martes, 12 de junio de 2018

BILBAO, CIUDAD COSMOPOLITA

Poco después de las dos y media de la tarde aparcábamos el coche en la calle Henao, muy cerca del hotel donde íbamos a pernoctar esa noche. Como todas las calles cercanas estaban dentro de la llamada zona azul y había que pagar por dejar el coche, nos descargamos la aplicación BILBAO TAO, que era la que gestionaba el aparcamiento online. Una vez dados de alta y con todos los datos introducidos, abonamos 3,25 euros por dos horas en la calle. En un principio pensamos repetir la experiencia de Santander  de ir renovando cada dos horas el tique de aparcamiento, aunque el precio era bastante más caro, casi el doble. Pero, al menos, ese tiempo nos dio margen para llevar al hotel BILBAO CITY ROOMS las maletas y que nos asignaran la habitación. Este hotel, seleccionado principalmente por su ubicación, nos costaba noventa euros la noche, y era de los más baratos que vimos dentro de su categoría. La habitación era bastante coqueta, decorada en tonos blancos, con una espaciosa cama que parecía bastante cómoda y un cuarto de baño todo acristalado. Sobre la cabecera de la cama una gran fotografía en blanco y negro del Teatro Arriaga de la ciudad. Mientras Concha organizaba un poco los restos de comida y bebida que llevábamos en el pequeño frigorífico de la habitación y organizaba un poco las maletas, yo me acerqué a recepción para comentar el tema del aparcamiento. Rápidamente el chico que estaba allí me informó que era mucho mejor y más económico llevar el coche a un aparcamiento público cercano, sito en la Plaza de Euskadi, donde íbamos a pagar 13,50 euros por veinticuatro horas. Volví a la habitación y le dije a Concha que iba a llevar el coche al aparcamiento y que mientras ella se preparara para comenzar la visita de la ciudad en cuanto volviera. Y así lo hicimos. El pronóstico del tiempo para esa tarde daba una alta probabilidad de lluvia y de rachas moderadas de viento. Así, como somos muy previsores, nos enfundamos nuestros anoraks, cogimos dos paraguas y nos echamos a la calle. Sí nos gustaría comentar que durante casi todo el paseo que hicimos esa tarde, llevamos los anoraks en la mano y los paraguas cerrados en la otra porque ni hizo viento ni cayó una gota de lluvia. Cosa que también hay que agradecer.

lunes, 11 de junio de 2018

DE CASTRO URDIALES A PORTUGALETE

Un día más madrugamos. El sol brillaba por su ausencia y el cielo encapotado de negros nubarrones amenazaba lluvia de un momento a otro. Pero la planificación era la que era y había que cumplirla. Si todo iba bien, esa noche dormiríamos en Bilbao. Recogimos las maletas y las metimos en el coche. A las ocho y cuarto enfilábamos en dirección a CASTRO URDIALES, primera parada del día. Poco más de media hora tardamos en recorrer los treinta kilómetros que separan Laredo de esta ciudad. Los posibles lugares donde aparcar el coche, bien estaban demasiado lejos de la zona que ibas a visitar, bien era imposible dejar el coche. Por ello decidimos enfilar la calle Santander en dirección al puerto e ir directos al aparcamiento público Saba Amestoy, construido bajo los jardines del Parque Amestoy, casi en el mismo puerto marinero de la villa. Cuando salimos a la calle, seguía sin llover, aunque la negrura del cielo había aumentado. Como era temprano y no habíamos desayunado, entramos en LA DÁRSENA CAFÉ donde pedimos sendos cafés con leche, un zumo de naranja y un par de tostadas de aceite y tomate ¡en pan de molde! Nos sentamos en una mesa y con fruición dimos buena cuenta de ello. Por todo nos cobraron algo más de seis euros que abonamos y nos encaminamos a la calle. ¡Llovía en ese momento! No mucho ya que permitía pasear sin mojarte demasiado. Así que nos armamos de valor y empezamos la visita, que siempre teníamos la posibilidad de cancelar si el tiempo no mejoraba.

domingo, 10 de junio de 2018

ENTRE SANTOÑA Y LAREDO, VILLAS MARINERAS

Amaneció un día radiante, con algunas nubes sueltas en el horizonte. Hoy dejábamos Santander, ciudad que había cumplido las expectativas que nos habíamos fijado antes de su visita y que hemos dejado plasmada en una entrada anterior del blog. Hoy teníamos desplazamiento en nuestro intento de acercamiento a Bilbao, ciudad a la que llegaríamos en un par de días. Para el día que empezaba teníamos previsto visitar dos localidades cántabras: Santoña y Laredo, donde dormiríamos esa noche. Ambas localidades asentadas sobre una gran extensión de marismas se encuentran separadas por la desembocadura de la Ría de Treto. Esa mañana nos levantamos pronto pues queríamos llegar a Laredo para comer. Recogimos las maletas, que habíamos dejado preparadas la noche anterior y nos despedimos del señor que había en la recepción, al que habíamos abonado las dos noches que habíamos dormido en este establecimiento la tarde anterior. Salimos a la calle en torno a las ocho y cuarto y nos dirigimos hasta la cercana calle de Narciso Cuevas donde teníamos aparcado el coche, junto a una tienda que me ponía los dientes largos cada vez que pasábamos junto a ella, Espuma de cerveza, dedicada a vender únicamente artículos relacionados con esta bebida: botellas y latas, copas, jarras, etc. Montamos el TomTom en el vehículo y fijamos el destino de Santona, obteniendo como respuesta que esta se encontraba a algo menos de cincuenta kilómetros desde donde estábamos. Casi todo el recorrido lo hicimos por una muy buena autovía de firme perfecto.

viernes, 8 de junio de 2018

SANTADER, UNA PERLA EN EL NORTE

Nos levantamos como cada día cuando los rayos del sol comenzaban a entrar por la ventana del dormitorio, aunque todo fue una ilusión vana. A los pocos minutos el cielo se volvía a cubrir de nubes que, aunque no amenazaban lluvia, sí afeaban, y bastante, el amanecer. La temperatura era fresca y pintaba alguna chaqueta o rebeca. Las calles de Santillana del Mar en ese momento estaban totalmente vacías y no se escucha un ruido, a no ser que fueran los cantos de los pájaros que comenzaban a revolotear el nuevo día. Nos sentamos en la mesa de la cocina a desayunar Preparamos unos cafés con leche y la caja de sobaos que habíamos comprado el día anterior. Añadimos también un poco de pan y fiambre que había en el frigorífico. Terminado el desayuno, preparamos las maletas, dimos una vuelta por el apartamento por si se nos había quedado algo olvidado, dejamos las llaves del piso en el taquillón de la entrada y nos fuimos directos al coche. Eran algo más de las nueve y media cuando salíamos de Santillana dispuestos a recorrer los escasos treinta kilómetros que nos separaban de SANTANDER, donde llegamos sobre las diez y cuarto de la mañana sin ningún tipo de problema conducidos perfectamente por el TomTom.

jueves, 7 de junio de 2018

DE LA CUEVA "EL SOPLAO" A SUANCES PASANDO POR COMILLAS

Un nuevo día amanecía con un cielo brumoso en general, aunque la app que llevábamos en el móvil nos avisaba que a medida que avanzara la mañana se abrirían claros que dejarían ver algún rayo de sol que otro. Desayunamos en casa unos sobaos que habíamos comprado la tarde anterior en la tienda que había enfrente del apartamento, y a eso de las ocho y cuarto bajábamos las escaleras camino del coche. A esa hora había poco movimiento en la calle. Nos montamos en el vehículo y nos encaminamos a recorrer los cuarenta kilómetros que nos separaban de la Cueva de “El Soplao”. Además de esta visita, teníamos previsto parar en Comillas de vuelta de la cueva, comer en Santillana del Mar y visitar por la tarde la cercana villa de Suances. Cuando volviéramos a Santillana, teníamos pensado terminar de visitar algunos palacios que aún no habíamos visto en el “pueblo de las tres mentiras” como se le conoce: ni es “santa”, ni es “llana” ni tiene “mar”. No obstante, es necesario conocer que el origen etimológico de la villa proviene de la santa a la que está dedicada la Colegiata, que no es otra que “Santa Juliana”. También hemos de aclarar que la visita a la cueva la teníamos planificada para la mañana del segundo día que viajábamos de Potes a Santillana del Mar, pero quiso la mala suerte que ese día estuvieran todas las entradas vendidas por lo que tuvimos que pensar en el día siguiente, lo que nos costó recorrer algunos kilómetros más.

SANTILLANA DEL MAR, UNA VILLA DE PELÍCULA

Abandonamos San Vicente de la Barquera y nos dispusimos recorrer los poco más de treinta kilómetros que nos separaban de Santillana del Mar con la intención de comer en esta localidad. Algo menos de las una y media era cuando llamamos a Alicia, anfitriona del apartamento que habíamos reservado a través de AIRB&B para pasar los dos siguientes días por un total de ciento quince euros, para informarle de nuestra inminente llegada. Muy amablemente nos informó cómo llegar hasta el inmueble indicándonos que, si algún guardia municipal nos detenía por circular dentro del recinto histórico, le dijéramos que teníamos reservado aparcamiento incluido en el apartamento. Al parecer está casi prohibida la circulación de vehículos por las calles principales del pueblo. Puntualmente nos recibió Alicia en la puerta del edificio donde íbamos a alojarnos, un impresionante palacio blasonado de finales del siglo XVII, situado frente al lavadero público de la calle del Río, a escasos metros de la Colegiata de Santa Juliana. El aparcamiento consistía en un hueco murado por una pequeña lonja entre la calle y la pared del patio del palacio. La vista que teníamos en ese momento era espectacular con la fachada principal de la Colegiata como telón de fondo. Subimos las maletas al apartamento, donde Alicia nos mostró las distintas dependencias: el salón, el dormitorio, la cocina y el baño. Los ventanales que se abrían tanto en el dormitorio como en la cocina nos mostraban una especie de patio enorme, todo verde por el césped existente, con un solitario árbol frutal en uno de sus laterales y multitud de hortensias de considerable tamaño y volumen rodeando dos de las tapias del patio.

miércoles, 6 de junio de 2018

DESFILADERO DE LA HERMIDA, SANTA MARÍA DE LEBEÑA Y SAN VICENTE DE LA BARQUERA

Nos levantamos muy temprano pues hoy teníamos que llegar a Santillana del Mar pasando previamente por San Vicente de la Barquera. También habíamos incluido el acceso a la Neocueva de Altamira, previa reserva para las seis y media de la tarde. En nuestra planificación inicial habíamos incluido en este mismo día, ya que nos cogía de camino, la visita a la Cueva del Soplao, pero nos encontramos con el hándicap de que no había entradas disponibles para el acceso de la mañana. Solo podíamos acceder a la cueva durante la tarde, opción que nos entorpecía todo el día. Por eso decidimos no visitarla ese día y hacerlo el siguiente que sí teníamos posibilidad de hacerlo a primera hora de la mañana. A las siete de la mañana estábamos ya en el balcón con un café con leche humeante entre las manos. Los juegos de luces y sombras que a esa hora sacaba el sol al macizo montañoso de los Picos de Europa que teníamos frente a nosotros no se puede describir, había que verlo para poder entender la fuerza de la naturaleza. Esta visión nos volvía a traer el recuerdo de Lole y Manuel con su tema “El sol, joven y fuerte, ha vencido a la luna, que se aleja impotente del campo de batalla”. Terminado el desayuno, recogimos las maletas y las cargamos en el coche. Antes de irnos queríamos comprar orujo y otros licores de la zona. El dueño del apartamento me había recomendado el que se vendía en un local sin más publicidad que un portón grande, situado muy cerca de donde teníamos el coche aparcado. Me acerqué a ver y me encontré con una de las mejores marcas de orujo y otras clases de licores que he probado. Compré una botella de orujo blanco, otra de hierbas, otra más de licor café y una última de orujo de miel. Pagué los cincuenta euros que me pidió el dueño del local, que además era el que elaboraba los licores. Tras la compra, terminamos de repasar el apartamento para evitar que se nos quedara algo, dejamos las llaves en la mesa del salón y nos dirigimos al coche que pusimos dirección a San Vicente de la Barquera.

martes, 5 de junio de 2018

FUENTE DÉ, MONASTERIO DE SANTO TORIBIO DE LIÉBANA Y POTES

Después de pasar varios días en Madrid, en casa de Carlos y Alicia, disfrutando de los nietos, llegó el día previsto para iniciar nuestro viaje a Cantabria. Íbamos a estar una semana, del cinco al doce de junio, iniciando el recorrido en Fuente Dé y Potes y terminándolo en Bilbao. Dejamos el coche preparado y cargado con todo lo que nos íbamos a llevar para no tener que hacer ruido ya que salíamos muy temprano al día siguiente. Sobre las cinco de la mañana bajamos en silencio las escaleras, montamos el TomTom en el coche e iniciamos nuestro viaje siendo todavía noche cerrada. Bordeamos Madrid hasta tomar la A-I en dirección Burgos, carretera que seguimos hasta que poco antes de llegar a esta capital castellano-leonesa nos desviamos por la A-231 en dirección a Osorno. Donde llegamos poco después de las ocho de la mañana después de recorrer los casi 300 kilómetros que nos separaban desde nuestro punto de salida. Sobre las ocho y cuarto, nos detuvimos en el primer bar que vimos abierto para desayunar, ¡que ya iba siendo hora! Además de descansar para poder estirar las piernas un rato, pedimos unas tostadas de aceite y tomate hechas con un pan exquisito y unos cafés con leche calientes nos supieron a gloria. Nos hicimos de nuevo a la carretera una vez finalizado el desayuno.