Iba a ser nuestro segundo viaje al extranjero como jubilados. Teníamos previsto visitar Budapest y Viena y dedicarle tres o cuatro días a cada ciudad. Rompíamos el triángulo que conforman con Praga, donde ya habíamos estado en viaje anterior. Después de ver las posibles visitas, decidimos que tres días serían suficientes para ver lo más representativo de Budapest y cuatro para Viena, teniendo en cuenta que la tarde del último día la íbamos a dedicar a viajar de nuevo a Budapest. También pensamos que una buena fecha para viajar sería a comienzos del mes de junio porque el frío continental de ambas ciudades habría pasado a mejor vida y el riguroso verano estaría por llegar. Nos pusimos a ver vuelos de diferentes compañías. Si en un principio pensamos volar hasta Budapest y volver a España desde Viena, esta idea pronto desapareció de nuestras cabezas, ya que solo regresar desde esta última ciudad a Madrid suponía el doble de presupuesto de lo que nos costarían dos billetes de ida de Madrid a Budapest y regreso. Dos billetes Viena – Madrid costaban alrededor de trescientos euros, mientras que dos billetes Madrid – Budapest – Madrid nos salieron al final por ciento ochenta y tres euros. Claro a esta opción había que sumarle el precio del billete de tren Viena – Budapest (veintiséis euros) y una noche de hotel (cuarenta y tres euros). Nos seguía saliendo a cuenta utilizar solo el aeropuerto Ferenc Liszt de Budapest.
A las seis de la mañana del tres de junio estábamos en el aeropuerto Adolfo Suárez de Madrid-Barajas, donde nos había acercado Carlos. Una vez pasado el control policial, nos acercamos hasta la puerta de embarque de la compañía RYANAIR con la que íbamos a volar. Mientras tanto, sobre las seis y media nos tomamos unos cafés con leche en la zona duty free del aeropuerto por los que pagamos 4,50 euros. Poco después nos pusimos en la fila que se había formado en la puerta de embarque con nuestras respectivas maletas, ya que no habíamos facturado equipaje alguno. A eso de las siete y media, con el sol ya por encima del horizonte, despegaba nuestro avión rumbo a Budapest donde aterrizaríamos tres horas después, a las once menos cuarto, después de haber recorrido los casi dos mil kilómetros que separan ambas ciudades. Aquí comenzaba verdaderamente nuestro viaje. Nuestro vuelo llegó a la Terminal 2B, que es la que recibe a las compañías de bajo coste. Nuestro siguiente paso era encontrar el autobús 200E que enlaza el aeropuerto con la última parada de la línea 3 del metro de Budapest en su extremo sur, llamada Kőbánya-Kispest. La parada del autobús, de color azulado, estaba a mano derecha justo a la salida del aeropuerto. Habíamos leído que hacían este recorrido con una media de cinco minutos lo que representaba una frecuencia, bastante elevada. Aprovechamos que justo al lado de la parada había una máquina expendedora de tiques para sacar dos tarjetas de transporte de 72 horas, que cubrían nuestras expectativas de transporte público para los tres días que íbamos a estar en la ciudad. Pagamos con nuestra tarjeta de EVO Banco 8.300 florines húngaros, que al cambio de la fecha (un euro = trescientos florines) venían a ser algo menos de veintiocho euros. Nada más subir al autobús, que estaba detenido en la parada, validamos las tarjetas porque el hecho de no validarlas es igual que si hubiéramos viajado sin billete, nos acomodamos en nuestros asientos y nos entretuvimos viendo el paisaje magiar durante los veinte minutos aproximados que duró el viaje, hasta la última parada que la del intercambiador de Köki. Desde aquí solo tuvimos que seguir los indicadores hacia la estación de Kőbánya-Kispest, de la línea 3 de metro, en cuyo andén estábamos cuando pasaban escasos minutos de la once y media de la mañana. Nos sentamos en unos asientos del casi vacío vagón y recorrimos con celeridad las ocho estaciones que nos separaban de la de Déak Ferenc tér, la más cercana a nuestro apartamento, que se encontraba situado en la calle Paulay Ede utca, 13. No llegamos a conocer físicamente a Zoltan, su propietario, porque tanto el acceso desde la calle como al interior del apartamento se hacían a través de códigos que nos había facilitado previamente mediante mensajería al móvil; es decir, no había ninguna llave. Pagamos por tres noches ciento setenta euros. La fachada del bloque tenía cierto empaque, cierto aire a palacio decimonónico bien conservado. Una vez que traspasabas la puerta de la calle se accedía a una especie de zaguán grande, que terminaba en un gran patio central comunitario lleno de plantas y pequeños árboles, alrededor del cual surgían pasillos exteriores que daban acceso a los numerosos pisos. A la derecha, según se entraba desde la calle, surgía una amplia escalera que iba llevando a las diferentes plantas del edificio. Nuestro apartamento estaba en la tercera sin ascensor. Fue una primera sorpresa desagradable porque nuestro anfitrión no nos había dicho nada al respecto ni tampoco habíamos leído en los comentarios de anteriores inquilinos indicación alguna a este hándicap. Subimos arrastrando las maletas hasta llegar a la puerta de nuestro apartamento. Marcamos el código y la puerta se abrió. Lo que vimos mitigó un poco la trampa de la escalera. El apartamento era muy coqueto. Entrabas y te encontrabas un pequeño recibidor / cocina, espacio que se encontrada dotado con todos los utensilios necesarios para preparar el desayuno diario –incluso teníamos numerosas infusiones, azúcar, café, cervezas en el frigorífico, etc. –. Enfrente estaba el cuarto de baño, totalmente renovado, con plato de ducha y dotado de numerosas toallas, jabón, champú y gel. A la derecha de la entrada se abría un gran salón / dormitorio, en el que había un pequeño armario, un aparador con televisión plana, un sofá con una mesa pequeña delante y, lo más importante, una gran y cómoda cama que acogería nuestros cansados cuerpos las tres siguientes noches. Así que, descansados un rato y organizadas las maletas, decidimos echarnos a la calle y comenzar nuestra visita. Más o menos era la una de la tarde cuando vimos asomar ante nuestros ojos la enorme cúpula de la basílica de San Esteban, que se encontraba a menos de doscientos metros de nuestro apartamento. Nos acercamos a ella por la parte del enorme ábside que se abre en su cabecera. Fue en este momento cuando nos acordamos de que no llevábamos ni un florín en metálico porque la tarjeta de transporte la habíamos abonado con la tarjeta bancaria. Buscamos un cajero para sacar dinero y lo encontramos en la Plaza de San Esteban. A él nos dirigimos y solicitamos sesenta mil florines, al cambio unos doscientos euros. Teníamos la ventaja de que EVO Banco no nos iba a cobrar comisión por esta operación. Y con los billetes húngaros en el bolsillo entramos en la BASÍLICA DE SAN ESTEBAN, que es considerada la catedral de Budapest y el edificio religioso más grande de Hungría. Su construcción se inicia a mediados del siglo XIX y se inaugura a comienzos del siglo XX. Está dedicada al primer Rey de Hungría, Esteban I, que vivió en el siglo X y en cuyo interior se encuentra una urna que contiene su brazo derecho incorrupto. La basílica tiene planta griega y es de estilo neoclásico. La altura de su cúpula es de noventa y seis metros, exactamente los mismos que la cúpula del Parlamento. A ambos lados de la fachada se elevan sendas torres, una de las cuales, la de la derecha, se puede visitar. En el interior se utilizó abundante mármol y cuarenta y dos kilos de oro. En la cripta está enterrado Ferenc Puskas, futbolista del Real Madrid. Miramos el reloj y eran más de las una y media. Nuestros estómagos ya reclamaban la presencia de algún alimento al igual que nuestras gargantas lo hacían por algún líquido que atenuase la sequedad. Así fue, que nos dirigimos hacia la Plaza de la Libertad, muy cerca de la cual se encontraba el restaurante KISHARANG ETKEZDE, traducido algo así como “Cantina Campanilla”. Habíamos leído unas críticas buenísimas en internet sobre la calidad de sus platos típicos húngaros y de los buenos precios que ofertaba por los mismos. El interior del local era pequeño y apenas cabían unas diez o doce personas, pero en el exterior tenía una pequeña terraza con cinco mesas, una de las cuales ocupamos nosotros. La carta, a fin de evitar problemas de comunicación con los turistas, presenta los platos en una fotografía y traducido su nombre a varios idiomas –era evidente que el español no estaba entre ellos–. Concha pidió un vaso de limonada, fresca y con muy buen sabor y yo pedí una pinta de cerveza en botella marca Soproni, una de las cervezas más populares del país. Viendo el tamaño de los platos de las mesas contiguas, nos decantamos por pedir platos sueltos para compartir entre nosotros. Pedimos una exquisita y especiada sopa gulash, que estaba riquísima, unas crepes saladas rellenas de carne en salsa de pimentón, exquisitos también, y por último unos filetes empanados acompañados por puré de patata. Pagamos 5.750 florines, algo menos de veinte euros. Poco después de las dos y cuarto de la tarde continuamos la visita que teníamos planificada. Nos aproximamos a la cercana PLAZA DE LA LIBERTAD en la que podemos visitar el Memorial Soviético, que es el único recuerdo que queda en el centro de Budapest del paso del ejército ruso por esta ciudad y la estatua de Ronald Reagan situada en la calle que enfila hacia el Parlamento. A los pies de la plaza hay otro Memorial de las Víctimas de la Invasión Alemana, plagado de recuerdos, poemas y fotos colocados por los familiares de los caídos, y una fuente interactiva pensada para los niños. Siguiendo el camino hacia el Parlamento, podemos observar otra estatua de un antiguo miembro del Partido Comunista que devino en su más feroz enemigo. Es IMRE NAGY, principal ideólogo de la Revolución de 1956. Se encuentra de pie sobre un puente, con la mirada vuelta hacia el Parlamento. Este político preconizó reformas radicales para liberalizar el régimen y escapar al yugo soviético. La intervención de las tropas rusas no se hizo esperar. Fue ejecutado en 1958 y rehabilitado en 1989. Unos metros más adelante llegamos a la impresionante plaza de Kossut Lajos que alberga la parte trasera del Parlamento, que es igual de impresionante que la delantera. Nos llamó mucho la atención que en parte del suelo de esta plaza había una especie de surtidores de vapor de agua vaporizada que hacían las delicias de los niños y también de los mayores que de este modo luchaban contra el calor reinante. A mano izquierda vimos la escultura ecuestre de Ferenc Rakoczi, líder de la guerra de independencia húngara contra el dominio de los Habsburgo; y a mano derecha, el monumento Memorial a Kossuth, líder de la revolución de 1848 y posterior primer ministro húngaro. En la parte norte del Parlamento, ya cercana al río y fuera de la plaza, nos encontramos con el grupo escultórico dedicado a Tisza Istvan, que llegó a ser primer ministro húngaro a comienzos del siglo XX. Volviendo de nuevo a la plaza, frente al Parlamento destacan dos grandes edificios. El de la izquierda es el MUSEO ETNOGRÁFICO, construido inicialmente como Palacio de Justicia. Su fachada está dominada por un vasto pórtico coronado por dos torres entre las que destaca la figura de la diosa romana de la justicia en un carro tirado por tres caballos. A su derecha se encuentra el MINISTERIO DE AGRICULTURA, en cuya fachada se pueden observar unas bolas de hierro incrustadas en las paredes, así como flores y placas de gente que, en el levantamiento de 1956, fue abatida por enfrentarse al régimen soviético. Este edificio junto al anterior (Museo Etnográfico) quedaron en 3º y 2º lugar respectivamente en el concurso que hubo para erigir el Parlamento de Hungría. Y para demostrar que este nuevo país era una gran potencia, los políticos de la época decidieron construir los tres edificios finalistas. Desde aquí nos acercamos al Danubio para contemplar la grandeza de este río. Mirándolo en posición sentada y con actitud seria, pensativa y melancólica nos encontramos con la escultura de JOSEF ATTILA, dedicada a este escritor y poeta muerto a los 32 años al ser atropellado por un tren. Muy cerca de esta nos dimos de bruces con la escultura más sobrecogedora que hemos visto a lo largo de nuestros viajes. Es la llamada escultura “ZAPATOS EN EL DANUBIO”. Son una hilera de zapatos de hierro fundido, 60 en total, que pretende recordar a aquellas personas, como si no hubiesen desaparecido, como si sus zapatos estuviesen aún esperando a que sus dueños saliesen del agua. Y es que es en dicho punto donde los judíos eran atados en parejas, y tras disparar a uno de ellos, eran arrojados al Danubio –para ahorrarse balas, decían–. Antes de eso, les quitaban los zapatos que, al parecer, era una posesión interesante puesto que era un bien escaso y caro. Por la noche, si el tiempo da un respiro y lo permite y no llueve, muchos ciudadanos encienden velas recordando este trágico hecho. En este punto, cambiando de tema, vimos también por primera vez un autobús acuático que navegaba río arriba. Nosotros continuamos paseando por la orilla del río hasta llegar a la Zrinyyi utca, donde nos encontramos con una reja impresionante que cerrada la portada de un bello edificio. Caminar por esta calle es reconfortante simplemente por la visión enmarcada por las dos filas de magníficos edificios de la basílica de San Esteban. Había mucha gente yendo de un sitio a otro, entrando en los comercios o sentada en las terrazas. Pocos minutos después llegamos a la estatua “THE FAT POLICEMAN”. Es de tamaño natural, realizada en bronce. La escultura, de gran realismo y con "expresión" en la cara, viste el antiguo uniforme de la policía húngara de principios del siglo XX. Dicen que hay que tocarle la barriga, que da buena suerte, y vaya si se nota que la gente le toca la barriga porque es la zona más brillante y pulida de la estatua. Eran las cuatro y cuarto y decidimos sentarnos en una mesa de la terraza del COSTA COFFEE, situado en la misma esquina del policía barrigón. Pedimos sendos cafés, uno con leche y otro americano, por los que pagamos 1.380 florines, algo menos de cinco euros. Al terminar los cafés nos levantamos y continuamos en dirección a Erzsébet ter, plaza muy animada por numerosos grupos de jóvenes que cantaban, patinaban o estaban tumbados en el césped. Entramos en la estación de metro de Deak Ferenc ter para dirigirnos a la línea 1, amarilla, declarada Patrimonio de la Humanidad, hasta la estación de Hösök tere donde nos bajamos y continuamos la visita. Todo lo que íbamos a ver a continuación inicia su construcción en 1896, fecha en que se celebra el Milenario del nacimiento de la nación húngara. Salimos de nuevo al exterior en la PLAZA DE LOS HÉROES, donde nos encontramos con una gran columna, coronada por el arcángel Gabriel que sostiene en alto la corona de San Esteban, y a cuyos pies se pueden ver estatuas de los líderes de las siete tribus magiares que fundaron Hungría en el siglo IX. Dos semicírculos a los lados en los que se puede ver en lo alto los símbolos de la guerra, la paz, el trabajo, el bienestar y la gloria y en los arcos inferiores políticos y otras personalidades de la historia húngara. En un lateral de la plaza vimos el MUSEO DE BELLAS ARTES, cerrado por obras. Es un edificio de corte clasicista con un gran pórtico de columnas corintias. Entre de este, al otro lado de la plaza se encuentra el PALACIO DE EXPOSICIONES, conocido como Mucsarnok, que alberga exposiciones temporales. Tanto en su frontón como tras las columnas del pórtico se pueden ver interesantes pinturas. Nos llamó la atención un numeroso grupo de jóvenes que ensayaban pasos de lucha libre al ritmo de la música que sonaba estridente de algún equipo de sonido cercano. También nos sorprendió la presencia de una especie de carros con una fila de asientos a cada lado que se mueven por el pedaleo de los que están sentados. Uno de los ocupantes del carro es el que se responsabiliza de conducir correctamente por las calles. Lo mejor es que mientras pedalean van bebiendo cerveza de un barril que lleva el carro a la vez que cantan todos a coro. Rodeando el Mucsarnok llegamos hasta el IDÖKERÉK, llamado también Rueda del Tiempo. Es el reloj de arena más grande del mundo. Las partículas que caen para marcar el paso del tiempo son pequeñas piezas de vidrio que gotean a través del reloj con la ayuda de un sistema computarizado que mantiene la perfecta sincronización y tardan un año en bajar del depósito superior al inferior. Las últimas partículas caen justo en Fin de Año. Desde aquí nos adentramos en los jardines hasta llegar a la estatua de George Washington, situada junto al lago. Llegamos al CASTILLO DE VAJDAHUNYAD, una serie de pabellones en los que se han reproducido edificaciones características de la historia de Hungría a través de los diferentes estilos arquitectónicos. Cada pabellón incorpora elementos copiados al detalle de los edificios más importantes del país. El complejo refleja más de veinte edificios representativos del país. Entre las reproducciones más llamativas están la iglesia de Jak, románica o el castillo de Segesvár, gótico. Frente a la entrada principal del castillo se encuentra otra de las esculturas más interesantes que posee la ciudad. Nos referimos a la estatua ANONIMUS, que hace referencia al primer cronista de Hungría medieval, cuyo nombre se ha perdido en el tiempo. El autor de la escultura ha conseguido representar una importante figura histórica al tiempo que oculta su rostro bajo una capucha. Dice la leyenda que tocar la pluma que el cronista sostiene en la mano derecha trae suerte. Continuamos caminando hasta llegar a una de las múltiples placitas que se abren entre los distintos edificios. Aquí vimos instalado un puesto ambulante que vendía KÜRTÖSKALÁCS. Es un dulce típico que se cocina sobre un cilindro que se pone sobre un fuego abierto. Consiste en una cinta fina de masa con levadura, ligeramente condimentada con canela y bien espolvoreada con azúcar. A veces se reboza con chocolate en polvo, nueces o almendras. Compramos dos por setecientos florines, algo más de dos euros. Estaban riquísimos y tienen una corteza dulce y crujiente a causa del azúcar caramelizado. Nos sentamos en unos de los bancos del puesto ambulante y allí nos los comimos tranquilamente. Eran las seis de la tarde y el día estaba yendo según lo planificado. Seguimos paseando y nos detuvimos un momento para fotografiar el busto de Bela Lugosi, famoso actor húngaro-americano muy conocido por sus interpretaciones de Drácula. Desde aquí nos dirigimos al BALNEARIO SZENCHENYL, construido a principios del siglo XX. Es menos famoso, aunque más querido que el Balneario Gellért. En 1926 incorporó tres piscinas al aire libre, desde entonces muy populares durante todo el año debido a la elevada temperatura del agua. Volvimos de nuevo a la Plaza de los Héroes y entramos otra vez en el metro en la estación de Hösök tere para salir en la parada de Vörösmarty utca. Desde aquí queríamos recorrer la AVENIDA ANDRASSY, otro de los puntos declarados Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Es la principal avenida de la ciudad. Está flanqueada por casas y palacios neo renacentistas eclécticos que presentan bellas fachadas, escaleras e interiores. En esta avenida se encuentra el MUSEO DEL TERROR, museo creado para recordar a las víctimas de la represión nazi y comunista a lo largo del siglo XX. En los sótanos del inmueble se conservan las celdas y salas de interrogatorio originales. Atrae poderosamente la vista la palabra TERROR recortada en los materiales que conforman la amplia marquesina negra que rodea todo el edificio. Frente a este museo, dos elementos más que recrean épocas pasadas que no deben ser olvidadas: por un lado, un trozo del Muro de Berlín; y por otro, la escultura “Courtain Iron”, un rectángulo que recrea una cortina metálica formada por cadenas que impiden la libertad de las personas. Para ser más tenebroso si cabe, a lo largo de toda la fachada de este Museo del Terror se han colocado fotografías de los húngaros asesinados por las fuerzas ocupantes a lo largo del siglo XX. Con el alma un poco encogida continuamos caminando hasta llegar a la PLAZA DE FRANZ LISZT, un espacio tranquilo rodeada de bares y restaurantes y en la que nos encontramos una estatua dedicada a este famoso músico húngaro. Dejamos al compositor para acercarnos hasta la Librería Alexandra, decorada con hermosas lámparas de araña y un techo con frescos del mismo autor que las pinturas que decoran las salas del Parlamento. Casi enfrente, destaca majestuoso la ÓPERA DE BUDAPEST, inaugurada a finales del siglo XIX, nació para rivalizar con las de París y Viena. El intenso tráfico de tantos años ha hecho mella en la piedra de sus paredes exteriores que reclaman una limpieza a gritos. Aquí volvimos de nuevo al metro hasta la estación de Blaha Lujza, en la línea 2. Queríamos ir a rematar el día tomándonos un café relajante en el NEW YORK CAFÉ. Cuando llegamos había una pequeña cola para sentarse en las mesas que fue rápidamente disuelta por la prontitud de los camareros. Cuando nos llegó el turno un diligente camarero nos llevó hasta la mesa que nos habían asignado y allí pedimos un café americano y un cappuccino. El local tiene una decoración primorosa, con abundantes estucos y dorados. Al fondo de la gran sala había cuatro músicos que interpretaban música clásica en directo. También había wifi gratuita para los clientes lo que nos permitió actualizar los datos de nuestros teléfonos. Después de pasar un rato muy agradable y relajante abonamos 2.700 florines, unos nueve euros al cambio. Eran las ocho de la tarde y dábamos por finalizada la visita del día. Ahora tocaba ir rápido al súper para hacer algunas compras y estar delante de la tele a las nueve de la noche, hora en que comenzaba la final de la Champion League entre el Real Madrid y la Juventus de Turín. Así que subimos de nuevo al metro para apearnos en Déak Ferenc ter y acercarnos al SUPERMERCADO PRIMA, sito frente a la boca del metro de la que salíamos, esquina con Király utca. Compramos varias latas de cerveza, una botella de vino tinto húngaro, fiambre, fruta, pan, leche, un par de bolsas de frutos secos, un bote de pepinillos en vinagre, patatas fritas y alguna cosa mas que no recordamos, ya que, aunque teníamos el tique de compra, al venir en húngaro, dificultaba este recuerdo. Pagamos 7.000 florines, que al cambio venían a ser algo más de veintitrés euros. Sonreímos al ver la cantidad total del tique. Una curiosidad que vimos fue que vendían botellas de medio litro de aceite de oliva de origen español a 1.700 florines, algo menos de doce euros el litro. Preparamos una buena mesa en casa para ver el partido y celebrar, si era posible, la victoria madridista, cosa que finalmente ocurrió. Lo más novedoso fue ver y oír el partido retransmitido por la televisión húngara, evidentemente en húngaro.
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