Este día nos levantamos muy temprano –en torno a las siete y cuarto–. Nuestro plan era ir a Los Gigantes para dar un paseo un paseo en barco, pasando previamente por Masca.
No tengo palabras para describir esta zona de la isla. Es algo indescriptible, tienes que verlo para poder comprender la magnitud de este paisaje. Salimos temprano en dirección a Los Gigantes ya que teníamos paseo en barco a las once, en una excursión de tres horas, con comida a bordo.
El día que nos amaneció parecía dispuesto a colaborar en embellecer aún más si cabe el viaje. Un cielo azul añil acotaba el verde oscuro del paisaje, que se retorcía hacia profundos barrancos que contrastaban con el azul intenso del mar que se divisaba a lo lejos. Las vistas que observan a lo largo del viaje a Masca no son de este planeta. Ascendimos desde Buenavista por una carretera estrecha y serpenteante que ganaba altura por minutos. La carretera discurre por el valle que hay tras Los Gigantes, elevación brutal de unos seiscientos metros que se levanta en un potente ángulo frente a mar. Ese farallón que presenta una visión impresionante desde el barco, es el que se recorre en el viaje a Masca, pero por su parte trasera. Es una sensación de ahogo que no abandona al viajero en todo el trayecto, que no permite distracción alguna. Eso sí, el premio para la vista y el alma es merecido. Hicimos varias paradas en los diversos miradores habilitados y también nos detuvimos en la población de Masca, frente al Bar “Aquí me quedo”, curioso nombre que hace honor a los pensamientos de más de un conductor.
No tengo palabras para describir esta zona de la isla. Es algo indescriptible, tienes que verlo para poder comprender la magnitud de este paisaje. Salimos temprano en dirección a Los Gigantes ya que teníamos paseo en barco a las once, en una excursión de tres horas, con comida a bordo.
El día que nos amaneció parecía dispuesto a colaborar en embellecer aún más si cabe el viaje. Un cielo azul añil acotaba el verde oscuro del paisaje, que se retorcía hacia profundos barrancos que contrastaban con el azul intenso del mar que se divisaba a lo lejos. Las vistas que observan a lo largo del viaje a Masca no son de este planeta. Ascendimos desde Buenavista por una carretera estrecha y serpenteante que ganaba altura por minutos. La carretera discurre por el valle que hay tras Los Gigantes, elevación brutal de unos seiscientos metros que se levanta en un potente ángulo frente a mar. Ese farallón que presenta una visión impresionante desde el barco, es el que se recorre en el viaje a Masca, pero por su parte trasera. Es una sensación de ahogo que no abandona al viajero en todo el trayecto, que no permite distracción alguna. Eso sí, el premio para la vista y el alma es merecido. Hicimos varias paradas en los diversos miradores habilitados y también nos detuvimos en la población de Masca, frente al Bar “Aquí me quedo”, curioso nombre que hace honor a los pensamientos de más de un conductor.