jueves, 7 de junio de 2018

DE LA CUEVA "EL SOPLAO" A SUANCES PASANDO POR COMILLAS

Un nuevo día amanecía con un cielo brumoso en general, aunque la app que llevábamos en el móvil nos avisaba que a medida que avanzara la mañana se abrirían claros que dejarían ver algún rayo de sol que otro. Desayunamos en casa unos sobaos que habíamos comprado la tarde anterior en la tienda que había enfrente del apartamento, y a eso de las ocho y cuarto bajábamos las escaleras camino del coche. A esa hora había poco movimiento en la calle. Nos montamos en el vehículo y nos encaminamos a recorrer los cuarenta kilómetros que nos separaban de la Cueva de “El Soplao”. Además de esta visita, teníamos previsto parar en Comillas de vuelta de la cueva, comer en Santillana del Mar y visitar por la tarde la cercana villa de Suances. Cuando volviéramos a Santillana, teníamos pensado terminar de visitar algunos palacios que aún no habíamos visto en el “pueblo de las tres mentiras” como se le conoce: ni es “santa”, ni es “llana” ni tiene “mar”. No obstante, es necesario conocer que el origen etimológico de la villa proviene de la santa a la que está dedicada la Colegiata, que no es otra que “Santa Juliana”. También hemos de aclarar que la visita a la cueva la teníamos planificada para la mañana del segundo día que viajábamos de Potes a Santillana del Mar, pero quiso la mala suerte que ese día estuvieran todas las entradas vendidas por lo que tuvimos que pensar en el día siguiente, lo que nos costó recorrer algunos kilómetros más.


La carretera, que empezó teniendo suficiente anchura y un buen firme, se fue complicando poco a poco a la vez que se estrechaba hasta el extremo que era imposible adelantar a algún vehículo que se nos pusiera delante. Llegamos al recinto de la cueva alrededor de las nueve y media. Las taquillas se encontraban cerradas, aunque nosotros íbamos con nuestra reserva hecha por internet para visitar la cueva a las diez de la mañana. Habíamos pagado un total de 26,40 euros, veinticinco euros por las dos entradas y 1,40 de gastos de gestión. Si en Santillana el cielo amenazaba lluvia, en la CUEVA EL SOPLAO parecía que la amenaza de lluvia se haría realidad de un momento a otro. Lo único que había abierto en ese momento era la cafetería del recito, de grandes dimensiones y múltiples mesas, a la que nos acercamos y pedimos un par de cafés para pasar el rato. Nos resultó muy curiosa la presencia en un rincón cerca de los mostradores de un montón de calabazas de multitud de formas y colores. Acabados los cafés salimos al recinto exterior donde habíamos visto varias esculturas en la zona donde habíamos aparcado el coche. Algunas eran muy clásicas como la que hacía referencia a un trío de mineros situada cerca de la entrada a la cueva o la de un minero con boina y garrota acompañado por un perro, que entendimos que hacía referencia a alguno de los trabajadores de la zona. Otras eran más informales como la que representaba una especia de pared curva de acero en la que había insertado un huevo de algún mineral que no identificamos, o la que representa una especia de túnel de acero brillante. En fin, para gustos los colores. Habíamos leído que la palabra “soplao” que da nombre a la cueva es un término minero alusivo a la corriente de aire que se general al calar una galería desde otra con menos oxigeno. Una vez que se abrió la taquilla, canjeamos nuestra reserva por las entradas correspondientes y el empleado nos indicó que teníamos que irnos a una especie de estación de tren que había a pocos metros y subirnos en él, pues el único modo de acceder al interior de la cueva era montarnos en este tren. Así que, obedientes, elegimos el primer vagón por ser los primeros de ese turno. No había nadie más esperando para subir al tren. Sin embargo, a los pocos minutos se nos vino un poco el mundo al suelo pues un grupo de veinte o veinticinco escolares gallegos de sexto curso de Educación Primaria llegaban ruidosos al tren y se subían dispuestos a compartir la visita con nosotros. Maldijimos nuestra mala suerte porque pensábamos que no íbamos a estar a gusto durante la visita. Sin embargo, una vez dentro de la cueva, aquel grupo se transformó en un conjunto de escolares educados, silenciosos y atentos a las explicaciones de la guía, hecho que nos reconfortó agradablemente y disipó nuestras dudas iniciales. La cueva dejó de funcionar como mina en 1978 después de ciento veinte años de extracción de blenda y galena. La cueva, descubierta por los mineros en 1908, está considerada una de las grandes maravillas de la geología, atesorando un auténtico paraíso de espeleotemas: coladas, columnas, excéntricas, estalactitas, estalagmitas, perlas de las cavernas, dientes de perro, etc. Una vez montados en el tren, este enfiló la pendiente y nos dirigimos a la entrada de la cueva. El trayecto por la galería de acceso es corto pero entretenido. Una vez dentro, nos recibió la guía que nos iba a acompañar durante todo el recorrido a pie a través de las galerías y salas de La Gorda, Los Fantasmas, Mirador de Lacuerre, Centinelas y Ópera. Durante una hora disfrutamos de los colores, la iluminación, los efectos acústicos y musicales, y la atmósfera que se respira. La única pega que le vimos fue la prohibición de hacer fotos ni vídeos. También está prohibido tocar algo, actitud penada como delito contra el patrimonio. Por tanto, ningún recuerdo del interior de la cueva. Aquí conocimos por primera vez la existencia de las ‘excéntricas’, un tipo de estalactitas con una cualidad muy especial y es que desafían la gravedad. Son pequeños fideos de aragonito o calcita que se desarrollan en todas las direcciones, dejándonos unas figuras geológicas realmente asombrosas y difíciles de ver. Además, la acústica de la sala donde se concentran el mayor número de ellas es asombroso. No nos extrañó que la sala se denominará Ópera. Finalizada la visita, volvimos de nuevo al tren que nos llevó fuera de la cavidad en un breve espacio de tiempo. Así pues, a las once de la mañana estábamos de nuevo en la zona del aparcamiento. Seguía sin llover, aunque el cielo continuaba revuelto con espesas capas de nubes y bancos de niebla en el fondo de los verdes valles. Nos acercamos al mirador desde donde se podían contemplar la sierra de Peña Sagra y los Picos de Europa en una estampa de gran belleza.

Volvimos de nuevo al coche y nos dispusimos a recorrer la corta distancia que separa la Cueva El Soplao de la localidad de COMILLAS, situada a algo más de treinta kilómetros. Estábamos aparcando el coche en un espacio público vigilado situado en la Avenida Marqués de Comillas poco después de las once y media de la mañana. Al bajarnos del vehículo, pudimos contemplar entre la verde arboleda que nos rodeaba la afilada aguja de la Capilla Panteón del Palacio de Sobrellano. Continuamos caminando por esta avenida hasta girar a la derecha por el Paseo de Estrada hasta llegar a la plaza de Joaquín del Piélago, donde hicimos nuestra primera parada. La villa de Comillas es conocida con el apelativo de “villa de los arzobispos”, dado que en su municipio nacieron cinco prelados que durante la Edad Media ocuparon varias diócesis. La vida de los habitantes de esta localidad se vio alterada significativamente a finales del siglo XIX con la llegada de Antonio López López, nacido en Comillas, quien, tras emigrar a América, regresó rico y después de hacer grandes negocios en Barcelona, hizo importantes inversiones en esta su ciudad natal. Debido a las aportaciones que realiza para diversas causas, Alfonso XII lo nombra Marqués de Comillas. Unos años después, en agradecimiento, el Marqués invita al rey a veranear en la Villa, convirtiéndose poco a poco en lugar de veraneo para nobles y ricos y momento ideal para que arquitectos modernistas catalanes construyesen aquí maravillosas obras. En la plaza de Joaquín de Piélago destaca sobre manera la belleza modernista de la FUENTE DE LOS TRES CAÑOS, que nos recuerda poderosamente un candelabro. Es obra de
Doménech, que plantea una columna central con tres registros laterales. La ornamentación incluye cartelas, motivos vegetales, corona y cruz patada con brazos acabados en botones, cenefas florales y ángeles. En el centro hay una columna con luz que nos recuerda que Comillas fue el primer pueblo de España con luz eléctrica. A un lado de la plaza están las nuevas instalaciones del Ayuntamiento donde se encuentra la oficina de turismo. En la esquina opuesta nos encaminamos hasta la Plaza de la Constitución, en un enclave de gran belleza, donde destacan dos magníficos edificios: la iglesia de San Cristóbal y el antiguo Ayuntamiento. La
IGLESIA DE SAN CRISTÓBAL, construida a mediados del siglo XVIII a raíz de un conflicto entre el Duque del Infantado y los habitantes de la villa por el uso privilegiado sobre uno de los bancos de la antigua iglesia que hubo en el lugar que hoy ocupa el cementerio. Una vieja del pueblo fue forzada a abandonar los sitiales reservados a los duques. El pueblo mostró su enfado trasladando a partir de ese momento los oficios a la ermita de San Juan y acordó construir una nueva iglesia en este mismo lugar. Un siglo después, pudieron dar la primera misa. En su interior vemos al Cristo de Amparo, patrón de los pescadores. También resulta muy curiosa la presencia de dos enormes conchas marinas como recipientes para el agua bendita, y de un interesante órgano de considerable tamaño. El altar mayor se encuentra presidido por una imagen de San Cristóbal portando al Niño y una enorme cruz. Frente a una de las portadas de la iglesia, se encuentra el AYUNTAMIENTO VIEJO, construido a finales del siglo XVIII sobre las ruinas del Hospital de Peregrinos. En el edificio de dos plantas, presentando la a ras de calle tres amplios arcos de medio punto en piedra de sillería sobre los que hay un balcón corrido en su fachada principal, por encima del cual están colocados los escudos de los arzobispos nacidos en Comillas. Sobre el tejado se conserva una pequeña campana, utilizada para convocar a los vecinos. Desde aquí fuimos a la calle Cervantes para observar la reconversión de del antiguo Cine Campios en un supermercado Día. De nuevo volvimos al Paseo de Estrada para acercarnos a uno de los platos fuertes de la visita, el Barrio de Sobrellano con la presencia del palacio del mismo nombre, la capilla panteón y el llamado CAPRICHO DE GAUDÍ, una residencia de verano construida en 1883 según plano de Gaudí. El Capricho consta de semisótano, piso y buhardilla, con una torre lateral que resalta por su verticalidad en un conjunto marcadamente horizontal .En la planta noble destacan un salón a doble altura, un comedor unas cuantas habitaciones, mientras que en el semisótano y en la buhardilla estaban la cocina la cochera y otros espacios para el servicio. Sobre un impresionante zócalo de piedra, las fachadas muestran la alternancia de franjas horizontales de ladrillo visto y frisos de cerámicas con los motivos vegetales de la flor y la hoja de girasol, presentes también en el friso superior, en la torre y en los testeros de las aperturas. Encima del porche de entrada, formado por columnas robustas con curiosos capiteles ornados con representaciones naturalistas de hojas de palma y golondrinas se alza la torre-mirador, en cuyo interior una escalera de caracol permite subir hasta la parte más alta, acabada en un templete. Otros elementos destacados son los balcones de hierro, que cuentan con unos bancos de listones de madera para sentarse, y las ventanas de guillotina, que al abrirse o cerrarse, suenan con tonos diversos, gracias unos contrapesos. Hay una escultura dedicada a Gaudí, sentado y apoyado en una pared de piedra, en la parte derecha trasera. Esta visita supuso una nueva inmersión en la particular visión del genial arquitecto catalán. Todo estaba diseñado al milímetro: los pasamanos, las ventanas, las vidrieras, los bancos, la sala de música, la bellísima escalera de caracol, los girasoles de cerámica que adornaban las paredes, los muebles, los maravillosos parterres de hortensias en flor que bordeaban el edificio, el armazón de madera de la buhardilla, la forja imitando notas musicales del balcón de la torre… hasta la plazuela con forma de herradura donde los carruajes que entraban en la finca daban la vuelta para salir. Todo en sí era una auténtica delicia propia de la efervescente mente gaudiana. Había merecido la pena abonar los diez euros por las dos entradas. Salimos de allí repletos de sensaciones y después de pasear un rato por los jardines, nos dirigimos hacia la CAPILLA PANTEÓN, iglesia anexa del Palacio de Sobrellano. Ni este ni aquella pudimos visitar dado lo avanzado de la hora, aunque en principio no entraba en nuestros planes esas visitas, si acaso, habríamos realizado la primera. La Capilla-Panteón es el primer edificio modernista que se construyó en Comillas, a finales del siglo XIX. Utilizó el estilo gótico, estimándolo el más acorde con la función religiosa a la que iba destinada la obra. Fue inaugurada en 1881, durante la primera estancia veraniega de Alfonso XII y su esposa María Cristina en Comillas. La fachada principal, estilizada hacia el cielo, es de estilo claramente neogótico termina en una torre delicada y fina, en la que introdujo un campanario. La puerta de entrada tiene forma rectangular a dos hojas. Justo al lado, sobresale la apabullante fachada del PALACIO DE SOBRELLANO, en el que se recogían diferentes tendencias, que iban desde el gótico civil inglés hasta el recuerdo de los palacios venecianos, pasando por un tratamiento de los relieves cercano a los mocárabes musulmanes. El edificio se organiza en dos pisos, el panteón en el inferior y la capilla en el superior. Parte del mobiliario del palacio, así como el de la Capilla Panteón, fue diseñado por Gaudí. Frente a la explanada que se abre frente al palacio, en lo alto de una pequeña colina se alza majestuosa la UNIVERSIDAD PONTIFICIA, levantada bajo los auspicios del Marqués de Comillas, entidad dirigida por los jesuitas,  cuyo modelo docente triunfaba desde el SXVII. Desde aquí volvimos al coche y con el nos dirigimos a visitar el CEMENTERIO de la villa, atraídos por una escultura de un ángel. El arquitecto catalán Luis Doménech y Montaner proyectó la reforma del cementerio integrando las ruinas de la antigua ermita gótica en su estructura y una nueva cerca plagada de elementos pintorescos: pináculos, cruces patadas y el arco de acceso. Él es quien incluyó la escultura del Ángel Guardián o Ángel Exterminador de José LLimona, realizada en mármol, situándola sobre los muros en la nave de la antigua iglesia. Además, diseñó el panteón familiar de Joaquín del Piélago, con una lapida sobre una ola retorcida, que se puede admirar a la izquierda de la puerta de entrada al recinto. Desde aquí eran también fácilmente observables el PALACIO DEL DUQUE DE ALMODÓVAR DEL RÍO, construido a finales del siglo XIX, en estilo inglés, con forma asimétrica, combinando la piedra con la madera y la pizarra; y el MONUMENTO AL MARQUÉS DE COMILLAS, conformado por una base con forma de barco sobre el que se aposenta una gran columna sobre la cual, el Marqués mira el cercano mar que un día lo llevó fuera de la villa. Eran algo más de las dos y cuarto y nos dispusimos a recorrer los veinte kilómetros que nos separaban de vuelta a Santillana del Mar.

Ya por la tarde, después de picotear algunas raciones en la Sidrería El Estanco, situado muy cerca del apartamento y cuya carta de tapas y raciones nos pareció sugerente, nos preparamos para acercarnos a visitar SUANCES, villa situada a diez kilómetros de Santillana. Condujimos directamente hasta la calle Acacio Gutiérrez donde se encuentra la ESTATUA DE LOS VIENTOS, realizada en bronce por el escultor Jesús González de la Vega e inaugurada en octubre del año 2010. Situada sobre un pedestal de piedra, esta gran estatua mide tres metros de altura y representa un hombre recibiendo el viento del mar con los brazos abiertos. Y la verdad es que viento era lo que no nos faltaba. Algunas rachas eran tan fuertes y violentas que costaba andar. Muy cerca de aquí se encontraba el CASTILLO DE CERUTI, construido a principios del siglo XX. El edificio nos hace recordar una antigua construcción militar de la Edad Media. Actualmente es un hotel. También nos asomamos al MIRADOR DE LA PLAYA DE LOS LOCOS, nombre del que desconocíamos el origen, hasta llegar al FARO DE PUNTA DEL TORCO, situado entre las dos playas más grandes de la localidad, la de los Locos y la y la Concha. Hay magníficos miradores de los magníficos arenales de las playas y, sobre todo, el que nos muestra la llamada “Roca Blanca”, una enorme mole de piedra blanquecina sobre la que rompe el mar con violencia. Desde aquí, cogimos de nuevo el coche y nos dirigimos al centro histórico de la ciudad. Aparcamos cerca de la plaza de Viares, donde se encuentra el AYUNTAMIENTO, curioso edificio de tres plantas y tonos verdosos, cuya fachada principal se apoya sobre cinco arcadas de medio punto; destaca también el balcón de la primera planta y, sobre él, el escudo de la villa. Un dato que atrajo nuestra atención fue conocer que el edificio es exactamente igual al de la localidad asturiana de Colombres. Desde aquí nos dirigimos hacia la calle Quintana para ver la fachada del ANTIGUO COLEGIO SAN JOSÉ, donde en la actualidad hay una guardería. El colegio se construyó e inauguró a principios del siglo XX. Casi al lado, se encontraba la IGLESIA DE NUESTRA SEÑORA DE LINDES, construida en el siglo XVII sobre los restos de otro antiguo templo existente que databa de la Edad Media. Las múltiples reformas que sufrió a lo largo de los siglos la desnaturalizaron y afectaron a la totalidad del conjunto. Y desde aquí, volvimos de nuevo al coche y emprendimos camino de vuelta a Santillana donde, una vez aparcado el coche en la puerta del apartamento, nos dirigimos a dar un último paseo por el casco histórico de la villa revisando y repasando los viejos edificios que habíamos visitado el día anterior.  

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