Hoy iba a ser un gran día, como decía la canción de Serrat. Hoy íbamos a cumplir uno de esos sueños que tienes cuando eres jovenzuelo y crees que te vas a comer el mundo. Desde siempre habíamos querido visitar el castro celta de Santa Tecla –Santa Trega como dicen los gallegos– y hoy iba a ser plena realidad. Sin duda, el CASTRO DE SANTA TREGA es uno de los diez lugares únicos de Galicia, bien porque moviéndote entre sus casas y petroglifos podrás viajar en el tiempo y retrotraerte a cuando era un núcleo de población con cerca de cinco mil almas, bien porque desde lo alto del monte las vistas de la desembocadura del río Miño y la franja portuguesa son realmente espectaculares. Yo me levante como cada día a eso de las ocho de la mañana. Concha lo hizo un poco más tarde. Desayunamos una taza de café y otra de té negro, ambos con leche, y un par de pastas gallegas. Mientras Concha terminaba de prepararse y ordenar la habitación, yo aproveché para llevar a los nietos a la Guardería San José, en la parroquia de Borreiros. Cuando volví de nuevo a casa faltaban pocos minutos para las once de la mañana. Terminamos de organizar la comida de medio día y nos volvimos a subir al coche con dirección a A Guarda, villa a la que pertenece el mencionado monte. Cuarenta kilómetros nos separaban que recorrimos con tranquilidad pasando por localidades como Tomiño o Tui, que ya habíamos visitado en otras ocasiones.
Dejamos a un lado el caserío marinero de A Guarda y enfilamos la pronunciada pendiente que nos llevaría a lo alto del monte, donde llegamos poco antes de las doce. Casi a mitad de la subida observamos por primera vez el castro celta, a derecha e izquierda… ¡La carretera había partido el asentamiento en dos! “Poca gente hay en la cárcel por hacer estos destrozos” pensamos al unísono. El cielo estaba encapotado de nubes grises que no amenazaban, de momento, lluvia. La temperatura era agradable y el viento se había tomado un descanso que nos facilitó la visita. Sí padecimos en algún momento que otro amagos de niebla que rápidamente se disipaba. Antes de nada, decidimos entrar en la cafetería del HOTEL PAZO SANTA TECLA, situado muy cerca de la ermita de Santa Tecla. Nos sentamos en una mesa al fondo, cerca de un amplio ventanal que tenía acceso a una terraza exterior desde donde las vistas de la desembocadura del río Miño, fundiendo sus aguas en el océano, y las suaves ondulaciones de la cercana tierra portuguesa eran espectaculares. Pedimos dos cafés con leche que degustamos con la tranquilidad que requería el momento. Pagamos, salimos al exterior y nos dirigimos a la cercana ERMITA DE SANTA TREGA, de la que se tiene constancia de su existencia desde el siglo XII. La parte más antigua del templo, el presbiterio habría sido construida sobre otra ermita anterior, como se deduce de los vestigios visigóticos hallados en una excavación de finales del pasado siglo XX. El templo fue alargado para dar cabida a la gran cantidad de fieles que acudían a él en el siglo XVI. Un siglo más tarde, ante la inestabilidad que presentaba la ermita, fue asegurada por medio de arcos y contrafuertes. A mediados del siglo XX, una nueva reforma la obligó a perder el retablo mayor de estilo barroco, mismo estilo de los dos que aún se conservan de comienzos del siglo XVIII, dedicados a la Asunción el de la izquierda y a San Francisco de Asís el de la derecha. El cruceiro situado en su exterior data de 1685, y como curiosidad, en el lugar que debía ocupar la Virgen, hay una imagen de San Francisco de Asís, que muestra la gran influencia franciscana del templo. La ermita cuenta con dos reliquias: una de Santa Tecla, de madera recubierta de plata, con una base de madera, de finales del siglo XVIII, y un Lignum Crucis con forma de custodia situada sobre un cofre, donado por el Padre Salvado, religioso nacido en Tui y que murió defendiendo los derechos de los aborígenes australianos. Santa Tecla es considerada como la abogada de la cabeza y del corazón. En la parte derecha del templo, junto a la imagen de la santa que se saca en procesión, muchos fieles han puesto exvotos muy variados como muestra de los favores concedidos por su intercesión. Como curiosidad final, en el exterior del templo y pegado al muro que lo rodea vimos una pequeña estela de homenaje a Póvoa de Varzim, localidad costera del norte de Portugal. La estela muestra una serie de “marcas poveiras”, una escritura tallada en madera usada por los marineros de Póvoa para comunicarse entre sí. Esos marineros, muy devotos de Santa Tecla, solían tallar esas marcas en la puerta de la ermita como testimonio de su paso por allí. Hoy en día las antiguas puertas ya no existen, y esta estela busca dar testimonio de la devoción de aquellos marineros portugueses por la santa. A la izquierda del tempo, se levantó un MONOLITO de grandes dimensiones dedicado a Manuel Lomba Peña, primer presidente de la Sociedad Pro-Monte Santa Tecla, fundada en 1912 con la finalidad de fomentar el turismo y poner en valor el monte Santa Trega, impulsando sobre todo su paisaje y el patrimonio arqueológico del yacimiento castreño. De vuelta hacia el coche, pasamos por delante del MASAT, Museo Arqueológico de Sta. Trega que ocupa el edificio diseñado como restaurante por el arquitecto porriñés Antonio Palacios, comprado por suscripción popular por la Sociedad Pro- Monte. Ofrece una completa colección de labras y esvásticas, de monedas romanas, de objetos cerámicos, vidrio… y como piezas singulares destacan un espléndido remate de torques decorado con finas filigranas y el cabezón do Trega, una cabeza celta que es el hallazgo más emblemático de las excavaciones realizadas recientemente. A pesar de ser gratuito su acceso, decidimos pasar de largo. Lo que sí hicimos fue comprar un par de imanes para el frigorífico como recuerdo. Ya en el coche, comenzamos a descender la pronunciada pendiente hasta que llegamos al castro celta. Fue en ese momento cuando nos fijamos con más detenimiento en el espléndido VÍA CRUCIS de principios del siglo XX, que comienza en la cima del monte y viene a morir unos metros antes de llegar al castro. Dejamos el coche aparcado en un ensanchamiento de la calzada y allí nos enteramos de que la visita al castro es gratuita pero hay que pagar un euro si llegas en automóvil. El CASTRO DE SANTA TREGA vivió su mejor momento entre los siglos I a.C. y I d.C., domina la desembocadura del río Miño y se asoma al mar. Su estratégica posición está defendida, además, por buenos escarpes naturales y una sencilla muralla que disponía de dos puertas. En su interior estuvimos contemplando las características viviendas circulares con patio, aquí agrupadas en núcleos de ocho casas. Predominan las construcciones circulares, aunque también las hay ovales y cuadradas, éstas de influencia romana. En general, las viviendas celtas no presentaban esquinas pues era creencia de sus habitantes que los espíritus podían quedar retenidos en el lugar. También vimos que algunas de las construcciones tenían vestíbulo, estaban construidas con muros de piedra y cubiertas con madera y paja con un pilar central. No tenían ventanas el único acceso era por la puerta. Se comunicaban con calles estrechas y enlosadas. También contaban con alguna plaza pequeña. Vimos un par de casas reconstruidas y amuebladas para facilitar una mejor comprensión de cómo vivían los castreños. Finalmente, aunque nosotros no fuimos a verlos porque se nos hacía tarde, en los alrededores del monte Santa Trega existen numerosos PETROGLIFOS –se cuenta que hay más de treinta–, grabados rupestres en la roca. La mayoría representan espirales, formas de animales o figuras geométricas. De todos los petroglifos de la zona, el más destacable es Laxe do Mapa o Laxe Sagrada, que consiste en una serie de círculos concéntricos que, al parecer, forman el mapa del monte sobre la roca central. Poco después de las una y cuarto abandonábamos el castro y poníamos dirección a Gondomar, donde nos esperaban para comer. Otro pequeño sueño cumplido.
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