabellón de la Secesión, movimiento fundado por Klimt a finales del siglo XIX. Este pabellón es un edificio de exposiciones de estilo modernista, que hoy es una de las construcciones más conocidas de Viena. También cabe destacar su gran cúpula dorada formada por hojas. Visitado el Pabellón nos fuimos en dirección a KARLPLATZ, uno de los puntos mejor conectados y más visitados de la ciudad. Esta hermosa plaza arbolada tiene como telón de fondo la KARLKIRCHE o Iglesia de San Carlos Borromeo, patrono de la lucha contra la peste, enfermedad que padecía la ciudad a mediados del siglo XVIII. Probablemente lo que más llama la atención al ver la iglesia son las dos columnas del exterior, inspiradas en la Columna de Trajano de Roma, con una decoración en espiral que representa escenas de la vida de San Carlos. Por delante de esta iglesia se sitúa un estanque de agua y una escultura de Henry Moore. Y como ya iba siendo hora de tomar algún café nos decantamos por hacerlo en uno de los mejores de Viena, el CAFÉ MUSEUM. Ningún otro café tuvo tantos genios entre su clientela habitual como este: los pintores Klimt, Schiele y Kokoschka o lo escritores Karl Kraus y Elías Canetti, entre otros. Los elementos decorativos de las paredes son escasos, destacando sobre el blanco de sus paredes el rojo de los sofás que rodean las mesas. Una vez finalizados los cafés, justo al lado se encuentra el MUSIKVEREIN, cuya estructura nos recuerda a un templo con columnas, frontones y relieves. Su diseño es incomparable, además de la acústica de la Gran Sala, desde donde todos los años tiene lugar el Concierto de Año Nuevo de la Orquesta Filarmónica de Viena. Unos pasos más adelante nos encontramos en la SCHWARZENGERGPLATZ en honor al príncipe Schwarzenberg, quien venció a Napoleón en Leipzig, cuya escultura a caballo preside el centro de la plaza. Además, en uno de sus extremos se encuentra el MONUMENTO RUSSEN- DENKMAL, que recuerda a los vieneses la liberación de la ciudad por el Ejército Rojo en 1945. Curiosamente en esta plaza también se encuentra el Instituto Cervantes. Seguimos por la calle Rennbeg donde vimos la embajada de Croacia y unas oficinas del Banco Santander. Pero nuestra visita eran los jardines del PALACIO BELVEDERE. Este palacio fue construido como residencia de verano del Príncipe Eugenio de Saboya. El conjunto lo forman dos palacios unidos mediante un enorme jardín francés. En el punto más alto del jardín se encuentra situado el Alto Belvedere, edificio principal del conjunto arquitectónico que disfruta de una fachada más elaborada. En el edificio del Bajo Belvedere se encuentra la obra “El beso” de Gustav Klimt, que queríamos haber visto, pero pagar ¡treinta y ocho! por visitar el museo nos pareció un robo a mano armada. Ya que no íbamos a entrar en el museo, decidimos pasear un rato por los preciosos y cuidados jardines que se extienden entre uno y otro palacio. En uno de los parterres se encontró Concha un sombrero azul, adornado con una bandera húngara que habría perdido algún turista, señor que nos encontramos a la salida de los jardines que andaba buscando el sombrero. Evidentemente se lo dimos y él lo agradeció. Continuamos nuestro paseo por amplias avenidas llenas de bellos palacios y edificios modernos espectaculares hasta llegar al STADTPARK o Parque de la Ciudad, que es uno de los preferidos por los vieneses. Es un parque abierto al público desde mediados del siglo XIX diseñado en estilo inglés. El rio Wien divide el parque en dos, mientras que algunos pequeños puentes se ocupan de unir ambas partes. Íbamos un poco cansados y decidimos comprar en el quiosco que había a la entrada del parque un par de botellas de agua que nos bebimos tranquilamente sentados en un banco a la sombra de la arboleda que teníamos a nuestras espaldas. Uno de los lugares más fotografiados del parque es el MONUMENTO A JOHANN STRAUSS, una estatua dorada de bronce que rinde homenaje a este importante compositor austriaco, conocido especialmente por sus valses. Seguimos paseando por sus coquetas calles y pudimos contemplar un precioso reloj hecho a base de flores o una columna de cuatro caras en cada una de las cuales había varios pequeños mosaicos realizados por niños. También nos encontramos con una escultura de FRANZ LEHAR, compositor de afamadas operetas o la de HANS CANON, pintor austriaco del siglo XIX. Otro edificio importante en este parque es el conocido como KURSALON, sala donde se celebran importantes conciertos y bailes. Visitado el parque continuamos camino por la calle Johannesgasse hasta llegar a la calle Seilerstätte donde se encuentra la HAUS DER MUSIK. Este museo invita a sus visitantes a un viaje musical. En sus salas temáticas reales y virtuales distribuidas en seis niveles, la música se hará́ audible y visible. El objetivo final de la Casa de la Música es experimentar la música con todos los sentidos, participar activamente, descubrir y jugar. ¡Y vaya si lo hicimos! Nada más entrar, una muchacha interpretaba una preciosa melodía en un piano expuesto en el patio cubierto del museo. Nos sentamos en uno de los bancos y estuvimos disfrutando de la audición. La verdad es que la chica se movía por las teclas maravillosamente, arrancándoles sonidos suaves que invitaban a seguir escuchando. En otra de las salas, nos animamos a coger la batuta y dirigir la orquesta que sonaba, la cual, en función del compás que marcaba la persona que movía la batuta, aumentaba o disminuía el ritmo. Resultaba muy curioso el experimento. Y desde aquí, una vez que habíamos hecho todas las prácticas musicales posibles, nos dirigimos a visitar la WIENER STAATSOPER u Ópera Nacional. Fue el primer edificio del proyecto de la Ringstrasse en verse finalizado. Inaugurado en 1869 con la presentación de una obra de Mozart, el edificio de diseño renacentista fue una decepción para los vieneses que esperaban algo más de él. El arquitecto del edificio se quitó la vida, desolado ante la idea de que su obra no hubiera triunfado. Es el templo operístico vienés por excelencia. Eran casi las cinco de la tarde y el cuerpo y el lugar nos pedían entrar en el SACHER CAFÉ, famoso establecimiento donde se puede degustar la conocida como tarta Sachar, tarta de chocolate, que consiste en dos planchas gruesas de bizcocho de chocolate separadas por una fina capa de mermelada de albaricoque y recubiertas con un glaseado de chocolate negro por encima y los lados. El chocolate que cubre la tarta permite que se conserve durante periodos largos. La tarta venía acompañada de una porción de nata montada. Había una fila bastante numerosa de turistas chinos o coreanos del sur esperando para entrar. Nosotros nos pusimos a la cola que rápidamente fue desapareciendo ante la eficacia del maître que había en la entrada del café llamando a los que esperábamos y ubicándolos en las mesas correspondientes. Nos sentamos en un salón que tenía vistas a la calle y vino un camarero que hablaba perfectamente castellano para atendernos. Pedimos una sola tarta para compartir ya que habíamos visto que la porción era generosa y un cappuccino para mí y un café americano con hielo para Concha. Ambos cafés vinieron acompañados de sendos vasos de agua. Los precios sabíamos que iban a ser elevados y así resultó: cada café costaba 5,60 euros; y la porción de tarta, 6,90 euros. Estos cafés, si los comparamos con otros que ya habíamos tomado en otras ciudades europeas, son relativamente “baratos”. Recuerdo cuatro cafés que nos tomamos en el Antico Caffè Greco de Roma en el año 1998 (íbamos con dos amigos) por los que nos cobraron cuarenta mil liras italianas, que al cambio venían a ser unas mil pesetas por café. No contentos con la experiencia, repetimos un año después en el Caffè Rivoire de Florencia donde volvimos a pagar prácticamente el mismo precio por un café o en el Coco Club Firenze en la plaza de Santa María Novella donde pagamos ochocientas pesetas por una manzanilla. Y eso que eran precios de veinte años atrás. Volviendo a Viena, pagamos 18,10 euros en total, pero salimos contentos del café: habíamos descansado un rato, habíamos tomado un café excelente y habíamos visitado toda una institución en Viena. Eran las seis de la tarde cuando salíamos por la puerta del café. Buscamos la parada de tranvía de la Línea 1 que había en la calle Opernring y veinte minutos después nos bajábamos en la parada de nuestro apartamento. Antes nos encaminamos por la calle Quellenstrasse hasta un supermercado llamado BILLA donde hicimos las compras correspondientes de cerveza, tónica, refrescos, fiambre, pan, fruta y leche para cenar esa noche y desayunar al día siguiente. Nuestro primer día en Viena había resultado agotador pero muy ilustrativo de la ciudad.
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