lunes, 23 de abril de 2018

CALA MITJANA, CALA GALDANA, TALATÍ DE DALT Y COVA D'EN XOROI

Otro amanecer más que asomaba tímidamente por el horizonte de la ventana de nuestra habitación presagiando un día espléndido en cuanto a temperatura y sol. Hoy nuestra planificación era mucho más relajada ya que por la mañana íbamos a visitar dos de las muchas calas que existen en la isla de las que teníamos muy buenas referencias, CALA MITJANA y CALA GALDANA; y por la tarde íbamos a desplazarnos para ver el poblado talayótico de TALATÍ DE DALT y la COVA D’EN XOROI, en la que buscábamos una de las maravillosas puestas de sol que habían descrito visitantes anteriores. Repetimos nuestra rutina de cada mañana respecto al aseo personal, vestirnos, bajar al comedor a desayunar, volver a la habitación para terminar de asearnos, llegar al coche aparcado en uno de los descampados cercanos al hotel y salir a recorrer la isla. Las dos calas que íbamos a visitar estaban situadas en el sur, muy cerca la una de la otra. CALA MITJANA se encontraba a poco más de treinta kilómetros del hotel. Enfilamos la carretera, pasamos por Alaior y por Ferrerías, municipio al que pertenece. Llegamos al aparcamiento habilitado para ello a pie de la carretera y dejamos el coche dispuestos a recorrer a pie el kilómetro y medio más o menos que nos separaban de la cala propiamente dicha. A esa hora, algo más de las nueve y media, no había ningún otro coche aparcado. Enfilamos el camino asfaltado y anduvimos paseando entre pinos y encinas unos veinte minutos a paso relajado en un ambiente fresco dado lo temprano de la hora.
Donde moría el pinar y comenzaba la arena había un pequeño merendero compuesto por unas mesas y bancos de madera, contando incluso con un váter para casos de necesidad. Habíamos leído que la cala contaba con un chiringuito que nosotros no acertamos a localizar. Éramos los únicos turistas en ese momento. Cala Mitjana cuenta con una arena blanca fundida con aguas cristalinas con un fondo turquesa. Sí pudimos comprobar que había numerosos restos secos de posidonia que afeaban sobremanera la blancura de la arena y el fondo marino que en determinadas zonas tornaba a un azul verdoso muy oscuro. Tras las correspondientes fotos, iniciamos el camino de vuelta, durante el cual comentamos algunas ideas que nos iban y venían. No sabíamos el número de personas y coches que un día de verano podían congregarse en la cala, pero vimos dos inconvenientes: uno, el aparcamiento no tenía cabida para un número excesivo de vehículos; y dos, la cala era de dimensiones reducidas y no sería muy atrevido llegar a pensar posibles aglomeraciones que, evidentemente, afearían la belleza del entorno. También llegamos a un pensamiento menos prosaico y nos imaginábamos cargados con la nevera, las sombrillas y las sillas recorriendo la distancia entre el aparcamiento y la cala. Sin embargo, nada de esto restaba ni un ápice de esplendor a lo que acabábamos de contemplar. De vuelta al coche, recorrimos los dos kilómetros escasos que nos separaban de Cala Galdana con rapidez. Este enclave, en nuestra opinión, tiene de cala solo el nombre ya que es una típica playa del Mediterráneo saturada urbanísticamente por los grandes hoteles que la circundan. CALA GALDANA tiene una gran ventaja con respecto a otras calas, sobre todo para personas con movilidad afectada, que puedes llegar en coche hasta prácticamente la misma arena; es decir, es una de las playas más accesibles de la isla, hecho que influye en que la afluencia de público sea mayor y, por tanto, sea una de las más masificadas. De hecho no nos resultó fácil aparcar en sus calles por lo que tuvimos que dar alguna vuelta que otra hasta que conseguimos dejar el coche en un aparcamiento público que había al otro lado del río. La cala presenta una arena fina y muy blanca, llegando algunos pinos casi al agua, generando espacios de sombra de modo natural. La cala esta cerrada por dos altos acantilados que la enmarcan casi de un modo perfecto. Había dos o tres grupos pequeños de personas tomando el sol y algún que otro valiente metido en sus aguas. Vadeamos en primer lugar la cala hacia la izquierda donde vimos asomar entre los abundantes pinares las masas blancas de hoteles con la esperanza de encontrar algo abierto y poder tomar algo a la vez que descansar un rato. Nuestro paseo fue un fracaso total porque todo estaba cerrado. Volvimos sobre nuestros pasos y nos encaminamos hacia la zona derecha de la cala donde vimos un restaurante en lo alto de un pequeño acantilado que parecía tener movimiento de clientes. Llegamos al Restaurante El Mirador, nos sentamos en una mesa de su amplia terraza. Únicamente otra mesa más estaba ocupada. Pedimos una Coca-Cola Zero y una cerveza que nos sirvieron acompañadas de un pequeño cuenco de patatas fritas por lo que pagamos cuatro euros. Después de esta breve pausa nos acercamos a una abertura natural en el acantilado que comunicaba la propia Cala Galdana con la desembocadura de un río. Las manchas oscuras de posidonia eran mucho más abundantes en la zona derecha que en la izquierda. Estas manchas contrastaban con dureza con el agua color turquesa que predomina en la cala. Terminada la visita decidimos volver al hotel al que llegamos a las dos de la tarde. De nuevo vuelta a la rutina. Subimos a la habitación, nos refrescamos un poco y bajamos al comedor que en ese momento estaba a rebosar, pero nuestros amigos gaditanos nos habían reservado dos sitios en la mesa en la que estaban y pudimos pasar sin problema. Después de la comida, vuelta de nuevo a la habitación y un poquito de siesta.

Sobre las cinco de la tarde estábamos de nuevo en el coche en dirección a Talatí de Dalt, situado a poco más de veinte kilómetros del hotel y escasa distancia de Mahón. Llegamos a la entrada del recinto en torno a las seis y cuarto y aparcamos en una zona ampliada a pie de la estrecha carretera que nos había llevado hasta allí. Abonamos seis euros por dos entradas reducidas y un folleto que era una simple fotocopia en blanco y negro sobre papel de color verde. El POBLADO TALAYÓTICO DE TALATÍ DE DALT es uno de los poblados prehistóricos más notables de la isla. Conserva diferentes monumentos: un talaiot de planta elíptica y perfil troncocónico, el recinto de taula, un sector de viviendas o casas y algunas cuevas, lo que lo convierte en uno de los más monumentales y bellos. El recinto de la taula tiene una configuración especial, ya que una columna y su capitel de una taula menor se apoyan sobre el lateral de la T central, probablemente porque cayeron de forma accidental. Es con diferencia el más bonito de todos los que habíamos visto. Otro elemento destacable del poblado es el conjunto de casas del mismo periodo, que conservan su cubierta de losas de piedra colocadas de forma radial y sustentadas sobre columnas. Finalizada la visita volvimos de nuevo al coche y nos dirigimos hacia Cala en Porter, donde ya habíamos estado el primer día. La COVA D’EN XEROI estaba cerrada y queríamos visitarla pues habíamos leído que era el lugar más visitado de toda la isla. Llegamos al amplio aparcamiento que dispone en la entrada rodeado de altos pinos y dejamos el coche. Como toda cueva que se precie, esta también tiene su propia leyenda que nos cuenta como un turco de nombre Xoroi se refugió en las cuevas posiblemente tras haber sobrevivido a un naufragio. Más tarde el joven se enamoró de una chica del pueblo y decide raptarla para que viva con el en la cueva. Pasados varios años y tras una sorprendente nevada, el naúfrago dejó sus huellas en la nieve las cuales fueron descubiertas por los vecinos, que no tardarían mucho en armarse y dirigirse a la cueva donde encontraron a la pareja acompañados de sus tres hijos. Al sentirse acorralados Xoroi y su hijo mayor se lanzaron al mar, muriendo ahogados. La mujer y los dos niños que sobrevivieron fueron trasladados a Alaior donde se dice que aun hoy en día sus descendientes perduran. Ya en el interior del recinto, abonamos casi treinta euros por el acceso a la cueva al atardecer -las visitas de mañana son más económicas- y dos combinados. El acceso a lo que es propiamente el bar y zonas de terraza y vista al mar se produce después de bajar una larga escalinata que tiene unas pequeñas terrazas y descansos cada cierta distancia. Bajamos hasta la galería que da al mar y nos sentamos en una mesa con dos taburetes que estaban libres en ese momento. Yo me acerqué a la barra y pedí un gin tonic y un ron con cola para Concha, y con ambas copas me dirigí a la mesa donde estábamos. Una música chillout inundaba y acunaba el ambiente y las numerosas personas que nos encontrábamos allí. Poco a poco vimos caer el sol sobre el horizonte marino con una puesta del astro rey espectacular, donde los tonos pasteles de un cielo deshilachado por franjas brumosas de nubes se fundían con el azul profundo del mar que rugía valiente bajo nuestros pies y con el fondo oscuro del acantilado que se elevaba majestuoso, cortado a cuchillo, desde el fondo marino que golpeaba insistentemente las rocas. Si tenemos que valorar esta experiencia, nuestro voto es positivo pues mereció la pena hacer los kilómetros que nos separaban desde el hotel y pagar el precio de la entrada. Casi una hora estuvimos sentados viendo el ocaso paulatino del sol. Finalizada la visita, subimos al aparcamiento, nos montamos en el coche y nos dirigimos hacia el hotel donde llegamos poco después de las ocho y media de la tarde. Nos dimos una buena ducha, nos vestimos y bajamos a cenar. Nuestros amigos ya nos estaban esperando en una mesa en la que nos sentamos. Quedamos con ellos para vernos en el salón donde se desarrollaban las actividades lúdicas porque ellos al día siguiente volvía a su tierra. A nosotros nos quedaban un par de días más. Después de los correspondientes chupitos de hierbas menorquinas y las pomadas pertinentes, nos hicimos unas fotos para tener un grato recuerdo, nos intercambiamos los teléfonos para seguir en contacto y nos despedimos de ellos haciendo hincapié en volver a coincidir de nuevo juntos. Poco después subimos a la habitación a dormir. 

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