lunes, 5 de junio de 2017

BUDAPEST (3): PUENTE DE LAS CADENAS, PARLAMENTO, CASTILLO DE BUDA, IGLESIA DE MATÍAS, PASEO EN BARCO

Último día que pasábamos en la ciudad. Amaneció con un cielo radiante y una temperatura totalmente veraniega. Hoy tendríamos que pasear con ropa fresca y buscando, cuando fuera posible, la sombra. Nos despertamos muy pronto, en torno a las siete de la mañana, y rápidamente nos pusimos a preparar el desayuno. Unos cafés con leche, algunos pasteles y unas tostadas con algo de fiambre por encima. Recogimos la cocina, terminamos de vestirnos y asearnos y nos dispusimos a salir a cumplir la planificación prevista. Cinco visitas esenciales nos esperaban: el puente de las Cadenas, el Parlamento, el Castillo, la iglesia de Matías y el paseo nocturno en barco. Hoy, al contrario de los dos días anteriores, pasaríamos la mayor parte de la jornada en la ciudad de Buda. Salimos del apartamento a las ocho y cuarto y enfilamos hacia la Erzsébet tér para continuar por la Jozsef Attila utca hasta llegar al río Danubio. Nos acercamos para contemplar la estatua de Roskovics Ignac, ubicada en el muelle, frente al Castillo, muy cerca de las estatuas de la Pequeña Princesa y de la Niña con Perro. Roskovics ignac fue un importante pintor húngaro. Aquí estaba representado en plena acción de pintar un cuadro que descansaba sobre un caballete. A nuestras espaldas, se alzaba magnífica la fachada del PALACIO GRESHAM, situado frente al Puente de las Cadenas.
Actualmente es un hotel de 5 estrellas y se puede visitar el vestíbulo de entrada. Su mobiliario del siglo XIX y las grandes lámparas que cuelgan del techo son dos de las señas de identidad de un palacio que abrió sus puertas a mediados del siglo XIX. Volvimos de nuevo la vista al río y allí nos dimos de frente con la bellísima estructura que mantiene erguido el PUENTE DE LAS CADENAS, uno de los símbolos de la ciudad. Se construyó para salvar un grave problema que tenían los habitantes de Buda y Pest antes del siglo XVIII. El problema era poder cruzar el río durante la época del deshielo ya que en verano lo cruzaban en barco y en invierno a pie sobre su superficie congelada. El puente se inauguró a mediados del siglo XIX. Las dos plazas de los extremos del Puente de las Cadenas son la de Széchenyi István y la de Adam Clark, los dos personajes más importantes de su construcción: promotor el uno y arquitecto y constructor el otro. Este puente también es muy conocido por las leyendas sobre los leones que guardan el puente a cada extremo. Una se refiere al momento de la inauguración del puente; los asistentes descubrieron que los leones habían sido esculpidos sin lengua y empezaron a hacer chanzas, que avergonzaron tanto al escultor que se tiró del puente y se hundió en las aguas de Danubio. Otra leyenda dice que los leones cobrarán vida cuando Hungría se encuentre en peligro y la defenderán. Y así unas cuantas más. El puente tiene un carril por sentido para la circulación de vehículos y dos pasillos externos, uno a cada lado, para la circulación de los peatones. Las vistas de Buda y sobre todo del Castillo son impresionantes. No eran más de las nueve menos cuarto y ya estábamos atravesándolo de lado a lado. El ligero temblor de la estructura cuando pasa algún camión pesado o un barco de gran tonelaje hace que la sientas viva. Llegamos al otro extremo y nos encontramos con la PLAZA DE CLARK ADAM, dedicada al constructor del puente. En la misma se encuentra ubicada la escultura Kilómetro 0, que es el punto de referencia desde el que se mide la distancia de todas las carreteras del país. Desde la misma plaza también parte el FUNICULAR, segundo de estas características construido en Europa, que permite salvar el desnivel entre el río y el castillo de Buda. Nosotros no llegamos a utilizarlo porque volvimos sobre nuestros pasos porque teníamos visita reservada a las diez y cuarto en el Parlamento. Eran las nueve y media de la mañana cuando teníamos de nuevo frente a nosotros el Palacio Gresham. Nos dirigimos hacia la parada más cercana del tranvía de la línea 2 y esperamos a que llegara, cosa que hizo a los pocos minutos. Subimos y volvimos a bajar en la trasera del Parlamento, en la Kossuth Lajos tér poco después de las diez menos cuarto. Nos dirigimos hacia la entrada del Centro de Visitantes del Parlamento con nuestras entradas impresas que nos habían costado 4.400 florines, algo menos de quince euros al cambio. El acceso al recinto está situado en la parte derecha del edificio, por una especie de rampa que nos lleva a un vestíbulo subterráneo de entrada donde van formando los grupos en función del idioma elegido para la visita. El nuestro tenía previsto el acceso al PARLAMENTO a las diez y cuarto y fuimos puntuales con el horario previsto. Nuestra guía era una amable peruana que llevaba en Budapest viviendo veinte años. Lo primero que nos dijeron es que no se podía hacer fotos ni vídeos en todos los espacios, solo en las zonas autorizadas para ello. Mal empezábamos la visita, pensamos. El edificio del Parlamento es una mole monstruosa en tamaño y riquísima en decoración y lujo. Caminamos por galerías interminables forradas de gruesas alfombras, con artesonados primorosos y preciosas telas en las paredes con exquisitos dibujos. Una de las cosas más curiosas que vimos fueron los ceniceros que hay en los pasillos destinados para los puros de las señorías. Ahora ya no se usan porque está prohibido fumar en su interior, pero hace años cada diputado tenía su lugar numerado para dejar su correspondiente puro mientras se celebraba el debate en la Cámara Alta. Llegamos a la escalera principal y faltan las palabras para describirla. Una enorme escalinata, con doble acceso en uno de sus extremos, enmarcada por el rojo de las alfombras que la protegían y el dorado perpetuo de las techumbres refulgía ante todos los integrantes del grupo. Poco después accedíamos al tesoro custodiado bajo la inmensa cúpula: la corona de San Esteban, la espada ceremonial y el cetro del siglo X, considerado como el bien más preciado de los húngaros. La corona desapareció en varias ocasiones a lo largo de la historia. La última durante la II Guerra Mundial. En este periodo cayó en mano del ejército estadounidense, que la custodió hasta 1978 en que fue devuelta a Hungría. Este tesoro está permanente custodiado por dos soldados del ejército húngaro. Continuamos paseando por salas y más salas forradas de gruesas alfombras y de techos y paredes de ensueño, hasta que llegamos al salón de plenos, majestuoso y enorme y de una belleza pasmosa. Terminamos la visita recorriendo las entrañas del antiguo edificio, visitando las viejas calderas que daban calor a los parlamentarios o cómo se llevaban a cabo los arreglos o sustituciones de las bombillas de las viejas lámparas de antaño. Una hora después de haber entrado salíamos de nuevo al exterior del edificio maravillados del lujo desplegado. Nuestra siguiente meta era visitar el Castillo de Buda. Para ello, cogimos el metro en la estación Kossuth Lajos tér y nos bajamos en la siguiente, Deak Ferenc tér. Allí buscamos la parada del autobús 16 en la József Attila utca, que nos llevaría muy cerca del Castillo, a la Disz tér. El CASTILLO DE BUDA alberga en la actualidad la Biblioteca Széchenyi y dos museos, el de Historia de Budapest que muestra la historia de la ciudad desde la Edad Media, y la Galería Nacional Húngara con contenidos de pintura húngara desde la Edad Media hasta el siglo XX. El Castillo fue construido en el siglo XIV y ampliado en el siglo XV por Matías Corvino, casado con una princesa aragonesa. El escudo real de Matías era un cuervo omnipresente en diversas zonas y espacios del palacio. Todos los edificios destilan clasicismo, rematado por el verde de su cúpula y techumbres que presenta un fuerte contraste con el añil del cielo. Camino de uno de los patios traseros, protegido con una bellísima reja de forja y la perenne figura de un cuervo posado en ella, nos detuvimos en un puesto callejero de venta de recuerdos para turistas y aprovechamos para comprar un imán para el frigorífico que aumentara nuestra pequeña colección que iba aumentando poco a poco, y un par de botellas de agua fresca que mitigaran la sequedad de nuestras gargantas. Llegamos al patio que íbamos buscando para contemplar en una de sus paredes laterales la FUENTE DE MATÍAS, que representa una escultura realizada en plomo que muestra la imagen del rey Matyas Corvinus en una partida de caza con sus perros y sus siervos, uno de los cuales lleva un halcón en su brazo. También está representada una campesina que se enamoró del rey sin saber que lo era. Aprovechamos la ocasión para hacernos innumerables fotos desde la terraza que se abría delante del palacio que mostraba toda la ciudad de Pest bañada por el Danubio a nuestros pies, la basílica de San Esteban, el Parlamento, el puente de las Cadenas y un etcétera muy largo de reseñar. No sabemos por qué, pero había una serie de puestos callejeros de venta de regalos, recuerdos para turistas, comida y bebida en la explanada situada entre el palacio y la terraza mirador. Aprovechamos que el reloj marcaba una hora próxima a la una de la tarde para sentarnos en una de las largas mesas con bancos corridos para comer algo, ya que habían pasado suficientes horas desde que habíamos desayunado. En uno de los puestos de comida pedimos dos pintas de cerveza y una salchicha rojiza, tirando más a chorizo,  de un tamaño que está feo señalar y acompañada de pan. Pagamos 1.600 florines, algo más de cinco euros por todo. Después, mientras Concha troceaba la salchicha con nuestros cubiertos de plástico, yo me acerqué a otro puesto de comida y pedí un LÁNGOS, una especie de torta redonda de pan hecha a base de patata y harina a la que se le añaden por encima los ingredientes que cada uno quiera: yo pedí que pusieran beicon, queso, cebolla roja y crema agria. Pagué 800 florines, poco menos de tres euros. Ambos platos nos supieron a gloria y el ambiente contribuyó a ello pues no dejaba de sonar música popular húngara que arrancaba de vez en cuando algunos cantos entre los comensales de las mesas cercanas. Comidos y bebidos, recogimos nuestros platos, vasos y cubiertos de plástico y los llevamos al contenedor correspondiente. Minutos después subíamos las escaleras que nos llevaron a la amplia explanada que se abre frente al SÁNDOR PALOTA, palacio en el que tiene en la actualidad la residencia el Primer Ministro húngaro y no es visitable. Cada hora se lleva a cabo el cambio de guardia en la fachada del palacio. Hasta esta plaza llega el funicular que tiene su origen en la Clark Adam tér, frente al puente de las Cadenas. Nueva sesión de fotos desde el mirador que se abría a nuestros pies desde el que se observaba una vista espléndida del Parlamento. Continuamos el paseo por la Uri utca hasta llegar al LABERINTO BUDAVARI, que a lo largo de los mil doscientos metros de galerías visitables presenta una sucesión de cuevas, pasillos, manantiales y mucho misterio. Este tenebroso laberinto subterráneo se ha ido formando a lo largo de los siglos gracias a la erosión provocada por las corrientes naturales de aguas termales de la ciudad. Dicen que el conde Drácula tiene en estos pasadizos su guarida junto con otros amigos tenebrosos. Unos metros más adelante nos encontramos con la ESTATUA ECUESTRE DE ANDRÁS HADIK, considerado como el húsar más valiente de todos los tiempos. Sin embargo, esta estatua es popular por otro detalle. Aquí es donde vienen los estudiantes universitarios a “tocar los huevos” literalmente al caballo para que les de buena suerte en los exámenes. Podemos dar fe que las criadillas del animal tienen más brillo que el resto del cuerpo. A pocos pasos de la estatua, con la torre de la iglesia de Matías perfilando el horizonte, se encuentra la PASTELERÍA RUSZWURM, que es la pastelería más antigua de la ciudad de Budapest teniendo su origen a comienzos del siglo XIX. Sin más dilación llegamos a la PLAZA DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD, que toma su nombre de la barroca columna de la Santísima Trinidad, esculpida a comienzos del siglo XVIII. Este monumento conmemora a las víctimas de las epidemias de peste que sacudieron Buda en los últimos años del siglo XVII. En un lateral de la plaza se encuentra el AYUNTAMIENTO VIEJO, cuya fachada no pudimos ver porque se encontraba cubierta por unas grandes lonas en proceso de restauración. El plato fuerte de la visita de la tarde era la IGLESIA DE MATÍAS. El precio de la entrada era de 3.000 florines, unos diez euros. Es el edificio religioso más famoso de la ciudad, aunque la Basílica de San Esteban sea la más grande. Era el lugar de coronación de los Reyes húngaros. Está dedicada a la Virgen María, patrona de Hungría. Sus orígenes se remontan al siglo XIII. Tras su construcción, era tradición que cada rey húngaro hiciera alguna remodelación por lo que su aspecto ha ido cambiando con el paso de los siglos. Su nombre se debe a Matías I, el rey que transformó la iglesia en estilo renacentista. Del exterior, hay que destacar su inmensa torre de cinco pisos. Su interior es todo un espectáculo de luz y riqueza. No existe en la iglesia un solo centímetro sin decorar. Entre los objetos más interesantes se encuentran las tumbas de Bela III y su esposa bajo un dosel ornamental en piedra. Además, destaca un pequeño museo donde se encuentra una réplica de las Joyas de la Corona y otros elementos religiosos. El interior de la iglesia tiene una acústica excelente, por lo que en muchas ocasiones se celebran conciertos. Finalizada la visita que demoramos a conciencia al sentarnos en uno de los bancos para poder empaparnos de tanto arte, salimos otra vez a la plaza para visitar el BASTIÓN DE LOS PESCADORES, construido a comienzos del siglo XX, es hoy en día es uno de los mejores miradores de la ciudad. Consta de siete torres que representan las siete tribus magiares que se establecieron en la zona en a finales del siglo IX y fundaron las ciudades de Buda y Pest. Su nombre se debe a que los encargados de defender las murallas en la Edad Media era un grupo de pescadores. Hay que decir que para subir a una de sus mitades hay que pagar una entrada, siendo la otra mitad de acceso gratuito, siendo las vistas desde ambas zonas prácticamente iguales. Entre el Bastión y la iglesia de Matías se puede ver una estatua ecuestre de ESTEBAN I, elevado sobre un altar de mármol en el cual se representan los momentos más emblemáticos de su vida y del imperio húngaro. Desde aquí iniciamos el descenso por sus amplias escalinatas hasta llegar al llamado TOCÓN DE HIERRO, situado en el cruce de las calles Vam e Iscola. Consiste en el tronco de un árbol al que los artesanos y mercaderes de la zona clavaban un clavo para dejar constancia de su estancia, paso o visita a la ciudad. Existe otro similar en la Plaza de San Esteban en Viena que visitaremos en los próximos días. Continuamos caminando hacia el río y llegamos a la IGLESIA DE SANTA ANA, que constituye el mejor ejemplo de arquitectura barroca italiana en la ciudad En este punto, Batthyány tér, cogimos el tranvía número 19 y nos bajamos de Zsigmon tér para visitar el barrio donde había nacido una leyenda del fútbol que triunfó plenamente en el Real Madrid. Nos referimos a FERENC PUSKAS, cuya estatua se encuentra en una pequeña plaza en el momento en que va a golpear el balón ante la atenta mirada de tres chavales. Visitada y fotografiada la escultura nos detuvimos un momento para tomarnos un gin tonic y un café con hielo en el BAR SORPATIKA, por 900 florines, unos tres euros. Aquí sí se notaba que ya no llegaba mucho turismo a esta zona y los precios estaban más adaptados a los lugareños. De nuevo volvimos al tranvía 19 que nos dejó otra vez en la parada de Batthyány. Caminamos unos metros hasta llegar al TEMPLO DE LA REFORMA, construido en ladrido en es de estilo neogótico. Cuenta con un con un esbelto campanario de más de sesenta metros de altura. Su agudo tejado a dos aguas está cubierto de azulejos esmaltados principalmente en marrón, amarillo y verde. Volvimos otra vez a la estación de Batthyány, pero esta vez para coger el metro que en dos paradas nos llevaría a Déak Ferenc tér. Lo curioso de este viaje es que el recorrido del tren transcurre por debajo del río Danubio. Antes de irnos al apartamento pasamos por una pequeña tienda en Király utca compramos un par de latas, una de naranja y otra de tónica, además de una botellita pequeña de ginebra para despedirnos esa noche de Budapest. Llegamos al piso a las cinco de la tarde, una hora perfecta para darnos una relajante ducha y dormir una pequeña siesta que nos permitiera volver a la calle para dar el paseo en barco que teníamos planificado. Lo que nos quedaba por hacer esta última noche era dar un paseo en barco por el río Danubio. Para ello teníamos dos opciones: una, coger un barco del transporte público de la ciudad por un precio aproximado de cinco euros, y dos, subir a uno de los muchos ferris que se ofertan a los turistas por un precio aproximado de unos cien euros. Las diferencias entre ambos tipos de transporte son variadas: los ferris son por lo general más nuevos y llevan un pasaje no muy numeroso, en el precio va incluida una doble vuelta por el río, una de bajada y otra de subida, a veces incluyen alguna bebida y/o picoteo en el precio y solo tienen una parada, la de salida y la de llegada. El transporte publico, por su parte, incluye unos barcos generalmente más desgastados que sus homónimos privados, puede dar la casualidad de que vayan vacíos o muy llenos, lo cual te dificulta poder hacer fotos o grabar vídeos y realizan numerosas paradas a lo largo del río. Viendo los pros y los contras de uno y otros nos decantamos por utilizar el transporte público porque era bastante más económica. Así que a las ocho menos cuarto salíamos del apartamento en dirección a la boca de metro de Déak Ferenc tér para bajarnos en Kossuth Lajos tér, frente al Parlamento. Aquí esperamos al tranvía 2 que nos llevó hasta Boráros tér, una enorme plaza junto al puente Petöfi, con mucho arbolado y muchos niños jugando bajo la atenta mirada de sus padres. Lo planificado era que teníamos que coger el último servicio del barco para poder contemplar iluminados los principales monumentos de la ciudad. Haciendo hora para que llegara el barco, nos acercamos a un puesto callejero que vimos y compramos un par de KÜRTÖSKALÁCS, esos dulces cilíndricos que tan ricos nos supieron , esta vez bañados en chocolate. Estaban para haber comprado otros dos. Pagamos por ellos 600 florines, dos euros. Con ellos en la mano nos dirigimos al muelle de atraque del BARCO D12, otra de las modalidades de transporte público que existen en la ciudad. El precio que íbamos a pagar por los dos billetes era de 1.500 florines, unos cinco euros. Teníamos que coger el último trayecto del barco para contemplar los edificios de. La orilla iluminados. Cogimos el barco a las 20:36 y comenzó nuestro paseo por el Danubio. No éramos los únicos turistas que íbamos a bordo ya que había varias parejas más. Nos subimos a la plataforma superior para tener mejor visión y allí nos sentamos en uno de los bancos corridos existentes, aunque conviene aclarar que la mayor parte del trayecto la hicimos de pie intentando grabar a un lado y otro. De inicio, nos sorprendió el recorrido del barco ya que, si hace una parada en la orilla derecha, la siguiente la hace a la izquierda y así sucesivamente va serpenteando por el río. El escenario que disfrutamos esa noche es difícil de describir. Ves como la luz solar se va apagando quedamente y los edificios de una y otra orilla van resaltando cada vez más en la oscuridad de la noche. Preciosos los puentes de la Libertad y Erzsébet que cruzamos, el balneario Gellert, el Castillo y todo su complejo de edificios derramándose colina abajo, la aguja de la torre de la iglesia de Matías, el palacio Gresham, el puente de las Cadenas, la iglesia de Santa Ana en Buda, el Parlamento, el puente Margit… Fue un viaje espléndido bajo el cielo estrellado. Poco más de media hora después atracábamos en la parada de Jaszai Mari tér, pasado el puente Margit. Desde aquí dimos un pequeño paseo para acercarnos a la parada de nuestro inseparable tranvía 2 que nos dejó en la plaza del Parlamento, donde hicimos trasbordo al metro para salir en la plaza Erzsébet, al lado de nuestro apartamento, pasadas las diez de la noche. Con este último viaje en metro dábamos por agotadas nuestras tarjetas de transporte de 72 horas. Esa noche preparamos las maletas, apuramos lo que quedaba en casa de fiambre, pan y bebida en la cena y nos fuimos temprano a la cama ya que al día siguiente nos tocaba madrugar de nuevo.

Amaneció en Budapest un día perfecto con el sol brillando en todo su esplendor. Nos levantamos a las seis de la mañana para tener tiempo suficiente de terminar de preparar las maletas, darle un repaso total al apartamento para no dejarnos nada olvidado y, por último, desayunar en el apartamento y dejarlo todo recogido, cosa que Zoltan, propietario del piso al que no tuvimos el honor de conocer, nos agradeció muy efusivamente en su valoración positiva en AIRB&B. Nos íbamos contentos porque, por un lado, Budapest nos había encantado, y, por otro, habíamos visto por primera vez al Real Madrid ganar una Champion League frente a la Juventus en un partido retransmitido desde una televisión húngara y comentado en ese mismo idioma. Salimos a la calle y nos dirigimos hacia la plaza Déak Ferenc donde buscamos la línea 2 que nos llevaría hasta Keleti Pályaudvar, estación de metro que comunica físicamente con la estación de tren de BUDAPEST-KELETI. Menos mal que habíamos comprado los billetes de metro esa mañana porque al bajarnos del metro para ir a la estación del tren dos revisores nos pidieron los tiques. Curiosamente no te los piden al entrar lo que hace que te confíes y no adquieras el billete; te los piden al salir porque creemos que de ese modo la recaudación es mayor mediante multas. Una gran mayoría de estos revisores, que habíamos visto en diferentes estaciones a lo largo de los tres días anteriores, eran personas mayores a los que la pensión no les llega y por eso se ven obligados a tener un segundo trabajo. Los billetes los habíamos comprado desde España por internet, pero había que canjear la compra que llevábamos impresa en un folio por los billetes válidos. Nos habían costado cincuenta y dos euros, precio que incluía dos billetes de ida a Viena y dos billetes de vuelta a Budapest. Una vez en la estación, preguntamos a varios empleados del ferrocarril por el andén donde se colocaría nuestro tren y nadie supo respondernos. Como último recurso nos acercamos a la oficina de información y allí nos indicaron que el tren estaba en el andén número cinco y hacia allí nos dirigimos. Buscamos nuestro vagón y nuestros asientos y colocamos nuestras maletas en las repisas superiores. No habían pasado tres minutos de las 8:40, hora en que tenía prevista su salida el tren cuando ya estábamos en marcha. Nos acomodamos en nuestros asientos para disfrutar del recorrido que tenía una duración aproximada de algo más de dos horas y media. Al rato pasó un revisor pidiendo billetes y al llegar a la frontera con Austria pasaron un par de policías con otro revisor pidiendo de nuevo los billetes. Llegamos a la estación de WIEN HAUPTBAHNHOF a las 11:15.

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