martes, 28 de marzo de 2017

COMBARRO, MUCHO MÁS QUE HÓRREOS Y CRUCEIROS

Hoy no hubo que madrugar. Nos levantamos como cualquier otro día normal y desayunamos sentados en el porche trasero. Esta mañana queríamos desplazarnos a COMBARRO, del que dicen que es uno de los pueblos más bonitos de Galicia por muchos y variados motivos, aunque fundamentalmente por tres: por la conservación de las estrechas callejas de su núcleo urbano donde vivían de forma mayoritaria la gente de la mar, por sus característicos cruceiros –siete luce la villa– y por los muy numerosos hórreos –hay quien dice que se cuentan más de sesenta– enfilados muchos de ellos casi encima del mar.  Salimos de Gondomar pasadas las diez y cuarto de la mañana y condujimos tranquilos por la autovía de pago para recorrer los cincuenta y cinco kilómetros que separan ambas ciudades. Como siempre en estos últimos años, las obras eternas del puente de Rande fueron una ratonera para los conductores. ¡El atasco estaba servido! Con paciencia fuimos avanzando hasta conseguir circular con normalidad. Pasaban pocos minutos de las once cuando estábamos aparcando el coche en un hueco que vimos en la rúa  Francisco Regalado, cerca de la plaza Peirao da Chousa, una amplia explanada sin un árbol para disfrutar de su sombra. Imaginamos que esa mañana habría habido mercadillo porque en la plaza quedaban algunos puestos de venta ambulante, unos de comida y otros de ropa, que en ese momento contaban con la presencia de pocos parroquianos. 
Ya en la misma plaza nos encontramos con los primeros hórreos alineados en una esquina de la misma. Combarro es un pueblo marinero y agrícola, en el que sus hórreos son el emblema local, muchos de los cuales están emplazados justo al lado del mar. Este precioso conjunto histórico de los hórreos junto con el casco antiguo se encuentra en una ubicación inmejorable en la ría de Pontevedra. Los HÓRREOS de Combarro, al igual que los del resto de Galicia, son construcciones tradicionales y típicas que desde la antigüedad sirven para almacenar alimentos, grano o patatas. Además, en esta villa, los hórreos al lado del mar se utilizaban a  modo de almacén para trasladar cosas desde/hasta las barcas que luego circulaban por la ría. Los materiales de construcción de los hórreos pueden variar en función de su ubicación: los hay de madera, de piedra, etc. Además, poseen pilares que los elevan del suelo para evitar el acceso de los roedores a su interior y en general, presentan planta rectangular.

Después de echar un vistazo a los puestos, sobre todo los de comida: quesos, salchichones, panes de diferentes ingredientes, hierbas para fabricar orujo, etc., nos dirigimos a la derecha de la plaza donde aparecían las fachadas de las primeras casas. En esta zona resultaba curioso ver alguna que otra casa apoyada directamente sobre la roca viva. Un gran peñasco que se puede recorrer a través de una escalera de madera, que lo va sorteando, nos permitió acceder a la rúa que corre paralela al muro elevado donde se unen tierra y mar, que, además, es la calle más comercial, junto con la paralela rúa de San Roque. Desde ella se pueden observar aún numerosos hórreos alineados sobre el muro costero, así como las rampas que se utilizaban para bajar y subir las barcas y para echar los aparejos y las redes al mar. Es decir, en pocos metros habíamos iniciado un viaje en el tiempo desde el siglo XXI al siglo XVIII como poco. Las callejas empedradas, las casas marineras construidas con granito, los múltiples y variados hórreos de distintos tamaños y materiales, los cruceiros, los aparejos marineros… Todo nos hacía rememorar la vida de los antiguos marineros de la villa en épocas pasadas. Lo único que distorsionaba un poco esta visión idílica eran las numerosas tiendas de recuerdos y los restaurantes que ofrecían sus atractivas cartas a todo turista que pasase por sus lares. Había bajamar lo que nos permitió observar entre los huecos que quedaban entre restaurante y restaurante, entre hórreo y hórreo, a numerosas mujeres dobladas sobre su cintura marisqueando en los esteros que habían quedado libres del agua marina. Caminando con tranquilidad, llegamos a O PEIRAO (muelle), punto neurálgico de la villa, que fue inicialmente un puerto de pescadores donde no sólo se desarrollaban las tareas de descarga del pescado, sino que también era punto de encuentro para el intercambio de productos alimenticios. Según una cartela explicativa ubicada en una esquina de este pequeño espacio, a este lugar acudían a diario las mujeres –verdaderas administradoras de la economía familiar– para comprar, vender o canjear pescado y productos agrícolas. Como espacio central de la vida de la villa, O Peirao servía además como recinto de celebración de las fiestas populares. Los hórreos que se pueden observar desde esta plazuela son encantadores y crean un conjunto con una carga estética envidiable. Continuamos camino hasta llegar a un pequeño ensanche donde se unen la rúa A Rúa con la praza Peirao da Chousa, que más que plaza es una calle que corre paralela a la rúa que habíamos llevado hasta ese momento. Aquí vimos el primer cruceiro de los siete que presume tener la villa. Los CRUCEIROS son, como su nombre indica, cruces de piedra características de Galicia que representaban antiguamente los cruces de caminos. Los cruceiros eran considerados una de las manifestaciones más genuinas de la arquitectura popular gallega, los cruceiros poseen un carácter simbólico sagrado y una función protectora. Situados con frecuencia en las encrucijadas, se cree que su función principal era la de cristianizar lugares de culto paganos. Por ello, la cultura popular los vincula con espacios mágicos en los que se celebraban reuniones de meigas, brujas o ánimas. Como curiosidad, en el caso de los cruceiros de Combarro ­–salvo el que se encuentra situado junto a la praia de Pinelala figura de la Virgen que hay en las cruces siempre está orientada al mar, mientras que la de Cristo, hacia tierra. En otros muchos pueblos gallegos de la costa, ocurre al contrario, es el Cristo el que mira al mar. Según se cuenta, los combarrenses confiaban más en la protección del amor materno de la Virgen, de ahí su predilección por ubicarla siempre por delante del Cristo. En este punto, donde estábamos contemplando el primer cruceiro con el que nos habíamos cruzado, fue posible disfrutar de una de las vistas más espectaculares de la visita a la villa. Desde aquí se nos mostraban alineadas, dando lo mejor de sus fachadas, las CASAS MARIÑEIRAS del casco antiguo. Estas son pequeñas viviendas adosadas, con elaborados trabajos de cantería y en las que destacan sus balconadas de piedra –solainas– de estilo barroco. Todas ellas están orientadas al mar y poseen una planta baja dedicada a almacén –alpendre, en gallego– de utensilios de pesca y aperos de labranza, que en muchos casos está ahora ocupada por pequeños comercios. La arquitectura de estas viviendas revelaba la posición social de la familia. Las balconadas de piedra eran signo indicativo de una buena posición económica. Los marineros solían construirlas en madera o hierro forjado, pintado de colores muy vivos con la pintura que les sobraba de sus barcas. La utilización de pinturas con estos colores chillones tenía una clara función: los marineros podían observar su casa desde la mar y las mujeres podían reconocer la barca en el mar donde pescaban sus familiares. Continuamos el paseo hasta llegar a la PRAZA DA FONTE, un rincón verdaderamente emotivo y encantador, presidido por una fuente de granito en el centro y un bellísimo cruceiro en uno de sus laterales, de principios del siglo XVIII y uno de los más antiguos de la villa. Habíamos leído que para tener una mejor visión de los hórreos que se encuentran enfilados a la orilla del mar, había que bajar hasta la área, aprovechando la bajamar. Y así lo hicimos. La imagen resultante se prende a la retina y es difícil olvidarla. Además, desde aquí surgen un par de callejas que descienden hacia la playa con rincones encantadores y con las matas de hortensias en flor más bonitas que hemos visto a lo largo de nuestra vida. Este recorrido encantador finaliza junto al cruceiro situado junto a la praia de Pinela, el más nuevo de los siete –data de 1997– y el único donde la Virgen no mira al mar. Tras la correspondiente sesión de fotos y vídeos, iniciamos el camino de regreso. Volvimos a ver el precioso cruceiro sito en un pequeño ensanchamiento hacia mitad de la rúa A Rúa. Continuamos y, en vez de seguir la calle más cercana al mar, cogimos la de la derecha que nos iba a llevar directamente a la IGLESIA DE SAN ROQUE, templo consagrado a este santo que desbancó al anterior patrón del pueblo, San Sebastián, tras una plaga de peste que hizo mella en la zona. Dado que San Roque está considerado como uno de los protectores de las enfermedades parece lógico semejante cambio. La iglesia es de mediados del siglo XVIII y se encontraba estaba cerrada por lo que no pudimos visitarla, pero sí disfrutamos contemplando el encanto de la plaza donde se haya inserta. La praza de San Roque es una plazuela rebosante de magníficos ejemplos de arquitectura popular gallega, con casas y balconadas de granito que se sustentan en la misma roca que surge del subsuelo. La iglesia se construyó sobre una plataforma granítica que la eleva respecto al caserío circundante. En la misma plaza podemos contemplar dos bellos cruceiros, uno sobre el propio suelo de la plaza, y otro, en la zona elevada del atrio de la iglesia. Curiosamente, este segundo cruceiro tiene en su fuste las figuras de San Roque y su famoso perro. Continuamos por la sinuosa rúa de San Roque hasta llegar a la plaza donde se encuentra la OFICINA MUNICIPAL DE TURISMO, ubicada en una preciosa casa tradicional en la que destaca su escalera exterior y su elegante balconada de granito. Aquí también contamos con la compañía de un apacible gato que estaba acostado y se dejaba acariciar sobre el pequeño altar levantado ante el magnífico ejemplar de cruceiro que preside esta plaza, en uno de cuyos extremo es también muy popular la llamada FUENTE DE LA RANA. Desde aquí, nos dirigimos por la rúa Mar hacia la principal calle comercial por la que había discurrido nuestro paseo inicial. Paramos en una tienda llamada ABARROTES donde compramos un imán de recuerdo para el frigorífico. Como ya eran más de las doce de la mañana vimos bien sentarnos en la terraza de algún bar y tomarnos alguna que otra cerveza acompañada de productos de la zona. Elegimos la TABERNA LEUCOIÑA, que nos dio buena pinta. Nos sentamos en una de las mesas de la terraza cubierta y pedimos dos cervezas acompañadas por una ración de pulpo a feira y otra de pimientos de Padrón. El servicio fue rápido y la valoración de las dos raciones bastante buena en tamaño y en calidad. Finalizamos y nos dirigimos hacia el coche en el que subimos cuando pasaban pocos minutos de las doce y media. Volvíamos a Gondomar. Nos íbamos con una idea clara: toda la villa es una preciosidad. Su trazado urbano es perfecto para pasear al lado del mar o perderse entre las muchas callejuelas que lo conforman. Si a esto le añadimos la belleza del entorno y el espectáculo de sus hórreos y sus cruceiros, es evidente que este es un pueblo que hay que visitar obligatoriamente.

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